Capítulo ocho: non subditos

Tras cada gran fiesta, llega la peor parte. No, no me refiero a las náuseas y dolores de cabeza provocados por las bebidas fuertes, me refiero a la limpieza. Como soy la única que no asistió al evento, también soy la única que se levanta junto con el sol. Morgan no cuenta, ya que aunque está aquí conmigo, parece que disfrutó demasiado anoche. Se ha quedado dormido apoyado en el trapeador ya cuatro veces, mientras yo recojo los innumerables platos. Para ser sincera, prefiero esto a lavarlos, aunque tampoco es que me emocione demasiado. Si son tan unidos para traer todo esto, también deberían serlo para limpiar. Inconscientes.

Morgan deja caer todo su peso contra el palo de madera y obviamente este no aguanta. No llego a tiempo para evitar que se estrelle en el suelo, lo que lo hace despertar sobresaltado. Lo ayudo a ponerse en pie en cuanto estoy a su lado. No puedo evitar soltar una risa por su expresión somnolienta que apenas comprende lo que ha sucedido. No fue un golpe grave.

—Ya te dije que vuelvas a la cama, Morgan —le digo aún riendo—. Ni siquiera puedes mantener los ojos abiertos.

—Lo lamento, Adalia. Tú has limpiado gran parte de este desastre y yo no he hecho nada. No estaba en el acuerdo que hicieras toda la limpieza por ti misma. —Levanto los hombros.

—Es esto o quedarme en la cama todo el día. Ninguna de las dos opciones es mi plan ideal, pero al menos aquí me distraigo.

—También debes de estar cansada. Rómulo me contó que saliste del castillo anoche. —Me mira con cierto reproche.

—Iba a decírtelo...

—No puedes salir así, Adalia, lo sabes. Eres mi responsabilidad aquí, podrías perderte o salir lastimada. Que no vuelva a ocurrir. —Arrugo el gesto mientras sigo recogiendo platos, provocando un suspiro por parte de él—. ¿Por qué no vas a la biblioteca a practicar magia? Ya hiciste tu parte del trabajo, los demás se encargarán de lo que falta. —Mis ojos se iluminan de inmediato.

—¿Puedo ir sola?

—Sí, pero por favor trata de no meterte en problemas. Solo hechizos básicos.

—¡Gracias! —Le doy un rápido abrazo y camino a paso veloz hacia la biblioteca.

No hay nadie en los pasillos, ni siquiera los guardias. Este día sería perfecto para un ataque sorpresa. Débiles, cansados, durmiendo y sin nadie vigilando las entradas. Al llegar a la librería desierta, soy libre de tomar lo que quiera sin preguntas incómodas ni miradas indiscretas por parte de algún Nobey. Recorro el lugar con fascinación, sin saber muy bien por dónde empezar.

Es la colección de libros más grande que he visto en mi vida. Los pasillos se extienden a lo largo, divididos por estantes altos donde los libros están ordenados. En el centro del techo hay un gigantesco vitral colorido con la imagen de una flor que ilumina el lugar al dejar pasar los rayos del sol. Además de los textos, encuentro esculturas antiguas y pinturas bellísimas.

Cuando llego a la sección de hechizos, noto que los tomos están divididos según su dificultad. Para hacerlo más emocionante, cubro mis ojos con una mano y con la otra señalo al azar. Muevo mi dedo de un lado a otro y de arriba a abajo, luego detengo el movimiento. Cuando me permito mirar, realizo un hechizo sencillo para atraer el libro seleccionado. Estaba en la parte alta, lo que indica que es de nivel intermedio. ¿Qué tan complicado puede ser?

Cuando el libro llega a mis manos, sonrío al leer el título. Es como si mi magia hubiera leído mi mente y me hubiera dado lo que necesito. "Hechicería para Defensa Personal" se lee en grandes letras doradas sobre el lomo rojo. Ya he practicado antes, así que un nivel intermedio debería ser ideal para mí. Abro el libro en una página al azar y lo coloco sobre una mesa. Leo solo palabras clave, ansiosa por intentar cosas nuevas. Lanzar objetos no puede ser más difícil que hacerlos levitar con un toque de puntería.

