Capítulo cuarenta y dos: apparentiae

Había olvidado lo tedioso y tardado que es que dos damas de compañía te arreglen para un evento tan formal y ostentoso como el de esta noche. Por orden de mi esposo, como bien me había anticipado, el hermoso vestido que había escogido con piedras y escote fue reemplazado por uno mucho más apropiado (sus palabras, no las mías). Debajo de él me cubrieron de varias capas de ropa interior, una crinolina y un corsé que parece querer fracturar mis costillas. Mi cabello fue recogido, estirado hasta que mis ojos se volvieron más alargados de lo usual, adornado con trenzas y caireles que ambas mujeres acomodaron orgullosas de su trabajo.

Al mirarme al espejo no me reconozco. No puedo decidir si me duelen más los pies por los incómodos zapatos, el abdomen por la apretada prenda o la cabeza por el estirado peinado. Tampoco me dejaron opinar acerca de la pintura en mi rostro y decidieron que más era mejor, un estilo que no me favorece en lo absoluto.

Sobre lo único que mi esposo no dejó instrucciones fue acerca de mis joyas, por lo que pude al menos elegir algunas que me hicieran sentir un poco más como yo misma. Sobre mi cuello, observo por unos instantes el collar que me dio Rómulo. La piedra brilla de un color amarillo intenso a pesar de que intento mantenerme tranquila. Hoy más que nunca no quiero que nadie sepa lo que pasa por mi mente, por lo que decido por primera vez desde que la recibí retirarla y guardarla en un cajón, dejando únicamente el rubí de mi madre.

—¿Por qué demonios tardas tanto? —me pregunta Gorka entrando a la habitación notablemente irritado—. El evento está a punto de comenzar. No podemos estar ausentes cuando Eleanor y Rómulo entren.

—Tú eres el que quería que me vistieran. Yo hubiera estado lista en unos minutos. —Gorka me mira con algo más de aprobación de lo usual, mientras que yo nunca me había sentido más incómoda. Por su cabeza no pasa ni por un segundo la idea de hacer algún cumplido para mi—. ¿Nos vamos? —Paso a su lado con la intención de salir antes que él, pero me detiene sosteniendo mi brazo para hacer que camine a su lado.

—Mis padres no quisieron escucharme —me dice—. No permitieron que Seamus invadiera Regno y dijeron que lo hicieron sin la ayuda de la hechicería. Parte de nuestras tropas intenta destruir Westperit ahora mismo y, por lo que pasó con tu tío, ahora más que nunca piensan que la magia es una tentación, el origen de cualquier conflicto.

—Suena poco alentador.

—Trajeron tropas consigo. Más de las que deberían. Me prometieron quedarse unos días de manera pacífica, pero si no los convencemos de que la hechicería no es una amenaza potencial, probablemente destruyan este lugar.

—¡¿Qué?!

—No grites, Adalia. —Me dice fingiendo una sonrisa para ocultar su preocupación y yo hago lo mismo, pues uno de los guardias de Eastliberi pasa cerca de nosotros—. ¿Ahora sí podrías considerar ayudarme a tranquilizarlos, cariño?

—Claro, corazón —contesto forzadamente. La parte difícil de atacar Eastliberi es cruzar sus fronteras, y ellos ya están adentro.

Entramos a un gran salón donde ya están reunidos todos los invitados. Por petición de Rómulo, aunque Eleanor no estuvo muy feliz, también fueron invitadas personas sin sangre real. Por un lado, los soldados de Northbay y Eastliberi ya están bebiendo, esperando a que los novios aparezcan para ser celebrados. Cerca se encuentran los lores y duques que se declararon fieles a los reinos con magia después de la guerra. Por último, alejados de ellos, están sentados al lado de sus soldados Bharbo y Sigrid.

