Capítulo dos: coniurationis

Han pasado ya tres años desde el día en que contraje nupcias con el hijo de los Maithon. Tres años en los que solo he vuelto a pisar Westperit para eventos importantes o fiestas. Recibo cartas un par de veces al mes de mi padre o de Seamus, pero es poco común que vengan a visitarme. Calum, por otra parte, ha sido recibido en Regno en varias ocasiones cuando sus viajes lo dirigen al sur. Él y Gorka mantienen una buena relación, a pesar de que mi hermano cada vez es más creativo con sus excusas para no acompañarlo a cazar.

—¿Emocionada por volver? —me pregunta mi esposo.

—¿Debería? —contesto seca, y él hace una mueca. Odia cuando estoy de mal humor, pero procura contenerse.

—Aunque no te gusten, estos eventos son necesarios. Es una manera de reducir la pérdida de guerreros.

—Nos estamos matando entre nosotros. Es solo cerrar los ojos al problema, no resuelve nada.

—No, mi princesa, pero los guerreros de tu padre están muy bien entrenados. Han pasado décadas desde la última vez que perdimos a alguien. Los Nobey son monstruos y poco a poco se han ido debilitando; nosotros los hemos debilitado.

—La guerra sigue, eso no cambia. La idea de casarnos era que todo esto terminara y parece que fue para nada. —Él suspira y toma mi mano para acariciarla.

—Intenta no pensar en eso ahora. Siempre te alegras por regresar a Westperit. Verás a Seamus, a Calum, tu viejo cuarto...

—Y luego me quitarán todo, al igual que cuando me casé contigo.

Gorka no se sorprende por mis palabras, pero sí lo molestan. Mira al frente después de liberar mi mano. Creo que esta vez he cruzado la línea. Mi boca siempre va más rápido que mi decencia. Nunca seré una buena pareja, mucho menos una buena reina. Si así trato a mi esposo, ¿cómo trataré al pueblo? Pero ¿por qué tendría que arrepentirme de lo dicho? No ha sido más que la verdad. Aun así, sé que él no se merece mi desdén cuando lo único que pretendía era animarme.

—Lo lamento, Gorka. Hablé sin pensar. —Me quito el pesado abrigo mientras él niega para restarle importancia, pero permanece serio.

—No me molesta que digas lo que piensas, me molesta cómo lo haces. —Me mira con ojos cansados—. Después de tres años, ya no sé qué más intentar para que estés feliz, Adalia. A ambos nos quitaran la poca libertad que teníamos, pero sería más fácil si tú también pusieras de tu parte.

Tuerzo la boca para luego dirigir la mirada hacia la ventana. Sé que tiene razón. A pesar de sus buenos tratos, los caprichos cumplidos y los muchos regalos, algo no me permite amarlo de manera romántica. Aun así, somos buenos amigos. Me ha dado la confianza de contarle muchos secretos y me ha acompañado en mis problemas, apoyándome de manera incondicional. Es un excelente esposo, mientras yo estoy lejos de ser siquiera una buena compañía. Me gustaría decir que lo intento, pero realmente no lo hago. He llegado a detestar mi vida. Nada me satisface y a veces pienso que nada lo hará.

Me siento mal por no poder ser la esposa que sé que él espera y la cual, para ser sinceros, se merece. Admito que pasamos muy buenos ratos. Con él doy más paseos que antes, pues su tiempo libre es completamente mío. Salimos a caminar por las calles de Regno por lo menos una vez a la semana cuando la nieve nos lo permite. El lugar es bastante bonito, con paisajes helados y el castillo sobre la gigantesca montaña. Solemos estar acompañados, pues los animales salvajes abundan en el sur. Me costó algunos meses acostumbrarme a las bajas temperaturas, solo la ropa adecuada y la chimenea encendida todo el día me permitían dejar de temblar. Todo sería incluso agradable de no ser por la presión de sus padres, quienes constantemente nos cuestionan la llegada de los que serán nuestros herederos. Sé que eso ha sido la causa de varias peleas, pero Gorka dijo que me daría tiempo hasta que estuviera lista. Sé perfectamente que no voy a estarlo nunca.

Claro que hemos tenido contacto físico, somos humanos al final de cuentas, pero no es algo frecuente. No me sorprendería si me enterara de que me ha sido infiel. Los deseos carnales siempre han logrado corromper al hombre y yo no estoy dispuesta a ser quien satisfaga los de él. Para ser sinceros, no me importa si busca ese placer en otro lugar. Incluso estaría feliz si lo encuentra lejos de mí.

