𝖆𝖒𝖕𝖑𝖊𝖝𝖚𝖘
SABRINA SPELLMAN corrió por los pasillos vacíos de Hogwarts, tan deprisa que inclusive podía escuchar los latidos acelerados de su corazón mientras se dirigía al despacho de Lilith. Al llegar a su destino, Sabrina notó que las ventanas salpicadas de agua vibraban y en la habitación hacía mucho frío, pese a que la chimenea estaba encendida. Ella jadeaba bajo la atenta mirada de la castaña, la cual tras cerrar la puerta se ubicó detrás de su mesa esperando impaciente una explicación.
—¿Y bien? —dijo con brusquedad—. ¿Qué ha sucedido?
—¿Tú sabías cierto? ¿Que mi padre estaba aquí?
—¿Qué ocurrió, Sabrina? —repitió Lilith con tono cortante.
—Dumbledore me enseñó un recuerdo del pobre Tom Riddle, poseído por Lucifer...
—Él no es inocente, Sabrina.
—Entonces, ¿lo sabes?
Lilith vaciló por un momento antes de asentir con la cabeza. Por mientras, cientos de preguntas pasaban por la cabeza de Sabrina. ¿Qué hacía aquí Lucifer? ¿Él había matado a los padres de Harry? Y, sobretodo, ¿cómo podía detenerlo? Sin embargo, se mantuvo en silencio, intranquila aguardando una respuesta de parte de su regente.
—Hace años, Tom Riddle descubrió la magia oscura, y con eso supo de los demonios y de tu padre, el más poderoso de todos. Y quiso ese poder para él, para reinar aquí y que todos le temieran. Así que hizo un trato con Lucifer, y a cambio de su victoria le daría las Reliquias de la Muerte.
—¿Y cómo es exactamente que mi padre lo ayudó? —le interrumpió Sabrina.
—Él lo poseyó, como sabes, y con eso Voldemort tuvo poder y lo aprovechó para matar al niño que vivió. —Hizo una pausa, esperando la reacción de Sabrina, pero ella no pareció tener idea de a quién se refería—. Y eso ocurrirá el próximo año, es por eso que tenemos que conseguir las reliquias e irnos antes de que Voldemort consiga lo que busca.
—Pero después de que Dumbledore me enseñara ese recuerdo, él me pidió ayuda —repuso la chica—. Dijo que él me confiaba este secreto porque sabía que tanto mi magia como la tuya eran distintas. Sabe que no eres Minerva, pero no hará nada en cuanto...
—¿Sabe sobre mí?
—Tenemos que ayudarlo, Lilith, dijo que mucha gente morirá.
—Y también morirán todas las personas en la tierra si Caliban consigue el trono, además de tu aquelarre —se impuso cuando Sabrina, enfadada, se disponía a replicar—. Son indefensos sin su poder, ¿no te importan tus tías o Ambrose?
—Pero se lo prometí a Dumbledore —murmuró la peliblanca.
—Estas personas son del pasado, Sabrina, y no podemos cambiar el pasado —prosiguió Lilith, adoptando un tono inapelable—. No te encariñes con ellas.
Sabrina dijo para sus adentros que ya era tarde para eso, pues Dumbledore le confesó que Tom Riddle tenía un solo objetivo: Harry Potter. Y ella no dejaría que nadie lo lastimara, sin importar las reglas que rompiese.
Durante las semanas siguientes, Sabrina iba a la biblioteca siempre después de clases a leer respecto a Voldemort. Encontró varias historias sobre el mago tenebroso, y sobre los horrores que había cometido. Y, con su reciente conocimiento, Sabrina sospechaba que entre más se adentraba a la magia oscura su aspecto se tornaba más demoníaco. Además, ella había llegado a la conclusión de que él y su padre habían hecho el trato recientemente, y lo peor es que sabía que Lucifer siempre había un precio que pagar en todos los tratos que él hacía. Otra cosa que había aprendido era que Harry era el niño que vivió, y eso le había aterrado muchísimo puesto que Lilith argumentó que Voldemort lo mataría. No obstante, Sabrina estaba segura de que ella lo salvaría, sólo tenía que descubrir cómo.
