Capítulo veintitrés: Evanescentium

Apenas amanece busco a Rómulo a mi lado. Esperaba despertar con sus fuertes brazos alrededor de mi cuerpo, pero solo me envuelven las cobijas. Con mis párpados aun obstruyendo mi mirada, comienzo a palpar el colchón sin éxito. Al no encontrarlo en la cama, abro los ojos de golpe y me incorporo apoyándome en mis manos para examinar la habitación. No parece estar por ningún lado. ¿Mis recuerdos me estarán jugando una mala broma? Podría jurar que cuando regresamos él se metió entre las sábanas conmigo. Tal vez sí me excedí un poco de la bebida roja.

Suelto un suspiro frustrado a la vez que dejo caer mi rostro contra la almohada. Apenas se estrella mi cara en la suave bolsa de tela escucho cómo la puerta se abre. El príncipe entra con cautela, pero al verme despierta, su rostro se ilumina con una sonrisa radiante. Ya está vestido y listo para continuar el viaje. En sus manos lleva una bandeja de madera con el desayuno. Al verlo, ruedo sobre mi espalda, emocionada por el delicioso aroma que llena la habitación.

—Por fin despiertas —dice dejando la charola sobre el pequeño buró de noche. Apenas sus manos están libres, se sube a la cama y trepa hasta colocarse sobre mí. Flexiona sus brazos para alcanzar con su boca la mía. La euforia de sus labios no va de acuerdo con la hora, sin embargo, no me molesta—. ¿Dormiste bien?

—Muy bien.

—Debes comer algo, ya se nos hizo bastante tarde... de nuevo. —Besa cada centímetro de mi cara; comienza con mis mejillas, sigue en mi cuello y termina con la punta de mi nariz. No puedo evitar reír—. Toma primero tu jugo. Mezclé unas hiervas que te ayudarán con la resaca.

—¿Dónde está Damián?

—No sé en dónde, pero sé con quién. Iré a buscarlo mientras desayunas y te alistas.

Rómulo se aparta de encima mío y me acerca la bandeja de madera. Me incorporo, conmovida por su gesto. No es la primera vez que me sirven el desayuno en la cama, pero que él lo haya hecho lo hace aún más especial. Cuando los sirvientes lo hacían, era simplemente parte de su trabajo. La coloca sobre mis piernas, dejándome apreciar los deliciosos alimentos. Hay un plato con fresas picadas, otro huevos revueltos y, como postre, un trozo de pastel de miel. Del lado contrario a los cubiertos, hay una pequeña flor morada que no dudo haya recogido en el camino.

Le agradezco con una enorme sonrisa y él me guiña el ojo quitándome una de las frutillas. Apenas comienzo a comer, escuchamos unos ruidos extraños afuera de la habitación. El alboroto parece estar cada vez más cerca de nosotros. Los gritos hacen que Rómulo se decida a alcanzar su espada. Comienza a abrir la puerta para saber qué es lo que está pasando, pero en cuanto lo hace Damián la empuja de manera brusca para entrar. El príncipe lo mira confundido cuando este pretende empujar el librero frente a la entrada.

—¿¡Qué demonios, Damián!? —exclama Rómulo, evidentemente desconcertado por la acción de su amigo. Sin embargo, no duda en ayudarlo enseguida. Devoro el trozo de pastel en un solo bocado cuando los veo actuar.

—Hay que irnos —contesta—. ¿Recuerdan a la chica de anoche? Bueno, ayer no le prestó demasiada importancia a mi collar, pero hoy... ¡Dioses! No saben el grito que dio al notar que era mágico. Llamó a los cazadores.

El rostro de Rómulo se contrae, parece querer asesinarlo con la mirada. Me apresuro a ponerme de pie y reunir nuestras pertenencias. Maldición, no tendré tiempo para un baño, y me veré obligada a salir de aquí con mi ropa de dormir. Fuertes golpes resuenan en la puerta, están dispuestos a derribarla. Rómulo empuja a Damián hacia atrás y luego usa su magia para bloquear la entrada con el resto de los muebles de la habitación. Damián lanza un hechizo hacia la ventana, haciéndola estallar en pedazos sin dejar bordes de cristal.

