Capítulo 9: El peor error de mi vida: Desear un caballo


Esmeralda

Me encontraba en el pueblo. Estaba muy nerviosa mirando a todos lados, a las personas que pasaban por mí alrededor y sobre todo a los guardias. Tenía miedo que me hubiesen visto hace unos minutos atrás. Antes de entrar a Kiau había hecho aparecer treinta alfombras rojas, varias pieles de animales de regalo para el Rey y un carro para poder transportar toda la mercancía. Después de pasar por las calles muy transitadas y de tropezarme varias veces porque el carro se encallaba, llegué a mi destino. Me puse en la misma zona de siempre, en el centro del mercadillo. Había desplegado mi puesto y me había sentado en un rincón. Esperaba con ansias al extraño que el día anterior me había encargado las alfombras para el Rey. Hice un leve suspiro, entonces caí en la cuenta que deseaba ver al extraño. No era por el dinero, que ya me había pagado y bastante bien, si no, porque deseaba poder ver otra vez sus hipnotizadores ojos.

— Espero que venga pronto. Con la boda del Rey y la llegada de nobles que asistirán a dicha boda, el pueblo se está llenado de ladrones — dijo Noda malhumorado.

Me había distraído tanto, teniendo fantasías con el rencuentro con el desconocido que me había olvidado que mi amigo estaba a mi lado.

— Noda no te preocupes, sólo será entregar las alfombras y nos vamos al bosque. Tanto paseos de los guardias me está poniendo nerviosa — dije señalando como corrían unos guardias a coger una inofensiva anciana.

— Eso es porque tu instinto sabe que estás haciendo mal. Tu sabes que últimamente te estas exhibiendo demasiado y más cuando aparece ese extraño. Te despistas, babeas y dices todo lo que el hombre desea escuchar.

Le miré con enfadado. Ese último comentario me había dolido, aunque desgraciadamente era verdad. Preferí ignorar mi enfado y darle la razón.

— Lo sé por eso te he pedido que me acompañes a la entrega. Eres mi ángel de la guarda — le sonreí.

Él me devolvió la sonrisa. Se acercó a mi rostro. Casi nuestras narices se rozaban. Su mirada me transmitía nostalgia.

— Desearía ser algo más que tu ángel — dijo seriamente.

Suspiré fuertemente, su proximidad me intimidaba. Yo quería a Noda pero no de la forma que él deseaba. Su amistad era una fuerza que me ayudaba a vivir cada día. Mi vida era devastadora, solitaria y peligrosa. Siempre huyendo e intentando que no me pillasen usando mi don y me juzgaran de bruja. Con él todo era diferente, podía ser yo misma y no tenía que preguntarme si él sentía temor por mi forma de actuar. Me aceptaba tal y como era. Estaba segura que Noda esperaba que algún día le llegase a querer como pareja, pero aún ese momento no había llegado.

Sonreí ante su sinceridad y me alejé poco a poco. En su rostro vi un poco de decepción y dolor.

— Pero me conformaré con serlo por ahora — concluyó Noda, volviendo aparecer su tierna mirada.

— Gracias — dije y me aparté con la excusa de organizar bien las alfombras en el escaparate.

En ese momento un guardia se acercó a mi humilde puesto. Le miré perpleja, mi amigo se acercó para demostrarme que contaba con su apoyo.

— ¿Esmeralda? — preguntó secamente y mirándome con autoridad.

— S-S-S-Si ... — tartamudeé — Soy yo.

— Acompáñame, debo llevarle delante del Rey para que le entregue la mercancía. Su siervo vino a encargarlas ayer.

— Sí — dije ya más segura — aquí las tiene se las puede llevar...

— ¡No! — me interrumpió — tengo ordenes de llevarle ante su presencia.

Me quedé por unos segundos paralizada. No me gustaba la idea de entrar en el castillo. Allí tenía más posibilidades de cometer un error. No quería que me llevasen a la hoguera. Pero ahora no podría negarme, sospecharían de algo o me acusarían por desobedecer una orden. Al final me digné a seguir al guardia. Rodeé el puesto y me puse delante del carro. Cogí las riendas para llevarlo a cuestas. Mi amigo vino rápidamente para ayudarme a llevar el peso.

