Capítulo treinta y siete: Vetus Amicitia
La imagen que vi en los pergaminos de Valeska se vuelve una realidad ante mis ojos. Un castillo con tonalidades oscuras y con torres afiladas se vuelve cada vez más grande a medida que avanzamos. El olor a sal marina también comienza a intensificarse. Detrás de los muros del palacio pueden observarse las olas golpeando contra las grandes piedras negras. Aún aferrada a las escamas del dragón, con Gorka haciendo lo posible para sostenerme y a pesar del fuerte viento, consigo alzar la cabeza para ver el mar. Viajamos toda la noche, por lo que en el horizonte puedo contemplar el amanecer y, en el puerto, una flota de barcos que descargan grandes cantidades de mercancía. En sus velas está dibujado un círculo que encierra una ola que culmina en un ojo. Sé de inmediato dónde estamos.
Eastliberi, el aliado de Northbey, es un reino poderoso que por tener fuertes vínculos con la hechicería fue declarado enemigo de Westperit después de que mi padre prohibiera la magia. Dudo que Gorka y yo seamos bienvenidos en el palacio de la reina. Hay unos jardines gigantescos rodeando la fortaleza. En los patios de cemento se puede ver al ejército del reino comenzando a reunirse por la presencia de las aladas criaturas sobre las que estamos montados. También se puede ver al pueblo saliendo de sus casas y preparándose para pelear de ser necesario.
Cuando las patas de los dragones tocan el suelo este se estremece, pero ninguno de los soldados tambalea. Las manos de cada uno de los guerreros están preparadas para lanzarnos hechizos mortales si damos alguna señal de ser peligrosos, por lo que debemos ser cautelosos al bajar. Las puertas del palacio se abren de par en par para dejar pasar a la Dama de Eastliberi rodeada de guardias, a la cual, los rumores no le han quedado cortos.
Es alta, debe faltarme al menos una cabeza para estar a su altura. Su presencia es imponente, su figura impecable y su mirada, como piedra tanzanita, amenazante. Su melena rubia está suelta, adornada con unos finos broches a juego con su vestimenta. Luce un ajustado vestido azul sin mangas del cual cae una capa con el largo adecuado para no estorbar y, al mismo tiempo, mostrar su poder. Del peinado no sobresale un solo cabello, en la tela que la cubre no hay una sola arruga.
Rómulo es el primero en bajar del gigante reptil, pues dado su antiguo compromiso con la dama calmará al pueblo el hecho de ver un rostro familiar. Al mirarlo, la reina sabe que no se trata de un enemigo y ordena a su gente bajar la guardia. Los hechiceros relajan sus manos, pero ninguno rompe la formación. El príncipe de Northbey se acerca a ella lo más erguido que sus heridas se lo permiten.
—¿Ahora montas dragones? —pronuncia la mujer sin moverse de su lugar.
—¿No te enteraste? Ya nadie usa carruajes —contesta sonriendo, logrando que se me revuelva solo un poco el estómago.
Cuando el príncipe está lo suficientemente cerca la dama estira su mano y él la toma para depositar un beso en ella como muestra de respeto (o eso quiero creer). Bajamos de los dragones, con cada músculo de mi cuerpo entumecido por el vuelo. A medida que nos aproximamos a ellos, la reina nos mira detenidamente. Siento crecer en mi interior la vergüenza. Ella se ve tan refinada con esa carísima tela vistiéndola mientras que yo estoy cubierta de sangre y lodo. ¿Qué estoy diciendo? Aunque no estuviera sucia, ni siquiera en mis mejores días habría lucido como ella.
—Así que lo lograste. Reuniste a todos los elegidos. —Rómulo asiente.
—Valeska, Seth, Killian y Adalia. En ese orden fue que los hallé. Ya conoces a Damián.
—Hola, Eleanor —saluda el soldado con una amplia sonrisa que ella corresponde.
—Él es Gorka, el príncipe de Regno y general de su ejército. —La reina lo mira detenidamente y asiente.
—Ha pasado un tiempo desde tu última carta. Temía que hubieras cambiado de parecer.
—Le ofrezco una disculpa, majestad, y le aseguro que mis intenciones no han cambiado. Simplemente se complicaron las cosas, como puede observar. Espero que haya un momento para que podamos conversar.
—Seguro encontraremos uno.
—¿Cartas? —le pregunto en voz baja a mi esposo, pero él ni se inmuta.
