Capitulo seis: initium Novum

La hoja del cuchillo aprieta mi pulgar mientras sigo pelando manzanas, perdí la cuenta después de la centésima. Aun así, esta tarea es preferible a estar encerrada en aquella celda asquerosa. Quizás no es menos degradante, pero al menos aquí no tengo que compartir espacio con ratas. Morgan logró convencer a Rómulo de permitirme trabajar con él en la cocina en lugar de enviarme de vuelta a mi confinamiento. Claro que eso implicó soportar algunas amenazas del príncipe, que es más reina que yo con ese volátil carácter. Ahora, tengo ropa adecuada, zapatos y un lugar donde dormir, y por fin he podido tomar un baño. Mi labor consiste en ayudar al anciano a preparar el desayuno, la comida y la cena para los residentes del castillo, incluidos los altos rangos del ejército de Northbey.

Aún no entiendo completamente por qué Morgan ha sido tan amable conmigo. Aunque hay muchas personas en la cocina, él y yo trabajamos juntos la mayoría del tiempo. La agitación en el lugar es grande hoy, ya que se celebrará una gran cena por la noche. Incluso algunos de los sirvientes han traído a sus hijos para que ayuden a cargar las pequeñas cajas de comida. Parece que están decididos a enseñarles el oficio desde temprana edad para que puedan continuar con él en el futuro. Claro, ¿a qué más podrían aspirar?

Todo aquí es tan extraño. A veces siento que estoy perdiendo la cabeza, ya que juraría que los ojos de los Nobey cambian de color constantemente. Amarillo, añil, naranja, rojo, púrpura... Los he visto brillar con todos esos colores. Los únicos que no cambian son los ojos de Morgan y los de los niños. Esos pequeños realmente causan un escalofrío la primera vez que los ves. No hay diferenciación entre el iris, la pupila y la esclerótica. Todo es completamente blanco. No me atrevo a preguntar el motivo o qué representa este fenómeno, temo que me manden callar de inmediato. ¿Y si se ofenden? Prefiero ser cautelosa y observar en silencio.

Una niña que corre con una caja de tomates llama inmediatamente mi atención al tropezar y dejar caer todos los redondos vegetales al suelo. Algunos de ellos, demasiado maduros, se estrellan y manchan su vestido azul, salpicando parte de su cara. Abandono la fruta que estaba pelando y me levanto para ayudarla. Intento limpiarla con un trapo, pero no logro eliminar las manchas rojas de la prenda. Ha raspado un poco sus rodillas con el impacto y unas lágrimas amenazan con salir de sus ojos.

—Tranquila —le digo con la sonrisa más tierna que puedo ofrecerle para calmarla.

—Gracias —contesta tímidamente.

Una mujer, quien supongo que es su madre, se acerca rápidamente. Es alta, de complexión delgada y tiene el cabello corto. A pesar de haber pasado varias horas manipulando alimentos, tiene su mandil impecable. Al ver a la pequeña, noto que sus ojos adquieren un ligero brillo amarillo.

—¡Tamara! Te dije que tuvieras cuidado.

—Lo lamento, solo quería ayudar —se disculpa con tristeza.

—Pues ayuda en algo que no cause desastres. Nos costará días de trabajo pagar por esos tomates —la reprende con molestia antes de dar media vuelta para marcharse.

Observo cómo la pequeña juega nerviosamente con sus manos, arrepentida por lo que ha sucedido. Es solo una cría, claramente no tenía intención de desperdiciar los insumos. Cuando la madre se aleja, decido agacharme para ponerme a su altura y consolarla. Su mirada vacía me pone un poco nerviosa, pero su sonrisa en respuesta me llena de una cálida sensación que recorre todo mi cuerpo. Nunca imaginé que extrañaría las reverencias y la cortesía con la que solía ser tratada. Tal vez porque nunca pensé que perdería todo eso. últimamente cada pequeño gesto amistoso me parece un regalo.

—Si quieres, puedes ayudarme a poner las manzanas en las cajas —propongo, y ella asiente emocionada por tener una tarea que la haga sentir útil.

Apenas me llega a la cadera, así que la ayudo a subir a una silla que es un poco más grande que ella. Le acerco una caja y empieza a guardar las manzanas peladas con una gran sonrisa, como si fuera la tarea más importante en los cuatro reinos. Mientras tanto, limpio el desastre del suelo y tiro los restos a la basura. Luego, me lavo las manos y me siento a su lado para seguir pelando la fruta.

