Capítulo once: Mulier paleas
Después del relajante baño, Morgan me acompañó de regreso a mi habitación, esperando que pudiera descansar; sin embargo, la tranquilidad se mantiene esquiva. La noche completa se desvanece en insomnio, mientras permito que la culpa invada mi mente. Parece que, a lo largo de mi vida, no he hecho más que causar problemas. Incluso antes de llegar a este mundo compliqué el parto de mi madre cobrándole su vida. Durante mi tiempo en Westperit, puse en aprietos a mi tío debido a mi constante necesidad de encubrir mis caprichos. Mi matrimonio con Gorka, en lugar de traer armonía, desató disputas con su padre por no concebir un heredero. Desde mi llegada aquí, ni siquiera una simple tarea como controlar una tarta escapó a mi torpeza, resultando en un reproche hacia Morgan. Y ahora, Rómulo ha sido privado de su título de nobleza debido a su desobediencia de la orden de regresar al castillo. Parece que no importa cuánto intente evitarlo, mi lista de errores sigue creciendo sin control.
Al despuntar la mañana, las gotas de lluvia danzan en compañía del amanecer. En momentos de aguacero, se filtran por la rendija de la habitación, empapando mis ropas y las sábanas de la cama. Me incorporo, decidida a desplazar el colchón hacia una zona seca. A duras penas consigo arrastrarlo. Es realmente molesto pensar que alguien como Sophie goce de un cuarto más lujoso que el mío, esa constatación me eriza la piel. Seguramente reposa en una cama mullida, envuelta en sedosas telas, con servidores que acicalan su cabello y otros que le sirven un suculento desayuno caliente.
Mientras interiorizo mis quejas hacia la vida y lanzo algunos cojines en gesto de pataleo, la inconfundible sensación de una presencia ajena se insinúa detrás de mí. Me tenso al percatarme, ya que estoy segura de no haber escuchado la apertura de la puerta, por donde debía haber entrado quienquiera que sea que ahora comparte la habitación conmigo. En un acto instintivo, intento hallar algo que me pueda servir como defensa; tal vez el rey ha vuelto para otro intento de decapitación. Mi búsqueda resulta en vano, así que decido girar, enfrentando a quien sea o lo que sea que esté a mis espaldas. Para mi sorpresa, es el mismo hombre que conocí aquel día en que arrojé mi anillo al bosque: el Loa.
—Tenemos una conversación pendiente, ¿lo olvidaste, Adalia?
—Claro que no —contesto más calmada—. Solo que no sabía cómo llamarte otra vez, ya no tengo nada valioso para arrojar al bosque.
—Tienes muchas cosas, tangibles e intangibles, de gran valor. Solo necesitas ampliar tu perspectiva un poco más. —Detesto cuando me hablan con acertijos—. Rómulo te explicó cuál es mi propósito, así que adelante. Pide o pregunta, tus palabras serán atendidas.
—El problema es que... no sé qué pedir ni qué preguntar. Tengo tantas dudas que no puedo decidir cuál es la más importante, y tantos deseos que no sé cuál merece prioridad.
—Veo que la pregunta sobre por qué tu familia aún no ha llegado con un ejército ya no es tu principal preocupación. —Me encojo de hombros.
—No se trata tanto del porqué como de que simplemente no lo han hecho y, quizás, no lo harán. —Él me dedica una media sonrisa, como si mi respuesta le satisficiera.
—Entonces rechazarás mi oferta. No harás ninguna pregunta, ni pedirás deseo alguno.
—¿Es muy tonto? —pregunto—. ¿Habría alguna posibilidad de que regreses cuando mi mente esté más clara?
—Si te respondo eso, ya no nos volveremos a encontrar; así que simplemente me marcharé —dice, tomando el bastón de ramas que había dejado apoyado contra la pared. Me brinda una última sonrisa y abre la puerta para salir—. ¿Por qué no vas al establo a ver a Sultán? Debe extrañarte.
Apenas cruza la puerta, su figura se desvanece y se me presenta un día lluvioso. Por un breve momento, la vida adquiere un matiz menos desesperanzador. Recuerdo cuántas veces anhelé salir y saltar en charcos, envidiando a los niños que se revolcaban en el lodo y corrían bajo la lluvia. Ahora, por primera vez, tengo la libertad absoluta para hacerlo sin temor al juicio de otros, sin las expectativas de comportarme como la futura reina.
