Capítulo siete: volentes

Parece que, sin quererlo, me metí en un grave problema. Juro que lanzarle aquel pastel a Rómulo no estaba en mis planes. Aunque debo admitir que la idea cruzó fugazmente por mi mente, nunca pensé en llevarla a cabo. Los guardias recibieron órdenes de conducirme a una habitación mediana con una mesa redonda en su centro, y me hicieron tomar asiento en una de las sillas. Se quedaron de pie tras de mí, expectantes, hasta que el príncipe irrumpió en la habitación, golpeando la puerta al cerrarla. Su rostro está limpio, pero aún lleva rastros del dulce blanco en su ropa y cabello. Permanece de pie frente a mí, evaluando la situación, esperando a que Morgan entre antes de empezar a hablar.

—¿Qué ha ocurrido? —indaga el anciano mientras se acerca.

—Tu protegida me atacó —responde Rómulo, y mi boca se abre en indignación.

—¡No fue mi intención! Además, usar la palabra "ataque" es exagerado. Le arrojé un pastel, no una flecha.

—¡Silencio! —me grita, y lo miro con seriedad. Es un hombre despreciable y un maldito engreído.

—Seguramente hay una explicación para esto, Rómulo —habla Morgan intentando defenderme.

—¿Por qué no me informaste sobre los poderes mágicos de la chica? —le reprocha.

—Me enteré hoy mismo, señor. Según las leyes de Northbey, cualquier habitante del reino tiene el derecho de usar sus poderes. No es ilegal que contribuya en la preparación de la gran cena.

El príncipe lanza una mirada desconfiada a Morgan, y sus ojos vuelven a destellar en amarillo. Debe haber una razón detrás de su amargura, es el ser más amargado de los cuatro reinos. Lo veo tensar los puños, pero Morgan se mantiene firme en su posición. No deseo que sufra consecuencias por mi culpa.

—Permíteme estar a solas con ella. Aún te queda mucho trabajo por hacer, y no quiero que pierdas más tiempo con estas tonterías —solicita el príncipe. Morgan, aunque no muy convencido, abandona la habitación, claramente preocupado por las posibles intenciones de Rómulo hacia mí. Una vez solos, él rodea la mesa y toma asiento mientras se apoya en la barbilla, sumido en sus pensamientos. Transcurren varios segundos de silencio antes de que sus ojos regresen a su tonalidad marrón habitual.

—Realmente lamento el pastelazo, te aseguro que no tengo idea de cómo ocurrió. Por favor, te pido que no hagas nada contra Morgan. Ha sido amable conmigo en todo momento, no merece ser reprendido —le ruego, dejando a un lado mi orgullo. Él me ignora por un instante.

—¿La magia no está prohibida en Westperit? —su tono es mucho más calmado ahora.

—Así es.

—¿Tu padre sabe que eres una bruja?

—Sabe que nací con poderes, pero cree que nunca los desarrollé y que, por lo tanto, desaparecieron con el tiempo.

—Y tú no sabes cómo usar tu magia. —Encojo mis hombros.

—Tengo conocimientos básicos. —Él suelta una risa irónica.

—No, Adalia, no sabes nada. No tienes ni la más mínima idea de lo que la magia es capaz. Estoy seguro de que dentro de ese castillo jamás viste ni siquiera a un pequeño dragón. Desconoces su historia y los peligros que conlleva el privilegio de tener tales habilidades. Si no puedes dominar tu mente, la magia te consumirá. No poder controlar un pastel será el menor de tus problemas. Me odias, y por eso el postre salió disparado, por no poder dominar tus propios pensamientos. —Lo observo, sin estar segura de cómo responder, y él vuelve a esbozar una sonrisa. Parece ser la primera vez en mucho tiempo que sus ojos no brillan en amarillo—. Además de ser el futuro rey de Northbey, soy un protector de la magia. Uno de los pocos que quedan, de hecho. No puedo permitirte deambular sin conocimiento sobre el daño que podrías causar.

—¿Vas a matarme entonces?

—¿Por qué tu gente cree que todo se soluciona derramando sangre? Un mago que respeta su magia nunca recurre al asesinato, a menos que sea imperativo. —Se levanta, dejando escapar un suspiro de frustración—. Como uno de los últimos protectores que quedan, es mi deber cuidar de aquellos que poseen magia. Incluso si esa persona es la hija del hombre que ha declarado la guerra en contra de mi gente.

—¿Tú serás mi protector?

