I

En las ostentosas construcciones de The Noose, las voces alzadas desataron con frenesí los supuestos rumores sobre seres nocturnos que se proclamaban dueños de la noche y de las almas en pena que buscaban andanzas por los cimientos de la ciudad. Las noticias sobre cuerpos irreconocibles al ojo humano eran el portavoz de una marea roja que pronto rompería en los oídos de todo corazón palpitante de la ciudad. Las investigaciones suponían sobre animales, otros sobre bandas de maleantes, y otros más bizarros, sobre rituales. Mas ninguno tenía las pruebas suficientes para culminar en alguna teoría resuelta. Todo era incongruente y llegaba al fondo de lo absurdo. Decían algunos sobrevivir a los tenebrosos ataques, que seres con forma humana eran los causantes.

Lo cierto es que ningún sobreviviente a aquellos misteriosos ataques hablaría jamás, ya que su atracador siempre comenzaba por la garganta, no sin antes divertirse escuchando los gritos desolados y desesperados de sus víctimas, verlos ahogándose en suplicas y oraciones, corriendo por su libertad con la esperanza saliendo de sus poros, erizándoles la piel, aumentando su adrenalina... Ver el destello apagarse de sus pupilas era su motivación y devorarlos lentamente su elixir. El número de víctimas abandonadas en el oscuro olvido las llevaba tatuadas en cada uno de sus recuerdos.

Él los recordaba a todos, pero sobre todo a ella.

—No son fáciles de distinguir del día, sin embargo, por la noche, sus ojos se tornan de un rojo profundo y brillante. Sobrevivientes al ataque han dicho que pudieron ver a la mismísima muerte a través de ellos. Son seres muy ágiles, astutos y dejan marcas en sus víctimas. De ellos es difícil escapar pues aquella marca es algo así como una especie de radar. La única forma de huir es viajando constantemente, o el suicidio. Algunos los llaman vampiros, otros dicen que son los tan conocidos "zombis", otros prefieren llamarlos...

—Cállate de una buena vez, Mirtle. Estoy cansada de escuchar esos absurdos rumores sobre demoniosdevoradoresnocturnos. Eso es para supersticiosos. ¿Sabes qué creo? Yo creo que es una forma astuta para asustar a los adolescentes, y así ya no salgan por la noche. Una forma fácil de disminuir los robos. Simple.

—Pienso como Cleonique. Seguro es una conspiración más de la municipalidad, cosas así son para películas, series y animes.

—Gracias por el apoyo, Lynn, tienes mi voto asegurado para ser la presidenta del Consejo Estudiantil.

El poblado de The Noose, llamado así por la cantidad de suicidios, goza de leyendas incalculables que a más de algún extranjero tentó en conocer. Sus edificios creados al puro estilo gótico, el constante frío y las calles teñidas de un inusual gris, detonaba para cualquier forastero un lugar melancólico. Muchos iban a ponerle punto final a sus vidas. No obstante, los ciudadanos gozaban de una vida normal a pesar de vivir en un sitio tan sombrío. Todos se conocían entre ellos y reconocían a los nuevos sin esfuerzo. Es por eso por lo que, cuando una risada y pelirroja familia decidió comenzar desde cero en el lugar, un banquete de bienvenida aconteció.

La nueva familia congenió con los habitantes del pueblo y en semanas lograron adaptarse a la nueva perspectiva de vida que el destino les regaló. Y aunque la primogénita no deseaba adentrarse al nuevo cambio para olvidar su antigua vida, encontró el consuelo de la despedida en un misterioso chico con el que frecuentaba charlas por internet. Su palpitante corazón se estremecía con cada palabra que él enviaba sin importar su significado o contexto. La flor de la juventud en ella rebosaba ante cualquier gesto de su misterioso pretendiente. Así que una tarde, decidieron conocerse en persona.

El embriagador perfume chocó con el delgado y blanco cuello de la chica, a quien se le erizó la piel al concebir el frío de éste. Percibió el aroma y se permitió divagar en fantasías adolescentes sobre su encuentro. Sonrió al verse en el espejo y refunfuñó al notar que un riso rebelde rompía la perfecta simetría de su peinado. Pintó sus labios de un rojo natural y terminó su inspección.

Estaba lista... Bueno, quizás no para lo que vería.

El virtuoso don de la espera se subyugó a la ansiedad. Frente al cine abandonado, junto a esa caseta dónde la pelirroja juró haber errado al escuchar el susurro del vendedor invisible que ya no debía existir. Un halo de luz le hizo fruncir el ceño al momento en que cuchillas frías se enteraron en su nuca. Giró en dirección de la caseta sin encontrar un alma en pena que le susurrase. Se repitió a si misma que las supersticiones en los rumores eran inciertas y, por consiguiente, falsos. Dieciséis otoños la perseguían y los cuentos paranormales no le preocupaban, incluso viviendo en The Noose, cuna de supersticiosos.

Le daría una vez más la espalda a la edificación abandonada que gozó de gloria en su tiempo, mas la luz del interior irrumpió su acción. Se cubrió en palabras donde rogaba no perder la cordura, que estaba teniendo alucinaciones. Pero allí, en la inmensa oscuridad del cine abandonado, sobre los escombros y el polvo, un celular iluminaba la pequeña zona y se aventuró ingenuamente en su búsqueda.

La pantalla del celular estaba en blanco y trisada. Una vez en sus manos, el aparato se apagó y otro más sumido en la oscuridad, se encendió. Era otro celular. La pelirroja se relamió los labios y avanzó directo a recogerlo, y en cuanto lo tuvo en sus manos, la pantalla se apagó también.