—Tamara es un lindo nombre —comento.

—Gracias —responde ella con una mirada intrigada—. ¿Cuál es el tuyo?

—Adalia.

—¿Por qué tus ojos son tan raros?

—¿Te parecen raros? —rio por su irónica observación.

—Son... verdes. Solo verdes. ¿Y tu collar? El que traes no se parece al mío. —Debajo del cuello de su vestido, saca una pequeña piedra que estaba escondida bajo la tela. Es igual a la que vi en el cuello del príncipe.

—Oh... —la observo con curiosidad y llevo mi mano hasta mi cuello, donde aún yace el rubí que decidí usar el día del torneo—. Este fue un obsequio, era de mi madre.

—No quiero asustarte, pero parece que está descompuesto. Puedes morir —me advierte.

—¿Descompuesto? —pregunto, esperando que su inocencia la haga hablar más de lo que debería.

—Veo que ya hiciste una nueva amiga —nos interrumpe Morgan, dejando más manzanas sobre la mesa. Suspiro cansada; no estoy acostumbrada a realizar este tipo de trabajo. Mis deberes se limitaban a asistir a eventos importantes luciendo una enorme sonrisa de seguridad en el rostro. Aunque no los disfrutaba, eran definitivamente mejores que esto. No soy una sirvienta.

—Eso creo... —contesto, algo decepcionada por cómo interrumpió mi conversación con la niña.

—¿Qué le pasó a tu vestido, Tamara? —le pregunta.

—Me caí cuando llevaba unos tomates. Fue un accidente.

—Ya lo creo —responde riendo—. Tamara suele tener algo de mala suerte y a veces, una boca muy grande. —La niña se encoge de hombros, sonriendo de manera inocente.

—Solo tenía curiosidad, sí son raros sus ojos.

—No son raros, son diferentes —le dice Morgan tocando su pequeña nariz con dulzura—. ¿Por qué no vas a traerme un poco de agua limpia para lavar los trastos?

Tamara asiente, y con mi ayuda logra bajar del banco. Se despide de mí moviendo su mano de un lado a otro con entusiasmo, para luego correr al patio para cumplir con el encargo de Morgan. Yo me despido de ella de la misma manera mientras la observo alejarse. No me percato de que hay una sonrisa en mi rostro hasta que noto cómo el anciano me observa divertido, con una ceja en alto.

—¿Qué...? —pregunto, cambiando de inmediato mi expresión.

—Parece que a alguien no le desagrada tanto estar aquí.

—No tengo opción. —Morgan tuerce la boca y yo suelto un suspiro; no merece que le hable mal—. Si te soy sincera, creí que a estas alturas Gorka ya habría mandado un ejército para rescatarme. Pensaba que mi tío habría convencido a mi padre de arrepentirse o incluso que Calum se las arreglaría para rescatarme por su cuenta, pero nada de eso pasó. Ni siquiera lo han intentado.

—Estoy seguro de que las decisiones que ellos tomaron fueron las mejores para tu pueblo y el mío. Desatar una guerra ahora no sería oportuno para nadie.

—No saben si estoy viva. Tampoco les interesa.

—No puedes afirmar nada, Adalia. Sé que trabajar conmigo en la cocina real está lejos de ser la vida a la que estabas acostumbrada, pero hice lo mejor que pude para que estuvieras cómoda. Al menos ya te quitaron esas horribles cadenas del pie.

—¿Por qué eres bueno conmigo? No me conoces. —Él me sonríe.

—No necesito conocerte para ser amable. —No le contesto, pero él sigue mirándome, esperando saber lo que hablaba con la pequeña.

—La niña estaba contándome acerca de sus collares —comento con algo de miedo.

—Ya te habías tardado en preguntar —contesta calmado —, pero no puedo decirte nada. Al menos no aún.

—¿Por qué no? Solo hablo con usted, y aunque hablara con otro Nobey, estoy segura de que el pueblo está bien informado.

Tamara entra a la cocina con una enorme cubeta llena de agua, o al menos se ve enorme a su lado. Apenas puede cargarla, y con cada paso que da derrama un poco del contenido. Si sigue así, seguramente cuando llegue con nosotros estará vacía. Morgan la ve negando, es un pequeño desastre. A causa de los charcos que va dejando, ella resbala.

