Capítulo 15: Nacimiento de los Dioses
Yutai permanecía dormía. Su depresión hizo que prefiriese sus sueños antes que la vida que se le presentaba delante. Ella había hecho maravillas. Había creado el firmamento, los planetas, los cielos y la tierra, la naturaleza, los animales y los humanos. Éstos últimos se olvidaron de quién los creó. Su naturaleza humana les hacía ser egoísta, vivir por sus intereses. Llegaron a pensar que TODO lo que tenían fue creado por la Mujer y no por Yutai. A decir verdad, la Diosa no tenía nada que reprochar, dado que habían sido creado a imagen y semejanza de ella. Actuaban con el mismo egoísmo que ella, sus intereses eran parecidos.
Llegado a éste punto, Yutai decidió no intervenir en la vida de los humanos. Ellos podrían valerse por sí mismos, la naturaleza los amaba y estaban de su parte. La Diosa se cansó de tanto desprecio y decidió apartarse de todo. Se subió a la colina más alta y allí se tumbó para dormir para nunca más volver a despertar.
Pasaron años, hasta siglos y Yutai se fue fusionando hasta hacerse parte de la naturaleza. Su cuerpo se convirtió en las montañas más bonitas y más altas del planeta. Los humanos, los primeros descendientes de la Mujer, sabían que era la Diosa. Pero conforme las generaciones iban creciendo, éstos se olvidaron y pasó a ser la Montaña sagrada convirtiendo a Yutai como un mito.
Por otra parte, la Diosa no paraba de soñar. Seguía teniendo esos sueños que antaño les había propulsado a hacer la creación. Pero, aunque era un sueño, se transformaba en pesadilla acabando en la destrucción de su creación. Después volvía a soñar lo mismo haciendo un círculo que no paraba.
Su desgracia había llegado al límite y no podía luchar contra aquello de una manera asistencial. Su mente se colapsó haciendo que sus sueños reinasen todo el tiempo, impidiendo así que se despertase. Parecía que el reino de Yutai había acabado, pero... no todo estaba perdido.
Los humanos creyéndose los reyes del planeta, dejó de respetar la naturaleza. Éstos la maltrataban, destruían, malgastaban y la ensuciaban. No respetaban los territorios, los humanos entraban en cualquier lugar haciéndose dueños y señores de esa tierra. Éstos decidían invadir los lugares donde abundaban los frutos y el agua era pura y dulce. Siendo egoístas expulsaron a los animales a vivir lejos de aquellos lugares porque temían que esos árboles dejasen de reproducir frutos.
Como era de esperar, estos sufrían de hambre y comenzaron a rebelarse contra los humanos. Comenzó una guerra entre humanos y animales, bastante duradera, dado que no podían matarse, porque Yutai no había inventado la muerte. Lo único que conseguían con su lucha, era destruir más la naturaleza y alejar su amistad, esa que la Mujer y los animales habían formado siglos atrás.
No cabe añadir que esto era malo, pero aún hay más. La naturaleza, harta de ser siempre la perdedora y perecer en la lucha de los otros dos, decidió revelarse. Dejó de florar frutos, sus aguas comenzaron a ser amargas y ninguna semilla volvió a florecer.
Ahora ya no reinaba la paz, si no, el odio, el dolor, el miedo, la venganza, el reproche, la envidia, el orgullo, egoísmo... todos estos sentimientos que era lo que se alimentaba la NADA, el ser que gobernaba antes todo el cosmos. El ser que, aparte de Yutai, reinaba en tiempos antiguos. Ésta época se le conoció, como la época del gran Dolor.
Pero en medio de éste dolor, aún quedaba una humana con luz en su corazón. Ella deseaba que todo volviese como estaba antes. Ella era la Mujer. Recordó con añoranza a Yutai, la Diosa su gran creadora. Se acordó de cómo ella le regaló todas las cosas y que gracias a Yutai, ella existía y su descendencia. Observó que habían errado en despreciar a la Diosa. La humanidad la necesitaba, sólo eran humanos, no tenían poderes, no tenían comida, no tenían comunión con los animales, no tenían paz...
Así que, retomando todo su valor y coraje, se dispuso a viajar la montaña sagrada a despertar a Yutai. Pediría perdón y compasión por la humanidad. Ella daría paz, ella volvería a gobernar. Era su única esperanza.
La Mujer llegó hasta la cumbre de la montaña, allí donde Yutai dormía. Al principio empezó a alabar, adorarle como hacía antaño para despertarla, pero no obtuvo respuesta. Así que decidió hacerle una oración de corazón puro. Entonces en ése momento sí que despertó.
