Capítulo dieciséis: Seductor
El angustioso grito que rasga mi garganta obliga al príncipe a liberarme de las lianas que aprisionaban mis extremidades. Arrastro mi cuerpo hacia el cadáver de mi hermano, ahora inerte en un charco de sangre negra. La espada de Rómulo permanece atravesada en su corazón. Entre sollozos, intento apartarla, pero el príncipe me aparta con firmeza, negándome el contacto con el cuerpo sin vida. Luchando por liberarme de su agarre, pateo y golpeo su pecho en vano, él mantiene su sujeción. Me aprieta contra el tronco de un árbol, intentando tomar mi rostro.
—¡Lo mataste! —le grito, mi voz quebrándose —. ¡Era mi hermano y tú lo mataste!
—¡Ese no era tu hermano, Adalia! —su voz resuena con desesperación, tratando de calmar mi tumulto emocional. Finalmente, reúno el valor para mirarlo. Sus ojos no destellan en tonos anaranjados; dice la verdad.
—¿De qué estás hablando?
—Te lo explicaré todo cuando lleguemos con los Drakirians, pero ahora debemos alejarnos de aquí.
—¡No pienso seguirte a ninguna maldita parte! —Cada palabra, cargada de ira y confusión, hace que nuevas punzadas atraviesen mi corazón. Cada latido es como un recordatorio de la tragedia. Mis piernas tambalean, cediendo bajo la presión. Rómulo me sostiene, evitando que caiga, pero me resisto a ser ayudada a subir al caballo.
—¡Adalia, esta historia es complicada! No tenemos tiempo para esto. Por favor, colabora.
La oscura fuerza que se abre paso dentro de mí reclamando mi cuerpo, es abrumadoramente superior. El miedo me invade mientras siento que mi ser se desvanece. Luchando por mantener los ojos abiertos, mi mirada se encuentra con la de Rómulo. Con cada latido, me siento más débil, incapaz de articular una palabra o mover un solo músculo. Rómulo me recuesta en el suelo, sus ojos reflejando una profunda preocupación. Su voz me llega distante, pidiéndome que no me rinda, mientras busca frenéticamente a su alrededor algo que lo ayude a idear una solución para salvarme, pero el pánico lo abraza igual que a mí. Este parece ser el fin inevitable, mi resistencia se debilita. La magia oscura avanza con rapidez, alimentada por las intensas emociones que experimenté, aunque el príncipe se niega a aceptarlo.
—Mantén el sol a tu derecha, sin importar lo que veas u oigas. —Sus palabras llegan distorsionadas a mi mente. Su toque en mi pecho es un intento de comenzar un hechizo—. Fueris corpus meum dedi. Ego aperiam tibi anima mea. Accipio consequat. Veni in meam.
A pesar de que el collar que lleva está fracturado, cada palabra que sale de sus labios lo ilumina. No reconozco el hechizo, es demasiado complejo para mí. Justo cuando creo que mi confusión no podría ser mayor, Rómulo se acerca a mi rostro, sus labios encuentran los míos en un beso cálido y urgente. Inmóvil, no puedo resistirme; mi cuerpo aún se niega a obedecer. Poco a poco, siento cómo la oscura magia que había estado avanzando hacia mi corazón, retrocede. Sale de mí, como una marea que se retira. Si era tan simple contrarrestarla, ¿por qué no lo hizo antes?
Después de recuperar el control de mis extremidades, tímidamente deslizo una mano por su cuello mientras la otra acaricia su mejilla. El beso se vuelve más intenso cuando mi lengua busca la suya en un suave pero firme encuentro. Comienzo a disfrutar el momento, pero al separarnos, a pesar de la liberación de la magia oscura, no encuentro alivio. En su lugar, el miedo se apodera de mí al darme cuenta de que la oscuridad ahora está dentro de Rómulo. Él no eliminó el mal, sino que lo dejó entrar en su propio cuerpo.
