Capítulo tercero

III

Tal y como había decretado el Padre Jungkook, Anna se había levantado temprano a la mañana siguiente y había partido en dirección a la parroquia junto a su madre, a quién no le importó exponerse al frío aire de la mañana para dejar a su hija sana y salva.

Olivia era una mujer moldeada al gusto de su esposo. Abnegada y sumisa, esa era la faceta que le mostraba a Samuel, pues jamás se atrevería a cuestionar una decisión suya de cara. Pero cuando se encontraba a solas no podía evitar murmurar constantes quejas acerca de su marido. A veces Anna lograba escucharla, pero intentaba hacer oídos sordos para no contaminar su alma.

Aquello no era lo que se buscaba en una esposa perfecta y tenía claro que debía serlo para Taehyung.

—Volveré por ti, no camines sola a casa —advirtió la mujer.

Quería evitar a toda costa que su hija ensuciara su reputación pasando ratos ociosos con otras muchachas que se encontraban contaminadas por la pereza y la impudencia. No podía permitirse perder todo lo que había construido con tanto esfuerzo durante años.

La muchacha asintió con la cabeza antes de despedirse de su madre y adentrarse en la oscura parroquia, lugar en donde se desarrollaba la escuela parroquial una vez a la semana que tanto tiempo la había hecho sentirse como un bicho raro, pues las demás chicas del pueblo asistían sin problema a todas las sesiones, mientras Anna debía quedarse en casa aprendiendo todo lo que su madre tenía para ofrecerle: experiencias que la convertirían en una buena ama de casa.

Sin duda, Anna sabía hacer de todo lo que se tratase de labores domésticas, pero se encontraba en desventaja en comparación a las otras chicas al no saber siquiera escribir su propio nombre.

Entró a una pequeña sala anexa a la parroquia, que se encontraba situada a un lado del altar, y se sorprendió al encontrarse al Padre Jungkook completamente solo mientras hojeaba un libro grueso que la muchacha supuso que se trataría de la biblia.

—¡Oh, Anna! —Dijo cuando levantó la vista y se encontró con los ojos castaños mirándolo con curiosidad—. Has llegado, estaba esperándote.

Ella dio un par de pasos hacia el interior de la habitación y recorrió lentamente cada detalle que la rodeaba con la vista. Luego volvió a mirar a párroco, que la observaba con atención y una pequeña sonrisa en los labios.

No había nadie más aparte de ellos dos y la lengua le picaba por preguntar dónde se encontraba el resto de las chicas, pues aquella era la cosa que la había tenido preocupada, llevándola al extremo de no haber podido dormir de corrido durante la noche. Pero no se atrevió a preguntar nada, por mucho que la curiosidad la estuviese matando.

La curiosidad era algo malo, así se lo había dicho su madre durante todos esos años, y no la llevaría a ningún otro lado aparte de la ruina. Si era una mujer muy curiosa su futuro esposo no estaría a gusto con ella y finalmente la dejaría.

—Si te preguntas por las otras muchachas —dijo de pronto el párroco, como si pudiese leerle los pensamientos—, no vendrán hoy. Sólo te enseñaré a ti hoy porque debo ponerte al corriente con las demás.

Las mejillas de Anna se tornaron rosadas, aunque no entendió la razón por la que se sentía tan abochornada o el porqué las rodillas le tiritaban de esa manera, al igual que en la misa del domingo anterior. Estaba avergonzada de sí misma, de su evidente curiosidad, y la manera en la que el Padre la observaba no ayudaba a calmarla.

Terminó por tomar asiento en uno de los taburetes de madera, con la cabeza gacha mientras el párroco comenzaba a hablar acerca de la importancia de aprender a leer y a escribir, aunque realmente no prestó atención ninguna palabra al encontrarse demasiado ocupada pensando en el temblor que se había instalado en sus extremidades junto a una extraña opresión en el pecho.

No podía dejar de comparar aquella sensación con la que la había asaltado el domingo anterior en plena misa. Por alguna razón se sentía nerviosa e indefensa, cosa a la que no le encontraba el sentido al estar en compañía de aquel hombre que representaba la mismísima existencia de Dios.

Se sobresaltó al sentir unos dedos fríos sujetándola del mentón y elevando su rostro. El párroco se había instalado frente a ella y la estaba obligando a levantar la vista para verla a los ojos.