— Lo siento, el Rey sólo quiere que venga la chica — dijo el guardia tajante.

— Pues yo no pienso dejarla sola — soltó furiosamente Noda.

Le cogí de los hombros y le miré.

— Estaré bien, confía en mí.

Me miró fijamente. En su mirada se podía ver claramente el debate que tenía de si venir a la fuerza o dejarme marchar. Al final asintió derrotado y frustrado. No le quedaba alternativa.

— Por favor, ten cuidado — me suplicó mi amigo.

— Lo haré — sonreí abiertamente.

El guardia me empujó con el brazo y empecé andar con el carro a rastras. Caminamos muy lentamente por mi causa. El peso del carro me hacía tropezarme constantemente e incluso caerme en tierra. El guardia me esperaba con mucha indignación, claramente se estaba desesperando. No se ofreció a ayudarme ni una sola vez.

Por fin llegamos a la muralla del Castillo donde vivía el Rey Charles. En la entrada estaban dos guardias que automáticamente al vernos, dieron la señal a los de arriba de la muralla para que abrieran la puerta. Era tan grande y tan pesada que tardaba bastante en abrirse completamente. En este momento de distracción usé mi don dado que ya estaba muy cansada. No aguantaba arrastrar más esa pesada mercancía, así que, deseé que el carro pesase como una pluma. Suspiré aliviada cuando todo ese peso desapareció y el dolor de mis hombros menguó.

Por fin, ya estaba las puertas abiertas y entramos dentro de la muralla. Nada más pisar esa tierra, de un color blanquecino, me quedé paralizada por lo que mis ojos estaban viendo. Delante de la puerta de la muralla se presentaba un enorme parque de color verde. Allí descansaban muchos árboles y matorrales cubiertos de flores, la mayoría rosas rojas y blancas. Varios pájaros volaban alegres alrededor de los arboles donde habían posado sus nidos. En el centro del parque se situaba una fuente muy hermosa. En medio se alzaba una estatua de un cisne, por su pico salía un chorro de cristalina agua.

Alrededor del parque se podían ver unas casitas pequeñas muy acogedoras de color marrón. Encima de ellas habían crecido madrigueras y ese efecto hacía que la casa formara parte de la naturaleza. Analicé las casas y deduje que era donde vivían los guardias y los siervos del Rey.

Me había quedado quieta e hipnotizada por la belleza que veía. Ya no me acordaba del por qué estaba allí, ni del guardia que me acompañaba. Éste carraspeó para llamar mi atención.

— Esmeralda, el Rey me dijo explícitamente que te llevara ante su presencia lo más rápido posible. Estamos perdiendo el tiempo.

— Sí, lo siento — logré articular — este sitio es fascinante.

Volví a coger las riendas del carro con intención de seguir caminando cuando el guardia me paró.

— Deja aquí el carro y sígueme — dije autoritario.

Solté las riendas y deseé que el carro pesase como antes. Seguí al guardia sin articular palabra, cabizbaja. En la entrada del castillo había otros dos guardias, éstos abrieron las puertas y entré con el hombre. Dentro había una sala central enorme. Arriba en las paredes estaban decoradas con alfombras de dos colores: Azul y verde colores de la identidad de nuestro pueblo, Kiau. Al fondo del todo se podía ver el trono vacío de un color rojo vivo del Rey. Caminé hipnotizada por esta visión hasta llegar a escasos metros del trono. Me giré para hablar con el guardia, pero éste había desaparecido. Al ver que estaba sola me acerqué al trono al verlo más de cerca. Lo toque delicadamente, el tacto era suave y de terciopelo. Por acto reflejo y sin darme cuenta me senté en él. Desde ahí se veía toda la sala de una manera más grande y majestuosa. Me imaginé al Rey sentado aquí, mirando a su pueblo. Tenía fama de ser bueno aunque nunca había escuchado alguna hazaña suya.

De pronto un sonido de pisadas me llamó la atención. Miré a mi derecha y vi a un hombre con vestiduras de siervo.

