Capítulo cinco: servus

Recargo mi cabeza contra la fría pared de la celda, sintiéndome derrotada mientras dejo que mi cuerpo se resbale en ella. El pequeño rayo de luz que entra por la rejilla apenas es suficiente para calentarme, mi piel está helada y mis extremidades adoloridas. Mi débil respiración puede observarse en el aire como un tenue vapor. Ya no encuentro fuerzas dentro de esta jaula opresiva. Entreabro los ojos, encontrándome con mis manos pálidas y temblorosas. Han pasado semanas sin que me vea en un espejo, y mi apariencia refleja la dura realidad de mi cautiverio. Comienzo a perder la esperanza de que alguien esté planeando un rescate.

Escucho pasos bajar por las escaleras, pero ya he dejado de estremecerme ante su presencia. El guardia se detiene frente a la celda, mirando el plato de comida que me había traído el día anterior. Cansada, observo su expresión sin rastro de compasión en ella. Nuestras miradas se cruzan y yo la sostengo, ya no me causa temor hacerlo. Me han arrebatado hasta el miedo, quedándome con una mezcla de resignación y desesperanza que me acompaña día tras día en esta prisión desolada.

—No has comido en tres días.

—¿Ya decidió tu príncipe qué hará conmigo? —pregunto, ignorando su comentario anterior.

—No tengo autorización para contestarte eso. —Suspiro cansada.

—Solo quiero ir a casa...

El guardia reemplaza la bandeja por una que contiene la misma comida sin sabor. Si no lo hubiera visto cambiándola, pensaría que no lo hizo. Terminará alimentando a las cucarachas o roedores que corren en esta pocilga. Me siento sucia rodeada de tantas alimañas, con esta ropa andrajosa y sin haber tomado una ducha. Siento como si la propia mugre caminara sobre mi cuerpo, dándome una horrible comezón.

No soporto otro segundo. Prefiero morir en el intento de escapar que quedarme atrapada aquí. Si nadie viene a rescatarme, tendré que convertirme en mi propio héroe. Me levanto como puedo y me acerco a la cerradura. No he vuelto a intentar usar mi magia, pues quería acumular tanta como fuese posible. Al no comer adecuadamente, necesitaba ahorrar energía. Meto en mi boca la última canica morada para recobrar un poco de mis fuerzas. Respiro profundamente, sé que puedo hacerlo.

—Por favor... —susurro para mí misma mientras cierro los ojos y coloco mis manos sobre la cerradura—. Aperi.

De repente, escucho cómo el seguro de la puerta se abre. Sonrío, sintiéndome orgullosa de mí misma, y empujo la reja. Inhalo profundamente todo el aire que puedo, reuniendo valor para poner un pie afuera. Al comprobar que no hay movimiento ni nadie que se alarme por mi escape, empiezo a correr. La única ventaja de no tener zapatos es que mis pisadas son sigilosas. Este lugar es un enorme laberinto. Como mis ojos estuvieron vendados hasta el momento en que me encontré frente al rey, no pude memorizar los pasillos. Sin embargo, la suerte parece estar de mi lado nuevamente, ya que no me encuentro con guardias ni con ningún miembro de la familia real.

Recorro los pasillos, escondiéndome detrás de columnas y enormes estatuas, hasta que escucho unas voces femeninas. Sin detenerme a averiguar de dónde provienen, entro rápidamente en la primera puerta abierta que encuentro. La cierro con cuidado, tratando de no llamar la atención con el ruido, y espero en silencio para asegurarme de que la habitación esté vacía. Cuando finalmente me giro para ver dónde me he refugiado, mis ojos se iluminan.

Gigantescos estantes llenos de libros de magia se alzan frente a mí, ofreciéndome un tesoro de conocimiento. Hechizos, pociones, historia... no parece faltar nada. Los frascos están meticulosamente etiquetados con nombres de hierbas que jamás había escuchado y otras sustancias desconocidas para mí. Un gran caldero exhala humo junto a una mesa de madera con utensilios que capturan mi atención de inmediato. Me acerco para examinar la página abierta en el libro sobre la superficie. Mi conocimiento de latín es limitado, pero logro distinguir la imagen de una piedra que me resulta familiar.