—Quedarte en Northbey puede ser considerado un obsequio, no un castigo. Durante tus momentos libres, podrás acudir a la biblioteca y aprender a usar tu magia de manera adecuada. —No puedo evitar que una amplia sonrisa ilumine mi rostro, pero él mantiene su expresión seria—. No te equivoques, Adalia. Si intentas algo en contra de mi pueblo, si llegas a dañar a un solo ciudadano, te arrepentirás. Aunque mi juramento me obliga a velar por tu seguridad, si tus acciones amenazan lo que amo, no dudaré en acabar contigo en un abrir y cerrar de ojos, no escucharé explicaciones.

—Es un trato justo. —Me mira, asegurándose de que he comprendido su advertencia, y luego se dirige hacia la salida.

Una vez se ha ido, permanezco sentada reflexionando y teniendo una conversación interna. Han sido meses llenos de incertidumbre, sin entender por qué mi familia no me ha buscado. Mi hermano, al igual que mi tío, juraron siempre protegerme con su vida, pero no hay rastro de ninguno de ellos. Tal vez mi padre, quien siempre coloca al reino antes que todo, los haya eliminado para evitar una guerra. Lo conozco lo suficiente para saber que no vacilaría, aun si se tratara de su propia sangre. La frustración crece al saber que no puedo obtener respuestas.

Contemplo mi anillo de bodas, recordando que Gorka también pudo venir por mí. Aunque siempre mantuvo un respeto hacia mí, es posible que haya llegado al límite con mis arrebatos. El evento del torneo pudo haber sido simplemente una estrategia entre reinos, una solución conveniente para él. Quizás fue su forma sutil de liberarse de mí sin manchar su honor, al tiempo que aseguraba el compromiso de un ejército. Ahora tendrá la oportunidad de estar con alguien a quien realmente ame. En cierto modo, sería egoísta volver a Regno.

Suelto un suspiro mientras observo a mi alrededor. Quizás lo mejor sea permitir que en mi hogar crean que he fallecido, así podría comenzar de nuevo. Renunciar al trono, dejar de lado cualquier intento de escapar y aceptar la vida de una empleada por el resto de mis días. O al menos hasta adquirir suficiente control sobre mi magia y luego retirarme a alguna aldea remota donde nadie conozca mi nombre.

Mi mente da vueltas ante todas estas posibilidades, por lo que decido concentrarme en ayudar con los preparativos del banquete para distraerme. Un problema a la vez. Al entrar en la cocina, me encuentro sorprendida al ver que todo está listo y el lugar impecablemente ordenado. Morgan se acerca con una expresión preocupada por haberme dejado a solas con el príncipe. Le pido disculpas con la mirada por haberlo puesto en una situación incómoda.

—¿Te hizo algo? —me cuestiona, y sacudo la cabeza en negación.

—Fue amable, a su peculiar manera.

—¿Por qué le arrojaste el pastel?

—¡No fue intencional! —me disculpo, sintiéndome frustrada ante la falta de confianza en mis palabras. Nunca había tenido que justificarme.

—Mmm... —duda por un momento—. Asegúrate de que no vuelva a suceder, Adalia. Dudo que el príncipe perdone dos veces ese tipo de comportamiento, especialmente de ti. —Asiento, sintiéndome como una niña regañada—. Ahora ve, puedes ir a descansar. Todo está listo.

Arrugo ligeramente los labios antes de colgar el delantal en su lugar. Con los brazos cruzados y bajo la vigilancia de un guardia, me encamino hacia mi habitación. No es precisamente un aposento en el interior del castillo; más bien es un cuartucho ubicado cerca de los establos que apenas supera en pulcritud al calabozo. En mi trayecto, observo a Damián riendo con unos hombres que portan el mismo uniforme que el guardia a mi lado. Su semblante cambia al notar mi presencia, tornándose más serio.

Se despide de sus compañeros y se aproxima decidido hacia mí. Indica al soldado que se retire para asumir él la responsabilidad de conducirme a mi cuarto. Aunque trata de imponer cierta intimidación, hay algo en la tranquilidad de sus ojos que me impide creer que está molesto conmigo.

—Me debes una disculpa —exige.

—¿He hecho algo mal? —inquiero.

—¿Malo? ¡Fue terrible! ¿Cómo se te ocurre lanzarle un postre en la cara a Rómulo en mi ausencia? Tendrás que repetirlo para que te perdone.

—Dudo sobrevivir a un segundo intento. —Dejo escapar una risa.

