SAFE & SOUND
— ¿Y cuáles son tus deseos para el día de hoy, Mariana? — preguntó el Padre, bloqueando la puerta para impedir que saliera.
— Deseo tener hijos heterosexuales, un esposo protector y una hermosa cocina. — recité, inclinando la cabeza para no mirarle a los ojos. Igual que siempre, sentí su mano posarse en mi nuca, empujando mi cabeza para que bajara aún más.
— Espero que seas digna de tener esos maravillosos deseos.
Y se apartó para dejarme pasar.
El aire frío del invierno golpeó mi rostro y mi cuerpo. Tirité en la nieve esperando que mi "esposo protector" apareciera con mi suéter y me ayudara a ponérmelo. Tal y como mandaban las reglas.
Klaus no tardó en aparecer, en su brazo tenía uno de los abrigos que le regalaron en nuestra boda para que me lo diera a mí. Me saludó y me dio un beso en la mejilla antes de ponerme el abrigo encima. El resto de las parejas que todavía estaban en el mismo lugar hacían la misma rutina que nosotros.
— Vámonos. — dijo él, no usó un tono de orden, pero eso se suponía que era. Sujetó mi mano con la suya y esperé que diera unos dos pasos antes de seguirle.
En las calles completamente limpias podía ver cómo otras parejas hacían exactamente lo que nosotros hacíamos, como si todos estuviéramos plenamente entrenados para saber qué hacer. Y lo estábamos.
De reojo notaba las cámaras de seguridad que seguían nuestros movimientos para cerciorarse que cumplíamos con todas las normas de conducta como dejar que el varón caminara por delante pero siempre sujetando a su esposa de la mano para mostrarles a los demás que era suya, la mujer caminando con la cabeza gacha, mirando el camino que su esposo le habría, se prohibía hacer algún sonido porque aquello podía perturbar los pensamientos del varón.
Por eso no me gustaba salir a la calle, pero mis supervisores programaban todo mi día así que ellos eran los que decidían qué se suponía que debía hacer cada día de mi vida. Y aquel día nos habían designado una visita al hospital para una "revisión de rutina".
Al llegar, Klaus fue a registrarnos mientras yo esperaba de pie en un rincón. No tardaron mucho en hacernos entrar a una de las salas destinadas para parejas de nuestra edad.
— ¿Cómo estás, Mariana? — preguntó mi supervisor, él estaba sentado en uno de los sillones mientras la enfermera se ocupaba de preparar los instrumentos para la revisión. Yo miré a Klaus esperando el gesto de aprobación para responder la pregunta. Él asintió levemente.
— Estoy bien gracias a la misericordia de esta ciudad y a la de mi esposo.
— ¿Podrían recostarse? — pidió la enfermera en voz baja. Klaus me quitó el abrigo para dejar mis brazos a disposición de la enfermera.
— Esperaré afuera. — anunció el supervisor y salió de la habitación dándole a Klaus un fuerte apretón de manos.
Me recosté en la camilla y esperé que la enfermera pusiera mi brazo en el lugar indicado. El color blanco de la sala me hacía doler la cabeza por lo brilloso que resultaba ser. Giré mi cabeza hacia Klaus, se tendía en la otra camilla y dejaba que la enfermera conectara cables y tubos en sus brazos.
Cuando él estuvo listo, la mujer se dirigió a mí. Me clavó sin mucha delicadeza una enorme aguja en mi vena, me dio una pelotita de goma para que la apretara y facilitara la circulación de mi sangre.
El tubo que me conectaba con Klaus empezaba a teñirse de un color guindo.
— Regresaré cuando concluyan. — informó ella, saliendo de la habitación.
La transfusión de sangre se consideraba un acto íntimo entre parejas, por ello no había cámaras dentro de la habitación. La sangre de Klaus tenía que mezclarse con la mía como símbolo de protección, de cuidado. La sangre de los varones era lo suficientemente fuerte para poder luchar contra genes dañinos que estaban en las sangres de las mujeres, así que la transfusión de sangre tenía la intención de salvarme, de darme los compuestos necesarios para que mi cuerpo lograra resistir toda la contaminación del mundo.