Con dificultad, retrocede torpemente. La oscuridad no solo se ha extendido por sus brazos, sino que ahora ha teñido todo su ser. Las venas de su cuello y brazos se destacan, como senderos que conducen la sangre infectada. Los efectos parecen avanzar en él mucho más rápido. Me acerco a él, sin saber qué hacer, y trato de revertir la infección devolviéndole su collar, pero resulta inútil.
—Dime cómo puedo ayudarte —imploro, el miedo es palpable en mi voz.
—Necesito... necesito que traigas mi espada, pero no toques... no toques el cuerpo —habla con dificultad, retorciéndose en el suelo mientras lucha contra la amenaza de convulsiones. La misma sustancia negra que antes vomité comienza a escapar de su boca.
Su espada yace enterrada en el corazón de mi hermano. Por última vez, decido confiar en él y aceptar que decía la verdad cuando afirmó que no se trataba de Calum. Me acerco al cuerpo, tratando de no mirar el rostro del cadáver. Con manos temblorosas, retiro la espada y vuelvo junto a Rómulo.
—Listo, ya tengo la espada. ¿Qué debo hacer?
—Tendrás que matarme —logra decir a duras penas, luchando por completar la frase.
—No puedo hacer eso —respondo con la voz entrecortada—. Rómulo, no podré salir del bosque por mi cuenta. Te necesito. Tienes que encontrar otra solución.
—¡Adalia! —me reprende, frunciendo el ceño por mis excusas, mientras el dolor en su pecho lo hace quejarse—. Cuando esta cosa llegue a mi corazón, estaré inconsciente solo por unos segundos. No sentiré nada.
Rómulo no puede soportarlo mucho más, las convulsiones empiezan a agitarlo mientras la baba negra brota de sus labios. Tengo el arma en la mano, pero rechazo la idea de que la única salida sea matarlo. Busco desesperadamente algún hechizo en mi mente, explorando el bosque con la mirada en busca de alguien que pueda ayudar, pero todo es en vano. Mi mente está en blanco y las lágrimas caen sin control por mis mejillas. Esto no puede estar pasando.
A pesar de su agonía, Rómulo sigue consciente. Coloco la hoja de la espada sobre su pecho, el aire parece escapar de mis pulmones, y observo cómo la oscuridad avanza, llegando hasta justo debajo de su barbilla. No quiero hacerlo, pero sé que él no quiere que su magia sea utilizada para causar daño; un protector siempre salvaguarda la pureza de sus poderes. Cierro los ojos mientras me preparo para clavar el filo del arma cuando un recuerdo surge en mi mente.
El Loa que apareció aquella primera noche que dejé el castillo me debe un deseo, y finalmente he encontrado en qué utilizarlo. Ni siquiera tengo que llamarlo, él aparece frente a nosotros, apoyado en su peculiar bastón con la gema azul en la punta. Con determinación, retiro de inmediato el filo de la espada del pecho del príncipe.
—Necesito que lo salves —le ruego. Rómulo ha perdido casi todas sus fuerzas.
—¿Vas a desperdiciarlo con él? —cuestiona el Loa—. ¿Utilizarás tu deseo para salvar a quien siempre consideraste una bestia? ¿Vas a rescatar al monstruo que te mantuvo cautiva durante semanas?
—No necesito que me hagas preguntas, necesito que lo ayudes. Impide que la magia negra llegue a su corazón. —Rómulo queda inconsciente y yo me arrodillo para darle unas leves palmadas en la mejilla, intentando reanimarlo. Comienzo a desesperarme—. ¡Por favor!
El Loa me observa con aprobación y una sonrisa se forma en su rostro. Al notar que mis deseos son sinceros, no le queda más opción que conceder lo que pido. Alza su bastón y lo golpea contra el suelo; la tierra bajo él tiembla. Desaparece, llevándose consigo toda la oscuridad del cuerpo de Rómulo. El príncipe no tarda mucho en reaccionar, pero luce exhausto. Al ver que está a salvo, le doy un enorme abrazo que apenas puede corresponder. Creo que finalmente he hecho algo bien.