—¿Has reconsiderado la oferta de asistir a la gran cena?

—Nadie me ha invitado, sigo siendo una intrusa en este lugar.

—Bueno, yo lo hago. —Esboza una sonrisa—. Anda, te ayudaría a adaptarte mejor y el pueblo dejará de temerte. Considerando las circunstancias, creo que tu estadía aquí será prolongada.

—Gracias, Damián, en serio. Pero creo que es más sensato quedarme en mi habitación. Además, ni siquiera tengo un vestido apropiado.

—Podemos solucionar eso, aunque dejaré de insistir para no incomodarte. Nos vemos después, Adalia. Ya sabes el camino a tu habitación, no necesitas escolta. —Me brinda una amistosa sonrisa y yo le correspondo el gesto. Creo que me cae... ¿bien?

Entro en mi habitación, cuidando no pisar las deposiciones de los cerdos. No deseo en absoluto oler a excremento y llevar conmigo ese olor a la pequeña habitación que me han dado. Me dejo caer sobre el colchón rígido, exhausta tras un agotador día de labor. Logro conciliar el sueño por unas horas, hasta que la gran cena comienza y la música irrumpe a todo volumen junto con los alaridos de júbilo de los Nobey. Soportar los chillidos de los animales es una cosa, pero esto es demasiado para mí. Me pongo de pie sobre el colchón para asomarme por el hueco rectangular que simula una ventana sin cristal. Los vitrales del castillo están iluminados bajo el resplandor de las numerosas velas que hemos dispuesto en el salón, mientras que las inmensas puertas se hallan abiertas de par en par, dando la bienvenida a la multitud que sigue llegando. A pesar de haber preparado suficiente comida para todos, muchos súbditos portan parte de sus cosechas para compartirlas.

Parece que la fiesta está lejos de concluir. Tampoco parecen tener intenciones de aplacar el bullicio para que pueda descansar. Suelto un suspiro, pero al ver la antigua capa que Morgan me proporcionó para enfrentar los días fríos, una idea ilumina mi mente. Si fui capaz de escapar del castillo cuando mi padre me lo prohibía, ¿qué me detiene ahora que me niegan la libertad? No, no voy a prestar atención a esa voz en mi cabeza que insiste en que es una pésima idea. Claro, soy consciente de que desconozco el territorio y de que podría meterme en problemas. Tal vez incluso me pierda en el bosque si la suerte está de mi lado. Todo el pueblo se encuentra en la fiesta, nadie advertirá mi ausencia.

Al cruzar frente a la entrada del recinto (pues no tengo otro camino disponible), bajo la cabeza para no ser reconocida. El lugar no muestra la misma belleza que durante el día, ya que las flores que bajo la luz solar exhibían sus vibrantes colores, ahora se hallan en reposo, recogiendo sus pétalos en pequeños capullos. La oscuridad es apenas combatida por la luna, que, por cierto, luce mucho más grande que en Regno o Westperit. Un poco de aire fresco es precisamente lo que necesitaba.

Una vez alejada lo suficiente, decido descansar, sentándome sobre una gran roca. Podría marcharme en este mismo instante, sin embargo, no sé por qué vacilo. Tal vez los dioses hayan respondido a mis plegarias de libertad al traerme a Northbey. Tienen una manera peculiar de jugar con el destino, concediéndote lo que solicitas de manera irónica. De alguna forma, siento una extraña emoción, una anticipación, por poder empaparme del conocimiento mágico que sé que los Nobey poseen.

La temperatura es baja, aunque no es algo que no haya soportado en el pasado. A pesar de ello, una brisa helada recorre mi espalda, provocando escalofríos. Al girarme, me encuentro con los imponentes árboles frondosos. Los cuatro reinos, a pesar de sus diferencias, comparten una característica: su frontera con el bosque negro. Su majestuosa vastedad me cautiva y, una vez más, un sendero emerge ante mis ojos, invitándome a adentrarme. Después de todo, soy una bruja, igual de bienvenida en ese lugar como cualquier otra criatura mágica. La tentación está presente, pero no me siento lista.

Aparto la mirada del bosque y la dirijo hacia el anillo que aún adorna mi dedo anular. Después de unos segundos de reflexión, lo arranco con rabia. Mi enojo se dirige hacia mi familia, hacia la vida y hacia mí misma. Lanzo el anillo con todas mis fuerzas hacia el interior del bosque, deseando que quede perdido en su interior. Al igual que el anillo, mis esperanzas de ser rescatada parecen desvanecerse. Cuando el anillo cae al suelo, la tierra se lo traga y el sendero se cierra. Un nudo se forma en mi garganta.