Inspirada por las palabras del Loa, no dudo en salir de mi habitación. Disfruto de las gotas que empapan mi cabello y cubren cada centímetro de mi piel. Es una sensación de libertad sin igual, la más profunda que he experimentado. Salto en los charcos con total abandono, sin preocuparme por lo infantil que pueda parecer. Me dirijo corriendo hacia los establos, ansiosa por ver a Sultán, cepillarlo con cariño y ofrecerle alimento si tengo la oportunidad. Cuando estoy a punto de abrir la puerta del lugar, el sonido de unos golpes llama mi atención. Me dirijo a la parte trasera de la caballeriza, donde se encuentra la zona de entrenamiento. Por la tormenta, debería estar vacía, pero Rómulo está descargando toda su ira contra un hombre de paja que yace sobre un palo de madera. Incluso a esta distancia, puedo notar el amarillo de sus ojos. Observo como una y otra vez mueve de manera limpia, fluida y acertada su espada; atinando a los punto exactos para matar. A pocos metros de él descansan en el piso varios muñecos más, pero al contrario del que está recibiendo las estocadas, estos están destrozados. Quién sabe cuántas horas lleva aquí, pero me atrevería a decir que así pasó su noche. Algo me dice que el Loa no me mandó al establo para visitar a Sultán.
El príncipe apunta su mano hacia el pecho de su "contrincante", y la piedra en su cuello se ilumina mientras pronuncia un hechizo en voz fuerte y clara, haciendo que el costal que envuelve la paja explote. Una vez que termina, coloca a su siguiente víctima sobre el asta y continúa practicando con su espada. Me acerco a él con precaución.
—Rómulo... —lo llamo en apenas un susurro, pero no me escucha. Aclaro mi garganta para hablar con más fuerza—. ¡Rómulo! —Esta vez lo grito, aunque no era mi intención hacerlo.
La sorpresa que le causa mi voz, acompañada por la rabia que lo embarga, lo hace girarse hacia mí soltando un grito gutural. Su espada se detiene a escasos centímetros de mi rostro. Me observa durante unos instantes, tratando de comprender por qué estoy allí. Finalmente, sale de su trance de ira, baja su arma y su agitada respiración recupera un ritmo normal. Gradualmente, la intensidad del color en sus ojos disminuye, volviéndolos menos brillantes.
—¿Qué haces aquí? Si no te resguardas vas a resfriarte. —Lucha por mantener la calma. Sin más, vuelve a darme la espalda y continúa golpeando el objeto frente a él.
—Me gusta la lluvia. Quise venir a saludar a Sultán.
—Después de que el rey te amenazara de muerte, salir sin protección no es una decisión prudente.
Con un solo golpe, rompe la cabeza del objeto. Abatido, deja caer su espada y arroja el muñeco junto con los demás. Aunque parecen pesados, él los alza sin esfuerzo. Mientras vuelve a acomodar otro muñeco, noto que la mano con la que realizó el hechizo está herida. Una llaga se ha formado en ella, como si hubiera sufrido una quemadura.
—¿Qué le sucedió a tu mano? —pregunto. No me dirige la mirada, y sé que soy lo último que desea en este momento.
—Realicé un hechizo guiado por la ira. Pagué el precio. —Suena arrepentido, no parece ser algo digno de un protector.
—¿Vas a hacer esto todo el día?
—Toda la semana si es necesario. —Suelto un suspiro y tomo su espada antes de que él pueda hacerlo, resulta ser más pesada de lo que aparenta.
—Quería disculparme por provocar la pelea con tu padre. —Detener su arma es la única manera de que me preste atención—. Si hubiera regresado al castillo como me lo pediste, nada de esto habría sucedido.
—El rey te habría decapitado al momento de entrar sola. No tienes por qué disculparte. —Al decirlo, sus ojos no se tornan amarillos; no está enojado conmigo. Me da calma el hecho de que no me culpe por lo que pasó, pero me limito a mirar el suelo. ¿Cuál será el color del arrepentimiento? Mis ojos brillarían intensamente del mismo—. Se nota que nunca has blandido una espada —dice después de un silencio incómodo y yo miro mis manos.
—Siempre quise aprender, pero mi padre decía que no era apropiado que una mujer portara un arma. Y no quiero ni pensar en el sermón que me dio Gorka sobre que el hombre era el responsable de velar por la seguridad de su familia.
—Bueno, tu padre no está aquí y tampoco tu esposo. —Se acerca para quitarme su espada sin hacerme daño. Suele ser algo brusco cuando está enojado—. Esta es demasiado grande para ti, es mejor que empieces con un palo si no quieres lastimarte. Toma uno de los que están ahí.