— Has venido, Esmeralda — dijo lentamente con ternura.

Me levanté de golpe del trono y me disculpé. Un acto así, si me hubiera pillado infraganti el Rey, me hubiera mandado a matar. Se consideraba una gran falta de respeto sentarse en el trono del Rey, como si fuera una usurpación.

— Lo siento, me he quedado tan fascinada que ...

El chico se acercó más hasta estar apenas a unos centímetros de mí. Vi sus ojos azules y verdes, entonces lo reconocí. Era el hombre que había encargado las alfombras, era el siervo del Rey.

— ... acabé sentada sin darme cuenta — logré acabar la frase.

Él sonrió. Parecía que la situación le divertía ¿Le daba igual que mi vida estuviera en juego? Agradecí de nuevo a los dioses de que él no fuera el Rey.

— Me gusta que seas atrevida, Esmeralda. Ser atrevida también te hace una mujer decidida. La capacidad de decidir lo correcto es algo que carece en estos tiempos.

Suspiré muy hondo. Su presencia me ponía tan nerviosa pero extrañamente también me sentía segura y cómoda.

— He traído las alfombras — dije para desviar la atención de mi persona — espero que al Rey les guste cuando las vea.

— No te preocupes el Rey confía en mi plenamente para los preparativos. Soy su leal siervo, daría la vida por él.

Le miré con cierta duda. ¿Un simple siervo llegó a ser el hombre de confianza del Rey? ¿Cómo lo había hecho? Tenía mucha curiosidad, pero también sabía el dicho que me decía mi madre: "La curiosidad mató al gato". Así que, decidí dejarlo estar.

— Bien — dije lentamente — Entonces supongo que me tengo que ir.

Hice el amago de girarme para salir pero él me cogió de la mano. Fue un gesto improvisado pero noté una corriente desde mi mano hasta la nuca. Miré fascinada nuestras manos, seguidamente le miré los ojos. Éstos brillaban de una forma diferente, me observaban buscando un fin. Yo sin embargo buscaba el por qué su contacto y su mirada me dejaba helada, sin aire y completamente torpe. Entonces me di cuenta que no sabía cómo se llamaba, no tenía un nombre por el cuál suspirar.

— ¿Cómo te llamas? ¿Quién eres verdaderamente? — le pregunté con un tono de súplica.

Carraspeó y sin soltarme la mano, la puso en su boca y la besó. Cerré los ojos saboreando esa sensación. Amaba esa electricidad que ahora circulaba por todo mi cuerpo.

— Los nombres no son importantes, Esmeralda si no lo que te hace sentir las personas — dijo de una forma muy seductora.

Sus palabras me cautivaban y me llevaban en contra de mi voluntad. Haría cualquier cosa por él, para no dejar de sentir esta electricidad. Parpadeé varias veces para poder concentrarme.

— Si no importa los nombres, dime el por qué tú si sabes mi nombre y yo el tuyo no. Eso es injusto, no estamos en igualdad de condiciones.

De repente torció el gesto y soltó mi mano. Al no tocarme, mi mente y mi consciencia volvió en sí. Por fin volví a pensar con claridad. Él se giró dándome la espalda, se le notaba enojado. Intenté repasar en mi mente la conversación para saber qué había dicho para poderlo enfadar, pero no podía descubrir que era. Sólo había dicho mi opinión, no le había ofendido en ningún momento.

— ¿Estas... bien? — pregunté con temor.

— Sí — dijo secamente — sólo que no me gusta que me cataloguen de injusto. Piensas que deberías saber mi nombre. Sólo te diré que lo sabrás a su debido tiempo.

Se giró para enfrentarse a mí. Su mirada se había vuelto fría y distante. Me heló la sangre. Tragué saliva instintivamente. Estaba horrorizada por su cambio de humor, pero mi curiosidad ganó la partida.

— ¿Y a qué esperas a decírmelo? — dije tartamudeando y dándome cuenta del desafío de mis palabras cuando ya habían salido de mi boca.

Él acercó su rostro lo más cerca que pudo. Nuestras narices se rozaban.

— A que seas totalmente sincera conmigo. Tienes algo diferente, Esmeralda. Ese algo me atrae y me llama mucho la atención, eres especial. Parece cosa de... magia.

