Capítulo veintidós: Praescitum
Tenemos que llegar lo antes posible con los demás elegidos, sin embargo, ninguno quiere hacerlo. De todos modos, Rómulo mencionó que el demonio quedó debilitado por el exorcismo, deberíamos tener algo de tiempo. Durante nuestro viaje, Rómulo y Damián pasan el tiempo haciendo bromas mientras cazan para conseguir comida. Intento ayudarlos, pero solo consigo que se burlen de mí cuando no logro darle ni siquiera a una lenta tortuga con el arco de Damián. ¿Qué esperaban? Jamás había portado un arma hasta que el príncipe comenzó a entrenarme.
Hacemos turnos para hacer guardia durante las noches, aunque lo cierto es que yo soy la que más descansa. Me siento realmente segura viajando con ellos. Rómulo y Damián me enseñan cómo proteger con hechizos y runas el campamento, pero a medida que nos alejamos de las tierras de los Nobey, comenzamos a ser más precavidos con el uso de nuestra magia.
Los cazadores de brujos no son más que mercenarios. Usualmente viajan en grupos pequeños, con ballestas para atacar sin tener que acercarse. Cada cabeza que llevan al castillo les asegura una buena paga por parte de mi padre, o por parte de los reyes de Regno si se encuentran más al sur. Sigrid y Bharbo, los padres de Gorka, son particularmente entusiastas cuando se trata de apoyarlos. Su madre no perdía jamás la oportunidad despreciar la hechicería.
Apenas cae la quinta noche, hacemos nuestra primera parada en una pequeña aldea. Nos presentamos como viajeros que buscan un sitio en donde dormir. Debemos ser cautelosos, ya que nunca se sabe cuándo un cazador de magia podría aparecer con la misión de mandarnos a la hoguera. Rómulo tuvo que sobornar a la mujer que nos recibió cuando ella se percató de la brillante piedra en su pecho. Unas cuantas pecunias de oro lograron comprar su silencio, pero nos advirtió que debíamos estar alerta. Dijo que tendría nuestras habitaciones listas en un par de horas y Damián no tardó en persuadir a su amigo para que atáramos a los caballos y fuéramos a la taberna del lugar hasta que eso sucediera.
Tuve que contener la emoción que inundó mi cuerpo al escuchar a Rómulo aceptar la propuesta. No sé cómo son las costumbres en Northbey, pero ni en Westperit ni en Regno es bien visto que la realeza entre a esos lugares de pecado. Mucho menos siendo la princesa. El sitio está repleto de personas que bailan al compás de la música. La flauta, el violín, la lira, los tambores y la gaita llenan mis oídos de alegría. Mujeres a las que no les preocupa ocultar su abdomen acompañan la melodía con el sonido que sus faldas provocan cuando estas mueven la cadera. Todos chocan sus bebidas sin preocuparse si el líquido se derrame. Sí se supone que esto me dará un pase directo al infierno, lo acepto con gusto.
Mientras el príncipe va por los tarros, Damián y yo buscamos una mesa libre. A pesar de la multitud, el olor no es más que el de la buena cebada. Las paredes están forradas con pieles que ayudan a mantener el frío a raya. Candelabros de hierro oscuro cuelgan del techo, sosteniendo velas que iluminan el lugar. Las mesas son bajas, tanto que las sillas han sido reemplazadas con grandes cojines de lana. Con suerte, encontramos un sitio disponible y nos sentamos sobre las esponjadas almohadas, admirando el espectáculo que los lugareños nos brindan con su alegría.
—Dioses, realmente necesitaba un descanso —comenta Damián—. No había venido a una taberna desde hacía meses.
—No había venido a una en toda mi vida. —El guardia ríe mientras observa a las chicas bailar.
—¿Tú sí vas a contarme o te harás la loca igual que Rómulo?
—¿De qué hablas? —contesto efectivamente haciéndome la loca.
—Ni lo intentes, Adalia. Lo encontré saliendo de tu habitación con un problema entre... quisiera decir manos, pero realmente estaba entre sus piernas. —Me sonrojo al instante.
