Capítulo doce: Magister
—¡Vamos, Adalia! —exclama Rómulo con firmeza—. Debes concentrarte. Inténtalo nuevamente, y espero que esta vez tengas éxito.
Estamos a punto de concluir mi tercera semana de entrenamiento. A pesar de ser una novata, Rómulo es un excelente maestro: paciente y apasionado, pero también bastante exigente. Después de mi incidente con el fuego en la biblioteca, decidió que ese no era el mejor lugar para practicar. En su lugar, me trajo a los jardines traseros del castillo, donde no hay gente a quien lastimar ni jarrones antiguos que puedan romperse. Además, consiguió ropa cómoda para mí. Aunque no es de la misma calidad a la que estaba acostumbrada, es mucho mejor que los harapos que solía llevar.
—¡No es tan fácil, Rómulo! —protesto mientras vuelvo a intentar el hechizo.
—Llevas tres horas practicando un conjuro básico. Con el potencial de tu magia, ya deberías haberlo dominado. Deja de quejarte y hazlo de nuevo.
Soltando un suspiro de frustración, coloco mis manos sobre la turmalina que Rómulo ha dispuesto sobre la mesa de mármol y pronuncio una vez más el hechizo; esta vez parece funcionar. La piedra preciosa cambia su habitual color negro a un vibrante rojo. Una sonrisa de orgullo se forma en mi rostro mientras observo a mi instructor. Sin embargo, parece que no está muy impresionado por lo que acabo de lograr. ¡Vamos! Al menos un aplauso o un simple "Muy bien, Adalia" serían apropiados.
—Al fin, estaba empezando a pensar que nunca lo lograrías.
—¡Por favor! Debes admitir que lo hice perfectamente, ¿podrías ser un poco más amable y felicitarme?
—No —contesta firme, cerrando el libro y ofreciéndome una manzana que Damián trajo del pueblo unas horas antes. Mi actual mentor sostiene que como no estoy acostumbrada a usar la magia, mi cuerpo requiere de mucha energía para llevar a cabo cualquier hechizo. Por más básico que sea, debo comer algo después de cada intento. Realmente no me molesta, la comida aquí es deliciosa.
—Eres un amargado —le reprocho, tomando la fruta y dándole una gran mordida—. ¿Cuándo me enseñarás algo que sea realmente útil? Quiero hechizos curativos... de defensa. No puedo esperar para dominar la alquimia.
—Apenas puedes cambiar la apariencia de un objeto y ya quieres transformar su esencia. Sé paciente, Adalia. No puedes correr si aún no has aprendido a caminar.
—Quiero algo útil, Rómulo. —Lo desafío mientras me coloco frente a él. Enseguida recibo una mirada seria por parte suya. En los días que hemos compartido, le he tomado más confianza de la que debería, algo que a él no le agrada mucho. Su actitud de saberlo todo no funciona conmigo. Aunque lo niegue, puedo percibir que disfruta cuando lo reto.
Me da la espalda para dirigirse a nuestro arsenal y me lanza un palo de madera, el cual atrapo, aunque tenga que soltar mi manzana en el proceso.
—¡Eh, espera! —protesto—. ¡Quería comer eso!
—¿No crees que esto sea útil? —me reta con un golpe rápido y yo bloqueo su ataque—. Imagina esto. La pequeña, inexperta e indefensa Adalia está corriendo por el bosque, desobedeciendo una orden directa de quedarse en su habitación, ¿te suena? —Golpea nuevamente—. De repente, se topa con una criatura peligrosa, digamos un... diablo de Jersey. Una bestia mágica, obviamente más grande que ella. Alas de murciélago, cuerpo de león, cabeza y cola de un dragón deformado. —Golpea con mayor fuerza, esta vez alcanzándome en el brazo, lo que me hace quejarme. Los ataques vienen más rápido de lo normal—. Por supuesto, Adalia no es más fuerte que esa criatura. No conoce el bosque tan bien como este ser. Lo peor de todo es que Rómulo no está allí para salvarla por millonésima vez de una muerte segura.
—¿En serio? ¿Eso es lo peor de todo? —me río mientras devuelvo el golpe, pero no logro conectar y él se defiende hábilmente.