Regreso a la realidad, consciente de que no puedo quedarme en este fascinante lugar por mucho tiempo, por más que lo desee. Coloco mi oído sobre la puerta para asegurarme de que no hay nadie cerca, y luego salgo de la habitación para continuar mi camino. Me dispongo a buscar la salida, pero apenas avanzo un delicioso aroma entra por mis fosas nasales, seduciéndome a seguirlo. Cuando por fin descifro de dónde proviene, noto que me encuentro en la cocina del palacio.

Deliciosos platillos calientes y cuidadosamente dispuestos adornan la mesa, esperando a ser degustados. Primero, una crema de nueces decorada con dos pequeñas hojas en la superficie. Como siguiente plato, carne en su punto exacto acompañada de varios vegetales. Y para culminar, un postre que luce exquisito. ¡¿Y a mí me estaban dando la comida de los cerdos?!

Noto que aún hay un poco de agua limpia en las cubetas que trajeron del pozo para limpiar la vajilla, así que la utilizo para lavarme las manos y la cara. Después de eso, no me resisto. Tomo unos cubiertos y me siento en un banco, lista para devorar cada uno de los platillos. En mi boca se desata una fiesta, esto es a lo que yo llamo comida. Llego al postre más rápido de lo habitual, olvidándome por completo de mis modales. Una deliciosa tarta de manzanas silvestres llena mi paladar de un exquisito sabor que disfruto en cada bocado.

Estoy tan concentrada en la comida que olvido por un momento cuál era el propósito de salir de esa asquerosa celda. No escucho los pasos acercarse hasta que es demasiado tarde. La puerta se abre y yo, rápida pero torpemente, me separo de la mesa, provocando que algunos de los platos se caigan al suelo. Esperaba encontrarme con un Nobey, pero no es así. Un anciano de piel oscura se sobresalta por el ruido de los platos al estrellarse, soltando la cazuela de comida que cargaba. ¿No soy la única prisionera aquí? Rápidamente me acerco para ayudarlo con el desastre, pero él me detiene tomando mis manos.

—¿Tú eres Adalia? —me pregunta.

Cuando mi mirada se cruza con la de él, sé que no es humano y me aparto de inmediato. El iris, así como la pupila, tienen un color dorado como el oro. Va a decirme algo cuando escuchamos a los guardias hablar con el príncipe cerca de donde estamos. Me tenso.

—¡Les di una orden clara de vigilarla! —escucho que grita y mi sangre se hiela—. ¡Quiero que la encuentren antes de que salga del castillo!

Ellos entran a la cocina, pero al verlos más que sentir temor, solo quedo confundida. Rómulo, o al menos quien creo que es él, ve el desastre que causé y me hace saber con la mirada lo mucho que me odia. Sus ojos, que eran cafés, vuelven a ser amarillos. Definitivamente es él. Luce normal, como humano, como yo. Lo único que lo delata son esos luceros brillantes, al igual que al anciano. Tiene la piel blanca, el cabello negro levemente ondulado y una barba perfectamente recortada que lo hacen ver sumamente masculino. Además de esa mirada asesina, es fuerte y bastante más alto que el promedio. De su cuello cuelga un collar con la misma piedra que vi en los libros. Se acerca a mí de manera amenazante, pero el anciano se coloca frente a él protegiéndome.

—Morgan, apártate —le ordena de manera educada, aunque firme.

—Rómulo, está asustada —le contesta él calmado—. Intenta imaginar cómo es todo esto para ella.

—¡Es una prisionera!

—¿Cuánto más crees que dure allá abajo? ¿Semanas? ¿Días? De todos modos, ya nos vio. No hay nada más que ocultarle.

—Hay mucho que ocultar y tú lo sabes. —Él aparta al anciano sin lastimarlo y me toma firme del brazo—. Si piensas que la haré parte de la familia, estás muy equivocado.