—Siento llegar sin avisar —vuelve a hablar Rómulo—, pero se nos agotaron las opciones. Tenemos el Argentum Oblinit... esperaba que pudieras ayudarnos con él.
—Sabes que los Nobey serán siempre bienvenidos en Eastliberi. Además, tu gente comenzaba a angustiarse.
—¿Están aquí?
—Ansiosos por ver un rostro familiar. Por ahora, tus amigos y tú podrán quedarse en el castillo. Adelante, pediré que les preparen duchas calientes y se les proporcionará ropa.
El príncipe de Northbey le agradece y la dama toma su brazo para guiarnos dentro. Mientras suben las escaleras, observo cómo comienzan a conversar como los viejos amigos que son. Mi collar se torna púrpura de inmediato, supongo que mi esposo debe notar mi tristeza a pesar de no poder interpretar el color. Cuando noto su mirada seria sobre mí, le ofrezco la mano para disimular. Él la toma y, guiados por los guardias, nos dirigimos a una de las grandes habitaciones.
Yo soy la primera en tomar una ducha. La sangre seca en mi cabello y en mi piel comienzan a teñir el agua de un rojo oscuro. No sé si se trata de mi sangre, sangre de los Drakirians o sangre de demonios. ¿Cuánto van a tardar esas criaturas en encontrarnos ahora? ¿También este lugar quedará en ruinas? ¿Los Drakirians habrán podido controlar a los demonios después de que algunos de ellos fueran tras nosotros? Estoy cansada de huir.
—Entonces, ¿por qué le escribías a la dama de Eastliberi? —digo en voz alta con la intención de que Gorka pueda oírme mientras me visto detrás del biombo.
—Creí que no te interesaban los asuntos políticos —contesta y, aunque no puede verlo, sé que hay una sonrisa sarcástica en su rostro.
—No lo hacen. —Termino de recoger mi cabello y me asomo por sobre la tela para mirar si ya ha entrado a ducharse. Al no encontrarlo, supongo que así es—. Iré a ver a Morgan. Ya debe haber oído que estamos aquí.
—Me gustaría conocerlo —contesta, pero sinceramente no quiero que me acompañe.
—También quiero presentártelo —miento—, pero ¿podría ser después? Ahora debe estar como loco en la cocina y solo iré a saludar.
—De acuerdo, pero no tardes.
Sonrío por haber conseguido quitármelo de encima por un rato y corro de inmediato fuera de la habitación. El castillo de Eastliberi es el segundo más amplio de todos los reinos, solo superado por el de Regno. Hoy puedo decir que ya he pisado las cuatro fortalezas cuando no hace más de un año esa idea me parecía una locura, algo imposible. Quisiera que los tiempos fueran mejores y que no estuviéramos aquí buscando refugio porque hay demonios detrás de nosotros, pero no puedo quejarme.
Aunque sé que no debería andar por el lugar como si fuera mi hogar, me importa poco. No hay demasiados soldados dentro del castillo, pues la mayoría se encuentran vigilando los alrededores por si alguna maligna criatura los asecha. Hay grandes escaleras y estatuas por todo el lugar. Cada ventana por la que me asomo tiene una vista maravillosa a los jardines, al pueblo o al océano. Pruebo con abrir algunas puertas, aunque la mayoría se encuentran cerradas.
Después de bajar muchas escaleras y de seguir las instrucciones de las mucamas, consigo llegar a las cocinas. Hay un intenso olor a marisco al que no estoy acostumbrada, pues en Westperit era difícil conseguirlo, en Regno prefieren la carne roja y en Northbey optaba por no comerlo si tenía la opción. Busco con la mirada a Morgan, pero no lo encuentro por ningún lado. Al caminar debo disculparme con los sirvientes por interponerme en su camino y evitar que su trabajo sea fluido.
—¡Adrien! Necesita más hiervas esa merluza. ¡Gretta! Ese Rodaballo no está bien cocido. ¡Vamos, vamos! Necesitamos listo todo, no quiero mediocres en mi cocina. —Escucho a una mujer robusta que no tarda en posar su mirada en mí para también darme órdenes —. ¿Quién eres y por qué no estás limpiando ese lenguado? Retrasas las tareas de todos. —Observo que a mi costado hay una mesa repleta de pescados, con sus ojos sin vida dirigiéndose a mi y revolviendo mi estómago—. ¡Muevete! Toma un pescado, un cuchillo y trabaja.
—No vine a limpiar pescados, estoy buscando a Morgan. Vine con Rómulo. Soy...
