11
Ese mismo día, cuando llegó la décima vigilia, Kyojuro salió de su pieza y se encaminó hasta la sala de los Emperadores no sin antes comunicarle a sus guardias donde estaría.
—Entonces debemos acompañarlo, señor. —mencionó uno de ellos.
—¿Es necesario? —se apresuró a decir -, No quisiera levantar sospechas, mucho menos a majestad.
—Nuestro deber es protegerlo y acompañarlo donde requiera, en su caso, nuestro señor estaría más que encantado por ser nosotros sus vigilantes. —contestó el otro.
Kyojuro se lo pensó unos instantes, no quería resaltar demasiado con ambos soldados con armaduras reflectantes. Contrario a ello, ambos tenían un punto a su favor, a Soyama le gustaría que lo acompañaran. Sobretodo que, aún no lograba ganarse a la gente.
—Esta bien, procuren no hacer mucho ruido.
Los soldados se vieron con una mueca extraña que Kyojuro no supo decifrar ¿Por qué todos hacen caras raras en su presencia?
Seguidamente, continuaron con su andar hasta ubicar la sala de los Emperadores, los soldados entraron en pánico por permitir el acceso al Empetutriz, que, por mero protocolo, los recién llegados a la corona tienen prohibida la entrada a ella.
Aún que, si el Empetutriz sabía de aquella habitación significa que alguien más lo había guiado a ella, fue así como rogaron a todos sus dioses para no recibir un castigo por está situación.
Kyojuro abrió la puerta de madera y se adentró a la gran pieza, dio diversas vueltas sobre sí mismo para después sentarse en el suelo, junto en el centro de todos los recuadros. Ahí podía ver cada uno sin perder detalle. Todos mantenían características similares, posición orgullosa y reta, miradas serenas junto con intimidación por parte de los hombres y un rostro dulce por parte de las mujeres.
Un cuadro en específico llamó su atención, eran dos hombres, ambos sonriendo con las mejillas sonrosadas. Como si fuera el día de su boda, lástima para él que ni siquiera se casó con alguien a quien amase. ¿Habrá sido lo mismo con ellos? ¿O con algún otro matrimonio de toda la sala?
Mientras se sumergía en sus pensamientos rodeado de sus —ahora— familiares, sus guardias quedaron afuera para cuidar de Kyojuro, pero al mismo tiempo revelaban que no le impidieron el paso. Estaría bien y mal por ambas partes.
Del otro lado del castillo, justo a unos metros de distancia de la alcoba de Kyojuro, Soyama y Douma se encontraban charlando amenamente sobre el largo día del Consejero.
Hacía muecas exageradas y poses raras para que Soyama entendiera su punto, casi como contando una extraña anécdota donde Douma salía como la víctima en vez del perpetrador de alguna situación.
—Oh, además, le enseñé la Sala Memorial al Empetutriz.
Soyama, que estaba por quitarse el enorme saco que suele portar, detuvo sus acciones y volteó a ver furioso a su Consejero, Douma solo le miraba con una sonrisa vacía y su maldito abanico en movimiento.
—¿Qué hiciste?
—No le vi nada de malo, señor, solo le mostré el significado de nuestro logo y porqué estamos asosiados a la nieve aún sabiendo que nuestro clima es cálido.
—Conoces el protocolo, Douma. —se acercó a su Consejero mientras cerraba fuertemente los puños—Rengoku no puede ver la sala hasta que yo lo ordene mediante mi visita con él. Se supone que yo lo debo presentar a mis familiares. —mencionó exaltado.
—No sabía de qué otra forma explicarlo, mi señor. Por eso decidí enseñárselo, pero le menciono que no le conté nada más que nuestra unión con la nieve.
Soyama se quita sus gafas por un momento y se frota los ojos con cansancio y hartazgo, si bien su fiel mano derecha nunca le ha fallado, este se consideraría como una traición a sus ancestros y a él mismo.
Pero, al ser su primer error, puede dejarlo pasar, desafortunadamente para él, Douma jamás le ha dejado mal cuando lo requiere; le da la espalda al hombre, realiza unos ejercicios de respiración para recuperar su compostura y se encamina fuera de su alcoba a la vez que colocan sus gafas en su lugar.
—¿A dónde va, Akaza-dono? —dice Douma algo sorprendido por su inesperado actuar.
—A terminar tu maldito adelanto. -respondió colocándose las gafas.
Creyendo que su esposo se encontraba en su alcoba, salió tan despejado y tranquilo que, al percatarse de la soledad y el silencio que gobernaba se alteró ligeramente. Conforme el tiempo fue avanzando también lo hacía su desesperación, buscó por todos lados a su Empetutriz y guardias sin resultado alguno hasta el punto en que su mismo palacio lo estaba mareando.
¿Desde cuándo era tan grande?
Jamás lo había visto como un eterno laberinto. Uno iluminado por faroles de aceite que impedían que la oscuridad poco a poco se acercara hasta él, como una masa endemoniada que gusta verlo sufrir a la lejanía.
Cuando ya estaba sucumbiendo por completo a la sofocación de los enormes y espaciosos pasillos, giró en una esquina donde pudo identificar al par de soldados que vigilaban la habitación de Kyojuro. Entonces, dejó salir el aire en un suspiro cargado en alivio.
Mientras se acercaba a los soldados, un extraño ruido proviniendo de ellos empezó a molestarlo, no fue hasta que estuvo a unos pocos metros que escuchó de dónde venía aquello, eran sus armaduras chocando entre sí. Estaban temblando.