Los reyes de Regno no han dado un solo sorbo a su copa, ni parecen inmutarse ante la música que anima el lugar como el resto de los invitados. Sigrid vigila cada movimiento de sus enemigos y Bharbo no accedió a dejar su arma en la habitación. A pesar de ser invitados, actúan como si fueran prisioneros. A decir verdad, entiendo su postura ante la situación.

—Adalia —me saluda la madre de Gorka y yo le ofrezco una reverencia a ambos—. Te creímos muerta después del torneo.

—Sí, bueno, afortunadamente sigo aquí.

—Sí, afortunadamente.

Mi relación con los padres de Gorka inició siendo buena. Cuando los conocí y después de la boda, ellos parecían realmente encantados conmigo, pero fue solo porque fingí ser alguien que no soy al seguir todas las instrucciones de mi padre. Mi actuación con ellos no duró demasiado. Pasados los meses, comenzaron a notar que nuestros valores no eran tan parecidos. Mis aspiraciones no eran las de ellos y ni siquiera coincidíamos en los temas de conversación. Se decepcionaron de mí más rápido que cualquier otra persona que haya conocido.

Por nuestras diferencias, prefería convivir con los soldados de Regno antes que con los reyes cuando mi esposo estaba ausente. Los reyes estaban usualmente ocupados de todos modos y a Gorka no le molestaba, pues decía que así ellos serían aún más leales a mí. Bharbo y Sigrid especulaban que debía estar traicionando a su hijo con alguno de sus soldados. Por mucho que me esforcé en demostrarles que eso no era cierto, nunca confiaron en mis palabras. Ni siquiera cuando Gorka dio la cara por mí ante ellos.

Miro a los guardias de Regno, quienes no tienen permitido disfrutar de la fiesta como el resto. Los saludo levantando discretamente la mano y ellos, intentando no moverse más de lo necesario, me dirigen una pequeña sonrisa. Me alegra especialmente ver a Zeggo, quien muchas veces fue mi sombra en Regno. A Gorka nunca le gustó dejarme sin vigilancia y, como a la reina amenazaba discretamente mi integridad en cada oportunidad que tenía, no me molestaba tener algo de protección extra. Al notar la mirada de Bharbo sobre mí, vuelvo a mirar al frente.

—Entonces, Adalia, ¿cómo fue? —pregunta el padre de Gorka.

—Disculpe, ¿cómo fue... qué?

—Estar con los Nobey. Descubrir su secreto, aprender sus costumbres y, en resumen, darle la espalda a tu gente. —Tengo que forzarme a ser educada.

—Perdone, majestad, pero no creo haberle dado la espalda a mi gente. Al principio fue una pesadilla, estaba asustada. Pero, una vez que los conocí, entendí que no eran tan diferentes a nosotros.

—Son unas bestias y son asesinos —interrumpe Sigrid.

—Solo intentan proteger a sus reinos, al igual que nosotros. Nuestras manos tampoco están limpias.

—¿Entonces estás de acuerdo con todo esto? ¿Con esta idea descabellada de aliarnos con nuestros enemigos y regresar a los tiempos en donde la magia era permitida?

—Más que eso. Creo que Regno es vital para tener una oportunidad.

—Bueno, eso lo confirma todo. —La reina me mira con desaprobación—. Te lo dije, Bharbo. Ella es la culpable de meterle estas ideas a nuestro hijo.

—Adalia no tuvo nada que ver, madre.

—Nosotros jamás permitiremos que la hechicería entre a nuestros hogares. La respuesta es final.

—Pero ya lo hicieron —suelta Gorka y de inmediato sé que ha complicado las cosas más de lo que ya están. No puede retractarse.

—¿A qué te refieres con eso?

—Adalia tiene magia, madre. Ella estuvo durante años viviendo bajo nuestro techo y jamás le hizo daño a nadie. La magia ya es parte de nosotros.