—Siguiendo con nuestra historia hipotética —prosigue—, la única oportunidad que tiene Adalia para sobrevivir a este encuentro es ocultarse. El diablo de Jersey tiene un olfato apenas desarrollado, así que ella solo debe evitar ser vista. —Golpea nuevamente—. Nuestra damisela en apuros se encuentra rodeada de frondosos árboles, pero cometió el error de ponerse un vestido rosa que, aunque se le ve precioso, la convierte en un blanco fácil.
—Entonces te gusta mi vestido rosa. —Sonrío con un toque de altanería, y él frunce el ceño antes de lanzar una estocada aún más vigorosa que las anteriores. A duras penas logro pararla, pero no puedo evitar reír.
—El único hechizo que Adalia domina a la perfección es el cambio de color de objetos, lo cual le permite rápidamente ocultarse entre los arbustos y modificar el color de su prenda para que coincida con el de las hojas. El Diablo de Jersey no la huele y sigue su camino sin siquiera considerarla como presa. Una vez más, Adalia es rescatada por Rómulo, quien le enseñó todo sobre este hechizo.
—Eres el ser más engreído de los cuatro reinos, ¿alguien te lo ha dicho antes? —Él barre mis pies con su arma, haciéndome caer sobre mi trasero. Luego me apunta al cuello, su sonrisa odiosa en pleno esplendor.
—Soy un engreído que te ha vencido de nuevo.
—Esperas que me convierta en una experta en magia y armas en cuestión de días.
—Eso es precisamente lo que espero, sí. Me habrías impresionado.
—No estoy tratando de impresionarte.
—Vaya, esto es lo último que desearía encontrarme. —Una voz autoritaria y masculina suena mientras se acerca a nosotros, haciendo que ambos volvamos la mirada. Es su padre, que atraviesa la puerta que conduce a los jardines para unirse a nuestra escena. En su rostro se refleja disgusto y desaprobación.
Rómulo me ayuda a ponerme de pie y luego me quita el palo de las manos. Observo cómo se coloca frente a la mesa donde está el libro de hechicería, en un intento por ocultarlo; sin éxito. Me da la impresión de que alguien no informó a su padre sobre sus actividades desde que fue destituido de su título. Ni siquiera sé si han hablado desde entonces.
—¿Ahora le enseñas a pelear y a controlar la magia? —escupe su padre, mientras Rómulo se queda en silencio, su rostro grave y serio. No puedo ver el color de sus ojos en este momento. No estoy segura de dónde dirigir mi mirada, ¿qué pasa si su padre intenta atacarme de nuevo y Rómulo no puede detenerlo esta vez? —. Le estás enseñando cómo acabar con nosotros.
—Ella no tiene intenciones de lastimar a nadie, señor.
—Parece que le has cogido cariño a tu neófita.
—Por su puesto —responde en un tono brusco, y yo no sé cómo hacerle una señal para que se calme—. Adalia ya es parte de la ciudad, no solo una huésped, y pensé que sería apropiado que aprendiera a defenderse como cualquier otro habitante.
—Hasta que yo la reconozca como ciudadana, sigue siendo... ¿acabas de llamarla "huésped"? No. Es una prisionera, una intrusa, la hija de nuestro enemigo y la mayor peste que ha llegado a Northbey. —Aprieto los puños. Rómulo puede tener su dosis de arrogancia, pero su padre es un completo idiota—. Además, déjame ser claro, con tu título revocado, ella pasa a ser de mi propiedad.
—Antes de que eso sucediera, Adalia ya no era una prisionera. No puede ser entregada como si fuera un objeto. Ya te he explicado que es mi protegida debido a sus habilidades mágicas.
—Soy el rey, Rómulo. Si decido que regrese a los calabozos, eso hará. ¡Guardias!
Los hombres que se encuentran detrás del rey se aproximan hacia mí de manera intimidante, con una mano descansando sobre sus espadas en caso de que intente algo en su contra. ¿Qué podría hacer yo? Apenas logro realizar hechizos básicos y me doblan la altura. Rómulo me coloca a resguardo detrás de él, pero uno de los guardias me toma del brazo y lo tira para hacerme avanzar. Antes de que logren llevarme demasiado lejos de mi mentor, él me sujeta por la nuca y se inclina hacia mi oído.
—Pide ius suffragium —susurra. No comprendo el significado de esas palabras, pero no tengo más opción que obedecer.