—Adalia —me llama, su respiración agitada se mezcla con las emociones en su mirada mientras se separa para mirarme—, si tenías un maldito deseo, ¿por qué no lo usaste para salvarte a ti misma desde un inicio? —Respondo riendo suavemente aún con los ojos cristalinos.
—No recordaba siquiera tener un deseo hasta que te vi luchando por tu vida. —Le dedico una sonrisa disculpándome, y él cierra los ojos, negando con la cabeza.
Poco más de una hora pasa antes de que ambos logremos ponernos de pie nuevamente. Intentamos recobrar fuerzas al consumir la carne que quedaba de la caza del día anterior, aunque resulta insuficiente. No tenemos energía para continuar con el viaje, y cazar algo en estas condiciones sería prácticamente imposible. El príncipe decide asegurar a los caballos y luego realiza hechizos protectores alrededor del área. Otra noche nos aguarda en el interior del bosque.
Juego distraídamente con mis manos mientras me siento junto a la fogata que Rómulo ha encendido. Las preguntas que me atormentan exigen respuestas, pero él parece exhausto. La noche anterior apenas durmió y hoy fue un día particularmente agotador. Lo encuentro recostado en el suelo, las manos entrelazadas sobre su estómago. Se ha despojado de su chaqueta y la ha enrollado para hacer una almohada improvisada. A pesar de su aparente relajación, puedo vislumbrar la preocupación dibujada en su rostro.
—Rómulo... —lo llamo y él abre sus ojos para dirigir su mirada hacia mí—. No estoy segura de que sea una buena idea acompañarte de vuelta a Northbey.
—Adalia, estoy agotado —exhala, soltando un suspiro cansado—. Ese tema no es algo que quiera abordar ahora.
—Pero, Rómulo, tu padre dejó claro que me mataría si regresaba a sus tierras. Tú ya no tienes influencia en el reino para detenerlo.
—Entonces, ¿qué propones? ¿Quedarte aquí en el bosque? ¿Regresar a Westperit? ¿A Regno? —Hago un gesto encogiéndome de hombros, incapaz de responder de manera definitiva—. Mira, no voy a forzarte a seguirme, pero te diré que es la mejor opción que tienes. No tengo tiempo para guiarte hacia Westperit o a alguna aldea segura, recuerda que en mi hogar hay una niña endemoniada suelta. Te daré la noche para pensarlo, pero necesitaré una respuesta al amanecer. Si decides acompañarme, encontraremos la manera de lidiar con mi padre. —Tuerzo la boca, calentando mis manos junto al fuego. El silencio se extiende durante un rato, pero si he de tomar una decisión, necesito más información.
—¿Y respecto a Calum?
—Ya te dije que eso no era Calum.
—Pero se veía y sonaba como él. No puedes esperar que crea tu palabra sin una explicación. —Rómulo emite una especie de quejido debido a mi voz que parece impedirle descansar—. Lo siento, Rómulo. Pero necesito saberlo todo antes decidir qué hacer. —La frustración en el rostro del príncipe parece disiparse. Se endereza para acercarse a mí y se sienta a mi lado. Sus ojos adquieren un tenue matiz púrpura. Presiento que las noticias que trae no serán precisamente reconfortantes.
—Se les conoce como Poltergeist. Son demonios, pertenecen a la familia de los cambia formas. Poseen la habilidad de adoptar la apariencia de cualquier persona.
—Desde el momento en que te dije que era mi hermano, dudaste de él.
—La primera noche que pasaste en el Bosque Negro, las umbras te mostraron la figura de Calum para atraerte hacia ellas. En ese momento, te mencioné haber visto a mi madre, pero me vi obligado a ocultarte una parte de la historia cuando noté que no estabas enterada.
—¿No estaba enterada... de qué? —pregunto con temor.
—Adalia, las umbras no revelan a seres queridos de manera aleatoria. Reflejan las figuras de las almas perdidas, las presencias que no han conseguido cruzar al otro lado.
Mis ojos se llenan de lágrimas nuevamente. Es como si mi hermano hubiera fallecido por segunda vez en el mismo día, aunque sigo luchando contra esa idea. Rechazo permitir que esa noción penetre en mi mente.