— ¿Te duele? — preguntó en susurros.
— No. — mentí, cuando en realidad sentía como si cada vez que apretara la pelotita algo dentro de mi cuerpo se fuera desagarrando, como si esa vena que le estaba dando sangre se fuera a romper en cualquier momento.
Klaus y yo nos habíamos casado por una única razón: teníamos sangres compatibles. Ambos éramos O- por lo que él y yo sólo podíamos recibir sangre uno del otro. Otro beneficio de esa política de que sangres compatibles se casaran era que existían muy pocas posibilidades de que los hijos salieran con alguna deformidad, con alguna discapacidad... de esa forma de aseguraban futuros ciudadanos perfectos, con sangres no tan contaminadas como las de nosotros. Estimaban que en un tiempo, nuestras sangres no estuvieran infectadas con genes que venían de "afuera".
— Ya va a terminar. — me consoló Klaus cuando solté un gemido ahogado.
Cuando nos quitaron todos los tubos y agujas, Klaus me ayudó a ponerme de pie, sujetándome de la cintura con mucha calma. El supervisor entró sin anunciarse y tuvo el tiempo suficiente para ver la mano de Klaus en mi cintura y no en mi espalda como se suponía que debía ser. Puso una sonrisa sínica cuando Klaus quitó su mano de inmediato.
—Estás ovulando, Mariana, quizá podría ser un buen momento para que intentaran agradecerle a la ciudad dándole hijos. — Sentí cómo mi rostro intentaba no hacer una mueca ante esa última palabra.
Hijos.
No quería tener hijos. Si cumplían con todos los requerimientos biológicos, la ciudad podía reclamarlos y se los llevarían a algún tipo de laboratorio donde harían con ellos lo que quisieran, y si "eran del montón" en el mejor de los casos tendrían que vivir como nosotros.
Ni Klaus ni yo estábamos listos para condenar así a un bebé.
— ¿Ustedes se aman? — preguntó el supervisor.
— Si. — respondimos los dos inmediatamente, como si fuera un reflejo.
— Entonces tienen el permiso de concebir un hijo.
Esa era la sociedad perfecta que había tomado tanto tiempo crear: una pareja como Dios había proclamado desde la creación: hombre y mujer, amándose y con el beneficio de tener sangres compatibles para garantizar una sociedad perfecta. En eso se suponía que vivíamos, la sociedad perfecta que compartía los principios de la religión y los de la ciencia. Nuestra conducta era manejada por la religión, nuestros genes, nuestro ADN, nuestro cuerpo era manejado por la ciencia.
— Así lo haremos. — afirmó Klaus antes de salir de la habitación. Mi cuerpo se sacudió al salir de hospital como si así lograra quitarme todo de encima. Klaus se atrevió a hablar. — Cuando lleguemos a casa estaremos sanos y a salvo.
Incluso cuando me estaba alejando del hospital, podía sentir la mirada complacida de nuestro supervisor. Mi piel ya no estaba tan pálida, después de la transfusión tenía un poco más de color y yo me sentía con más fuerza. Y todo se lo debía a Klaus, su sangre era la que me mantenía con vida, aunque haciendo algunos cálculos, no lo haría por mucho más tiempo.
— ¿Cuánto tiempo más? — pregunté a Sloan, el supervisor. No estaba usando el tono de sumisa, ni miraba sus zapatos como se supone que haría. Él había venido a mi casa para decirme que la sangre de Klaus no era lo suficientemente fuerte para combatir todos los genes dañinos que tenía dentro. Pronto, su sangre sería inservible.
— Un par de meses... al principio tu cuerpo parecía estar asimilando bien, pero comenzamos a tener dudas.
— Eso no tiene sentido, yo me siento bien cuando termina la transfusión.
— Pero el tiempo es más corto, ¿no te has dado cuenta de eso? Cada vez están más seguido en el hospital, no me sorprendería si él se diera cuenta que estás abusando.
— ¿Entonces qué pasará? ¿Termino de usarlo y ya?
— Y pasamos al siguiente de la lista.