Pateo la pierna de Gorka para que deje de hablar de inmediato ya que el apretón que le estaba dando no parecía dar resultados. Por una vez en la vida vamos a tener que trabajar en esto como equipo si queremos lograr lo que queremos. Él, su preciada alianza con Eleanor. Yo, que los soldados de Regno no asesinen a mis amigos (y a mí de paso ahora que mi esposo le ha dicho a sus padres que soy una bruja). Los reyes de Regno, al igual que la dama de Eastliberi, son amantes de las reglas. El problema es que los ideales que cada reino persigue son totalmente opuestos. No sé si alguno pueda llegar a ceder.

—Dioses, esto es una pesadilla —espeta molesto Bharbo.

—Señor, si me dejara explicar...

—No quiero escuchar una sola palabra más de ti, Adalia. Fuiste la peor decisión que pudimos tomar y espero que sepas que me arrepiento profundamente de ella. No se me ocurre una razón por la que aún estés sentada a nuestro lado más que por pura piedad. Con tu tío tomando el trono de Westperit, desterrándote y rompiendo cualquier promesa hacia Regno, en este momento no tienes ni eres nada. Si vales algo es únicamente por ser la esposa de mi hijo. —Me deja sin palabras. De alguna manera, sé que tiene razón.

—Adalia y yo esperamos el nacimiento de nuestro primer hijo —miente Gorka en un intento de ayudarme.

—¿Disculpa? —La madre de Gorka no parece tomarlo bien—. Durante años te pedí un heredero y decides escucharme en el peor momento posible.

—Adalia es mi esposa y la madre del futuro heredero al trono de Regno. Por ello, merece su respeto.

La madre de Gorka va a decirle un par de cosas más a su hijo, pero es interrumpida por la voz de uno de los guardias anunciando la llegada de Rómulo y Eleanor. Mi mirada se dirige a la entrada mientras las altas puertas se abren de par en par. Ambos están ahí parados, pulcros y elegantes.

La dama viste un precioso vestido que se asemeja a una de las pinturas que adornan las paredes de su castillo. El azul y el dorado que resalta sobre el blanco guardan el claro color para el día especial. En la tela han sido dibujadas a mano las olas del mar adornadas de espuma, burbujas e incluso algunas aves. Perlas y piedras marinas adornan a la vez que dan forma al corsé, así como a unas conchas que sostienen su pecho. Su cabello dorado está recogido con la corona sobre él, recordándonos cuál es su posición. Luce como lo que es, una reina.

El atuendo de Rómulo también es azul, pero los dibujos que han hecho sobre él hacen que predomine el dorado. Su traje también ha sido pintado a mano y, al igual que el de la reina, representa a su pueblo. En él están pintados los árboles que adornan los paisajes de Northbay, además de varias runas que según recuerdo de mis lecciones representan unión, protección y compromiso. Al verlo tan erguido, con su capa y su corona, decidido a continuar con el sacrificio de su vida, esbozo una pequeña sonrisa llena de tristeza. Luce como el rey que siempre supe que sería algún día, uno que promete ser justo y noble.

Todos los invitados han detenido la fiesta y se han puesto de pie para recibir a los futuros reyes. Todos menos los padres de Gorka que no piensan mostrar ningún respeto ante ellos. Rómulo y Eleanor caminan a lo largo del pasillo juntos, hasta llegar a la mesa principal. Al intentar distraer mi mente fijando mi mirada en algo más que ellos, me topo con Damián. Al sentir mi mirada sobre él, me regresa el gesto. De inmediato una de sus cejas se pone en alto y contiene una risa. No necesito más para interpretar su pensamiento, le resulta risible cómo me he disfrazado esta noche. Lejos de ofenderme, también me causa gracia.

—Sean bienvenidos —habla Eleanor cuando todos hemos tomado asiento nuevamente. Únicamente ella y Rómulo están de pie—. Al reunirnos hoy, nos presentamos ante ustedes como el futuro, no solo de nuestros pueblos, sino también del resto de las tierras.

—Qué osadía, por los Dioses... —Alcanzo a escuchar el susurro de Sigrid.