Dejó los celulares en el suelo y buscó en el bolsillo rojo de su abrigo el celular que hace meses, para su cumpleaños, su padre le regaló. Encendió la linterna y percibió entre el pasmo y horror la silueta difusa de un hombre delgado. Sus ojos tallaron con cuidado aquellos ojos penetrantes que la observaban en la distancia.

Intentó correr, pero ya era muy tarde. Había recorrido más de lo impensado y estaba en la matriz de aquel cine.

—Qué asqueante perfume.

Una voz profunda habló emergiendo de todos lados. La pelirroja giró en todas las direcciones que su cuerpo le proporcionó antes de volver a tensarse, apuntando con la linterna. Pero no encontró nada. Tembló bajo el techo del cine y se abrazó a sí misma para reconfortarse. Sus dientes eran la melodía perfecta para expresar el pavor de la situación.

—Pero descuida, tu aroma natural es exquisito.

Un viento frío movió su cabello y acarició su cuello. La voz la escuchó como un susurro cosquilleando su oreja y casi rozándola. Torció su cuello y alzó su hombro. Él, o lo que fuese, había estado a milímetros de ella y ni siquiera lo había percibido.

Tembló bajo la sombra de nadie y abandonó toda esperanza sumida en que moriría en la oscuridad del lugar. Su pecho se contrajo y su respiración se agitó causando sollozos incontrolables en el eco del edificio.

—Oh, no llores. Lamento no ser el chico de la cita, pero debes saber que gracias a él estás aquí. Mi fiel amigo es experto en esas cosas de... ah, ¿las redes sociales? O lo era antes de degustarlo.

—¿Voy a morir? —preguntó la pelirroja con la voz quebrada.

—Por supuesto, pero en qué momento lo decides tú. Tienes quince segundos para correr.

La falsa compasión de la figura había sentenciado ya el tiempo de su muerte. Quince segundos era muy poco para expresar con fervor los deseos de su corazón, una despedida o, escapar. Fueron esos quince segundos donde vivió de verdad y en plenitud, donde el miedo de la situación la hizo sentir humana, de carne y hueso, donde entendió que en los peores momentos la elección siempre era la vida, porque el desenlace de ésta era mucho peor.

Buscó la salida y sus ojos ya acostumbrados a la oscuridad fueron cegados. Cayó contra el suelo, azotando su cuerpo y desligando de su mano el celular. Permaneció inmóvil y lo escuchó otra vez.

—Catorce y... quince.

Tendida en el suelo, llorando en silencio y temblando bajo el peso del cuerpo que la acorraló, Cleonique la pelirroja, se rindió a la muerte. Con una fuerza sobrehumana su cuerpo giró quedando frente a un borroso rostro. Éste se acercó a ella y se embriagó en el perfecto y puro sentir de su sangre, escuchó el latir desenfrenado de su corazón y recorrió lentamente cada parte de su perfil. Cuán delicada era aquella pelirroja que un cómico pensamiento por dejarla ir se apoderó del ser. Acarició sus labios como disfrutando de su textura y encaminó sus dedos hasta el rizado cabello de la pelirroja.

Apartó algunas hebras de su oreja y acercó sus labios.

—Suplícame vivir —pronunció aquel ser consumiendo sus palabras y saboreando la espera de los gritos desgarradores que tanto anhelaba escuchar.

Pero no hubo más que silencio. Los sollozos se habían apagado y la que antes era una resistencia por vivir, la chica lo había convertido en un juego astutamente planeado. Recordó las palabras de su compañera, mientras aquel sujeto la recorría y se propuso, ante la incertidumbre, hacerles caso. Si quien fuese el ser sobre ella, deseoso del sufrimiento ajeno, quería verla gritar; ella no emitiría ningún sonido.

Y así lo hizo.

—Oh —habló la voz moviendo sus labios sobre su mejilla—, ¿te estás haciendo la difícil?

A chica permaneció en silencio. Cerró sus ojos buscando la paz interior dentro de sus pensamientos, buscando recuerdos que la alejaran del lugar, recobrando vivencias y disfrutando de las fantasías adolescentes sobre la que hubiese sido su cita ideal. Contrajo una fuerza antinatural para permanecer callada y apretando sus labios hasta sangrar cuando sintió el filo de una puntiaguda cuchilla enterrarse en su diestra.

—Suplícame vivir. —Volvió a decirle el sujeto remarcando aquellas dos palabras.

—Suplícame hacerlo —manifestó la chica en forma de susurro y en cuanto terminó su frase, arremetió con fuerza un fierro oxidado con el que dieron sus dedos desesperados buscando su celular.

Fue entonces que un ápice de esperanza salió a la luz mientras el ser, entre risas y quejidos, caía en cuenta de la acción repentina que la joven le demostró. Era la oportunidad precisa para hacerlo de su cita memorable y escapar con vida hacia la luz que indicaba la salida del cine abandonado. Corrió sumida en adrenalina y sin mirar atrás. El flote de la libertad la invadió y corrió más fuerte aún.

Pero fue en vano.

En segundos, o menos que eso, su cuerpo fue devuelto al frío piso del lugar, mientras su mollera casi tocaba el halo de luz del exterior. Supo que no habría segundas oportunidades y que la muerte era la espectadora de su último suspiro en despedida.

Cerró los ojos y saboreó su final.

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FIN

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