Salgo por el agujero con cuidado de no caer del techo. Ambos Tanto Rómulo como Damián me siguen rápidamente. Afortunadamente, estamos en el segundo piso y la caída no es demasiado peligrosa. Lanzo nuestras pertenencias al suelo y luego salto con decisión. Los lugareños ya han alertado a los cazadores sobre nuestro intento de fuga, así que nos apresuramos hacia donde están los caballos. Me acerco a Sultán para desatarlo, pero una flecha pasa zumbando junto a mi cabeza, haciendo que me agache instintivamente.

Los ojos de Rómulo destellan momentáneamente en un intenso negro antes de cambiar a un resplandor amarillo. Se gira hacia el responsable de la flecha, sus ojos brillando con furia. No necesita blandir un arma para defenderse. Levanta su mano con una elegancia feroz, y una cuerda cercana al cazador también se alza en el aire. Un rápido movimiento de su muñeca hace que los dedos de Rómulo giren, y la soga se enrolla alrededor del cuello del hombre, derribándolo al suelo. Los aldeanos que estaban a punto de perseguirnos se detienen, aterrorizados por la magia que acaban de presenciar.

El tiempo que Rómulo nos ha ganado es suficiente para que subamos a lomos de los caballos. Galopamos fuera de la aldea a toda velocidad, apartando a quienes intentan bloquear nuestro camino. Finalmente, cuando estamos seguros de estar a salvo, detenemos a los caballos y tomamos un respiro. Miramos a Damián con reproche, pero pronto las risas estallan por la situación. Su atrevida noche pudo habernos matado; espero que haya valido la pena.

Con la Novena Noche cayendo sobre nosotros, llegamos finalmente a nuestro destino. La aldea que se presenta ante nosotros está iluminada por antorchas de fuego azul, un claro indicativo de la presencia de magia en el lugar. El tono de las llamas nos dice que hay magos refugiados aquí, y que aquellos que necesitan ayuda pueden encontrarla. Las cabañas acogedoras se apiñan cerca unas de otras, mientras que los caminos de piedra se entrelazan por el verde campo donde crecen los alimentos y los animales vagan libremente. Montañas enmarcan la aldea, ocultándola de miradas indiscretas y cazadores. El murmullo del agua nos llega, sugiriendo la cercanía de una cascada.

Los tres bajamos de los caballos y avanzamos hacia la entrada, haciendo lo posible por no parecer una amenaza. Traspasamos la valla de rocas y, en ese momento, una espada es sostenida en la garganta del príncipe. La portadora es una joven que, a pesar del clima frío, viste pantalones oscuros con aberturas a los costados, botas cortas y una blusa que apenas cubre su pecho. Su cabello está recogido en una coleta alta, y su cuerpo lleva cicatrices que adornan su cuello, brazos y abdomen. Rómulo levanta una ceja, una sonrisa altanera en su rostro sugiere que no se siente intimidado por ella. Con dos de sus dedos, aparta el filo de la hoja de su garganta.

—También me alegra verte —Le dice y la chica lo mira con evidente molestia, amenazando con volver a subir su arma—. Anda, Vale. No creo que quieras pelear conmigo.

—Dijiste que volverías pronto. Empezábamos a creer que jamás lo harías.

—No fue sencillo dar con el quinto de nosotros. —explica él, mientras ella escudriña a Damián de arriba a abajo, pareciendo decidir simplemente ignorarme.

—A mí ni me mires, vengo en calidad de niñera —le dice el guardia, y es entonces cuando finalmente ella se da cuenta de mi presencia.

—Oh... —Su tono está cargado de profunda decepción, lo que, naturalmente, me ofende.

—Vale, ella es Adalia, nuestra quinta elegida. Él es Damián, el necio que no quiso quedarse en Northbey. Chicos, ella es Vale.

—Valeska —corrige y nos muestra una sonrisa a ambos.

—¿Dónde están los otros dos?

—Killian está durmiendo, le tocó la guardia anoche y luego ayudó en la cosecha; quedó exhausto. En cuanto a Seth, no me preguntes, no tengo idea. Se fue al bosque hace unas horas, dijo que estaba aburrido de este lugar. Salió a explorar.

—¿¡Al bosque!? ¡Les di órdenes claras de no salir! —Los ojos de Rómulo se tornan amarillos en un instante.

—Yo no soy la madre de esos dos idiotas. Están bastante grandecitos como para cuidarse solos. —responde Valeska con un dejo de exasperación. El príncipe gruñe frustrado.

—Iré a buscarlo con Damián. Tú enséñale a Adalia el lugar en donde vamos a dormir. —Se gira en torno a mí para tomar mi mejilla y darme un rápido beso—. Confía en ella, volveremos en seguida.