—Tengo poco interés en saber quién eres —pronuncia con desagrado—. Ese viejo no está en mi cocina, está recogiendo hierbas del huerto. Y tú, niña, tampoco deberías estar aquí si no vas a ayudarnos a preparar la comida.
La mujer coloca su mano en mi espalda para hacerme caminar a la salida. Sin perder el tiempo para volver a sus labores, me explica de manera apresurada en dónde se encuentra el huerto. A pesar de su tono al hablarme, no permito que arruine mi momento. Camino emocionada siguiendo sus instrucciones hasta observar las plantas en perfectas líneas sobre la tierra y a Morgan agachado cortando ramitas. Luce más agotado de lo que recordaba. Su respiración se agita cada vez que se levanta y sus pasos son lentos.
—¿Te ayudo con eso? —pregunto cuando estoy lo bastante cerca. Morgan reconoce de inmediato mi voz, deja caer las tijeras y las hierbas al instante para acercarse a darme un gran abrazo.
—¡Adalia! ¿Qué haces aquí? ¿Estás bien? Estás llena de rasguños. Mira nada más esas cicatrices, le dije a Rómulo que te cuidara.
—Estamos todos bien, pero hemos tenido algunos encuentros desagradables. —Le regreso el abrazo—. Te extrañé tanto.
—Y yo a ti. Todos los días le recé a los dioses para que te cuidaran.
—Estoy segura de que eso me mantuvo a salvo. —Me separo de él sonriendo—. Creí que estarías en la cocina.
—Oh, esa vieja gruñona, Fidelma se llama. No deja que me acerque ni a un pepino. —Me río.
—¿De qué hablas? Parece una mujer muy dulce —le contesto con sarcasmo —. ¿Qué pasó con Northbey?
—Siguen reconstruyendo las casas del pueblo, pero con la ayuda de Eastliberi los recursos ya no son un problema. El rey habló con la reina y ella le dio asilo a algunos Nobey de manera temporal, niños principalmente. Este lugar es bastante seguro. El padre de Rómulo y yo regresaremos en unos días, solo quise venir porque el aire salado es bueno para mí.
—Entonces es una suerte que hayamos coincidido.
Ayudo a Morgan a terminar de recoger las hierbas que Fidelma le pidió y, después de eso, me acompaña a dar un paseo por los jardines del Palacio. Le hablo acerca de los lugares que he visitado, las personas que he conocido y una que otra crisis existencial. Le cuento lo que pasó con mi tío, de Agares y de cómo Valeska y yo montamos un dragón para huir de los demonios en la aldea de los Drakirians.
En nuestra caminata, logramos ver a lo lejos a Rómulo y a Eleanor. Él también ya se ha duchado y ahora luce impecable. Solo están hablando, sonriendo ligeramente en todo momento. No voy a mentir, hacen una hermosa y muy elegante pareja. Parecen cercanos y, aunque sé que acabamos de llegar y que Rómulo dijo que su compromiso no pasó a mayores, me provoca un nudo en la garganta verlos.
—No imagino cómo debe estar Rómulo sin su magia —me dice Morgan cuando mi mirada ya ha estado demasiado tiempo sobre ellos.
—Es un tema sensible para él. Los primeros días estuvo realmente mal. ¿Conoces alguna manera de recuperarla?
—Si hay alguna, debe estar en el Argentum Oblinit. Es una suerte que ya no está en las manos equivocadas. —Yo asiento.
—Si, aunque creo que llegamos un poco tarde.
—Rómulo es fuerte, va a superarlo. Espero que no lo tomes mal, pero creía que entre ustedes dos había algo —me dice entre risas, dirigiéndome una mirada que pretende indagar. Morgan es como un padre y, en mi experiencia, con un padre no se discuten asuntos románticos. Por eso, me limito a reír con él como si sus palabras se tratara de una tontería—. Me alegra mucho que ahora sean amigos. Este desastre tal vez traiga algo bueno. Westperit, Northbey, Eastliberi y Regno tal vez logren estar en paz de nuevo.
—Eso sería algo increíble. —Le sonrío. Cuando lo noto, Rómulo se ha despedido de Eleanor y se dirige hacia nosotros.
—Morgan —lo saluda con una amplia sonrisa apretando su mano.
—Qué bueno verte, muchacho.
—Lo mismo digo.
—Iré a ver si Fidelma necesita algo en la cocina, ¿podrías escoltar a Adalia de vuelta al castillo?
—Yo me encargo.