La pequeña choca con la mesa, haciendo que los cuchillos que están sobre ella caigan. Es como si el tiempo se congelara y todo estuviera pasando muy lentamente, permitiéndome pensar con claridad. Un cuchillo se dirige directamente hacia su cabeza. Sin usar hechizos, sin pronunciar una palabra... lo evito. Arrastro a Tamara hacia atrás en cuestión de centímetros solo con mi pensamiento y el filo cae junto a ella. Parece que nadie lo ha notado; nadie, excepto Morgan.

El anciano me mira con asombro, pero intento aparentar que nada ha sucedido, mostrándome preocupada por la niña. La madre de Tamara se aproxima rápidamente y, con los ojos completamente negros, la toma en brazos para inspeccionarla. Pronto se forma un pequeño círculo de personas inquietas a su alrededor, todos preocupados por el bienestar de la pequeña. Morgan aprovecha la distracción para alejarme de la escena.

—Tienes magia —afirma sorprendido.

—No sé de qué hablas.

—No intentes negarlo, Adalia. Vi lo que hiciste por Tamara, pero ¿cómo? Ni siquiera usaste un hechizo.

—No lo sé... Simplemente no quería que le pasara nada y sucedió.

—¿Así fue como escapaste de la celda, verdad?

—Tal vez... —digo encogiéndome de hombros.

—Creí que tu padre había prohibido el uso de magia.

—Y sentencia a cualquiera que la practique en sus tierras con la muerte, por eso nunca pude desarrollar mis poderes. No soy una amenaza, en serio. Solo sé algunas cosas básicas. —Morgan analiza la situación mientras yo lo observo—. ¿Le dirás esto a Rómulo?

—Aquí no castigamos el uso de magia, Adalia. Puedes emplearla libremente, siempre y cuando no dañes a nadie. Podemos hablar más de esto después, pero ahora necesito que vayas al jardín trasero. El panadero está a punto de llegar con el pastel. Si no tenemos uno para esta noche, seguramente me colgarán.

—Pero no se me permite abandonar la cocina, a menos que sea para ir a mi habitación.

—Estoy permitiendo que salgas, así que ve.

Ruedo los ojos mientras me quito el delantal y lo dejo de mala gana sobre la mesa. ¡Soy la futura reina! Se supone que yo doy las órdenes. Desde que llegué aquí, me han tratado como a una simple sirvienta. Camino molesta, pisando fuerte, hasta llegar a la salida del castillo. Le pido a los guardias que abran la puerta para que pueda esperar al panadero. Aunque saben que he estado ayudando en la cocina, no confían en mí. Cumplen con mi solicitud, pero un arquero en la torre mantiene su ballesta apuntando a mi cabeza, listo para disparar si intento escapar.

Todo luce tan normal y feliz aquí. A diferencia de Westperit o Regno, todo se resume en suaves colinas pintadas con mil tonos de verde. Los árboles se distribuyen de manera armoniosa, embelleciendo el paisaje con su diversidad. Los troncos, de diferentes formas y tamaños, están adornados con hermosos frutos. Algunos de ellos nunca los había visto antes; tan brillantes que podría jurar que son venenosos. Incluso las piedras que forman los caminos tienen un matiz rosado suave, como si la magia tocara en cada rincón del reino. La hechicería es evidente, ayudando a cada súbdito en sus tareas. Tengo que admitir que es algo impresionante.

—¿Te agrada? —me pregunta una voz masculina y giro sobre mi hombro.

Es Damián, el guardia que me defendió de Rómulo; parecen ser cercanos, o de lo contrario ya le habrían cortado la cabeza por su audacia. Se ve tan diferente con ropa casual en lugar de su uniforme. Sus ojos, en este momento de un azul claro, brillan con intensidad. Lleva puesta una camisa blanca con mangas holgadas, un chaleco café, pantalones casuales a juego con la prenda que cubre su torso y una bolsa mediana colgada diagonalmente. No parece malo. Me observa con una pequeña sonrisa, evidentemente divertido por haberme tomado por sorpresa.

—No está mal —contesto indiferente.

—¿No se supone que deberías estar en la cocina?

—Morgan me dijo que viniera aquí a esperar al panadero. Traerá el pastel para la fiesta de esta noche.