Hoy se celebra de nuevo el infame torneo. Gorka y yo somos invitados de honor, por supuesto. Nuestra última victoria ha enfurecido a los Nobey, pero ha llenado de orgullo a mi padre por lo que han logrado. El ejército que él y mi esposo formaron crece cada día. El príncipe ha entrenado a los guerreros más brutales que jamás haya visto. Despiadados, sí, pero eficaces. Matar a un Nobey para ellos no es diferente a enfrentar a un oso.

Al llegar, todos están demasiado ocupados preparándose para la llegada de nuestros invitados, por lo que no tenemos un gran recibimiento como acostumbramos. Simplemente nos separamos para ir a nuestras respectivas habitaciones, acompañados por los guardias que nos acompañaron en el viaje. Al llegar a mi habitación, me percato de que solo hay colgado un diminuto vestido con el cual sé que apenas podré.

—Zeggo —llamo al guardia de Regno y él se asoma por la puerta—. ¿En dónde están mis damas de compañía?

—No deben demorar, majestad. Es probable que se hayan retrasado por la cantidad de personas en las calles.

—Pues será mejor que se den prisa. No puedo llegar tarde al torneo.

—¿No podría intentar vestirse sola? —sugiere, mi mirada incrédula cae sobre él.

—Quiero que intentes ponerte ese corsé tú solo —se ríe y yo lo acompaño. Mi relación con los guardias de Regno es especialmente buena y Zeggo es uno de mi s favoritos.

—Lo lamento, majestad. Le pediré a los sirvientes que apresuren a las damas. —El guardia hace una reverencia y yo le agradezco.

—Zeggo —lo llamo de nuevo y él da la vuelta—. Sabes que puedes hablarme por mi nombre.

—Solo si quiero que me corten la lengua. —Me sonríe antes de retirarse.

Luego de algunas horas, finalmente estoy lista. Agradezco a las damas y les pido que me dejen sola. Me miro en el espejo de mi antigua habitación mientras coloco el collar de mi madre alrededor de mi cuello. Tiene una brillante piedra roja que resalta sobre mi piel blanca. Es el único recuerdo que me queda de ella. Han hecho todo lo posible para que mi cabello, mi vestimenta y mi cara se vean perfectos, pero mis ojos siguen sin tener el brillo de antes. El vestido es largo, entre cuatro mujeres tuvieron que ajustar el corsé. Es rojo como la sangre, pero no como la de una herida reciente, sino como la que empieza a coagularse. Si lo ves con poca luz, podrías incluso confundirlo con el negro.

Siento unas manos sobre mis hombros que me hacen sobresaltar y girar enseguida, me tranquilizo al ver que es mi hermano. Calum sale a los reinos cercanos para realizar trueques, acompañar a los cartógrafos y vigilar que los enemigos se mantengan lejos de nuestras tierras. Después de que cumplió la mayoría de edad, dejó de ser común verlo en casa. Solo regresa para eventos importantes, como este.

—Hola, hermanita —me dice sonriendo y yo lo abrazo. Noto que busca a Gorka en la habitación—. ¿Y tu esposo?

—A esta hora debe estar asegurándose de que el guerrero esté listo.

—Sigo lamentando no haber estado aquí para evitar que nuestro padre te obligara a casarte.

—No hubieras podido hacerlo, aunque lo hubieses intentado. No es tu culpa, Calum.

—Hubiese dado mi vida.

—Y nuestro padre la hubiera tomado con tal de seguir con el trato —me separo y acaricio su mejilla mientras le sonrío—. Gorka no es malo, sabes que me trata bien e intenta complacerme en todo.

—Oh, por favor —comenta mientras se deja caer en uno de los sillones—. Sus padres y él son tan estirados que no sé cómo los soportas.

—«Adalia, ¿podrías comportarte?» —imito a Gorka, sacándole una buena carcajada a mi hermano—. Pero lo aprecio, eso lo sabes.

—«Adalia, ¿vas a comer más cordero? ¿Qué dirán los invitados?» — Ambos botamos una sonora carcajada.

—Adalia —nos interrumpe mi esposo y de inmediato ambos nos callamos—. Es hora.

Está parado junto al marco de mi puerta, imponente como siempre. Ruego porque no haya escuchado lo que dije yo o Calum. El uniforme hace que luzca aún más fuerte de lo que es y la capa roja, a juego con mi vestido, resalta su poder. Sus ojos negros, su cabello oscuro; todo hace que las personas quieran salir corriendo al verlo. Incluso yo, cuando lo conocí, temí que me asesinara en la primera noche. Nadie se equivoca, es un gran guerrero y te sacaría las vísceras si lo provocas, pero a su pueblo, a su familia y a mí, nos respeta.