La bendita lista. Sloan era mi hermano, mi compañero de laboratorio y ahora mi supervisor. Él tenía la responsabilidad de mantenerme con vida, de intentar encontrar algún tipo de cura para poder contrarrestar el virus que se había activado a mis veintiún años. Nadie de los que tenía este virus sobrevivía... excepto yo. Mis padres, Sloan y yo trabajábamos con el único propósito de mantenerme con vida lo suficiente hasta encontrar una cura. Hasta ahora sólo podíamos mantenerme con vida gracias a la lista de personas que tenían mi sangre. Y el ochenta por ciento de esas personas estaba dentro de éstos muros, por ello mis padres decidieron comprarnos a ambos un pase para entrar mientras ellos morían afuera.
Si bien odiaba cómo todo tenía que ser aquí adentro, la idea de estar viviendo con alguien compatible a tu sangre hacía que todo fuera un poco más sencillo para mí. Sloan se había encargado de que fuera Klaus el que se casara conmigo.
— Sólo hay una cosa que me preocupa, — había dicho él antes de irse. — la sangre aquí adentro está empezando a contaminarse.
— ¿Qué quieres decir?
— No hay constancia en los hemogramas, los valores suben y bajan, creo que su sangre no es tan fuerte para combatir algunos virus.
— ¿Qué hay de la sangre de Klaus? ¿Es fuerte?
— Si los niveles de infección suben no será tan fuerte. — Estaba a punto de salir cuando se dio la vuelta. — Hay una cosa más, Mariana. Podemos salvar su sangre si le quitamos lo suficiente, así la tendrás un poco más de tiempo antes de encontrar al siguiente donador.
— Así él no podrá resistir a la contaminación... y morirá en un par de semanas.
Aquella conversación se repetía en mi cabeza una y otra vez, cuando Klaus estornudaba miraba su rostro para identificar algún tipo de dolor, pero él no parecía estar afectado.
Excepto aquel día. Mientras caminábamos de regreso a casa, él empezó a toser con fuerza. Me soltó la mano para sacar un pañuelo y escupir allí.
"No es nada." Había dicho escondiendo el pañuelo, pero yo logré ver que la tela se teñía de color rojo.
— Quizá debería salir de aquí, — dijo unos días después. — puedo estar contaminándote, puedo contaminar a todos.
— No dejaré que te marches, — puse un paño frío en su cabeza — afuera no tendrías oportunidad de sobrevivir, aquí hay médicos que sabrán qué hacer.
— Cuando te pusiste mal... recuerdo las lágrimas bajando por tu rostro cuando dije que nunca te dejaría marchar. — tosió de nuevo, escupiendo en un papel para ocultarlo de mi vista. — Dijiste que estabas...
— Agradecida. — terminé por él. — Recuerdo que dijiste "no me dejes solo".
Él asintió y me tomó la mano.
Si tan solo hubiera dejado que me marchara, si se hubiera negado a darme su sangre cada vez que me ponía mal, si hubiera sido un asco de persona, no estaría en aquella habitación sintiendo que todo era mi culpa.
Porque lo era.
Tomé mi decisión. En esa sociedad en la que nuestras decisiones eran tomadas por alguien más, yo tomé una decisión. Y cada vez que miraba a Klaus parecía la decisión equivocada.
— Me duele. — admitió mientras el sol se estaba poniendo y nosotros teníamos las luces apagadas. Hace unos días, le pedí a Sloan que salvara la sangre de Klaus aunque eso significara tener que enfermarlo, aunque eso significara darle sangre contaminada.
— Sólo cierra tus ojos, estarás bien.
— Si yo muero, tú vas a morir.
— Eso no importa.
— Moriré antes y dejaré que tú mueras sola.
— Cuando venga la luz de la mañana, tú y yo estaremos sanos y a salvo. — dije, atreviéndome por primera vez a acariciarle el rostro. Intenté ser la persona más sensible del mundo, quería que él se sintiera mejor en sus últimos momentos. Yo tenía razón, al día siguiente ni él ni yo sentiríamos más dolor. Él estaría descansando, sin la posibilidad de seguir siendo atacado por virus que tarde o temprano nos matarían a todos, ya no tendría la preocupación de ayudarme a seguir viva, ya no se preocuparía por nada de lo que ocurriera en el mundo porque estaría muerto. No tendría que seguir las estúpidas normas de este lugar, no tendría que seguir fingiendo que sentía algo por mí sólo porque era su esposa.