Una extraña sensación se apodera de mi cuerpo, advirtiéndome que alguien o algo se encuentra detrás de mí. Girándome con temor, espero ver a Morgan, Damián o incluso a Rómulo, pero no es así. Me sobresalto al encontrarme con un hombre de larga trenza negra que viste una capa y unas grandes botas. En su mano sostiene un bastón de ramas entrelazadas, coronado por una piedra azul en su extremo. No parece necesitarlo para mantenerse en pie. Mis ojos se encuentran con los suyos, y comprendo que no es un Nobey. Permanezco inmóvil, maldiciendo el hecho de nunca haber perfeccionado los hechizos de defensa.

—Adalia Maithon —pronuncia con una voz cálida—. Es un placer que me hayas llamado.

—Yo no... yo no he llamado a nadie —balbuceo.

—Has entregado un objeto preciado al bosque en un momento de desesperación. Tu corazón es puro y tus intenciones son sinceras. Deberías saber que eso invoca a un Loa.

—Lamento si te ofendo, pero ni siquiera sé qué es un Loa —respondo intimidada, pero él sonríe.

—Tienes muchas cosas por aprender. Hay un vasto mundo en el cual debes adentrarte. —Su condescendencia empieza a molestarme. No me agrada que me digan lo que debería o no debería saber—. He venido para ofrecerte un deseo.

—No me digas. —Lo observo cautelosamente—. ¿Y qué requieres a cambio?

—¿A cambio?

—Suele esperarse una compensación. —Se ríe.

—¿Crees que necesito algo de ti? —Me da temor responder. Me han enseñado que la magia siempre lleva consigo un precio, sin excepción. El Loa me observa con expectación—. Puedo enviarte de regreso a casa, si así lo deseas.

Mis ojos se abren de par en par, pero antes de que pueda responder, el sonido de pasos aproximándose me hace apartar la vista del hombre. Cuando vuelvo a mirar, él ha desaparecido. No puedo afirmar con certeza si ha sido real o simplemente un producto de mi imaginación.

—¿Qué demonios haces aquí? —inquiere una voz masculina, firme y molesta, imposible de confundir. Es Rómulo.

—Yo... yo solo... —balbuceo, intentando encontrar al Loa.

—¿¡Entraste al bosque!?

—¿Qué? No. —Dejo de buscar para mirar al príncipe.

—Hace solo unas horas te advertí que si intentabas dañar a mi reino te arrepentirías.

—Dioses, ¿puedes calmarte? Solo quería tomar un poco de aire. El pueblo está en el castillo, no puedo herir a nadie a esta distancia.

—No tienes permitido salir. —Frunce el ceño y sus ojos vuelven a ser amarillos. Sé que está a punto de explotar, por lo que rodeo los ojos—. ¡Podrías no haber tenido suerte! ¡Si el guardia hubiera informado a mi padre en lugar de a mí probablemente habría enviado a los soldados a matarte!

—¿¡Debería estar agradecida!?

—No pienses que lo hice por ti, lo hice para evitar que arruinaras la cena de mi pueblo. —Me desafía con la mirada—. Pero sí, deberías agradecerme por todo lo que he hecho por ti.

—¿¡Tú hacer algo por mí!?

—He impedido que te corten la cabeza en innumerables ocasiones. Te he permitido trabajar en el castillo y no te he abandonado a tu suerte en medio del bosque. Los únicos monstruos en los cuatro reinos son ustedes, creyéndose superiores a todos los demás y asesinando a cualquiera que no se arrodille ante ustedes. —Abro la boca, incrédula ante sus palabras.

—No intentes justificar tus acciones.

—No lo hago. —Me mira con seriedad, realmente cree que tiene razón—. No vuelvas a salir del castillo sin autorización, y mucho menos tan cerca de la frontera.

—¿Y qué si lo hago? —lo desafío.

—¡Entonces me encargaré personalmente de que todas las criaturas en ese bosque te devoren! —grita. Necesita aprender a controlar su temperamento—. Ahora muévete. Si nos descubren fuera del castillo estaremos en graves problemas.

El príncipe comienza a caminar esperando que lo siga, pero planto mis pies en la tierra y me cruzo de brazos sin moverme un solo centímetro. Al percatarse de que no voy detrás de él se gira para verme.

