Capítulo uno: initium
El día comienza a nublarse. Los vendedores se apresuran a resguardar su mercancía temiendo que la lluvia pueda arruinarla. Los animales salvajes que rondan por el pueblo también buscan refugio, ocultándose en las cuevas de las enormes montañas que rodean el reino o en los troncos huecos que cayeron hace ya algunos años. Los granjeros guían de regreso a sus caballos, mulas y cerdos hacia los cálidos establos. Desde mi ventana, observo cómo los niños, a pesar de ser regañados por sus padres, siguen jugando con entusiasmo, esperando que las nubes lloren para que ellos puedan reír. Si pudiera yo misma me uniría a ellos a pesar de no tener su edad, pero, como no puedo, me limito a verlos desde la ventana de mi habitación. Está en la parte más alta del castillo, por lo que ofrece la mejor vista de todas. Uno de los muchos caprichos que mi padre me ha concedido para compensar su ausencia.
Puedo verlo todo desde esta altura, aunque tampoco es que haya gran cosa que admirar. Predominan en el lugar los tonos marrones debido a las minas, que son nuestro principal recurso y lo que ha mantenido próspero al pueblo. Los caminos son terrosos, con algunas piedras a la orilla que sirven como un triste adorno. Los únicos sitios verdes que quedan son los sembradíos. Las casas tampoco son pintorescas, pues están construidas de madera o ladrillo sin ningún otro acabado. Nuestros súbditos se preocupan más por manejar sus negocios que por darle un buen aspecto a sus hogares.
En fin, creo que soy la única que tiene esa perspectiva del lugar, pues los habitantes parecen vivir muy tranquilos y felices. Al menos eso se observa desde aquí arriba.
Lo más maravilloso que puedo ver es el Bosque Negro; los troncos marcan el horizonte de nuestro reino, ya algo alejado de las últimas viviendas. No logro ver su final, es inmenso. Árboles más altos que cualquier construcción lo rodean. Están pintados de hermosos colores para incitar a los inocentes que no conocen su historia a entrar ahí y nunca salir. Los libros que he tomado de la biblioteca real cuentan que antes de la gran guerra era un sitio lleno de paz, donde todas las especies convivían unas con otras. El bosque proporcionaba lo esencial para vivir: comida, agua e incluso plantas medicinales eran fáciles de encontrar. Todo eso acabó cuando las ambiciones humanas corrompieron al hombre. Al desatarse la batalla, el bosque, resentido por la sangre que ahora inundaba sus tierras y furioso por las profanaciones que se cometieron con sus recursos, se convirtió en un lugar oscuro e inhabitable para criaturas no mágicas.
Se cree que aún hay seres maravillosos e indescriptibles escondidos ahí; muchos de los cuales no se tienen registros en los libros. Magos que aún se ocultan de los cazadores, algunos con magia blanca y otros con magia negra. Claro, como nadie se ha atrevido a entrar en algunas décadas para comprobarlo, todo lo que hay dentro de él sigue siendo una leyenda; un misterio.
—¿De nuevo en esa ventana, Adalia? —escucho la voz de mi tío entrando a la habitación.
—Sabes lo mucho que me gusta verlos.
—No deberías estar tan cerca del cristal. Si la lluvia enfurece, podría romper el vidrio y lastimarte.
—Tío Seamus, agradezco que siempre me cuides, pero a veces eres exagerado. ¿Por qué no me dejas salir al pueblo? —Él suspira.
—Te he contestado esa pregunta mil veces. Son tiempos de guerra, pueden herirte. Amamos al pueblo, pero no estamos seguros de que todos aquí nos sean leales.
—Siempre son tiempos de guerra. Desde que tengo uso de razón he estudiado la historia de este lugar y desde la purga, no hay un solo día que pase en el que alguien no mate al que antes era su hermano.
—Tal vez lo hayas estudiado, pero no lo has vivido. Al menos no en el campo de batalla. No sabes de lo que los Nobeys son capaces y ellos no son las únicas criaturas allá afuera de las cuales debes cuidarte.