Cada día que pasaba Harry y la chica se volvían más unidos. De vez en cuando, entre los descansos, se hacían compañía y se conocían mejor. Era difícil para ella no encariñarse con alguien como Harry, pues era dulce y sensible, pero también era fuerte y un poco arriesgado. Sabrina pensó, por una milésima de segundo, que tenía las cualidades que más le atraían de Harvey y Nick, sus ex novios, aunque avergonzada decidió no volver a pensar al respecto.
A mediados de octubre, Sabrina se dirigía al Gran Comedor cuando escuchó una reconocible voz que gritaba su nombre entre la multitud. Ella se volteó sonriente y visualizó a Harry empujando a los alumnos con tal de llegar a su lado. Detrás lo seguían Ron y Hermione.
—¿Quieres ir al lago como siempre, Brina? —le preguntó esperanzado cuando se encontraba frente a ella.
Sabrina estaba a punto de acceder cuando Hermione habló.
—¿Se dan cuenta que hay una tormenta afuera, verdad? —la chica dijo con tono irónico.
Todos alrededor podían notar que a Hermione no le simpatizaba Sabrina. Cada vez que estaba junto a la peliblanca, hacía lo posible para marcharse junto con Ron (el que siempre le seguía a regañadientes, pues Sabrina sí era de su agrado), lo que la peliblanca al principio tomó como un gesto para dejarlos solos, pero después de prestarle atención a su actitud de fastidio, ya no estaba tan segura. Harry y Ron le dieron a Hermione una mirada molesta supuestamente disimulada.
—¿Y si mejor desayunamos juntos? —Sabrina repuso. Harry asintió contento.
Hermione había procedido a sentarse junto a Ron de mala gana, el cual estaba al lado de Harry, y este último miraba a Sabrina como si no hubiera nadie más que ella en todo el comedor. Los tres desayunaban y charlaban animadamente, mientras que la castaña se limitó a leer el periódico. Cuando terminó su desayuno, Sabrina le prestó toda su atención a Ron, quien contaba una chistosa anécdota que le había sucedido anoche en los dormitorios: gracias a Harry practicando un hechizo el pelirrojo terminó colgado cabeza abajo, como si una cuerda invisible lo sostuviera por el tobillo.
—... ¡y entonces se produjo otro destello y volví a aterrizar en la cama! —concluyó sonriendo mientras se servía unas salchichas.
Hermione no había sonreído mientras oía la anécdota, y ahora miró a Harry con desaprobación.
—¿No sería ese hechizo, por casualidad, otro de los de ese libro de pociones? —le preguntó.
—Siempre piensas lo peor, ¿eh? —respondió él, ceñudo.
La castaña se levantó molesta y abandonó el lugar. Sabrina habría ido tras Hermione, pero tenía la muy acertada sospecha de que gracias a ella no estaba del mejor humor.
—No le agrado mucho, ¿verdad? —la peliblanca espetó después de un tenso silencio.
—No le hagas caso, Sabrina, ella es así a veces —contestó Ron encogiéndose de hombros.
—¿Vienes con nosotros a Hogsmeade, Brina? —espetó Harry después con las mejillas encendidas.
—¿Se puede ir a Hogsmeade? —se sorprendió Sabrina.
—Necesitas autorización para ir, pero no creo que sea problema para ti porque eres sobrina de McGonagall —comentó Ron divertido.
El paseo hasta Hogsmeade no fue nada placentero. Sabrina se tapó la nariz con la bufanda, pero la parte de la cara expuesta al aire no tardó en entumecérsele. Cuando por fin llegaron Ron señaló hacía un lugar con un gran letrero que decía "Las Tres Escobas", que afortunadamente estaba abierta, y los otros dos lo siguieron tambaleándose hasta la abarrotada tienda.