—Solo me estaba enseñando a hacer runas de protección. Era una lección de magia.
—Más bien lecciones con la espada.
—¡Damián!
—Oye, cuando te dije que lo sedujeras para sacarle información no me refería a que...
—¡¡Damián!! —lo reprendo con más firmeza y él estalla en una carcajada que ni siquiera la música puede tapar.
Me rodea con su brazo mientras continúa, dejándome claro que todo ha sido una simple broma. Cuando se separa, se apoya en la pared con esa brillante sonrisa en el rostro que hace que cualquiera que lo vea pasar se sienta igual de despreocupado. Sus tontos chistes hacen reír hasta al ser más duro, debe ser por eso que se lleva tan bien con el amargado de Rómulo. Este bufón también se ha vuelto mi amigo y no podría ser más feliz por ello.
El príncipe nos localiza con la mirada y, esquivando a los demás, se abre paso hasta nosotros llevando las bebidas intactas en sus manos. Coloca un tarro delante de su amigo, uno frente a él y un tercero en mi lugar. Lo miro negando, pues no pensaba beber. Apenas conseguía terminar el licor de uva fermentada que servían en las fiestas. La segunda ronda que llenaban para mí, siempre se la acababa mi espo... Gorka. Cada vez que los invitados apartaban la mirada, él aprovechaba e intercambiaba nuestras copas. Cuidaba que mi reputación se mantuviera intacta.
—Yo no bebo eso...
—Por los Dioses, Rómulo. ¿Cómo se te ocurre traerle una bebida tan corriente a su majestad? —Damián se burla de mí con una sonrisa jocosa y yo le golpeo el hombro. Está demasiado bromista esta noche.
—Vamos, brujita. Si no te gusta ya me la acabaré yo. —Lo miro con desconfianza, pero cedo ante su mirada.
Mis labios se acercan al borde del vaso, con ambos hombres observándome con atención. Hago una mueca de disgusto en el momento en que el amargo líquido toca mi lengua. En serio, esta cosa no puede bajar por mi garganta. Ambos se ríen ante mi expresión de asco, y dejo el tarro frente a Rómulo. Él me mira con una sonrisa divertida y seguido a eso toca con dulzura mi mejilla dando un ligero apretón que no es más que una caricia. Puede que el collar los ponga en desventaja al delatar lo que sienten en batalla, pero a mí me da un vuelco el corazón cuando veo por primera vez un suave rojo en sus ojos. Damián nos lanza una mirada llena de picardía que no tarda en apartar simulando beber su cerveza.
El príncipe toma mi cadera con la firme intención de alejarme del guardia y atraerme hacia él. Me río por la manera en la que me arrastra por los cojines hasta posicionarme en medio de sus piernas. Me apoyo en su pecho cuando abraza mi cintura por la espalda a la vez que deposita un sonoro beso en mi mejilla, sosteniendo con gentileza mi barbilla. No le preocupa que nos vea su amigo. Por el color de sus ojos, sé que se alegra por el repentino cambio entre nosotros. Damián se burla de lo cursi que Rómulo está siendo, pero el príncipe no hace más que atacar mi rostro con varios besos rápidos para molestarlo. Río al sentir el roce de su corta barba en mi piel. Si esto va a hacer siempre que lo juzguen por estar conmigo, por favor que el mundo entero lo fastidie.
Damián no tarda en vaciar su tarro, realmente está feliz por estar en este lugar. Llama a uno de los meseros y le pide amablemente que vuelva a llenar de birra el recipiente de cristal. También ordena una bebida diferente para mí, parece determinado a encontrar algo que me guste. Rómulo lo mira con una divertida desaprobación, pero deja que goce de su momentánea quietud. El príncipe bebe la cebada con mucha más calma, saboreando el líquido e incluso repasando sus labios de vez en cuando con la lengua. No rechaza a su amigo cada que este le propone brindar, sosteniendo el asa con una mano mientras que la otra descansa sobre mi abdomen siendo aprisionada por las mías.