Los Nobeys son criaturas que han estado en conflicto con nosotros durante siglos. Incluso antes de la Gran Guerra ya se tenían problemas con ellos. Se perdió a mucha gente, pero a pesar de los intentos de negociación, nunca se logró llegar a un acuerdo de paz. Para no seguir derramando sangre y que no todo el oro se invirtiera en armamento, los reyes decidieron hacer un torneo que se celebra cada tres años. Ambos reinos, ofrecen a su mejor guerrero para luchar a muerte. El rey del pueblo perdedor debe ser humillado quitándole algo que aprecie o cediendo parte de sus tierras. Esta vez, ellos serán los anfitriones. Han pasado dos décadas desde la última vez que resultaron victoriosos, lo cual no los tiene muy felices. La tensión ha crecido en los últimos años. No estoy segura de que ellos vayan a respetar su parte del trato; están lejos de ser humanos.
—Entiende que todo lo que hago es por tu bien —me dice Seamus, y yo lo veo con expresión seria.
—Sé defenderme.
—No tienes ni idea.
Él peleó en la guerra fielmente al lado de mi padre por tres décadas, ganándose varias heridas de batalla, como la cicatriz que parte su espalda o las de sus manos que oculta bajo sus característicos guantes de piel. Le gusta decir que cada marca en su piel es un trofeo. Se ha hecho cargo de mí desde que mi madre murió al darme a luz. Me ha educado como si fuera suya. Como él es el menor de los hermanos y no tiene una esposa que le dé hijos, siempre tiene tiempo para estar conmigo mientras mi padre se encarga de los asuntos políticos. Me enseñó lo básico para sobrevivir sola por si algún día la guerra estalla de nuevo y, aunque mi padre no lo sepa, compartió conmigo los principios de la magia.
La hechicería corre por mis venas. Está casi extinta y prohibida en Westperit, nuestro reino. Mi tío la conserva, pero no la usa frecuentemente. Dicen que mi madre era excelente con ella. Mi padre, al enterarse de que heredé los poderes de su difunta esposa, se sintió decepcionado. Me dijo que jamás la usara porque podría atraer a seres malignos con ella, pero mi tío piensa que es mejor que sepa de lo que soy capaz para controlarla y usarla de manera sabia. Claro que estoy totalmente de acuerdo con él. Procuramos ser discretos, pues el castigo para quien la usa es la muerte. Lo último que quiero es poner a mi padre en la difícil posición de violar la ley o ejecutar a su hija, más aún cuando mi padre fue quien dirigió la purga de criaturas mágicas.
Antes de que su especie resultara casi exterminada por la cacería, cuentan los libros que los grandes magos podían hacer cosas increíbles. Mover objetos tan pesados como una casa, camuflarse incluso en lugares abiertos, moverse rápido, leer mentes, entre muchas otras cosas. Destruían a enemigos que los doblaban en tamaño y fuerza sin siquiera producir una pequeñísima gota de sudor. La alquimia era una actividad que se practicaba a diario, pero yo, bueno, solo he podido hacer que levite una que otra cosa.
—Dame otra lección de magia entonces.
—Eres más necia que tu padre ¿sabías? Casi nos descubre el otro día cuando te vio elevando al gato. —Río al recordar.
—Necesitaba practicar y Totoro era lo único que tenía cerca.
—Está bien que practiques, pero intenta alejarte del balcón a la próxima si no quieres que Totoro muera.
—¿Tendremos las lecciones o no? —Me reprende con su mirada y yo la sostengo sin titubear un segundo.
—Tengo una junta con el consejo real. Todos la tenemos. —Sonrío entendiendo—. Probablemente durará unas horas, así que intenta estar aquí antes de que el sol comience a esconderse si no quieres que nos cuelguen a ambos y por favor...
—¡Gracias! —lo interrumpo abrazándolo y salgo con prisa de mi habitación.
Discretamente, evitando que los guardias me vean, salgo al patio trasero. Es sencillo cuando sabes justamente a la hora que van a pasar por los pasillos. He tenido varios años para memorizar sus exactos movimientos. Abro la puerta de la caballeriza buscando a Sultán. Cuando estoy cerca, lo acaricio para tranquilizarlo. Mi padre me lo regaló cuando tenía diez años y desde ese día cuidarlo ha sido mi principal actividad, pues es la compañía más frecuente en mi vida. Le pongo la silla y me subo a él acomodando mi vestido.
—Ya sabes a dónde —digo rascando la parte trasera de su oreja, y después de tronar la boca, este comienza a galopar fuera.