Veo a Morgan en busca de ayuda, pero sé que debe apartarse. Rómulo me hace caminar con él mientras informa a los guardias que vuelvan a su lugar habitual. Me hace entrar en una habitación de manera brusca, provocando que me golpee con un mueble. Me quejo por el dolor. Observo al príncipe y, aunque ahora no es una bestia, sigue imponiendo con esos horribles ojos amarillos. Me fijo en la piedra que cuelga en su pecho, nunca había visto que brillara tanto. Más bien, nunca la había visto antes.

—¿¡Quién te dejó salir!? —me grita furioso.

—Nadie —respondo seca.

—Tú sola no podrías haber salido de ahí. —Me toma del cuello, haciendo que nuestras caras queden muy cerca—. Te lo preguntaré una vez más y solo una vez más, ¿¡Quién te ayudó a salir!? —Lo veo asustada, colocando mis manos en su antebrazo para intentar separarlo. No me lastima, solo pretende asustarme, y por tanto, no le doy el privilegio de una respuesta.

No puedo decirle que tengo magia, ya que parece que ellos saben mucho más acerca del tema y estaría en desventaja. Me presiona con su mirada y sé que, si no hablo ahora, probablemente me torture hasta que lo haga.

—Uno de tus guardias no cerró bien la puerta.

—¿Y qué querías hacer al salir? —cuestiona con desprecio, soltándome—. ¿Ibas a regresar al lugar que te entregó como un premio?

—Mi padre fue el que me entregó, no mi esposo.

—¿Tu matrimonio arreglado que, según entiendo, no ha procreado herederos en 3 años?

—¡Basta! —le grito molesta, e incluso él se sorprende—. ¡No tienes derecho a hablarme ni tratarme de esa forma! Soy la futura reina de Regno y merezco respeto.

Antes de que él pueda contestarme, un hombre abre la puerta, quedando perplejo al mirarnos. Sus pómulos están definidos, su piel está levemente bronceada y su cabello es café. En sus ojos se puede ver reflejada la bondad de su alma, al igual que en el gesto que le hace a su príncipe para que se tranquilice. No tardo en reconocer que es el guardia que viajó conmigo.

—Rómulo, deja a la pobre chica de una vez.

—No te metas, Damián.

—El único propósito de que estuviera allá abajo era que no pudiera vernos así y ya lo hizo.

—Justo por eso es por lo que ahora representa una mayor amenaza.

—Oh vamos, solo vela. Está más asustada que el gato que venía con ella.

Dioses, ni siquiera recordaba que Totoro y Sultán venían conmigo ¿Qué les habrán hecho? ¿Los habrán tenido encerrados al igual que a mí? Sultán se pone insoportable si no cepillan su pelaje al menos una o dos veces al día. Totoro necesita su pelota para no estresarse. Si ese felino no recibe atenciones, no hay ser en todos los reinos que soporte sus maullidos.

—No puedo dejar que ande libre por el pueblo. Ni siquiera puedo dejar que ande libre por el castillo, ¡ella podría...!

—¿Qué? —lo interrumpe el guardia—. Dime realmente qué podría hacer para causar una tragedia. Claro, aparte de tirar la comida que preparó Morgan. —Rómulo sigue sin estar convencido—. Puedes hacer que un soldado la vigile hasta que te sientas seguro.

—Te pondré a ti, dado que parece que insistes en entrometerte en cosas que no te incumben.

—Lo haría, pero ambos sabemos que tengo demasiados asuntos que atender; al igual que tú. Le dijiste a tu padre que te harías cargo de ella.

—¿¡Qué propones entonces!?

—Puede trabajar conmigo—dice el anciano entrando a la habitación—. Es lo menos que puede hacer despuésde comerse mi comida, romper los platos y tirar mi estofado. —Me sonríe.


Hola, hola.
Espero estén disfrutando la lectura. En esta ocasión "servus" se traduce del latín como "esclavo". De igual manera, los hechizos van a estar en esa lengua porque tienen que admitirlo... es la onda.  "Aperi" se traduce como "abierto".
Nos leemos pronto.

-Nefelibata

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