—No puede ser verdad... —Mi mirada se cruza con la suya, reflejando un atisbo de compasión en ella—. Rómulo, estás mintiendo.
—Lamento mucho tener que decírtelo, brujita.
—¿¡Y para qué un demonio querría tomar su forma!? ¿¡Por qué me salvó solo para llevarme con él!? —Rómulo limpia mis lágrimas y sujeta mi mano para brindarme consuelo.
—Dioses, no debería estar diciéndote esto —murmura para sí mismo, aunque sus palabras llegan a mis oídos—. Se avecina una guerra, Adalia. Una de proporciones enormes; una guerra mágica. La oscuridad está intentando recobrar su fuerza. En los últimos meses, han estado cazando a todos los protectores. Northbey era un lugar seguro hasta que aniquilaron a la familia del pueblo. Hechiceros, brujas, criaturas grandes y pequeñas... son reclutados o exterminados. Es muy probable que eso fuera lo que querían contigo. Se supone que yo soy el encargado de detenerlos y, simplemente no sé cómo hacerlo. Por el momento, parece que están ganando.
Lo observo con preocupación. Por un breve instante logro comprender, o al menos vislumbrar, la enorme carga que está soportando. Ser responsable de cuidar a incontables criaturas y, al mismo tiempo, tener que vigilar que no te apuñalen por la espalda, probablemente también me convertiría en una persona constantemente malhumorada. Si alguna vez quedó dentro de mí un rastro de nostalgia, algo que me hacía pensar en regresar con mi familia, ha sido erradicado por completo. Si lo que me cuenta es cierto, mi retorno al reino solo llevaría la maldad consigo. Resultaría en una masacre y no habría nadie para evitarlo.
—Si tu vida es tan crucial para esta causa, no deberías haberla arriesgado para salvarme. Tú eres mucho más importante que yo. —Él asiente, comprendiendo mis palabras.
—Fue un momento de estupidez, supongo. ¿Desde cuándo tenías ese deseo disponible para ti?
—Desde tu fiesta de cumpleaños.
—¿Por eso lanzaste tu anillo? ¿Para conseguir un deseo? ¿Una respuesta? —Niego.
—Lancé el anillo sin tener idea de que un Loa aparecería. Dioses, ni siquiera sabía que los Loa existían. —Él ríe, su mirada llena de ternura por mi falta de conocimiento. Sus ojos me obligan a apartar los míos—. ¿Por qué el beso?
—¿El beso? —parece confundido.
—Cuando sacaste la magia de mi cuerpo... me besaste. —Rómulo suelta una carcajada y yo alzo una ceja. ¿Qué hay de gracioso en esto?
—Adalia, eso no fue un beso —explica con paciencia—. Cuando dos personas están involucradas en un conjuro, la magia debe sellarse, especialmente si se transfiere magia oscura. Es común sellarlo juntando los labios. —Me siento avergonzada por haberme entregado de manera tan... apasionada. Nuevamente, me encuentro haciendo un completo ridículo ante él.
—Hoy estaré de guardia —cambio de tema—. No dormiste nada anoche, necesitas descansar. Si veo algo extraño, te despertaré. —Rómulo se pone de pie, luciendo esa irritante sonrisa de victoria en su rostro.
—No lo tomes a mal, brujita. Besas muy bien. —Su voz suena más grave de lo habitual y mi rostro no podría estar más rojo. Quiero mandarlo al demonio, pero antes de que pueda decir algo, al igual que la noche anterior, se acerca y susurra en mi oído—. Somnum.
Nuevamente, caigo en un profundo sueño.
Hola, hola.
En esta ocasión "Seductor" se traduce del latín como "impostor". Para los curiosos, les dejo por aquí el hechizo:
Fueris corpus meum dedi et ego aperiam tibi anima mea. Accipio consequat. Veni in meam.
Te doy mi cuerpo y abro mi alma. Acepto el cambio, entra en mi.
Sección de memes:
Espero sigan disfrutando. Nos leemos pronto.
—Nefelibata
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top