Hace unos años, la primera vez que salí del castillo, ingenuamente hice una entrada en la parte trasera de la armería. Mi tío la descubrió enseguida, pero me encubrió de mi padre e hizo un hechizo para que solo yo y quien me acompañara pudiéramos pasar por ella. La encantó para esconderla de ojos ajenos, por lo que no representa una violación a la seguridad.
Al salir del castillo, me subo la capucha de la capa verde que he elegido para que no me reconozcan y me mezclo entre la gente. Ya ha empezado a llover, por lo que solo hay unos pocos aldeanos rondando las calles. Es mejor así, corro menos peligro. La gran tormenta resultó ser solo una llovizna. Las gotas resbalan por mi cara dándome ese escaso sentimiento de libertad. Observo cuidadosamente el lugar, admirando por millonésima vez cada detalle.
Es curioso cómo esas pequeñas casas de piedra que construyeron los obreros con sudor, trabajo y sangre, resultan mucho más acogedoras que el enorme castillo. Cabalgo cerca del hogar del herrero, que también es su taller. A través de la ventana, logro ver el fuego encendido y a tres pequeños niños que corren alegremente alrededor del sillón en el cual está sentado su padre. Segundos después, llega su madre con bebidas calientes para todos. Siento tristeza y un poco de envidia, pues eso es lo que realmente significa tener una familia.
Cuando estoy lejos, casi en las afueras del reino, a solo unos metros del bosque negro con los imponentes árboles justo frente a mis ojos, me giro para tener una mejor vista del palacio. Tan grande y a la vez tan vacío. Es tan amplio que rara vez me encuentro con alguien que no sea Seamus. Si lo hago, es un guardia que simplemente hace una reverencia para luego seguir con su camino. Una vez intenté conversar con uno de ellos, pero este me ignoró. Pensé que era grosero hasta que me enteré de que el rey decretó que cualquier caballero que tuviera una conversación con un miembro de la familia real, sería reprendido cosiéndole la boca con hilos de cabello de hada. Es el más fuerte de todos e irrompible sin los utensilios correctos, se recolectó mucho durante la purga. Cuando le pedí una explicación, dijo que era porque había muchos informantes infiltrados y debíamos ser precavidos.
Mi padre es un tanto... ¿frío? ¿severo? No lo sé, incluso me atrevería a decir paranoico. No estoy de acuerdo con muchas de las leyes que impone. Una vez se lo comenté e intenté convencerlo de revocar algunas, pero me dijo que era muy joven para entender sus razones. No es malo, tiene defectos como todos, pero es un ser entregado a la gente. Hace todo por protegernos. Al ser yo su hija menor, me cuida sobre todas las cosas llegando a ser sobreprotector. Desde que subió al trono, procura cuidar a sus súbditos. Cada ciudadano tiene una vida digna. Para mí, es el mejor rey que Westperit ha tenido, aunque no ha podido ser un padre excepcional.
Un maullido me saca de mis pensamientos. Volteo a ver la bolsa que cuelga de la silla para encontrarme con la cabeza peluda de Totoro asomándose. Río mientras lo saco con cuidado, parece haber tomado una buena siesta. Tiene un ojo azul y el otro verde, su pelaje es café como el chocolate. Adoro a este felino. Un día mientras practicaba mi cabalgata, me lo encontré justo en esta bolsa cuando era apenas una pequeña bola de pelos. Lo llevé al castillo, lo alimenté y opté por adoptarlo. La mayor parte del día sale a explorar, pero por las noches se queda junto a mi para acariciarme con su suave maullido.
—Gato necio, ¿cuándo entenderás que tu cama está adentro y no en esa sucia bolsa? —Totoro maúlla como si comprendiera lo que digo y Sultán relincha después de él.
Cuando apenas comienzo a disfrutar de mi paseo, noto que el sol está cayendo. Es hora de regresar al castillo si no quiero un regaño real. Totoro se monta en mi espalda, pero antes de que le indique al caballo que avance, este se eriza clavando sus uñas en mi piel.
—¡Totoro! —me quejo por el dolor, pero este sigue asustado mirando al bosque.
Me giro con miedo de que algo pueda estar detrás de mí, pero solo alcanzo a ver cómo unas hojas se mueven. Los árboles se abren formando un camino, parece ser creado para mí. Por unos instantes, pasa por mi mente entrar al bosque como tantas veces he querido e ir a revisar qué fue lo que ocurrió dentro, pero me arrepiento. Trueno un par de veces la boca sin quitar la vista del lugar, haciendo que Sultán empiece a trotar de vuelta al castillo.