—Quiero que te disculpes —demando.

—¿Cómo dices?

—Ya me oíste. —Me acerco a él con paso firme hasta quedar a menos de medio metro de distancia—. Te has comportado como un completo idiota. Has abusado de tu poder y de tu fuerza para humillarme o amenazarme cientos de veces desde que llegué. Lo menos que merezco es una disculpa y no voy a ir a ningún lado contigo hasta recibirla.

Rómulo me mira con detenimiento. Sabe que tengo razón, pero no parece estar acostumbrado a escuchar exigencias. Su boca se abre y se cierra un par de veces antes de hablar. Estoy segura de que va a volver a gritar y me preparo mentalmente para contestarle de la misma manera, sin embargo, me sorprendo cuando lo veo obligarse mantener la calma.

—Bien. Lo lamento.

—¿Qué exactamente? —presiono y el príncipe gruñe.

—¿No te basta con que te escolte de regreso?

—No.

Lo observo tomar un respiro profundo. Mi mirada se mantiene firme y seria, sin separarse un solo segundo de la suya. Coloca sus manos en su cadera mientras su lengua juega en su boca, no es difícil percibir la batalla interna que está librando. Es el ser más orgulloso que alguna vez conocí y eso solo hace que disfrute más el momento. Finalmente cede.

—Me he comportado como un idiota. Tomé ventaja de mi posición, cosa que es deplorable. Mi intención nunca fue tomarte como trofeo en el torneo y no merecías ser tratada como prisionera. —Pudo ser mejor, pero es más de lo que esperaba—. Lo lamento.

—¿Tan difícil fue?

—¿Aceptas mis disculpas o no?

—¿Vas a volver a actuar como idiota? —Su mirada me advierte que estoy recorriendo un camino peligroso. Lo he llamado idiota más veces de las que probablemente le permita a cualquiera, pero no pienso retractarme. Eso es lo que es.

—No volverá a pasar —me asegura y yo sonrío victoriosa.

—Bien, entonces ya puedes escoltarme de regreso.

Vuelve a mirarme incrédulo, preguntándose por un segundo cómo es que tengo la audacia de darle una orden. Suelta un suspiro de ironía y se da la vuelta, sin ánimos de seguir discutiendo conmigo. No me queda más opción que caminar a su lado, esta vez con una sonrisa en mi rostro.

Busco al Loa una última vez, pero no lo encuentro. Rómulo afirma ser un protector de la magia; podría decirme si es sensato confiar en un hombre que apareció de la nada para ofrecer cumplir uno de mis deseos. La intensidad del amarillo en sus ojos ha disminuido, es un buen momento para hacer preguntas.

—¿Qué hay en ese bosque? — inquiero y él me mira. Sus hombros se relajan antes de responder.

—Ese bosque es el mayor enigma en el mundo de la magia. Nadie conoce completamente lo que yace en su interior.

—Mi tío Seamus siempre dijo que era una trampa. Que cualquiera que entrara sería prisionero de por vida.

—También te dijo que te mataríamos si te cruzabas en nuestro camino, y aquí estás caminando conmigo.

—¿Entonces se equivoca?

—No del todo —contesta, y en su rostro se refleja de repente un leve asombro—. Entrar allí sin la protección y compañía adecuadas no es la decisión más sensata. El bosque tiene un alma, una conciencia. Si él no lo permite, no entras ni sales. Las criaturas mágicas que sobrevivieron a la gran guerra se resguardan en su interior, y él las protege.

—¿Como los Loa? —pregunto y él aparta la mirada del camino para observarme—. Leí sobre ellos en un libro, pero nunca entendí qué eran.

—Haces demasiadas preguntas, ¿te lo han dicho? —me dice—. La palabra Loa significa sabiduría. Son seres omnímodos, han alcanzado el conocimiento absoluto.

—¿Son buenos?

—No todo es blanco onegro en el mundo, Adalia. Hay toda una escala de grises en el medio. —Pareceque realmente le apasiona la magia—. Pueden contestar a cualquier pregunta quetengas o conceder un deseo si ellos consideran que eres digno de ello.Presente, pasado o futuro... todo. Es un privilegio estar cerca de uno. 

Hola, hola.
En esta ocasión "Volentes" se traduce del latín como "Anhelo". Sé que la historia puede parecer algo lenta hasta ahora pero prometo que en uno o dos capítulos más se notará la dirección de todo esto. Nos leemos pronto.

—Nefelibata

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top