Él señala con la mirada un enorme jarrón donde están acomodados varios palos. Por un momento pienso que solo está bromeando, pero no. Sigo sus indicaciones mientras él imita mis movimientos. Me guía en cómo debo pararme, ajustando mi cadera con sus grandes manos y golpeando suavemente con su nueva arma mis piernas para colocarlas en la posición correcta. Una vez mi postura le parece aceptable, me indica cómo debo sostener lo que debería ser una espada. Apenas estoy asimilando sus instrucciones cuando él lanza el primer golpe que cae en mi costado. No es fuerte, pero es suficiente para desequilibrarme.
—¡No estaba preparada! —le reprocho, pero eso solo provoca que repita el movimiento.
—¿Crees que alguien que quiera atacarte te dará tiempo para prepararte? —me responde, volviendo a atacar. Esta vez logro detener su golpe, pero de inmediato me arrepiento de haberlo hecho.
Encontró un nuevo muñeco de paja.
Y soy yo.
Obviamente solo logro detener algunos de sus veloces movimientos. Ahora sus ojos muestran un leve tono añil. ¿Acaso este pedazo de príncipe engreído cree que es divertido hacerme quedar en ridículo? No lo creo. Aunque intento evitarlo, ocho golpes seguidos caen sobre mi cuerpo, haciendo que Rómulo suelte una carcajada al ver mi expresión desorientada. Estallo en el momento en que se burla de mí y decido que ya no seré solo la parte que se defiende. Con torpeza, intento lanzarle varias estocadas, pero él las detiene sin ningún problema. La lluvia intensa cayendo sobre nosotros limita mi visión.
Doy un paso adelante y resbalo en el húmedo suelo que el agua ha creado con la tierra. Rómulo vuelve a reírse, pero al notar un gesto de dolor en mi rostro, se detiene. No puede examinarme bajo la tormenta, así que me ayuda a levantarme. No consigo apoyar el pie para caminar. Como si mi cuerpo no pesara, él me toma en brazos y entra en el establo. Es el lugar más cercano y seco. Me sienta en un barril alto y las consecuencias de haber salido con la tormenta se hacen presentes. Comienzo a temblar de frío. Me quejo cuando mueve mi tobillo, pero con unas simple hechizo logra que cualquier molestia comience a disminuir.
—De-debes enseñarme a hacer eso —le digo tiritando y él me observa divertido. Se levanta para tenderme una cobija que estaba sobre la paja.
—Está limpia —asegura y sigue revisando mi pie, arrodillado frente a mí. ¿Cómo no se está congelando?—. Tardará unos minutos en sanar por completo. Para la magia hay que tener paciencia, esa es tu primera lección oficial.
—Morgan me dio unas vacaciones, las usaré para practicar. Prometo no incendiar de nuevo la biblioteca.
—Bueno, parece que mis deberes como heredero al trono fueron suspendidos y, como dije, no practicarás sin un instructor. Después de todo, tal vez pueda ayudarte.
—En verdad lo siento.
—Ya te dije que no fue tu culpa, Adalia. Mi padre siempre ha sido duro conmigo. Se preocupa por el pueblo.
—Sí, entiendo eso. —Me mira mientras me envuelvo en la cobija, luego continúa sanando mi tobillo.
—Él cree que soy demasiado blando para dirigir un reino. Desde que mi madre fue asesinada, ha descargado su ira contra mí. Ella estaba embarazada cuando todo pasó y a veces siento que ese niño hubiera sido un mejor heredero que yo. —Lo veo extrañada por el hecho de que me comparta su pasado, pero siento empatía. No esperaba que me contara algo tan personal. Parece que no somos tan diferentes después de todo. Al notar mi mirada, él aclara su garganta y se levanta—. No sé por qué te digo esto. Olvida que lo hice. Tu pie ya debe estar bien, regresa a tu habitación. Ponte ropa seca luego de tomar un baño caliente; puedes decirle a Morgan que te ayude a prepararlo. Empezaremos con tus lecciones mañana, necesito que estés en plenas condiciones.
No puedo decirle nada más, pues él simplemente se aleja, aparentemente arrepentido por haberse sincerado conmigo.
Hola, hola.
En esta ocasión "Mullier Paleas" se traduce del latín como "mujer de paja". Espero les haya gustado el capítulo. Nos leemos pronto.
-Nefelibata
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