Y yo también estaría mejor. Ganaría unos cuantos meses más de vida para seguir intentando averiguar qué hacer con el virus, quizá encontraría una cura para todos y eso cambiaría todo este estúpido lugar. Quizá yo podría ser la que decida qué iba a pasar con todos nosotros.
Sanos y a salvo.
— Cierra los ojos, Klaus. Ya nadie puede hacerte daño.
— Gracias.
Eso fue lo último que dijo, aunque una parte de mí esperaba que me declarara su amor, que me dijera que tenía mucha suerte de haber tenido que compartir un tiempo de su vida conmigo.
No lo hizo.
En tiempos como aquellos no era común escuchar a alguien decir que amaba, porque ya nadie amaba. Todos sobrevivíamos.
— No hay personas buenas ni malas, Mariana. — me dijo Sloan mientras envolvía el cuerpo rígido de Klaus. Él podía adivinar que me estaba sintiendo mal, aunque no era la primera vez que nos encargábamos de un muerto por mi culpa. Según el conteo, Klaus era el quinto, y con suerte, podría llegar a ser uno de los últimos. — Sólo hay personas que son más fuertes para luchar por la supervivencia.
— ¿Lograste hacer algo con su sangre?
— Logré dar un gran paso hacia la cura. Pronto, la mayoría de las personas estarán como tú, aquellos mayores de veintiún años agonizaran, pero casi tengo la cura.
— ¿Qué es lo que falta?
— La incubadora del virus. — dijo, dándome un cabezazo que me hizo caer.
Reaccioné muy lentamente, dándole todo el tiempo necesario para que me atara boca abajo en la mano. Aún estaba desorientada cuando vi que Sloan dejaba varios instrumentos quirúrgicos en el velador.
— ¿Qué... qué se supone que haces? — pregunté mientras él levantaba mi camiseta para dejar mi piel a su vista.
— Voy a sacar médula ósea. — explicó él. Sentí algo mojado limpiando mi espalda baja. — No conseguí anestesia, así que esto probablemente duela.
Escuché que encendía un taladro, no tuve tiempo de pedirle que se detuviera porque ya lo estaba metiendo en mi espalda. Grité con todas mis fuerzas, mis gritos eran casi tan fuertes como el sonido del taladro. Sentí cada uno de los movimientos de la broca entrando a mi cuerpo, después sentí la aguja perforando mi hueso.
No estuve segura de cuánto tiempo transcurrió porque perdí el conocimiento muchas veces.
— Será mejor que me vaya. — dijo él, admirando la médula ósea que tenía en sus jeringas. Mi vista era borrosa pero podía distinguir su gran sonrisa. — Esto podría echarse a perder y todo sería en vano.
— No harás la cura.
— ¡Claro que la haré! Pero no la desperdiciaré en ti, tú eres el virus. La venderé, seré muy rico y podré hacer lo que quiera...
— Eres un desgraciado.
— Te lo dije, Mariana. No hay gente buena o mala, hay gente más fuerte que busca sobrevivir. Y yo soy más fuerte que tú. Sólo cierra tus ojos, estarás bien y cuando venga la luz de la mañana tú y yo estaremos a salvo.
Me dejó en la cama, con las manos atadas, con la espalda descubierta y una herida que no dejaba de sangrar. Mi piel podía sentir el calor de la sangre saliendo de mi cuerpo, sangre roja, igual que la que veía en el hospital, igual que la que tocaba en los laboratorios. Sangre contaminada.
Miré el cuerpo envuelto de Klaus.
— No lo lamento, — le dije como si pudiera escúchame — al menos no veremos la guerra fuera de nuestra puerta. Por lo menos estaremos sanos y salvos.
Claro, como si aquello existiera, como si alguien pudiera estar a salvo.
¿Y cuáles son tus deseos para hoy, Mariana?
Sólo tengo uno: que nadie encuentre una cura.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top