—Estás distraída, Anna —murmuró—. Por favor, repite lo que te he enseñado.

La chica se distrajo una vez más al observar el brillo tan encantador de la piel pálida de porcelana que tenía frente a ella, aunque inmediatamente bajó la vista mientras se sonrojaba una vez más.

—Existen cinco vocales —susurró apenas, apenas recordando lo que le había dicho él anteriormente.

Las manos del Padre Jungkook se apoyaron sobre el pupitre de Anna, a cada extremo, y se inclinó ligeramente hacia adelante, nuevamente captando su atención e incrementando su nerviosismo.

—¿Cuáles son?

La tenía aprisionada entre el par de brazos que a la chica le parecieron ligeramente más gruesos de lo normal. Su mentón tembló casi de manera imperceptible, aunque estaba segura de que él sí lo vio, y tuvo que soltar un pequeño suspiro antes de contestar para así calmar un poco a su agitado corazón:

—La A, la O...

No pudo continuar porque el Padre negó lentamente con la cabeza, sus ojos oscuros la fulminaron y Anna sintió que el estómago se le revolvía. Había cometido un error. Se encogió en su asiento, esperando algún tipo de castigo físico como los que le daba su padre, pero el hombre que tenía enfrente le dijo con severidad:

—Arrodíllate.

Anna lentamente se levantó de la silla y, manteniendo la vista baja, hizo caso omiso a sus piernas temblorosas, arrodillándose frente al Padre que la observaba en completo silencio.

—Mírame a los ojos.

Ella obedeció, intentando esconder lo escandalizada que se encontraba. Su madre le había enseñado que jamás debía mirar a un hombre directamente a los ojos, de otra manera sería una falta de respeto. Sin embargo, una vez levantó la mirada supo que no podría quitarla jamás, pues la manera en la imponente manera en la que el cuerpo del Padre Jungkook se veía la había hipnotizado.

Su cuerpo se veía todavía más grande de lo que era y ella se sentía tan pequeña, allí arrodillada ante a él... Por un momento se preguntó cómo luciría debajo del hábito, aunque inmediatamente se sintió culpable por pensar algo como eso de un hombre de Dios.

—Estás siendo una chica mala, Anna —pronunció el Padre con lentitud, mirándola fijamente desde su posición superior—. Repite después de mí: He sido mala, perdóneme, Padre.

Anna aguantó un jadeo y no pudo evitar que sus mejillas enrojecieran nuevamente.

—He sido mala, perdóneme, Padre.

El Padre Jungkook dibujó una media sonrisa, provocándole un estremecimiento. Lo vio darse media vuelta y volver a la silla en la que anteriormente estaba sentado, desde donde la observó con ojos brillantes. Anna no se atrevió a ponerse de pie sin que se lo indicara y aquello era lo que había emocionado tanto al hombre.

—No me gustaría que esto se repitiera, Anna —se remojó los labios para esconder otra incipiente sonrisa—. Por favor, pon atención cuando te enseño.

La chica bajó la vista al suelo de madera, recordando de pronto su posición, y murmuró una respuesta afirmativa. El hombre reanudó sus enseñanzas, todavía estando sentado y ella arrodillada. Anna se quedó en esa posición a pesar de que las piernas comenzaran a dolerle y a adormecerse, simplemente porque no encontró el valor para interrumpir al Padre para preguntar si podía volver a sentarse.

No demoró en entender lo que le explicaban, finalmente logró atender las enseñanzas del párroco y aprendió cuáles eran las vocales, además fue capaz de identificarlas en su propio nombre y en los de las demás personas. Lo cierto era que Anna no era una chica torpe, sino que simplemente no había tenido la oportunidad de aprender nada más que fuera los deberes del hogar.

Al cabo de dos horas, el Padre Jungkook se puso nuevamente de pie y se encaminó hacia ella para tenderle la mano.

—Ya puedes pararte.

Anna recibió la ayuda con dudas, sabiendo que era indebido que una mujer y un hombre se tocaran sin estar casados, aunque no sabía si aquello contaba también con los hombres religiosos. Se paró lentamente, pero apenas puso un poco de peso sobre sus piernas, estas le fallaron y cayó nuevamente. Sin embargo, no logró desplomarse nuevamente sobre el suelo porque el párroco la sostenía con fuerza por la cintura.