Mi mirada se posa en una esfera que descansa sobre una columna. Parece lo suficientemente ligera para que pueda levitarla. Concentro mi energía en ella y ejecuto el hechizo, intentando dirigirla hacia un pequeño cesto cercano; sin embargo, algo sale mal. En lugar de obedecerme, la esfera se lanza en mi dirección con una velocidad inesperada. Me agacho a tiempo para evitar que me golpee en la cabeza, pero no logro evitar que destruya un jarrón que yacía detrás de mí. El impacto dispersa los fragmentos en el suelo, creando un desastre que más me vale poder deshacer.

Una mezcla de horror y culpa llena mi pecho. Ese jarrón seguramente tenía un valor considerable, tal vez incluso era una reliquia histórica. Siento un nudo en la garganta y maldigo mi torpeza interiormente. Sin perder tiempo, me apresuro a buscar una solución en los libros circundantes antes de que Morgan o cualquier otra persona note lo que ha sucedido. Páginas pasan frente a mí mientras hojeo varios libros en busca de una respuesta.

Después de revisar al menos cinco libros, finalmente encuentro un hechizo que podría ser útil para reparar los daños. Hay un inconveniente, es por mucho más avanzado que el que intenté antes. Tomo una respiración profunda, decidida a dar lo mejor de mí esta vez. Observo el diagrama de gestos mágicos detenidamente, comprometiéndome a prestar más atención a los detalles. Sin embargo, justo cuando estoy a punto de comenzar, el sonido de la puerta de entrada se hace presente en mis oídos.

—¿Adalia? —La voz de Rómulo me sobresalta, reconociéndola al instante—. Morgan me dijo que estarías aquí.

Estoy en la sección más apartada de la biblioteca, lo que me concede poco más de tres minutos antes de que él me encuentre. Repaso con velocidad el hechizo ante mí, tratando de absorber su contenido en un abrir y cerrar de ojos. Con manos temblorosas, me preparo para realizarlo, sintiendo que mi corazón late en mi garganta.

Aprieto los ojos con fuerza mientras sigo las palabras en el antiguo idioma y ejecuto los gestos con tanta precisión como me es posible. Mi voz tiembla ligeramente mientras pronuncio las palabras, esperando que el jarrón se arregle ante mis ojos. Una vez más, la magia parece resistirse a mis intentos. En lugar de ver los fragmentos del jarrón unirse, el suelo bajo mis pies estalla en llamas, un fuego que se propaga rápidamente. El pánico se apodera de mí mientras se expande, y mi mente entra en un estado de caos.

—¡Rómulo! —grito con desesperación, esperando que él escuche mi llamado. Los pasos del príncipe resuenan en el pasillo, acercándose a toda prisa hacia mi ubicación. La urgencia en su avance es palpable, y aunque sé que seguramente me gritará por esto durante horas, siento un atisbo de alivio por su presencia.

Me esfuerzo por alejarme de las llamas que aumentan su altura, pero pronto me encuentro rodeada por el fuego, acorralada contra una de las paredes. Cuando Rómulo finalmente llega a mi lado, nuestras miradas se encuentran en un instante. La rápida propagación del fuego agudiza mi temor, esta vez realmente lo he arruinado. El calor es abrumador, y el humo empieza a llenar mis pulmones, provocándome tos y dificultad para respirar. Sus ojos reflejan sorpresa y preocupación mientras observa el desastre que he causado. Puedo leer claramente su pensamiento diciendo que va a matarme.

Sin embargo, con un movimiento decidido, Rómulo apaga el fuego, y finalmente logro tomar bocanadas agitadas de aire. Estoy agradecida por su intervención, incluso si su rostro refleja enojo.

—¿¡Qué demonios estabas tratando de hacer!? —grita, acercándose a mí con rapidez. Por un instante, temo que su furia lo lleve a golpearme por los daños causados, pero su expresión me sorprende al revelar una inquietud genuina. Aunque aún estoy luchando contra el miedo y el temblor en mi cuerpo, Rómulo toma mis manos entre las suyas para detener el nervioso movimiento, sus ojos se encuentran con los míos en un intento de tranquilizarme. Al observarlo me transmite una calma serena, aunque la furia persiste en su tono de voz.

—Solo... intentaba practicar un poco de magia —murmuro mientras Rómulo se separa ligeramente para inspeccionar el primer libro que tomé en mis manos.