Hago una ligera mueca. No me emociona la idea de que me deje con una desconocida mientras él se adentra en el bosque, pero sé que no lo haría si no fuera absolutamente necesario. Rómulo coloca su espada junto a sus pertenencias y yo tomo las riendas de los tres caballos. Él y Damián empiezan a trotar en dirección a la extensa arboleda, y a medio camino se transforman en sus formas de bestia, dejando atrás su apariencia humana. Hacía bastante tiempo que no los veía cambiar de esta manera.

—Nunca lograré acostumbrarme a eso —comenta la mujer a mi lado.

—Dímelo a mí.

Valeska le pide a un hombre que tome su puesto de guardia para que pueda guiarme. A pesar de la amabilidad de la gente, puedo sentir que me observan con detenimiento. Parece que están al tanto del propósito de nuestra llegada. Dejamos a los caballos en el establo y caminamos hasta llegar a la casa más grande de la aldea. Una chimenea arde en el interior, llenando la habitación de calor. Las paredes de roca tienen un cierto encanto, aunque el lugar no está precisamente limpio. Hay prendas de vestir tiradas en el suelo, libros esparcidos y hasta algunos trastos sucios. Morgan se horrorizaría.

—Debo aclarar que no es culpa mía el desorden, es lo que obtengo por tener que compartir este lugar con dos inútiles. Hay cinco habitaciones y, como Rómulo trajo a su amigo, uno de ustedes tendrá que compartir. Sugeriría que te quedaras conmigo, pero supongo que querrás dormir con tu novio de ojos amarillos.

Cada palabra que sale de su boca es como una flecha disparada directamente hacia mí. Mantengo cualquier explicación sobre mi relación con Rómulo para mí misma. No estoy segura si él nos consideraría una pareja, pero sé que no le molestará encontrarme en su cama. Valeska me examina detenidamente y arquea una ceja, esperando mi respuesta.

—Dormiré con Rómulo —respondo, tratando de mantener la compostura. Ella me mira con una sonrisa burlona en el rostro, como si estuviera evaluando cada aspecto de mi existencia.

—Bien, sígueme. Te daré unas sábanas para que prepares la cama, las madrugadas aquí son muy frías.

Me limito a asentir y caminar detrás de ella hasta el primer cuarto que encontramos. Corre la tela que sirve la función de una puerta para dejarme admirar la pieza. Observo a mi alrededor, tratando de asimilar el extraño ambiente de la habitación. Está notoriamente más ordenada y cuidada que el resto de la casa. Incluso hay unos bellos girasoles que adornan el buró de noche y aportan color. El único caos que encuentro es el del escritorio junto a la ventana. En él se encuentran más pergaminos de los que pueda contar a simple vista y un tintero con la pluma dentro. Llaman mi atención de inmediato, por lo que me acerco a ellos con discreción.

Los dibujos exhiben un talento excepcional, pero no son alentadores. Una sensación extraña crece en mi estómago al verlos. Muestran a unas criaturas oscuras y aladas, con rostros desfigurados y una aura de destrucción y sangre a su alrededor. Siento como si algo en ellas fuera vagamente familiar, como si hubiera visto estas escenas en algún lugar antes. Reconozco lugares que he visitado en los últimos meses: el bosque, Northbey e incluso Westperit están representados en los dibujos. Cada ilustración promete quedarse grabada en mis pesadillas.

Tomo los pergaminos con cautela al notar que Valeska no se inmuta porque los vea. Uno muestra a una imponente, elegante y diabólica mujer como el centro de la destrucción. Mi sorpresa es grande cuando noto que, en todos, por disimulado que sea, la lóbrega criatura que vi en el bosque está presente. En los dibujos de la izquierda conserva su figura amorfa, en los de la derecha se ve como el hombre que conocí la última vez que nos cruzamos. Creo que mi asombro no puede ser mayor hasta que veo un dibujo que se asemeja a un espejo. Mi rostro en el papel mira fijamente a mis ojos.

—No los desórdenes —pide—, tienen una secuencia.

—¿Qué es todo esto? —Le muestro el papiro que tiene pintado mi cara.

—Lo hice hoy, sigue fresco —se acerca para arrebatármelo y colocarlo de nuevo sobre el cedro.

—Pero... soy yo.