La chica se sostuvo de los brazos fuertes que la rodeaban, sabiendo que nuevamente estaba colorada, y no pudo evitar sentir cómo se sentían los músculos fibrosos bajo su tacto. Levantó levemente la mirada, encontrándose con los labios entreabiertos del Padre rodeados de la piel pálida e impecable. Más arriba estaban los ojos oscuros, redondos y profundos que la observaban con intensidad y en los que no pudo evitar quedarse hipnotizada.

Le gustaba la manera en la que la mirada, tan diferente del resto de las personas, como si ella fuera la única mujer en el mundo.

Aguantó la respiración al darse cuenta de que su rostro no era lo único que tenía cerca. El cuerpo del Padre Jungkook estaba pegado al suyo. Su pecho duro respiraba calmadamente sobre el de ella que apenas dejaba pasar el aire de manera entrecortada. De la misma manera, sus abdómenes estaban muy cerca y Anna pudo distinguir una zona que emanaba calor, cercana a su vientre.

—¿Estás bien? —Preguntó él en un susurro.

Anna tragó saliva, cayendo en cuenta de lo que estaba pasando por su mente.

—Sí, lo siento mucho —murmuró, volviendo a estabilizarse sobre sus piernas.

El Padre la soltó lentamente, pareciendo no querer hacerlo, y finalmente retrocedió un par de pasos, guardando la distancia prudente. Por su parte, Anna se mantuvo cabizbaja, pidiendo perdón a Dios en silencio por lo que había pensado al tener al párroco tan cerca.

No sabía la razón por la que sus pensamientos la habían llevado por ese camino, pero de cierta manera se sentía sacrílego.

—Así que vas a casarte —dijo él, quizás para alivianar el ambiente, y Anna asintió con la cabeza, todavía con la vista sobre el suelo—. ¿Con quién?

—Con Kim Taehyung.

—Oh... ¡Me alegro mucho por ti! Pertenecerás a una buena familia.

Anna volvió a asentir con la cabeza y una pequeña sonrisa se coló por sus labios al recordar a su futuro esposo.

—Sabía que estas enseñanzas que tengo para ti serían de mucha ayuda.

—Gracias, Padre. Mi madre también me ha preparado muy bien.

La risita que él soltó provocó que Anna levantara la cabeza de manera instintiva. El Padre Jungkook observaba el techo con una gran sonrisa en los labios, luego fijó su vista en ella y la chica pudo identificar un tinte de lo que parecía ser travesura en su expresión.

—Es cierto —asintió con la cabeza, dándole la razón—, pero hay cosas que tu madre no puede enseñarte.

Y él tenía razón, Anna lo sabía. Por ejemplo, su madre no sabía leer ni escribir, por lo que era imposible que se lo enseñara, y aquello, en las palabras del mismísimo párroco, era algo muy importante y que le serviría mucho para tener un buen futuro.

—Sí, tiene razón —respondió suavemente, volviendo a bajar la vista hacia sus manos que inquitas jugueteaban sobre su regazo.

—Y no me refiero a cosas como leer y escribir, sino a las cosas que debes hacer por tu esposo cuando se encuentren a solas en la habitación.

Anna levantó la cabeza de golpe. Ambos sabían que ella no entendía completamente qué era lo que él quería darle a entender y aquello no hizo más que hacer crecer el regocijo del Padre, quien también se había logrado dar cuenta de la gran curiosidad que Anna poseía y que no dudó en explotar. Volvió a acercarse a ella y estiró el brazo para tomarle el mentón con cuidado, de la misma manera que había hecho momentos atrás para castigarla.

Pero había algo diferente, Anna lo sintió cuando el pulgar del párroco le acarició el labio inferior con suavidad. Lo observaba hacia arriba, aunque le hubiese encantado estar arrodillada frente a él nuevamente para poder gozar de la exquisita vista que significaba aquel cuerpo tan sagrado.

—Puedo enseñarte muchas cosas, Anna —susurró él—. Sólo si quieres y estás dispuesta a romper algunas reglas.

Que fuerte, Jk quiere hacer cositas con Anna y ni siquiera se arrugó cuando lo dijo

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