—¿Asistirás?

—¡Oh, claro! —contesto de manera sarcástica—. Me llegó mi invitación hace más de una semana. Tengo el vestido listo. —Se ríe.

Un maullido, que proviene de la bolsa que cuelga de su hombro, llama mi atención. En seguida, la cabeza peluda de Totoro se asoma buscándome, pues debe haber reconocido mi voz. Mis ojos se iluminan al verlo sano y salvo. Estoy segura de que esa bolsa le recuerda a la del establo de Sultán; debe sentirse seguro allí dentro. Damián lo saca ofreciéndomelo para que lo cargue, yo lo acepto sonriendo. Acaricio su pelaje, haciendo que el felino comience a ronronear restregando su cabeza en mi pecho.

—Le encanta esta bolsa, por más que lo saco siempre vuelvo a encontrarlo ahí dentro. Parece que me ha tomado confianza. Se queda conmigo todo el día y me acompaña a hacer mis deberes.

—Le encantan los paseos —le digo con una sonrisa triste, parece que él lo nota.

—Puedes quedártelo si quieres. Es decir, vino contigo. —Niego.

—A pesar del pescado, estará aburrido en la cocina. —Le devuelvo al felino con tristeza, pero tranquila—. Parece que está en buenas manos.

—No somos como piensas, Adalia —me dice mientras mete a Totoro de nuevo en la bolsa—. Debo ir a cobrar unos adeudos en las casas de las montañas, ¿quieres venir? Puedo mostrarte el lugar.

—Oh, yo...—Me sorprendo y empiezo a tartamudear.

—No lo tomes a mal —me interrumpe con una sonrisa juguetona—, sé que estás casada.

—No es eso —me disculpo cortésmente—. Gracias por la invitación, pero Morgan se molestaría si no estoy aquí cuando llegue el pastel.

—Entiendo, será en otra ocasión entonces.

Asiento y él me guiña un ojo antes de caminar fuera del castillo. Lo observo alejarse, sus pasos seguros y su figura enérgica se funden con la cotidianidad del pueblo, mientras la gente lo saluda con alegría en el momento que pasa cerca de sus hogares. El panadero, un hombre de cabello pelirrojo adornado con dulces pecas en su rostro, llega unos momentos después, pero sus manos están vacías. Lo reconozco por el delantal que lleva y los rastros de harina en su cabello, signos inequívocos de su oficio. al posar su mirada en mí, veo cómo sus ojos, antes tan cálidos, se oscurecen hasta tornase negros. Me intimida.

—¡Por todos los dioses! Tu presencia aquí eran solo rumores.

—Lamento confirmar que los rumores son ciertos. —Él me regala una sonrisa mientras sus ojos regresan a la normalidad.

—Mientras tu pueblo no cause problemas, eres bienvenida aquí.

—Gracias... —Mi respuesta lleva un matiz de sorpresa ante la humanidad que están mostrando estas criaturas —. Morgan me dijo que el pastel estaría aquí.

—Mis hijos están en camino, pero son un tanto lentos. Están empezando a practicar la levitación de objetos. Mejor tarde que nunca —me comenta con una pizca de humor —. Será más sensato abrir ambas puertas, no podemos esperar que un pastel para más de quinientas personas entre por este estrecho espacio.

Le hago una señal a los guardias, solicitando que abran completamente la entrada. Las dos inmensas puertas se deslizan a los lados, revelando un amplio espacio. Poco después, aparecen los hijos del panadero. Tres jóvenes y una niña, herederos de los mismos rasgos característicos de su padre, se encuentran en los extremos de la gigantesca tabla que sostiene el pastel en el aire. Sus rostros están concentrados en mantener la levitación. A simple vista, es evidente que ni siquiera un carruaje habría logrado transportar esta monumental creación. La magia fluye habilidosamente aquí. Me pregunto por qué no la utilizan en el torneo; no sé si lograríamos vencerlos.

Dado que no conozco la ruta, los guardias se encargarán de guiar a los niños hacia el gran salón donde se celebrará el evento. He cumplido con mi parte y ahora debo regresar a la cocina. Al entrar, me llevo una sorpresa que involuntariamente dibuja una sonrisa en mi rostro. Como el tiempo escasea para terminar todas las tareas, han encantado los utensilios para que se limpien por sí solos. La comida, ya dispuesta en los platos, también flota en el aire, dirigiéndose fuera de la cocina. Me siento como una niña que descubre un inmenso regalo y lo único que anhela es abrirlo.