Juego con sus dedos e impido que me suelte, a pesar de que él no tiene intención alguna de hacerlo. Ocasionalmente interrumpe la conversación para bajar la cabeza y pedir que mis labios rocen los suyos. Cuando no es él el que está hablando, se dedica a mimar mi frente con su boca. Es realmente extraño que se comporte así, pero sé que no va a tomarme demasiado tiempo acostumbrarme a ello.
—Rómulo, ¿puedes dejar la cara de Adalia un rato, por favor?
—No —sentencia el príncipe.
—No es que me moleste —añado riendo, lo que provoca que Damián haga un gesto exasperado con los ojos sonriendo. Se emociona cuando fin le entregan la bebida que ordenó para mí, el líquido rojo fue servido en un vaso corto y ancho. Cuando me lo ofrece, lo llevo primero hasta mi nariz para olerlo.
Me sorprende gratamente el aroma. La combinación de las hierbas, el jarabe y el alcohol despiertan mis sentidos. Al dar el primer sorbo, me emociono. El desagradable sabor del licor es apenas perceptible, en mi paladar solo queda el dulzor. Agradezco haber traído las pecunias que el padre de Rómulo me dio como primera paga, ya que pienso pedir muchos más de estos.
Una de las mujeres del lugar, con caderas amplias y cintura diminuta, se acerca al guardia, rodeándole el cuello con una tela casi transparente que combina con su falda morada. Pienso que va a necesitar un balde para la baba cuando la gitana hace sonar los adornos de la prenda al menear su cuerpo con agilidad. No le cuesta demasiado seducirlo, acepta levantarse a bailar con ella en seguida. Me río tanto que me duele el estómago al darme cuenta del poco ritmo que Damián lleva en la sangre. A pesar de eso, la chica parece encantada con él.
La sonrisa no abandona mi rostro, hasta que me doy cuenta de que hay una segunda bailarina acercándose a nuestra mesa. A pesar de que estoy en su camino, su objetivo es claro. Mueve su abdomen como si este tuviera vida propia, tratando de captar la atención de Rómulo. Él parece estar más enfocado en mi mirada celosa que en los movimientos de la mujer. Su semblante refleja puro orgullo al verme, y antes de que la diosa que pretende cautivarlo se acerque lo suficiente, hace que me levante a su lado.
Toma mis dos manos para atraerme al centro del lugar. La mayoría de los presentes se mueven con tal destreza que simulan haber practicado la coreografía durante años. El ritmo de sus zapatos al chocar contra el suelo de madera está perfectamente sincronizado. Rómulo y yo definitivamente no somos tan buenos, pero en el momento en que me atrae hacia él tomando con firmeza mi cintura, parece como si el resto del mundo desapareciera.
Me importan poco las miradas curiosas que caen sobre nosotros. Reímos a carcajadas, intentando de manera fallida imitar la danza de los lugareños. Me alienta a dar vueltas y me sostiene cada vez que pierdo el equilibrio; los efectos del alcohol comienzan a hacerse presentes. A pesar de saber que nos espera una guerra, él decide vivir el momento. Me encanta ver en su rostro el resplandor de la felicidad; ese brillo añil que garantiza la autenticidad de su sonrisa. Puede que no me guste el sabor de la cebada, pero en sus labios, definitivamente no me importa probarla.
Un par de horas y algunas bebidas después, perdemos de vista a Damián. Aunque esta parada se supone que es para descansar, estamos haciendo exactamente lo contrario. Pero no me arrepiento, ya que no recuerdo cuándo fue la última vez que me divertí tanto. Las fiestas a las que solía asistir no se comparan con esto. Los invitados solían ser rígidos, las danzas lentas y el ambiente prudentemente aburrido.