El miedo empezó a paralizarme por completo el cuerpo. Él sabía que tenía un don o al menos lo intuía. Tenía que salir de aquí, ¡pero ya! Él podía hablar con el Rey, acusarme de brujería y mandarme a matar. Comencé a caminar hacia la puerta de espaldas.

— Tengo que irme, es tarde — dije con la voz quebrada y mis piernas temblorosas.

Él siguió observándome con una mirada de súplica. ¿No quería que me marchase?

— Puedes quedarte, necesitaré más cosas para la boda — dijo invitándome a cercarme a él con la mano.

— Enviaré a Noda para que te tome nota — dije sin mirarle y corriendo hacia la puerta.

El chico no me persiguió y dejó que saliera por la puerta. El parque de la entrada de repente, se había llenado de gente. Deseaba salir de allí lo más pronto posible. Por el miedo y por no pensar en las consecuencias, cometí el peor error de mi vida. Deseé un caballo y éste apareció de pronto en una esquina. Me giré para coger las riendas del animal y fue cuando me di cuenta de la presencia de un niño. Éste, para mi desgracia, empezó a gritar.

— ¡Una bruja, una bruja! — chilló señalándome con el dedo índice y haciéndome sentir insignificante.

Yo ya estaba encima del caballo para empezar a galopar, cuando dos guardias me impidieron el paso y me bajaron del caballo de malas formas.

— ¡Soltadme, no he hecho nada malo! — dije pateando e intentado deshacerme del agarre de los dos hombres.

— No es verdad — dijo el niño — ha dicho "deseo un caballo" y de pronto ha aparecido ¡Ha hecho magia! Estoy seguro.

Los soldados sin mediar palabra me cogieron a la fuerza y me llevaron a rastras por toda la plaza dirección de nuevo a la puerta del castillo. Las personas que estaban en dicha plaza, se agruparon y gritaban al unísono; ¡Bruja! Los soldados se apresuraron a llevarme dentro, dado que la muchedumbre empezó a tirarnos piedras y otros objetos que no pude identificar. Nos agachamos para impedir que las piedras nos golpearan la cabeza y por fin entramos a la seguridad del castillo.

Dentro del edificio, los soldados me llevaron ante el mismo hombre que hacía apenas unos minutos había estado hablando. Éste siervo del Rey miraba por la ventana enorme la cual no me había fijado antes. El chico extraño se giró hacia nosotros y nos miró. Otra vez me dejé llevar por esos ojos tan misteriosos.

— Rey Charles — dijo uno de los soldados — le traemos ante su presencia una mujer acusada de brujería. Todo el pueblo piden su muerte.

Me quedé atónita ¿Él era el Rey? ¿Cómo era posible? Y lo más importante ¿Por qué diablos iba vestido de siervo? Entonces comencé a sentirme enfadada, engañada y finalmente me sentí horrorizada. Mi vida había acabado, él me mandaría a matar.

Desde la sala se podía escuchar aún el pueblo pidiendo mis cenizas. Exigían mi muerte y un Rey siempre daba lo que quería al pueblo para evitar una revuelta. Agaché la cabeza mirando al suelo. Me rendía, ya nada podía hacer mi vida dependía de la bondad de un Rey famoso por otorgar justicia.



Zoey

— ¿Hay nuevas noticias? — pregunté exaltada a Abril al otro lado de la línea.

— El cadáver encontrado por Isaac y Blanca ha muerto en las mismas condiciones que el del Zoo. Muerte por asfixia y tiene los órganos internos negros y quemados.

Caminaba por los pasillos de la organización de mi padre. Andaba deprisa casi derrapando por las esquinas. Dentro de 5 minutos empezaba la interrogación a Kylian, el Alfa el seguidor de Adón. Llegaba tarde y yo odiaba la impuntualidad.

— ¿Tiene alguna sustancia extraña en el cuerpo? — pregunté cambiando mi visión a otra cámara.

— He detectado drogas y otros tipos de sustancias. La sustancia verde del dorso está compuesta por la misma droga que el del hombre. Lo único que le diferencia es que es una mujer y le faltan las dos piernas.