—¿Estás preparada para tu primera lección? —me pregunta Morgan—. Tendrás la oportunidad de demostrarme cuánto has practicado por tu cuenta. ¿Sabes cómo hacer que los objetos leviten? Si no es así, tienes cinco minutos para dominarlo y llevar esos postres de crema dulce al gran salón. Solo sigue a las demás.

—Si la magia está permitida, ¿por qué seguimos lavando a mano durante la semana?

—La magia, como todos los recursos que el mundo nos ofrece, debe usarse con moderación, sabiduría y, sobre todo, respeto. El abuso de la magia podría hacer que olvides quién eres realmente. No es un recurso para facilitar la vida, sino para enriquecerla con virtud.

—Mi vida sería mucho más virtuosa sin tener que tocar los restos de comida que se juntan en el fregadero.

Morgan se ríe y se aleja para ayudar a los demás. Observo los platos y trato de hacer lo que me indicó. Esta es la primera vez que puedo usar mi magia sin temor a ser descubierta por mi padre, sin miedo a que un guardia me delate o que mi tío me reprenda. Paradójicamente, ahora, como prisionera, siento una libertad que nunca experimenté cuando era una princesa. La emoción que siento en mi interior aumenta mi poder. Los cinco platos que reposaban sobre la mesa ahora flotan frente a mí con solo enfocarme en la idea. Aunque al principio titubean, logro estabilizarlos. Sonrío con orgullo y me uno a la fila de mujeres que llevan la comida al gran salón.

Quiero admirar cada detalle del lugar, pero me inquieta que si giro la cabeza los postres puedan caer al suelo. Nos adentramos en la inmensidad del salón donde se llevará a cabo la celebración de cumpleaños del príncipe; es verdaderamente deslumbrante. Largas telas doradas, emulando el resplandor del oro, cuelgan desde el alto techo, con el emblema de los Nobeys en el centro. Casi tocan el suelo brillante a escasos centímetros de distancia. El pastel gigante, incluso, parece modesto en comparación con la vastedad del lugar. Una extensa mesa, cargada con los platillos que hemos preparado, ocupa el centro, mientras las mesas de los invitados la rodean. La magia no solo se utiliza para hacer levitar la comida, sino también para embellecer cada mesa con flores y hierbas, cuyos aromas exquisitos llenan el aire. Deposito uno a uno los platos y me tomo unos momentos para admirar el trabajo realizado.

—¿No es magnífico? —comenta una empleada, con los ojos resaltados por un intenso tono añil—. Amo este día.

—¿Cuánta gente ha sido invitada? —pregunto con curiosidad.

—En realidad, todos estamos invitados. Por decreto del príncipe, su cumpleaños se celebra con un festín para el pueblo. Es su manera de recordarnos que todos somos iguales y que cada uno aporta valor al reino.

Noto la entrada de Rómulo al salón para supervisar que todo marche bien, no puedo evitar una sensación de revuelo en el estómago al verlo con su capa y uniforme, exudando un aire de egocentrismo. Le guardo un profundo resentimiento por haberme mantenido encerrada durante tantos días, además de haberme sometido a humillaciones. De todos aquí, es quien me ha tratado peor. Mi furia escapa a mi control y, sin siquiera pretenderlo, uno de los postres de crema que aún estoy colocando sale disparado, impactando directamente en su rostro. Juro que no fue mi intención lanzarlo. Mi rostro palidece al sentir las miradas de todos sobre mí. Rómulo, después de limpiar la crema de sus ojos, me lanza una mirada asesina, sus intensos ojos amarillos fulgurando con furia.

Sé que estoy en serios aprietos, pero al verlocon el rostro cubierto de dulce, no puedo evitar soltar una risa involuntaria.Inmediatamente, tapo mi boca y me encojo de hombros como disculpa.

Hola, hola.
Inicialmente esto eran dos capitulos, pero me pareció innecesario por lo que decidí fuscionarlos. Perdón si es algo largo esta vez. En esta ocasión "Initium Novum" se traduce del latín como "Un nuevo cominzo". Nos leemos pronto.

—Nefelibata

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