Soyama rascó su nuca, se irguió con tranquilidad y dijo:
—No estoy enojado, encontré al creador de este malentendido y fue él mismo quien me comentó al respecto, por tanto, no sufrirán ningún tipo de castigo por su desobediencia a las normas.
Los soldados, sin poder sostenerse ni un minuto más de pie, se incaron a los pies de su Emperador y golpearon el suelo con la frente cubierta con su casco haciendo un ruido aún peor que el de su miedo.
—¡Gracias, majestad!
Soyama tomó la perilla de una de las puertas de la sala, y sin mirar a sus soldados dijo:
—Pueden irse.
Sin un apice de delicadeza, los hombres se levantaron velozmente y se perdieron por el pasillo iluminado ligeramente por los candelabros de aceite.
Cuando por fin se dio paso, pudo observar a Kyojuro de espadas a él con la cabeza en alto, quizá veía alguno de los cuadros. Del mismo modo, la hermosa luz de la luna le entregaban una preciosa escena donde pudo aceptar que Kyojuro por fin podría formar parte del Imperio.
La luna lo bañaba en una luz azul tenue, modificando los colores blancos a un azul pastel de su kimono para dormir, y su cabello desprendía un aura del mismo tono, se había vuelto un violeta suave reemplazando el dorado con rojo lleno de determinación y fuerza que los Solarianos portaban al nacer.
Ahora pareciera todo un hombre habitante del Imperio, aceptó aquella muestra de cambio como una aceptación de sus amados antepasados, su corazón dio un rápido latido en sorpresa.
—Kyojuro. —dijo suavemente.
De inmediato, el Empetutriz se giró a su dirección mostrando que, lo último que quedaba como Solariano era su espíritu asomándose por aquellos fieros ojos bicolores. Se levantó con rapidez y dio varios pasos hacia atrás, temeroso al verse descubierto.
Por mera inexperiencia a las reacciones del Emperador, permaneció pasivo en comportamiento para no molestarlo o levantarle más emociones contradictorias a la situación. Quizá reaccione ¿furioso, ofendido, feliz?
—Oh, alteza. Lo lamento, no era mi intensión el...
—Esta bien —interrumpió tranquilo —, Douma ya me notificó de todo.
Kyojuro relajó su postura.
La acción ofendió un poco a Soyama, es decir, ¿Por qué Kyojuro le tendría miedo si no ha demostrado ser alguien de mal actuar? La pregunta por si sola le molestaría en la cabeza hasta encontrar su respuesta, por ahora, debe dejar en claro que no tiene malas emociones en contra del Empetutriz.
Soyama acomodó sus ropajes y tomó asiento donde Kyojuro se encontraba con anterioridad, su gran saco lo rodeaba de una forma magnífica, cómo una flor en plena floración, miró a su dirección y golpeó a su lado un par de veces para comunicarle sus intensiones.
Kyojuro obedeció enseguida.
—Todos ellos son mi árbol familiar —comenzó —, los ancestros de mis ancestros y más allá, algunos cuadros ya han cedido con el tiempo, otros aún pelean por continuar como antes, mientras que unos pocos más son recientes.
—Eso pude ver por los marcos, puedo decir con facilidad que podrían llevar hasta siglos aquí. —comentó Kyojuro acomodándose más cerca del Emperador.
—No solo siglos, quizá hasta más.
El ambiente que se formó en la sala era agradable para ambos Emperadores, el frío de la noche y el calor de sus ropajes provocaba una comodidad en ellos bastante dulce. Sus voces no sobrepasaban lo fuerte o lo bajo, solo eran tonos suaves que se oían a la perfección.
Mientras el vaho salía de sus bocas demostrando la baja temperatura que el ambiente empezaba a tomar, la pareja se perdía en la cálida conversación. Una tan plena que podría decirse que charlan con un familiar.
Sin darse cuenta, sus cuerpos se juntaron más y más acorde Soyama hablaba de algún familiar que a Kyojuro le hubiese interesado, sin querer sus manos volvieron a juntarse.
Cuando el Emperador estuvo a punto de retirar la suya, Kyojuro la tomó y las entrelazó, a pesar de tenerla enguantada, podía sentir el calor de su pareja provenir de ella, sin mucho qué hacer, solo volteó al rostro de su esposo para no perder la oportunidad de conocer sus reacciones ante el tacto.
Kyojuro solo le devolvió la mirada con determinación y relajó sus facciones para sonreír dulcemente después. Soyama contestó al contacto y atrajo más a Kyojuro, quien, algo confundido por el gesto, posó su rostro en el hombro ajeno mientras Soyama lo envolvía en el enorme y elegante saco que siempre portaba.
Y este, tenía el añorable calor de una casa en medio del bosque, una de madera que constaba de una chimenea justo en el centro, donde un pequeño y relajante fuego consumía la madera recogida durante el verano.
Las mejillas de ambos Emperadores se pintaron en un lindo tono rojizo que demostraba su inocencia e inexperiencia en el tema del amor, por eso, este era inocente y apacible. A la vez que nuevo y temeroso.
Ya llegada la entrada de la primera vigilia, ambos se encaminaron a sus propios aposentos, Soyama dio un beso en los nudillos de su esposo y dejó que entrara a su alcoba primero.
—Buenas noches. —le dijo.
—Buenas noches. —respondió para segundos después, entrar en su habitación y saltar a su helada cama.
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