— Así que estamos otra vez igual, sin nada. Otra víctima más y no tenemos a quién acusar.

— No es del todo cierto, Zoey. Ésta vez he conseguido saber la identidad de la chica. Le desfiguraron el rostro pero no le quitaron todos los dientes como al hombre. Sospecho que no le dio tiempo o que lo dejaron para darnos un mensaje.

— Interesante... ¿Quién es la víctima?

— Se llama o se llamaba Mia Branchadell, 18 años recién cumplidos. Había acabado el bachillerato en un Instituto privado en Barcelona y ahora iba a empezar en la universidad.

— ¿Tenía antecedentes? — pregunté llegando a la puerta donde hacían los interrogatorios. Allí me estaba esperanzo Zeth.

— Está limpia, es más he estado preguntado a sus padres y dice que nunca salía. Era muy introvertida y además era autista. Sufría de Bulling en el instituto por eso.

— Gracias Abril, si sabes algo más llámame.

— A tus órdenes. Por cierto Zoey, me ha comentado Blanca que te ve rara y muy cansada. Si quieres que hablemos.

Pensé en lo que había visto hacía unas horas atrás. Mi yo del otro espejo hablándome y advirtiéndome de mi padre. Él había hecho que tuviera alucinaciones. Además se agrega que ya apenas duermo por culpa de las pesadillas.

— Gracias amiga. No creo que sea necesario, pero si alguna vez necesito hablar te llamaré. Prometido.

— Está bien, te quiero — entonces colgó.

Zeth se acercó a mí lentamente. Le seguí con la cámara situada en una esquina. Estaba cansada y me dolían los párpados. Seguramente tendría los ojos rojos por todo el estrés. Mi cabeza me dolía dado que ya estaba escuchando las mentes de los que estaban dentro de la habitación. Sobre todo del Alfa Kylian, que no paraba de insultar mentalmente y acordarse de toda la familia de mis compañeros Gifts.

— ¿Cómo te encuentras? — preguntó Zeth dándome un caluroso beso.

— Con resaca pero con la ventaja de no haber bebido — Zeth me cogió por la cintura y rió sonoramente.

— Zoey te apuntas a fiestas sin mí ¿Cuál es el motivo de tus pesadillas?

Me quedé pensativa en si contárselo o no ¿Pensaría que estaría loca? Decidí en contarle un resumen.

— Mi reflejo me ha avisado de que mi padre no es trigo limpio. Que estas alucinaciones me lo ha provocado Abel. No sé con qué propósito.

— Perdona ¿Has dicho tu reflejo?

De pronto Abel salió de la sala de interrogatorio que estaba a unos metros de distancia.

— Zeth, Leyre os estamos esperando para empezar el interrogatorio.

Mi alma gemela me cogió de la mano y me llevó hacia la puerta. Él pasó primero, mientras, yo me detuve en la puerta sin mirar a mi padre.

— Zoey, me llamo Zoey. Leyre no existe. La próxima vez que me llames así, te juro por lo que más quiero que te dejaré calvo a mordiscos.

— Hija algún día tendrás que aceptar quién eres — dijo ignorando mi amenaza.

— Ya sé quién soy Abel, una perfecta desconocida para ti. Seguirá siendo así durante mucho tiempo.

No esperé contestación, pasé a la sala firme y segura. Me quedé paralizada al percibir la esencia de la estancia ¿Esto era un interrogatorio o una sala de tortura?

¿ Qué le pasará a Esmeralda?

¿El Rey Charles le mandará a la hoguera?

¿Te esperabas que el extraño fuese el Rey?

¿ Quién o Quiénes estará detrás de los asesinatos?

¿ Qué pasará en el interrogatorio?

¡Todas las respuestas en el siguiente capítulo!

PD: Os dejo una canción de mi pianista favorito Scott Davis. Canción: Nothing Else Matters. Me ha ayudado a escribir el capítulo.

Perdonad por la tardanza del capítulo... He tenido una temporada un poco complicada. Espero que os haya gustado el capítulo.

¡Os quiero mis Gifts!


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