—¡Ius suffragium! —grito y en ese momento los guardias dejan de tirar de mis extremidades para dirigir su atención al rey. Aunque no entiendo lo que acabo de decir, mantengo mi postura con firmeza—. Pido ius suffragium.
—Además de enseñarle sobre magia y armas, también le estás instruyendo en política —comenta el rey a su hijo con un tono burlón—. Quizás debería considerar ponerte a dar clases en lugar de liderar el reino.
—Ius suffragium es para todos, no puedes negárselo.
El rey sonríe de manera socarrona, como si encontrara entretenida la situación, pero no deja de mantener una mirada intimidante. Sin más, da media vuelta y se aleja acompañado por sus guardias. Observo cómo las fuertes manos de los soldados quedan impresas sobre mi piel. Rómulo empieza a recoger todas las cosas que supuestamente usaríamos durante el resto de la lección. Me sorprende ver que sus ojos no son amarillos, sino negros. ¿Por qué está asustado?
—¿Qué acaba de suceder? —inquiero, pero no obtengo respuesta alguna—. Rómulo, ¿qué es ius suffragium?
—Es latín —responde con brusquedad.
—¿Y cuál es su significado? —él suspira y me mira.
—Derecho al voto. El rey no puede tomar decisiones unilateralmente, el pueblo debe ser consultado. La monarquía se vuelve una democracia.
—¿Y sobre qué van a votar?
—Si la mayoría de la población llega a la conclusión de que no representas una amenaza, te reconocerán como ciudadana de Northbey. —La sorpresa se refleja en mis ojos; no estoy segura de cómo me siento respecto a eso. Ante mi mirada dubitativa, él continúa—. Eso, o podrás abandonar el reino.
—Pero, ¿qué sucede si me consideran peligrosa?
—Caerás bajo el estatus de prisionera en manos de mi padre y él podrá disponer de ti a su voluntad. Yo no podré intervenir. —Trago con dificultad.
—Rómulo, sabes que el pueblo votará en mi contra. No tengo posibilidad alguna.
—He ganado tiempo para ti, Adalia. La votación está a tres días, ese es el margen que tienes para demostrarle a todos que no pretendes herirlos ni traer la guerra a Northbey.
—¿Cómo supones que pueda lograr eso?
—¡No puedes depender de mí para resolver todos tus problemas! —su voz me llega en un grito y me quedo en silencio. Debo haberlo hartado —. La lección termina temprano hoy.
Me entrega el libro de magia para que lo devuelva a su lugar y él recoge los demás objetos. Permanezco quieta por unos segundos, viendo cómo se aleja apresuradamente. Lo único que ha dejado sobre la mesa es la piedra que logré cambiar de color. La cojo como un recuerdo antes de dirigirme de regreso al castillo, encaminándome hacia la biblioteca.
Distrayendo mi mente, me sumerjo en el resto de la lección que se suponía tendríamos hoy. Los hechizos y toda la información están escritos en latín. He mejorado en el idioma, lo que me permite comprender la mayor parte de la lectura. No es muy diferente de los libros que Seamus solía regalarme. ¿Estarán aún ocultos bajo los tablones del suelo de la habitación que compartía con Gorka? ¿O acaso él los encontró? Esa idea me revuelve el estómago. Quizás esa sea la razón: descubrieron que tengo magia y optaron por no buscarme para evitar asesinarme.
Me dirijo hacia el estante donde debo devolver el libro, pero me detengo al ver a la pequeña Sophie escondida bajo una mesa, absorta en la lectura de un libro que me provoca una sensación oscura. Está en la sección de magia avanzada, recitando un extraño conjuro, mientras el frasco que está junto a ella brilla con cada palabra que sale de su boca. ¿Cómo puede hacer eso? Es solo una niña.
—¿Sophie? —la llamo,y al intentar ocultar lo que sea que estuviera haciendo, derrama el contenidodel frasco. Cuando voltea la mirada hacia mí, noto que sus ojos son parecidos alos míos, pero casi de inmediato vuelven al blanco que caracteriza a los niñosdel pueblo. No sé cómo reaccionar. No logro detenerla cuando sale corriendo,dejando el libro y una gran mancha en el suelo.
Hola, hola.
No sé porqué, pero este capítulo me gusta mucho. En está ocasión "Magister" se traduce del latín como "Maestro". Nos leemos pronto.
—Nefelibata
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