—Los dejaré solos —nos dice Calum levantándose de su asiento y sale de la habitación, haciendo antes una pequeña reverencia ante Gorka.

Él se acerca a mí tomando mis manos, quedando frente a frente. Es mucho más alto que yo, pero no alzo la cabeza para verlo. Miro al suelo, pues a pesar de algunos años de matrimonio, me sigue intimidando. Él toma mi barbilla y hace que lo observe, cruzando nuestras miradas. Sé que ya se le ha pasado el enojo, nunca le dura demasiado, a decir verdad.

—Tus ojos son demasiado bellos como para que te dediques a mirar el suelo. —Coloca la corona en mi cabeza y la acomoda. Le sonrío, él me devuelve el gesto.

—En verdad siento lo de hace rato.

—Ya no tiene importancia.

—La tiene. Prometo intentar cambiar mi mal humor y agradecer las cosas que haces por mí.

—No te estoy obligando a nada.

—Lo sé, justo por eso quiero intentarlo.

Lo veo a los ojos y le doy un beso corto. Él sonríe sorprendido, pues casi nunca tengo la iniciativa de hacerlo. Salimos con los brazos entrelazados, bajando las enormes escaleras hasta llegar a la gran puerta hecha de la madera más fina. Subo al carruaje con su ayuda por la cola del vestido. Cuando ambos estamos listos, los guardias avanzan escoltándonos, a la vez que los caballos empiezan a caminar para llegar al lugar donde se librará la batalla.

Aunque todos los negocios están cerrados, la ciudad está enloquecida. Todos los ciudadanos asistirán a la arena para presenciar el desenlace del evento. Normalmente, los niños se quedan en casa por si algo se sale de control; además de que no es un espectáculo muy apropiado para ellos. Todos tiemblan con la llegada de los Nobeys, pues aun cuando no todo su pueblo viene ya que sería muy complicado el viaje, asisten los suficientes para intimidarnos.

El carruaje avanza muy lento debido a la cantidad de personas que hay en las calles. Logro escuchar la plática de un general con un soldado; parece estar regañándolo porque olvidó encender las antorchas de la avenida principal. Las veo a lo lejos, cierro los ojos concentrándome y casi de inmediato todas se encienden. Sonrío victoriosa mirando al frente. El regalo de bodas de mi tío fueron unos libros de hechicería. Me prohibió enseñárselos a cualquier persona. Como Gorka está fuera suficiente tiempo como para practicar, he entrenado. No soy experta, pues no tener un tutor me causa problemas y Seamus se aseguró de que en las páginas solo vinieran hechizos sencillos, pero voy mejorando.

Al llegar, tomamos nuestro lugar en la parte más alta de todas, al lado de mi padre, Calum, Seamus y mis suegros. Aquí está la mejor vista, además de que es el sitio más seguro. Nuestro pueblo es el primero en entrar, minutos después suena el cuerno anunciando la presencia de nuestros invitados. Tomo la mano de Gorka como impulso y él la acepta gustoso, acariciándola para tranquilizarme.

Las puertas se abren. Se escuchan murmullos en el momento en que ponen un pie en la arena. Ahí están; altos, con la piel de color y textura de roca. Fuertes como bestias, con un cráneo que está lejos de ser humano. Apenas se distingue la nariz de su frente, sus filosos dientes tienen la pinta de poder arrancarte la cabeza de una sola mordida. Siempre me han llamado la atención sus ojos, pues los colores son demasiado vivos como para no ser de un cuento fantástico. Realmente estoy impresionada por nuestros guerreros, pues una criatura como esa no debe ser fácil de vencer.

Todos se han colocado en su lugar. Ellos están alejados de nosotros, en gradas apartadas para evitar discusiones innecesarias entre la audiencia. Como siempre, un hombre que representa al pueblo baja y comienza a dar un emotivo discurso donde nos recuerda por qué estamos aquí, aunque todos tenemos ese motivo muy claro. Cuando acaba, mi padre baja al centro de la arena. Este año, parece que su rey decidió mandar a su hijo en su lugar con la excusa de que estaba sumamente enfermo.

—Recuerda no cerrar los ojos, enfadaría a tu padre —susurra Gorka en mi oído y yo asiento.

Nuestro guerrero se presenta, al igual que el suyo. Ambos pasan al centro y dan sus juramentos.