Cuando llegamos a casa, meto a mi amigo en el establo, dejo al gato en el suelo para que corra libre y me apresuro a mi cuarto, donde me espera una tina llena de agua tibia. Cuando termino ya ha oscurecido por completo. La junta seguro acaba de terminar por lo que salgo al pasillo con el propósito de que mi tío vea que estoy sana y salva. Los encuentro a él y a mi padre, pero me quedo detrás de una pared al oír que discuten. Ambos suenan muy enojados; tengo miedo de que sea por mi culpa.
—¡Es una niña! —le grita mi tío. Me tenso, pues entiendo que hablan de mí—. ¡No puedes hacer esto por tu egocentrismo y sed de poder!
—¡Es para traer paz al reino! Esta decisión la tomé pensando en todo, menos en mí. Tarde o temprano iba a pasar, ahora es el mejor momento. Ya tiene edad suficiente.
—Ni siquiera lo conoces, ¿harás que se case con tu única hija? —Estoy perpleja. ¿Me van a obligar a casarme? ¿Con quién?
—Adalia, ¿qué te he dicho de espiar las conversaciones ajenas? —Mi padre, de quien nunca he podido ocultarme, me obliga a salir de mi escondite cuando su firme voz entra en mis oídos.
—¿Voy a casarme? —Los veo a ambos sorprendida. Mi tío intenta acercarse, pero mi padre lo detiene y se aproxima en su lugar.
—Es el hijo de los Maithon, Adalia. Heredero del trono de Regno. Los recursos de nuestras minas han sido de gran valor para forjar las armas de sus guerreros mientras que las pieles y carne que ellos nos proveen nos han mantenido abrigados y satisfechos. Si unimos los reinos, en poco tiempo tendremos el ejército más grande de todos, lo suficientemente poderoso para derrotar a los Nobeys y tener bajo nuestro control a cualquier criatura que exista en el mundo. Estaríamos unificados de nuevo, tendríamos paz.
—¿Y vas a venderme por eso? —mis ojos comienzan a inundarse, no quiero casarme. Aún tengo muchos planes antes de formar una familia.
Su mirada se cruza con la mía, inundada de miedo. Él toma mi mano y la acaricia intentando tranquilizarme, lo logra. Mis latidos comienzan a disminuir su velocidad poco a poco. Tiene una mirada profunda; sus ojos verdes pueden calmarte en un segundo, y su cálido tacto te hace sentir como en una caja impenetrable. Aunque heredé el color, no tengo ese don de serenar al mundo con solo verlo.
—Hija, las decisiones que tomo no son sencillas, pero ten por seguro que cada una es necesaria.
—¿Por qué ahora? ¿Por qué yo? —no contengo las lágrimas y él las limpia.
—Porque los mineros últimamente no han encontrado más que carbón y pronto se sabrá. Además, eres mi única heredera. Bharbo y Sigrid no tienen una hija para que se case con Calum.
—¿Quieres empezar otra guerra?
—No, quiero terminar esta. Solo aceptarán el trato si se sella con la unión de nuestra sangre. El rey, la reina y el príncipe vendrán a conocerte. Te suplico que te comportes y demuestres ser la esposa ideal. Es tu turno de sacrificarte por la gente de Westperit, como yo lo he hecho toda mi vida.
Cada vez que tiene la oportunidad me lo repite. El deber de la realeza es poner al pueblo por delante, pero nunca creí que eso significaría sacrificar el resto de mi vida. Siempre sentí que estaba destinada a algo más, algo grande. Al contraer matrimonio se acaban todos mis sueños. No más salidas al pueblo, no más lecciones de magia con mi tío, no más cabalgatas. Ni siquiera sé si volveré algún día a este castillo, pues es costumbre que la mujer se mude con su marido. Adiós a Seamus, a Calum y a todo a lo que estoy acostumbrada.
—¿Tengo opción? —pregunto con miedo.
—No, Adalia, no la tienes.
Hola, hola.
Esta historia ya había sido publicada, pero por problemas técnicos tuve que borrarla. Tengo varios capítulos ya escritos, por lo que la actualización será al menos una o dos veces por semana dependiento de cómo avancemos. Espero lo disfruten.
Nos leemos pronto.
—Nefelibata
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