—¿Y creíste que lanzar una vela sería una buena idea? ¿Qué habría pasado si yo no hubiera estado aquí, Adalia? Pudiste haber incendiado todo el castillo, pudiste haber perdido la vida.

—¡Yo no lancé ninguna vela! —protesto, con una mezcla de frustración y defensa en mi voz, mientras Rómulo continúa examinando los libros que había estado consultando antes de que el desastre ocurriera.

—No puedes practicar magia avanzada sin supervisión. No eres ni siquiera una principiante. —Hago un gruñido de indignación y cruzo los brazos, lo que provoca una leve risa por parte de Rómulo—. Aunque hagas berrinche.

—No tengo a nadie que me enseñe. Morgan está ocupado.

—Ya encontraré a alguien para que lo haga, por ahora por favor aléjate de estos tomos.

—¿Por qué me buscabas?

—Saldremos a recorrer la ciudad, como vigilancia después del evento. Anoche parecías muy interesada en explorar el lugar y, como te prometí no volver a ser un idiota, pensé que podrías unirte. —Mi emoción es palpable. Siempre he disfrutado de los paseos.

—¿Estás hablando en serio?

—¿Vas a venir o no? No haré la oferta dos veces.

—¡Claro que sí!

Su sonrisa me devuelve el entusiasmo. Dirige su mirada hacia el jarrón roto que intenté reparar para con un tono firme y seguro, pronunciar la palabra «instaurabo». El jarrón vuelve a su estado original en la columna de inmediato

—Presumido —le digo mientras me pongo de pie.

El lugar ha quedado un tanto chamuscado, lo que seguramente resultará en una tarea de limpieza para mí después.

Rómulo me guía hacia la salida del castillo, atravesando pasillos en lugar de la ruta trasera por la cocina que usualmente me hacen tomar. La actividad en el lugar ha aumentado considerablemente desde hace unas horas, ya están en pleno proceso de limpieza de los estragos de la fiesta de anoche. Los guardias nos esperan con los caballos listos, aunque los hombres no parecen estar en las mejores condiciones. Uno de ellos hace gestos de dolor con cada ruido que llega a sus oídos.

—Te dijimos que no bebieras tanto, León, pero insististe en vaciar la barrica tú solo —se burla Damián, claramente entretenido por el estado de su compañero.

—Cállate, no soporto mi cabeza —responde León con un ceño fruncido y una expresión que denota su malestar. Está intentando no volver el estómago.

Hay un caballo esperando para mí. Una sonrisa ilumina mi rostro y la felicidad me embarga al ver a Sultán allí, libre y con su silla de montar colocada, listo para que lo monte. Rómulo me ofrece su ayuda para subir, pero la rechazo. ¿Acaso piensa que no puedo hacerlo sola? He montado miles de veces y finalmente puedo volver a estar sobre su lomo después de tanto tiempo. Tomo las riendas y abrazo el cuello de mi amigo equino en señal de saludo. Realmente lo extrañé.

—Te daré una oportunidad, Adalia —sentencia el príncipe con seriedad—. No te perseguiremos si intentas escapar, pero es probable que eso solo resulte en tu muerte. Y si intentas algo contra mi gente...

—Sí, sí. Me cortarás la cabeza o algo parecido. ¿Nos vamos? —Interrumpo a Rómulo, quien me lanza una mirada reprobatoria mientras yo estoy ansiosa por comenzar el recorrido.

—Si algo sucede, quiero que te mantengas cerca de mí o de Damián, ¿entendido? —Asiento en respuesta.

Siento las miradas de los guardias sobre mí, lo que me hace sentir incómoda. Sé que para ellos no soy más que una intrusa que ha ingresado a su reino; realmente no los culpo por ello. Si la situación estuviera a mi favor, probablemente yo haría lo mismo.

Iniciamos la cabalgata en parejas siguiendo al príncipe. Rómulo lidera, solo en la vanguardia para marcar el camino. Yo voy junto a Damián, quien lleva a Totoro sentado frente a él. Parece que se han vuelto muy unidos, y sé que el gato está molesto conmigo por haberlo dejado, ya que cada vez que intento llamarlo, ni siquiera me voltea a ver.

—Ya te perdonará —me dice Damián con una sonrisa juguetona.

—Eso espero —ambos compartimos una risa, mientras observamos cómo el felino me ignora por completo.