—Esta noche celebramos la amistad de dos Reinos que se han mantenido unidos ante las adversidades. Este compromiso es prueba de ello —continúa Rómulo y después de una pausa dirige su mirada hacia nosotros—. Nos honra recibir a viejos aliados, con la esperanza de que este sea el primer paso para traer nuevamente la paz a los cuatro reinos.

—Sigrid, Bharbo, agradecemos su presencia en nuestro hogar esta noche. Adalia, Gorka, ustedes serán siempre bien recibidos por haber demostrado su lealtad trayéndonos esta oportunidad. —Ambos vuelven su mirada al resto de los invitados. Parece que estuvieron ensayando este discurso.

—Disfruten el banquete y la semana de torneo. Siéntanse libres de cuestionar, pues tendrán respuestas honestas y respetuosas. Que este sea el regreso de los tiempos previos a la Gran Guerra.

La velada continuó sin muchos más reclamos por parte de los padres de Gorka. A pesar de que frente a ellos se sirvieron platillos coloridos y jugosos, decidieron despreciarlos al igual que su bebida. Mi esposo trató de convencerlos dando el primer bocado para probarles que no estaba envenenada ni contenía magia que los hiciera transformarse en pepinillos de mar, pero ni siquiera así accedieron a meter el pescado en su boca. Si se quedarán para el resto de los eventos, ¿cuánto tiempo más mantendrán su huelga de hambre? Sus soldados también van a necesitar alimentarse si pretenden tirar abajo los muros de esta fortaleza.

Valeska, Seth y Killian se encuentran sentados al lado de los soldados de Northbay. Damián los invitó a sentarse cerca de ellos cuando vio que los easterns no los recibían precisamente con los brazos abiertos después de que el pelirrojo casi asesinara a varios de ellos. Desde mi lugar puedo observar el color añil en los ojos de todos los Nobey cuando el moreno suelta uno de sus ocurrentes chistes y ellos no pueden hacer más que reír. Los soldados chocan sus tarros repletos de cerveza, conversan y celebran el fortalecimiento de su reino al aliarse con este poderoso lugar.

Además de Regno, todos los demás parecen estar disfrutando la velada. A pesar de eso, para mí la música suena distante y el tiempo parece haberse alentado. Mi mirada no se mantiene fija en ningún lado, pero tampoco intento buscar algo. Mi mente, así como todos mis sentidos, parecen haberse adormecido. Tal vez sea el efecto del vino, últimamente no me parece tan desagradable como antes.

—¿Y ese anillo? —me pregunta Gorka tomando mi mano y observando la piedra que Eleanor me obsequió.

—La Dama dijo que podía conservarlo.

—¿Eleanor te regaló una joya? —cuestiona incrédulo—. Por favor, Adalia. ¿Desde cuándo son amigas?

—No somos amigas. Simplemente conversé con ella antes del evento y dijo que podía usarlo.

—Antes eras mejor mintiendo. —Rodeo los ojos.

El bullicio es fuerte, pero realmente dudo que Bharbo y Sigrid no puedan escucharnos. Doy un último sorbo a mi copa y tomo la mano de Gorka para obligarlo a levantarse conmigo hacia la pista de baile, acción que le sorprende. Hago que se mezcle entre las personas y que tome mi cintura para seguir el ritmo de los demás. Él, aunque confundido, guía mis pasos. Por su educación, siempre ha sido hábil para la danza. Al menos para las elegantes. Bailar con él es simple, pues realmente hace todo el trabajo.

—¿Qué fue eso?

—Dijimos que trabajaríamos juntos para que a tus padres les agrade este lugar —contesto juntando su palma con la mía y dando una vuelta con él—. De verdad no creo que sea el momento de volver a discutir acerca de esto si ellos están aquí. —Él gruñe.

—Bien, pero cuando no estén cerca vas a decirme a dónde fuiste antes de esto.

—Fui a caminar a los jardines y me crucé con Eleanor, eso es todo. —Gorka no cree una sola palabra de lo que digo. Supongo que no puedo culparlo. Le he mentido tantas veces que ahora que digo la verdad no tengo una pizca de su confianza—. Vas a tener que intentar creer en mí de vez en cuando.