No voy a oponerme a esa idea. Me despido de Morgan con otro abrazo, amenazando con ir a verlo varias veces más antes de que se vaya, por lo cual él se alegra. Cuando se aleja miro a Rómulo, quien mantiene sus manos detrás de su espalda y una distancia prudente. También observo el palacio, hay varias ventanas por las cuales cualquiera podría observarnos y crear rumores innecesarios.
—Puedo llevarte de regreso en medio de un incómodo silencio o... puedo llevarte a conocer el mar.
Mis ojos se iluminan de inmediato y, por el color añil de mi collar y de sus ojos, ambos sabemos cuál será mi respuesta. Lo más rápido que podemos, nos escabullimos procurando caminar detrás de los arbustos. Al salir de los jardines, me enseña un camino que consigue evitar el pueblo, pues los Nobey y los residentes podrían reconocerlo. Me guía de la mano, olvidando cualquier promesa de mantener la distancia entre nosotros.
Con los árboles a nuestras espaldas, la tierra debajo de nuestros pies comienza a ser más clara y fina. Antes de pisar la playa, me quedo pasmada al mirar la inmensidad del océano. Los dibujos en los mapas no hacen justicia a su belleza. En el cielo puedo observar algunos pájaros, pero el resto está despejado. El agua es cristalina y la arena clara. Una brisa salada choca con mi cara, proporcionándome una sensación nueva. Miro a Rómulo emocionada y agradecida. Conocer nuevos lugares con él lo hace aún mejor.
—¿Sabes nadar? —me dice al desabrochar su camisa.
—No, pero espero que tú sí o me ahogaré —contesto con una sonrisa comenzando a desatar mi vestido.
Me mira sonriendo, dejando su ropa y sus zapatos al lado de una roca. Hago lo mismo sin vergüenza alguna, pues con él no necesito seguir los protocolos de la realeza. Me mira de arriba a abajo sonriendo y vuelve a ofrecerme su mano. La tomo de inmediato y, sin esperar otro segundo, soy yo quien lo hace caminar hacia el mar. El agua cubre mis pies, después mis rodillas y de un paso a otro dejo de tocar la arena. Me asusto al sentir el vacío debajo de mí, pero Rómulo no tarda en sostener mi cintura para evitar que mi cabeza se hunda.
—Despacio, brujita —ríe pasando mis brazos alrededor de su cuello para que pueda sostenerme de él.
—Esto es increíble, no quiero salir de aquí nunca —le digo emocionada, pero pronto nuestras sonrisas desaparecen al recordar que eso no es posible. Toma mi barbilla con delicadeza para depositar un beso en mis labios. Él pretende que sea corto, pero yo no permito que se separe. Acaricio su cabello y elevo mis piernas hasta que estas se encuentran alrededor de su cadera, pero en ese momento él me separa.
—Adalia, debo decirte algo...
—Ahora no —le pido.
—Es importante. — Niego.
—Ahora no. —Rómulo lo duda por unos instantes, pero al final accede. Nuestras bocas vuelven a unirse y nuestros cuerpo se dejan llevar por el sonido de las olas.
Cuando nuestra piel se asemeja a una pasa, abandonamos el mar. Con ayuda del aire y de mi magia, nos seco a ambos para que podamos volver a colocarnos la ropa. Al caminar en la arena, logramos ver un par de cangrejos y recoger conchas vacías de distintas formas y colores. Cuando nos cansamos, decidimos reposar al pie de unas grandes rocas. Rómulo se recarga en una de ellas mientras que yo descanso sobre su hombro, con su brazo rodeándome. Él acaricia mi cabello mientras yo hago dibujos en la arena que él observa con atención. Extrañaba sentir la paz de estar a su lado sin nadie más alrededor.
—Bueno, ahora que conoces los cuatro reinos, ¿cuál es tu favorito?
—Northbey, claro. —Rómulo sonríe con altanería y yo río —. Que no se te suba a la cabeza.
—¿Qué puedo decir? La respuesta era obvia. —Sigo riendo, pero su tez vuelve a tomar un aire de seriedad. Suspira para después adquirir una posición más recta y tomar mis manos —. Es por eso por lo que debo pensar en mi pueblo... Eleanor me pidió reconsiderar nuestro compromiso.
—Oh... —No puedo decir otra cosa. Reclamarle sería hipócrita, llorar inútil—. ¿Aceptaste?
—Le dije que iba a pensarlo. —Yo asiento apretando los labios—. Ella señaló que debemos ver por el futuro de nuestros reinos. Ni Eastliberi ni Northbey tienen heredero además de nosotros, por lo que es nuestra obligación velar porque el linaje se conserve. Suena a mi padre, supongo que ha estado hablando con él.