La taberna comienza a atiborrarse de gente, haciendo inevitable que necesite tomar un poco de aire. Jalo a Rómulo a mi lado una vez más. No sé si es el efecto del alcohol, pero definitivamente no me siento cohibida a su lado. Tomo su mano y lo llevo conmigo fuera del bar. No quiero perder la oportunidad de explorar esta aldea. La piedra mágica está bien oculta bajo su chaqueta, así que no debería haber riesgo alguno. Camino alegremente entre las casas, permitiéndome dar algunas vueltas en mi camino. El príncipe camina detrás de mí con ambas manos en sus bolsillos, cuidando que no haga ninguna tontería. Mi felicidad parece haberlo contagiado, pues disfruta de mis torpes pasos tanto como yo recorrer un lugar nuevo.
A pesar de la notable falta de recursos en el lugar, resulta sorprendentemente acogedor. Mi estado hace que quede maravillada hasta por el más mínimo detalle. Los senderos son únicamente iluminados por la luna llena y las brillantes estrellas. Miro al cielo sonriendo, pues la vista es preciosa. Olvido completamente que no estamos realizando este viaje por placer. Es bastante pequeña la aldea, no tardamos demasiado en darle la vuelta. O al menos a mí no me pesa la caminata.
Los pinos son abundantes en la vegetación del lugar, propiciando un aroma relajante. Rómulo me ofrece su mano para sostenerme cuando intento balancearme encima de unas rocas medianas que rodean la laguna. Mantengo el equilibrio en un pie y luego me impulso con la intención de apoyar el otro sobre la siguiente piedra. Cada pequeño brinco va al son de la melodía que aún se escucha a lo lejos. El príncipe se mantiene atento, sabe que no estoy en mis mejores condiciones. Se preocupa más que yo porque no resbale.
—Ya bájate de ahí, Adalia —me regaña—. Si te caes al agua, ¿quién crees que va a tener que entrar a sacarte?
—Tú — afirmo entre risas, pero hago caso omiso a su consejo. Rómulo sonríe y alza sus brazos hasta mi cintura. Separa mis pies de la roca, haciéndome caer torpemente a su lado.
—¿Nunca te cansas de correr de un lado a otro?
—En mi defensa, no solía salir mucho —me excuso y trato de seguir con mi camino, pero me tambaleo apenas doy el primer paso. El príncipe sostiene mi cadera notablemente divertido por la situación.
—Vas a tener que sentarte un rato, preciosa.
Sin soltarme, me lleva hacia la orilla de la laguna. Parece que los lugareños disfrutan de este lugar, ya que hay una hermosa banca de madera que permite contemplar cómo la luna se refleja en las tranquilas aguas. Rómulo se sienta y me atrae hacia él para que haga lo mismo en sus piernas. No opongo resistencia. Cuida que no caiga, colocando una mano a un lado de mi muslo mientras la otra acaricia mi cintura. Yo simplemente recuesto mi cabeza en su pecho, disfrutando de la vista.
—Quiero conocer cada aldea de los cuatro reinos —comento entusiasmada y él me mira con ternura. Sé que a él le faltan pocas por visitar.
—¿De verdad no salías del castillo?
—En Westperit solía escabullirme de vez en cuando, aunque nunca muy lejos. Seamus solía cubrirme ante mi padre. En Regno, de vez en cuando daba paseos con Gorka, pero nunca me llevaba en sus viajes. Decía que los caminos eran peligrosos.
—Entonces... ¿podría decirse que te rescaté? —bromea, y su comentario arranca una carcajada de mí.
—Si esa era tu intención, deberías trabajar un poco más en tus tácticas de salvamento —sugiero sonriendo, pero la nostalgia no tarda en aparecer en mi mirada. Rómulo se da cuenta.
—Los extrañas —afirma con un tono sereno.
—A veces, sí. —El príncipe acaricia mi mejilla observándome con atención.
—¿Volverías con ellos?
—No. —Mi respuesta es inmediata. Le sostengo la mirada sin la menor vacilación—. ¿Por qué debería hacerlo? Me dejaron a mi suerte.