—Quedémonos toda la tarde aquí —dijo Ron, tiritando, al verse acogido por un caldeado ambiente. El chico miró a la barra donde una mujer guapa y de buena figura servía las bebidas, y después añadió sonrojándose un poco—: Yo voy por las bebidas, ¿eh?
Sabrina y Harry se dirigieron a la parte trasera del bar, donde quedaba libre una mesa pequeña al lado de la chimenea. A pesar de eso, la chica aún temblaba por el frío y Harry sin duda lo notó.
—Acércate más a mí —dijo el chico, pero inmediatamente se puso rojo y muy nervioso—. Digo, para que no tengas tanto frío.
—¿Y también me quieres abrazar? —añadió Sabrina con burla, acercándose más a él—. Digo, para que no tenga tanto frío.
Ambos rieron juguetonamente. Sin embargo, el castaño estaba por poner su brazo alrededor de ella cuando Ron regresó con tres jarras de lo que parecía ser cerveza, haciendo que Harry desviara su brazo hacia su nuca para rascarse. Sabrina bebió hasta el fondo. Era lo más delicioso que había probado en su vida.
Iba a preguntarle a los chicos respecto a Hermione cuando una repentina corriente de aire la despeinó. Se había vuelto a abrir la puerta de Las Tres Escobas. Sabrina echó un vistazo por encima de la jarra y visualizó a Draco Malfoy que, inmediatamente, la miró de vuelta segundos después. La chica al instante desvió la mirada hacia Harry, pero él también veía a Draco. Cuando el rubio se percató de eso, marchó rumbo una puerta sin despegar la mirada de ambos hasta que entró.
—¿Esa es Hermione? —habló Ron después.
Los dos miraron hacia el otro extremo de la taberna: Hermione estaba sola, sentada en una mesa que ya tenía tres envases vacíos de cerveza de mantequilla, y parecía muy entretenida bebiendo la cuarta.
—Deberíamos ir con ella —comentó Sabrina, a lo cual los dos amigos la miraron incómodos.
—Mejor yo voy, Sabrina. Creo que sigue molesta.
—¿Le hice algo malo a Hermione? —le preguntó Sabrina a Harry cuando Ron había abandonado la mesa.
—No, es que ella... —el chico divago un poco moviendo el tarro casi vacío— pues piensa que no eres de fiar.
—¿Qué dices? —Sabrina exclamó con sus ojos muy abiertos.
—Es que ella piensa que es sospechoso que vinieras de pronto, ya sabes, por como están las cosas... —Harry balbuceó nervioso. Sabrina entrecerró sus ojos esperando a que le dijera toda la verdad hasta que cedió—: Pues, Hermione cree que eres mortífaga.
—¿Mortífaga? —repitió ella confundida. Recordaba haber leído respecto a eso cuando leía sobre Voldemort, pero no estaba segura.
—Así se le llama a los seguidores de Lord Voldemort.
—Quieres decir, ¿son como sus secuaces o algo así?
—Sí, pero no te preocupes. Hermione pronto te conocerá bien y se dará cuenta lo genial que eres —dicho esto, Harry se acercó más a ella, pero Sabrina aún se encontraba conmocionada por lo cual no lo notó.
—¿Y los mortífagos reciben órdenes directas de Voldemort?
—Eso creo.
Harry parecía confundido, pero Sabrina acababa de tener una descabellada idea. ¿Si hablaba directamente con Lord Voldemort podía sacar a Lucifer de su cuerpo, como lo había logrado con Nick? Aunque ese pensamiento se escabulló y su mente quedó en blanco cuando sintió el brazo de Harry alrededor de su cuerpo. Ella lo miró sonriente, y él parecía más acalorado que nunca.
—Para que no tengas frío —murmuró Harry sin mirarla. Sabrina acomodó su cabeza en el hombro de Harry mientras sonreía, y se sintió cálida junto a él.