—Entiendo.
—Además, no lo dijo explícitamente, pero sí se esforzó en dejar muy en claro que su ejército se sentiría más cómodo luchando la guerra de su rey, no la de un amigo.
—Rómulo. —Lo miro dirigiéndole una sonrisa triste—. Lo entiendo. Sea cual sea tu decisión te apoyaré. —Él suspira.
—Supongo que también debo comenzar a hacer sacrificios.
Cuando ambos sabemos que no podemos permanecer más tiempo lejos del castillo nos obligamos a abandonar la playa. Tomamos caminos opuestos al estar cerca de la fortaleza, no sin antes despedirnos con un último beso. Uso mi magia para arreglar mi cabello y mi ropa, no quiero que el sermón de Gorka sea más incómodo de lo que seguramente será. Tardé varias horas más de lo que se supone que estaría fuera.
Abro la puerta de la habitación con cautela, esperando que mi suerte sea lo suficientemente buena como para que mi esposo ya esté dormido, pero en cuanto cruzo el marco, lo veo sentado frente al fuego de la chimenea. Supongo que ha estado esperándome y no luce contento por ello.
—Creí que el tiempo con Morgan iba a ser limitado y que no tardarías —me dice con tono firme apenas cierro la puerta—. No comiste conmigo, ni llegaste a la cena.
—Lo lamento. Él estaba... más libre de lo que creí y terminó preparándome algunos aperitivos. Perdí la noción del tiempo —contesto, pero su mirada me indica que sabe que miento. Suspiro acercándome a él—. Y... también fui a la playa, ¿de acuerdo? Quería conocer el lugar.
Coloco sobre la mesa una pequeña caracola que recogí. Es de un color café oscuro con pequeños adornos blancos. Tiene pequeñas puntas y se enrolla en sí formando un espiral precioso. Gorka la toma, pero la mira como si fuera cualquier cosa. Sin darle la mayor importancia, la deja a un lado. Cuando intento recuperarla, él no me lo permite.
—¿Fuiste sola? —Yo asiento—. No puedes andar sin compañía en un lugar desconocido. Es peligroso.
—Ya dije que lo siento.
—Siéntate. —Lo miro—. Siéntate, por favor. —Hago lo que me dice. Frente a mí hay un té que ha perdido su calor y algo de fruta. Pronto su postura es más rígida y su mirada más seria—. Adalia, no voy a permitir que me avergüences frente a Eleanor.
—Parece que te importa mucho su opinión.
—Lo hace, sí. He intentado que confíe en mí desde hace meses y, aunque esté en su palacio por casualidad, no voy a permitir que lo arruines.
—No lo haré. —Intento hablar tranquila, pero me hierve la sangre cada vez que me recuerda lo penosa que le resulta mi forma de ser—. ¿Es todo?
—Adalia. —me reprende cuando pretendo levantarme y vuelvo a tomar asiento—. Ya he sido demasiado paciente contigo, más de lo que cualquiera habría sido, pero todos tenemos un límite. Es momento de que te comportes como lo que eres, la esposa del heredero de Regno. Vas a comenzar a cumplir con lo que ese honor implica.
—¿Y eso es...?
—Dejar de escabullirte sin decirme a dónde irás y sin compañía, por ejemplo. Mantener tu honor impecable, comportarte a la altura de la futura reina en todo momento y, más importante que eso, vas a darme herederos. —Me sorprendo—. He estado al borde de la muerte la mayor parte de mi vida, pero en estas semanas la he sentido aún más cercana. No pienso dejar este mundo sin un futuro rey para Regno.
—No estoy lista para tener un hijo, Gorka.
—Ya comprendí que nunca vas a estarlo, así que no tiene caso esperar. Una vez que estés en cinta, dejarás esos agresivos entrenamientos y, si Regno es más seguro que este lugar, regresarás allá.
—Gorka, no puedo irme. Una guerra se avecina y...
—No estoypreguntándote, Adalia. —Me mira serio—. Toma tu té y come algo. Toma un bañotambién, si así lo deseas. Te esperaré en la cama.
Hola, hola.
Sé que ha pasado tiempo, pero prometo que esta historia no se quedará sin final. Prometo que volverán a recibir una notificación sobre Sacrifficium muy pronto. En esta ocasión, "Vetus Amicitia" se traduce del latín como "Viejos amigos".
Nos leemos pronto.
—Nefelibata
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