—¿Dónde está tu anillo? —me pregunta, su mirada se posa en mi mano y siento una punzada de incomodidad al no saber qué responder.

—Lo perdí. —Damián me lanza una mirada escéptica, lo cual me hace suspirar.

—Lo siento, no debí preguntar. —Niego levemente, esbozando una amable sonrisa.

—Es solo que no quiero hablar de eso ahora.

—Entiendo que puedas sentirte decepcionada porque nadie haya intentado rescatarte después de seis meses —comenta, su mirada fija al frente—. ¿Tan mal la has pasado aquí?

—No lo malinterpretes. Este lugar es realmente hermoso, pero...

—Pero no es tu hogar —concluye él, terminando mi frase.

—Creo que ya no tengo un hogar. —El guardia me observa. Detesto la lástima que asoma en sus ojos.

—Intenta darle una oportunidad a Northbey, quizás incluso llegues a apreciarlo. —Al notar que mi ánimo no mejora, busca otro enfoque—. Solo mira a Rómulo, te está dando una oportunidad y, admitámoslo, empiezas a caerle bien.

—Aunque esté de espaldas, Damián, puedo escucharte —interviene Rómulo, y nuestras risas se mezclan—. No te hagas ilusiones, princesita. Te volvería a encerrar en el calabozo sin dudarlo ni un momento.

Damián imita la postura de superioridad de Rómulo, acompañándola con una expresión cómica, y yo apenas me contengo para no soltar una carcajada. Estoy a punto de añadir algo más para burlarnos del príncipe cuando el sonido de un grito desgarrador irrumpe en el aire.

De inmediato, los guardias se ponen en alerta, tirando de las riendas de sus caballos para cabalgar velozmente hacia el origen del sonido. Logro mantenerme a su ritmo, siguiendo las indicaciones de Damián para permanecer cerca de él. Llegamos a una pequeña casa donde una anciana tiene los ojos negros inundados de terror. El lugar está destrozado, las paredes están salpicadas de rojo por la sangre de un hombre y una mujer que yacen literalmente partidos por la mitad. La escena es impactante, y apenas puedo sostenerme de para no caer ante tal impresión.

Rómulo, visiblemente preocupado, desmonta de inmediato para acercarse a los cuerpos. Los otros guardias le siguen el ejemplo, pero cuando estoy a punto de hacer lo mismo, Damián me hace una señal para que me quede en Sultán. Observo cómo retiran los collares que rodean los cuellos de los cadáveres. Damián, en cambio, se acerca a la anciana en un intento por calmarla.

—¿Vio lo que ocurrió? —le pregunta con compasión. Ella niega con lágrimas en los ojos.

—Venía a dejarle fresas a mi hija, a su esposo y a mi nieta... como hago todas las semanas. Pero cuando entré, los encontré así.

—Solo hay dos cuerpos —señala León después de inspeccionar la casa.

—Busquen a la niña —ordena Rómulo.

Mientras Damián brinda consuelo a la señora, los demás guardias exploran la casa en busca de la pequeña o de alguna pista que los conduzca al responsable de esta atrocidad. Rómulo cierra los ojos de los cadáveres y, utilizando magia, empieza a tratar los cuerpos para que la escena no sea tan caótica. No pasan mucho tiempo antes de que encuentren rastros de sangre, huellas demasiado grandes para pertenecer a un humano, pero que tampoco parecen ser de un Nobey. Estas desaparecen justo antes de adentrarse en el bosque.

—Adalia, regresa al castillo. Ve y cuéntale a Morgan lo sucedido para que él lo informe a mi padre. No quiero que te cruces con él —me ordena Rómulo con firmeza.

—Pero... podría ayudarles. —Le suplico con la mirada. Quiero acompañarlos al bosque, me sentiría más segura con ellos en ese lugar.

—Sin peros, Adalia. Tu magia es débil, te matarían en un instante. Ahora no es el momento. —Los guardias y Rómulo cambian nuevamente a su forma de bestia y se dirigen al bosque a toda velocidad corriendo en cuatro patas, dejando atrás sus caballos.

Hasta cree que voy air al castillo.

Hola, hola.
En esta ocasión "non subditos" se traduce del latín como "desobediente".  Nos leemos pronto.

—Nefelibata

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top