La mirada de Rómulo muestra un poco de pena, por lo que tomo su barbilla para acercar su boca a la mía. Me atrae a él con fuerza a la vez que sus labios se mueven sobre los míos de manera tierna. Su cálido beso es realmente reconfortante en la fría noche. Disfruto de cada caricia que me regala. Soy completamente sincera; no quisiera estar en ningún otro lugar en estos momentos.
—¿Qué hay de ti? —pregunto curiosa apenas nos separamos, a fin de cambiar el tema.
—¿De mí? —Asiento.
—¿Hay algo de tu pasado que debería saber? —pregunto con interés. El príncipe ríe y piensa por un momento.
—Bueno, estuve comprometido hace un tiempo. —Mi mandíbula cae involuntariamente. Él estalla en carcajadas ante mi reacción. Esperaba algo un tanto menos agresivo.
—¿¡Comprometido!? —Me incorporo aún en sus piernas, pero él no me permite alejarme demasiado. No consigue dejar de reír ante mi incredulidad.
—Vamos, no me mires así. Tú estuviste casada.
—Bueno, sí, pero es diferente. Yo no tuve elección.
—Mi compromiso también tenía como objetivo formar una alianza —me besa fugazmente, como para calmar mis nervios. Por un momento, el subidón de adrenalina parece disipar el efecto del alcohol en mi sangre—. Al final, la reina accedió a firmar un tratado sin necesidad de celebrar una boda. Nuestros ejércitos no se unieron, pero el comercio entre nuestros reinos creció. Todos salimos beneficiados.
—La reina —analizo sus palabras y mi boca vuelve a abrirse—. ¡Ibas a casarte con la dama de Eastliberi! —Asiente, riendo. Aunque nunca la he visto en persona, he oído que es una mujer bastante imponente. Su reino suele mantenerse al margen de los problemas.
—Al igual que en Northbey, la magia es algo sagrado para ellos. Pasamos un año conociéndonos, pero afortunadamente, una plaga de demonios arruinó los planes. Comencé la búsqueda de los elegidos y todo quedó en el olvido. —Trato de contener la risa apretando los labios, pero solo logro que el sonido escape por mi nariz.
—Me cuesta imaginarte esperando a tu prometida en el altar, pareces más un alma libre —comento, y él acaricia mi labio con el pulgar. Después de unos segundos en silencio, su expresión se tensa ligeramente.
—Tampoco te visualizo caminando hacia el heredero de Regno. —Mi mirada pretende apartarse, pero su mano no me lo permite—. Han pasado meses, Adalia. Esa ya no es tu vida. Estás aquí ahora, conmigo. —Me sorprenden sus palabras e inconscientemente, mi ceja se eleva. Rómulo aclara su garganta e intenta restarle importancia—. También tienes a Damián, Morgan, mi padre, la gente del pueblo, los guardias...
Río con fuerza y, por enésima vez hoy, vuelvo a unir nuestros labios. Creo que esto se está convirtiendo en un agradable hábito para mí. El tenue sabor del alcohol sigue presente en ambas bocas, pero eso no me impide tratar de profundizar el beso. Acaricio su mejilla y luego comienzo a descender por su cuello. Mi mano se desliza dentro de su chaqueta con la intención de desabotonar su camisa, pero apenas empiezo, me detiene riendo.
—Tú, brujita, has bebido demasiado. Ambos debemos ir a dormir. —Gruño con pesadez, pero sé que tiene razón.
Palmea un par de veces el costado de mi muslo,dando una sutil orden para que me ponga de pie. Al hacerlo, aún no consigomantener bien el equilibrio. Rómulo rueda los ojos con una sonrisa, da lavuelta y se agacha para que pueda subir a su espalda. Apenas coloco mis manosen su cuello, se levanta y comienza a caminar conmigo de regreso a la posada.Lo abrazo con fuerza, besando rápidamente su cuello. No tengo ninguna duda enmi mente; no cambiaría esto por recuperar mi antigua vida.
Hola, hola.
Me va a dar diabetes con Rómulo siendo tan meloso. En esta ocasión, "Praescitum" se traduce del latín como "Premonición"
¿Adivinan por qué?
Sección de memes:
—Nefelibata
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