Sabrina, Harry, Ron y Hermione (quien había sido convencida por Ron de que los acompañara) avanzaban con dificultad por la nieve semiderretida que cubría el camino de Hogwarts. Las voces de dos chicas frente al cuarteto se oían más fuertes y chillonas. Sabrina escudriñó sus figuras, que apenas lograba distinguir. Ambas discutían acerca de un paquete que una de ellas llevaba. De pronto, Sabrina vio que una de ellas intentaba quitarle a la otra el paquete, y ésta trataba de recuperarlo. Así pues, en el forcejeo, el paquete cayó al suelo.
De inmediato, la chica se elevó por los aires con gracilidad y con los brazos extendidos, como a punto de echar a volar. Sin embargo, en su postura había algo extraño, algo estremecedor... La ventisca le alborotaba el cabello y tenía los ojos cerrados y el rostro inexpresivo. Los cuatro se detuvieron en seco, estupefactos.
Entonces, cuando estaba a casi dos metros del suelo, la chica soltó un chillido aterrador y abrió los ojos. Sin duda lo que veía o sentía le producía una tremenda angustia. No paraba de chillar. La otra chica empezó a gritar "Katie" varias veces, y la agarró por los tobillos intentando bajarla al suelo. Los demás se precipitaron a ayudarla, y cuando lograron cogerla por las piernas Katie se les vino encima. Harry y Ron consiguieron atraparla, pero Katie se retorcía violentamente y apenas lograban sujetarla. La tumbaron en el suelo, donde la muchacha siguió revolcándose y chillando.
—¡No toques eso! —le advirtió un hombre gigante a Harry, quien se había agachado junto al paquete que contenía un ornamentado collar de ópalos—. Sólo el envoltorio.
El mismo hombre se acercó y miró a Katie y luego, sin decir palabra, se agachó, la levantó en brazos y echó a correr hacia el castillo. Los cinco también lo siguieron, y pronto visualizaron al profesor Snape que les hizo una seña con la mano para que lo siguieran. Todos escucharon con atención la historia de la amiga de Katie, pues según ella tenía el paquete al salir del baño y le repetía que era importante que se lo entregará al profesor Dumbledore.
—Ella estaba bajo una maldición, ¿verdad? —agregó Harry llamando la atención de todos—. Fue Malfoy, lo sé.
—Qué acusación, Potter —dijo Snape irónico—. ¿Tienes pruebas?
—Sólo lo sé.
—Sólo lo... sabes —repitió el profesor con brusquedad—. Asombras con tus dones, Potter. Dones que los simples mortales sólo sueñan con tener —dijo arrastrando sus palabras con sarcasmo—. Qué magnífico es ser el Elegido.
Después de un momento tenso, el profesor les ordenó que fueran a sus dormitorios, a excepción de la amiga de Katie. En el camino, Harry lucía furioso pero Sabrina no fue capaz de permanecer callada pues la curiosidad la carcomía viva.
—¿Por qué crees que fue Malfoy, Harry?
—Porque a los mortífagos como él les encantaría librarse de Dumbledore, así que debe de ser uno de sus blancos prioritarios —arguyó el chico en respuesta.
Ron y Hermione se miraron como diciendo «inútil intentar razonar con este cabezota». Por otro lado, Sabrina estaba más sorprendida que nunca.
—¿Dices que Draco Malfoy es un mortífago?
—¿Ves, Harry? Draco no es un mortífago, sino Sabrina ya lo supiera —intervino Hermione mientras subían la escalera que conducía a la sala común.
Harry reprochó a la chica, pero Sabrina tenía cosas más importantes en qué pensar, así que apenas y escuchó la indirecta de Hermione. «Quizás Draco Malfoy podría ayudarme a hablar con Lord Voldemort», se dijo a sí misma, y con eso realizó un plan para acercarse al insoportable rubio.
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