—Sí, que lista, eres tú. Que Rómulo te lo explique luego, yo no voy a hablar del tema —escupe arrodillándose frente a un baúl para buscar las cobijas—. ¿De dónde eres?

Sé que hace la pregunta con la intención de desviar el tema y no para intentar ser amable. Me causa una tremenda curiosidad saber cómo es que pudo dibujar mi semblante si jamás nos habíamos visto, pero su actitud tajante me deja claro que no voy a conseguir explicación alguna de su boca.

—Northbey —contesto con seguridad, pues realmente es mi hogar ahora. Ella me dirige una mirada burlona.

—Tú estás lejos de ser un Nobey. No traes uno de esos collares y tus ojos no cambian de color. Además, si realmente fueras una bestia, Rómulo no se hubiera demorado tanto en hallarte. —Tuerzo la boca.

—Nací en Westperit. —Mis palabras caen pesadas.

—¿La magia no está prohibida en ese lugar? —asiento—. Vaya, ahora entiendo por qué su alteza se tardó tanto en regresar contigo.

—Ese reino dejó de ser mi hogar hace tiempo. Me abandonaron cuando más los necesitaba. —Me entrega las vestimentas de la cama sin una pizca de compasión o pena en su mirada.

—Pues que se jodan entonces. No tienes porqué extrañarlos. —Sonrío. De alguna manera, aprecio su actitud. Estoy cansada de generar lástima.

—¿Y tú? ¿De dónde vienes? —Valeska exhala con disgusto

—De ningún lado. Nací entre saqueadores, me crie y viví como una durante muchos años. Apenas cometí un pequeño error me lanzaron fuera del grupo.

—Bueno, pues parece que encontramos algo en común: nuestras familias son una mierda. —Por primera vez, también se ríe.

Pretendo seguir conociendo a Valeska, pero el grito de un varón pidiendo ayuda llama nuestra atención. Intercambiamos miradas y dejo las cobijas que ella me ha proporcionado. Salimos de la habitación, preocupadas por la procedencia del sonido. Un hombre de piel oscura sujeta a un soldado para que se mantenga en pie, ya que una enorme mancha de sangre se expande rápidamente en su costado. Con cuidado, lo coloca en el suelo para buscar algo con lo que detener la hemorragia.

—¡Por favor, dime que no has sido tú, Seth! —le reprocha Valeska.

—¡Pues claro que no!

Me acerco al soldado herido para evaluar la gravedad de la lesión. Al levantar su camisa, descubro una mordida que parece ser de un animal salvaje. Gracias a lo que aprendí con Remus, sé exactamente el hechizo que debo realizar. Coloco mis manos sobre la herida y, con unas pocas palabras, detengo el sangrado con facilidad. Una sensación de satisfacción me invade cuando la herida comienza a cerrarse y sanar.

—Vaya, eso funcionó muy bien. —El moreno me mira con una enorme sonrisa—. ¿Quién es la nueva? Me cae bien.

—Noticias, Seth. Rómulo ha vuelto y ante tus ojos está Adalia, nuestra quinta elegida.

—Bueno, qué suerte que estuvieras aquí. Iré a informar al superior del soldado que su hombre está a salvo.

—Esto tú se lo vas a explicar a Rómulo. No seré yo quien escuche sus gritos de nuevo.

—Sí, sí... —contesta sin preocupación alguna.

Seth sale de la casa con su ropa aún ensangrentada. Mi hechizo fue potente, por lo que el soldado debe permanecer en el suelo. No consigue abrir del todo los ojos ya que perdió demasiada sangre. Al verlo más detenidamente, algo en él me resulta familiar. Opto por ignorar mis pensamientos limpiando el líquido rojo de mis manos y recogiendo la espada del guerrero. Al ver el símbolo que está grabado en ella, me quedo helada, pues lo reconozco de inmediato. Al lado del hombre que recién conocí, entra mi esposo. Su rostro palidece al verme. Yo tengo que sostenerme de un mueble para no irme de espaldas.

—¿Gorka...?

Hola, hola. 
Ni qué decirles, la verdad. Espero que les guste el drama porque Rómulo no va a estar muy feliz con el regreso de Gorka. 
Yo sé que suenan a muchos personajes nuevos, pero prometo hacer lo mejor para no confundirlos. 
En esta ocasión, "Evanescentium" se traduce del latín como "Evanescente". Gracias por seguir leyendo, me hacen muy feliz, Lqm. 

Sección de memes: 

Nos leemos pronto. 

—Nefelibata

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