—Lo haces realmente difícil, Adalia.

A pesar de que los bailes de cada reino evolucionaron después de la Gran Guerra, no han pasado tantos años como para perder los orígenes. Hay danzas tradicionales que cualquier miembro de la realeza o de una posición similar debe conocer para divertirse en las fiestas. Hacen que el centro del salón parezca una coreografía perfectamente ensayada. Aunque en cierto punto para mí se vuelven repetitivos, es de las pocas actividades que no me parecen tan desagradables en estos eventos.

Mi esposo y yo hacemos una reverencia el uno al otro. Después, pone sus manos en su espalda y, mirándome a los ojos, da una vuelta a mi alrededor. Al volver al punto donde ha empezado, toma mi cintura para hacer que mis pies y los suyos sigan el mismo ritmo. Al compás de los instrumentos, cada ciertos segundos el salón entero grita un entusiasta «¡Hey!» acompañado con el aplauso de los invitados. Tal vez sea el licor, pero por unos instantes incluso disfruto el momento.

—Gracias por defenderme con tus padres —le digo.

—Siempre lo he hecho.

—Ya lo sé. —Algunas veces, cuando olvido la mala racha que hemos pasado estos meses, extraño que sea mi amigo. Dudo que alguna vez podamos recuperar la amistad que teníamos—. ¿Fue buena idea mentirles acerca de que esperamos un hijo?

—No. Si se enteran de que no es cierto, probablemente quieran asesinarte para romper cualquier lazo de Westperit con Regno. Solo nos conseguí tiempo.

—Eres grandioso dando malas noticias, ¿sabías? —digo con sarcasmo.

—Te digo las cosas como son, sin adórnalas, para que les des la importancia que se merecen. Conozco a mis padres —contesta y ambos aplaudimos para seguir con la danza—. Así que será mejor que esta luna no vuelvas a sangrar.

Al colocar mis manos en los amplios hombros de Gorka, él me eleva y da una vuelta. El choque de los zapatos contra el suelo de todas las mujeres suena al unísono al descender, seguido de un sonoro aplauso y un último «¡Hey!». Mi esposo y yo pretendemos volver a nuestros asientos, pero antes de poder hacerlo, me sorprendo cuando él es interceptado por Valeska y yo por Damián.

—¿A dónde van? —nos dice Vale quien, aunque no accedió a usar un vestido, luce grandiosa con un traje sastre que seguramente le ha ganado varias miradas malas. Hace que Gorka tome su cintura y yo contengo una carcajada por la cara de mi esposo ante el atrevido acto—. El cambio de parejas es la mejor parte. Adalia, ¿te importa?

—Ni si quiera un poco —le contesto sonriendo. Gorka me mira con recelo por no ayudarlo, ya que sus modales no le permiten negarse a la oferta de Valeska. Mi esposo la mira para luego hacer una reverencia que mi amiga corresponde. Acto seguido, se alejan para bailar. Es definitivamente una de las escenas más desconcertantes y divertidas que he presenciado en toda mi vida.

—Bueno, la primera vez que te invité a un baile me rechazaste —me dice Damián ofreciéndome su mano—. ¿Bailarás conmigo esta vez?

Tomo su mano sonriendo al mismo tiempo que el ritmo de la música cambia. Sigue siendo festivo, únicamente el compás es distinto. Damos aplausos continuamente y algunos saltos de un lado a otro. El alcohol en mi sangre entumece el dolor de mis pies, aunque no tiene el mismo efecto con el corsé.

— La última vez que te vi con algo tan ajustado, fue el día del torneo.

—No dudes que hoy también pierda el conocimiento.

—¿Por la falta de aire o por tanta bebida?

—Lo averiguaremos —contesto a la vez que retiro de su mano la botella que carga con él y le doy un buen sorbo.