La humana corrió a abrazarle y a llorar, dado que le había echado mucho de menos. Pero la Diosa que aguardaba rabia en su corazón la rechazó. No quiso hablar con ella y se dispuso a volverse a dormir. La Mujer no se daba por vencida así que decidió contarle todo lo que había pasado: las guerras, los animales que los habían desterrado, la naturaleza se había negado dar alimento y que los humanos se habían hecho reyes de todo. Yutai hacia que no prestaba atención, pero la verdad le interesaba, dado que había pasado mucho tiempo soñando el mismo sueño y quería volver a reinar de alguna manera.
La Mujer se postró ante la Diosa a pedirle perdón y mostrarle lo arrepentida que estaba por haberle dado la espalda. A la misma vez le dio las gracias y comenzó alabarle porque gracias a ella había formado centenares de pueblos. Ahora le pedía ayuda dado que todo era un caos, se había dado cuenta que los humanos no podían reinar.
Yutai pensó detenidamente y decidió perdonar a la humana con la condición de que le adorasen a ella como antes. No sólo eso que le entregasen a menudo una ofrenda. Los humanos todo oro, diamante o reliquia que tuviesen en su poder. La naturaleza tendría que dar una ofrenda de fruto y de flores preciosas.
La Mujer aceptó de buen grado dándole lo que tenía en ese momento: una gran Esmeralda. Yutai lo aceptó y le pidió que volviese a su hogar qué pensaría que hacer para volver todo a su sitio. La humana la creyó y volvió a su lugar.
Después de la conversación, Yutai volvió a incorporarse y regresó al lugar que antaño ocupaba para gobernar. Allí vio con sus propios ojos lo que estaba sucediendo. La Mujer tenía razón: La naturaleza, los animales y los Humanos estaban en guerra. Pero había algo más que empeoraba la situación. Los humanos ahora se estaban separando. Al comenzar sus discrepancias, sus desacuerdos, fue gobernando la desconfianza entre ellos. Entonces se formó cuatro grandes "familias" o así las hacía llamar la Mujer.
Yutai al ver ésta separación, no pudo evitar tener la sensación de desaliento. Ya era mucho trabajo estar a cargo de una familia, ahora tenía que liderar con cuatro, más los animales y la naturaleza. Ella no se veía con ganas. Sólo quería que la adorasen, no tener que trabajar por su seguridad y bienestar.
Entonces se le ocurrió una idea. Hacia siglos atrás hizo que la mujer se pudiese reproducir. Ahora haría que ella misma pudiese tener descendencia. Ellos trabajarían y velarían por la naturaleza. Ella no haría nada, sólo soñar y recibir adoración y alabanzas. Era un plan perfecto.
Primero de todo, para obtener su primogénito, cogió una de las flores más bonitas de la naturaleza y la enganchó con saliva en su antebrazo. Fue creciendo hasta que la tela que envolvía el ser se rasgó. De allí emergió un bebe. Yutai la llamó Kaliska.
Seguidamente cogió una concha del mar y con un alga se la enrolló al muslo. Se sentó en una roca y esperó a que la concha se engrandeciera. Llegó a ser tan grande que no se le veía la pierna. Cuando fue el momento, la Diosa rompió el alga que lo mantenía sujeto a la pierna y acto seguido salió un bebé. Le llamó Ranavalona.
Al tener a los dos bebés, descansó. Le dejó a cargo de los animales de la tierra y el mar para que lo cuidase, mientras ella dormía. Al día siguiente se cortó la mano haciendo que su sangre cayese en la tierra. Lo mezcló haciendo una masa y se lo pegó en la espalda. El mejunje se fue haciendo grande hasta que de allí salió un niño. Yutai le llamó Esus.
Por último, Yutai, en medio de una noche cerrada, miró en un ser más oscuro y lo mezcló con la luz de la luna. Captó toda esa esencia y se lo puso detrás de la nuca. Estuvo allí durante dos días, la noche del segundo día Yutai le dolió tanto la cabeza que tuvo que cortar la parte que le sobraba. De allí nació otro niño llamado: Aini.
Contenta por su reproducción les otorgó a los Dioses poderes y los puso como gobernantes, Señores y de gran influencia sobre todo ser vivo. La única que estaba sobre ellos era Yutai.
La paz volvió a reinar en ese lugar. Yutai cumplió la promesa que le hizo a la Mujer. Los humanos, animales y la naturaleza le alabaron, adoraron con ofrendas de gratitud. Ya no volvió la guerra ni odio a gobernar a ningún corazón o eso fue lo que Yutai deseó.
¿Cómo estáis mis queridos Gifts?
Un sábado más os traigo un capítulo de Catarsis. ¿Os gusta a mitología del mundo de Naélium? A mi me ha encantado hacerla y me reído mucho con mis ocurrencias. Espero que disfruteís del sábado y nos vemos el próximo día.
¡Nos leemos y nos escuchamos pronto!
Pd: Video del encabezado:
20 Song Tag de mi canal ShammerFighter.
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