La sangre que hoy tiñe nuestra arena es entregada a voluntad propia.
La espada es el pueblo, mi armadura sus plegarias.
El rey es mi guía y por él mi vida daría.
Honor a mi familia si gano este día, honor a ellos si muero en el intento.
Uno de nosotros dejará esta tierra en momentos, pero eso permite que los niños y mujeres sigan viviendo tranquilos bajo un techo.

La rutina es la misma que en años pasados. Se alejan unos cuantos pasos y al sonar el cuerno comienza la batalla. Solo ellos dos, en el centro de la arena. Espadas en mano chocando una contra la otra, dejando en el aire solo el sonido del metal. Nuestro oponente no quiso usar un escudo, se nota bastante seguro. Increíblemente, el combate no dura demasiado tiempo. Claramente esperábamos salir victoriosos como en años anteriores, pero nuestra esperanza se derrumba cuando ese Nobey atraviesa la garganta de nuestro mejor guerrero con un movimiento certero. No tuvo tiempo de evitarlo. Los habitantes de Westperit nos ponemos de pie atónitos por el suceso. No tarda en desangrarse, atragantándose con el líquido rojo. Un espectáculo nada agradable a la vista que me da ganas de volver el estómago. Veo a Gorka, quien tiene la mirada llena de preocupación e ira por lo que puedan pedir como trofeo.

La bestia hace que nuestro moribundo guerrero se levante jalándole del cabello, como si no pesara más que un costal de papas. Con un veloz movimiento, termina su trabajo, degollándolo. Alza la cabeza de su oponente como triunfo, mirando a los suyos. Su pueblo lo aclama en gritos, gruñidos y otros extraños e indescriptibles sonidos de victoria. Mi padre y su príncipe se vuelven a acercar al centro de la plaza. Podría jurar que se escuchan los latidos del corazón de la gente como un gigantesco tambor.

—¡Ciudadanos de ambos reinos! —grita el vocero y todos guardan completo silencio—. Un trato es un trato. Como cada tres años, el rey del reino perdedor deberá dar un trofeo al otro para así honrar su victoria. El ganador elegirá el premio que desee, dando dos opciones. El perdedor tendrá que aceptar y escoger una de ellas sin derecho a negociar.

El príncipe Nobey, junto a mi padre, entra a una de las carpas que se colocan para el evento. Veo a Gorka, tiene los puños apretados con la mirada seria, furiosa. Se supone que ese guerrero estaba preparado, entrenado como ningún otro y lo destrozaron en cuestión de segundos. Tomo su mano para mostrarle mi apoyo.

—Tal vez pidan un territorio. Lo recuperaremos, estoy segura —le digo. Su honor y lo que este representa está lejos de ser un juego para él.

—Eso tomará tiempo y todos nuestros planes se retrasarán. No podemos esperar tres años más, Adalia.

Nunca lo había visto tan enojado, pero antes de que le pueda decir algo más para consolarlo, mi padre y ese Nobey salen del cuarto. Unos guardias se aproximan a nosotros, pero los ignoro esperando atenta a que el vocero diga qué fue lo que perdimos. De pronto, dos de ellos me toman desprevenida jalándome con ellos; arrastrándome escaleras abajo. Grito por la sorpresa. Gorka desenvaina su espada de inmediato con firmes intenciones de cortarles los brazos por tal atrevimiento, pero más soldados lo detienen. Aunque podría liberarse, se queda perplejo al ver que son nuestros supuestos aliados. Calum no tarda en querer defenderme también, pero cualquier intento es vano.

Me llevan al centro de la arena haciendo que me arrodille frente a esa bestia. Veo a mi padre asustada y confundida, pero sus ojos son serenos. Busco la mirada de Seamus que intenta entender las cosas, tampoco logra intervenir. El Nobey me ve con esos brillantes ojos amarillos, expresando repulsión en su gesto; si es que así se le puede llamar a eso.

—¡Este ha sido el premio acordado para el pueblo de los Nobeys! —grita el vocero, pero la arena sigue en silencio. Ni siquiera el pueblo enemigo aplaude ante lo que está pasando y yo ruego que de alguna manera sea una broma de mal gusto. No lo es.

Soy el trofeo.

Hola, hola. 
Como dato curioso, todos los títulos de los capítulos están escritos en latín.  Les iré dejando las traducciones. En este caso "coniurationis" se traduce del latín como "conspiración".  Este capítulo está dedicado a @AmericaMarielMota por su bonito mensaje que me hizo querer seguir escribiendo esta aventura. Nos leemos pronto.

—Nefelibata

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top