—Dioses, Adalia. La compostura. —Río, pues sé que solo me está molestando. Es lo último que le importa a Damián, aunque estoy segura de que al resto de la realeza sí le parecerá inapropiado.

Compartimos la botella un rato entre giros, risas y unos cuantos pasos de baile improvisados. Incluso me permito alzar mi falda para descubrir mis pies y enseñarle a Damián un par de movimientos nuevos, tradicionales de Westperit, que él no duda en imitar con poca gracia. El guardia de Northbay es respetuoso, por lo que incluso Gorka que nos observa de lejos se ríe de él cuando nota que tiene dos pies izquierdos. Noto que mi esposo y Valeska vuelven a cambiar de pareja, al igual que las demás personas. Por ello, los invitados comienzan a mezclarse y pronto los pierdo de vista.

Al terminar de dar una vuelta sobre mis pies, alzo la mano a la altura de mi cara para encontrarla nuevamente con la de Damián, pero Rómulo ha sustituido su lugar. Hay demasiadas personas como para rechazarlo, pero de inmediato la sonrisa de mi rostro se borra. Bailo a su lado mirándolo, sus ojos se han tornado púrpuras al momento de ver mi expresión decepcionada por encontrarlo a él como mi pareja.

—Oh, vamos —me dice intentando que la tensión se rompa—. Soy mejor bailarín que él.

—Sí, pero al menos Damián preguntó si quería bailar con él antes de llevarme a la pista.

—¿Quieres bailar conmigo, brujita?

—No creo que sea el momento adecuado ni que a tu prometida le agrade.

—Tampoco a tu esposo, pero ¿cuándo nos ha detenido eso?

—Cínico. —Me sonríe a la vez que el púrpura de sus ojos comienza a mezclarse con el rojo para crear un rosa oscuro que no había visto antes en su mirada. Pronto, sus ojos bajan hasta mi cuello, donde se decepcionan al no encontrar la piedra que me obsequió.

—No llevas el collar que te di.

—Tú lo dijiste. Es una debilidad que los demás sepan lo que hay en tu mente.

—No entre nosotros —confiesa—. Contigo es una forma de saber cómo estás a pesar de que me ignores.

—No te ignoro, Rómulo. —Doy media vuelta, caminando algunos pasos y después regresando a él como parte de la coreografía—. Vas a casarte y estamos refugiados en el hogar de tu prometida, ¿cómo esperas que actúe?

—Necesito que los elegidos sigan juntos. Eso nos incluye a nosotros.

—Los elegidos, claro. Es lo único que te importa. —Me alejo de él—. Si viniste a hablar de eso, creo que podemos dejarlo para los entrenamientos.

—No es a lo que me refería, Adalia. Lo sabes.

—¿Entonces a qué? —Me mira.

—Si pudiera estar contigo sabes que lo estaría, pero no es mi vida la que está en juego.

—Por los Dioses, Rómulo. Ambos sabemos que...

Un grito de dolor provoca que los invitados dejen de bailar y la música se detenga. En medio de la pista, Valeska se ha arrodillado para apretar su cabeza. Las personas, en lugar de acercarse a ayudarla, se alejan un tanto asustados por cómo su mirada se ha tornado blanca. Seth se acerca a ella y pronto los demás elegidos también lo hacemos. Antes de retirarnos del salón con ella, Rómulo pide que no detengan la fiesta. Damián, quien también ha acudido a ayudar a nuestra amiga, la sostiene en pie para sacarla del salón y poder calmar sus dolores.

No es el final queesperaba para la velada. 

Hola, hola. 

Los padres de Gorka son unos suegros encantadores, ¿cierto? Esperemos que Adalia se comporte y no deje mala impresión. 

Gracias a las personas que siguen leyendo a pesar de la tardanza. He andado muy inspirada, ojalá siga así para poder acabar por fin esta historia. En esta ocación "Aooarentiae" se traduce del latín como "Apariencias". 

Nos leemos pronto. 

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