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Por las ventanas del Expreso de Hogwarts se veía un tiempo tan variable como lo había sido todo el verano: atravesaban bancos de fría neblina o pasaban por tramos en que brillaba un débil sol. Durante una de esas rachas luminosas, cuando el sol caía casi de pleno, Ronald Weasley y Hermione Granger llegaron por fin al compartimiento donde sus amigos Harry Potter y Neville Longbottom charlaban sobre el quidditch. Mientras, sentada a un lado de Neville, Luna Lovegood agitaba las manos para ahuyentar a un grande e invisible torposoplo el cual, según ella, va flotando por ahí, se te mete en los oídos y te embota el cerebro.

—Espero que no tarde en pasar el carrito de la comida. Estoy muerto de hambre —dijo Ron, y se dejó caer al lado de Harry frotándose la barriga—. ¡Hola, Neville! ¡Hola, Luna! ¿Sabes qué? —añadió mirando a Harry—: Malfoy no está cumpliendo con sus obligaciones de prefecto. Está sentado en su compartimiento con los otros alumnos de Slytherin. Lo hemos visto al pasar.

Harry se enderezó, interesado. No era propio de Malfoy perderse ninguna ocasión de exhibir el poder que le confería el cargo de prefecto, del que tanto había abusado durante el curso anterior.

—¿Qué hizo cuando los vio?

—Lo de siempre —contestó Ron, e hizo un gesto grosero con la mano imitando a Malfoy—. Pero no es propio de él, ¿verdad? Bueno, esto sí —repitió el ademán grosero—, pero ¿por qué no está utilizando su poder de prefecto?

—No lo sé —contestó Harry, con la mente funcionando a toda velocidad—. Yo diría que...

Pero antes de que expusiese su teoría, la puerta del compartimiento se abrió de nuevo y una chica se mostró ante ellos con una leve sonrisa en el rostro. Su cabello parecía ser de un rubio tan claro como el de Draco Malfoy, pero gracias a un rayo de sol que entró por la ventana e iluminó a la misteriosa chica como un bello ángel, Harry logró visualizar que su cabello en realidad era de un característico color blanco.

—Traigo esto para Neville Longbottom y un tal... ¿Harvey Potter? —dijo la chica intentando recordar el nombre. Llevaba dos rollos de pergamino atados con una cinta violeta.

Hermione dejó escapar una risita. Perplejos, Harry y Neville cogieron cada uno su pergamino.

—Gra... gracias —musitó Neville entrecortadamente. Cuando ella le sonrió, él se ruborizó. 

—¿Tú eres Harvey Potter? —la chica le preguntó a Neville—. Es gracioso, tengo un amigo que se llama como tú.

—No, soy yo —dijo Harry nervioso cuando su mirada se posó en él—, bueno me llamo en realidad Harry, no Harvey.

—¡Ah! —exclamó ella sonriendo—. Pues vale, un gusto conocerte.

Sin más, se marchó haciendo un gesto de despedida con la mano. Harry realmente se decepcionó de que la chica no hubiera mencionado su nombre, por lo que se volvió hacia Hermione.

—¿Quién era ella?

—La verdad no lo sé. Qué raro, jamás la había visto... —respondió pensativa su amiga.

—Lo raro es que no conoce al "elegido" —dijo el pelirrojo con una risita—. En fin, ¿qué es lo que te dió? —preguntó Ron mientras Harry desenrollaba el mensaje.

—Una invitación.

Harry:
Me complacería mucho que vinieras al compartimiento C a comer algo conmigo.
Atentamente,

Prof. H.E.F. Slughorn

—¿Quién es el profesor Slughorn? —preguntó Neville releyendo una y otra vez su invitación, atónito.

—El nuevo profesor. Bueno, supongo que tendremos que ir, ¿no? —contestó Harry—. Espera —añadió, pues acababa de tener una idea genial—. Pongámonos la capa invisible para ir hasta allí; así por el camino quizá veamos qué hace Malfoy.

Sin embargo, su idea no sirvió para nada porque con la capa puesta resultaba imposible andar por los pasillos, abarrotados de estudiantes que esperaban ansiosos la llegada del carrito de la comida.

Cuando llegaron al compartimiento C, enseguida advirtieron que no eran los únicos invitados de Slughorn, aunque, a juzgar por la entusiasta bienvenida del profesor, Harry era el más esperado. En la reunión todos los que se encontraban allí parecían haber sido invitados porque tenían relación con alguien famoso o influyente; todos excepto Ginny Weasley. Blaise Zabini, un Slytherin a quien Slughorn interrogó, resultó ser hijo de una bruja célebre por su belleza y sus montañas de oro que se le fue dejada por sus siete difuntos esposos (nunca se supo las razones de sus muertes); y esa no fue la única anécdota sobre magos ilustres a los que Slughorn había enseñado en Hogwarts.

Harry deseaba marcharse, pero no sabía cómo hacerlo sin parecer maleducado. Por fin, cuando el tren salió de otro extenso banco de neblina y por la ventana se vio una rojiza puesta de sol, Slughorn se dió cuenta de que empezaba a anochecer por lo que les advirtió a todos que fueran a ponerse las túnicas.

Al salir del compartimiento, Zabini le dio un fuerte empujón a Harry y le lanzó una mirada asesina que éste le devolvió con creces. Luego Harry, Ginny y Neville siguieron a Zabini por los mal iluminados pasillos del tren.

—Por fin se ha acabado —masculló Neville—. Ese Slughorn es un poco raro, ¿no les parece?

—Sí, un poco —coincidió Ginny—. Todo lo que dijo fue bastante absurdo, ¿no?

—Lo más absurdo fue que invitara a alguien porque su madre es famosa —replicó Harry mirando con su ceño fruncido la nuca de Zabini—, o porque...

Pero no terminó la frase. Acababa de tener una idea, una idea imprudente pero que tal vez diera excelentes resultados: en menos de un minuto Zabini entraría de nuevo en el compartimiento de los alumnos de sexto de Slytherin, y Malfoy estaría allí, convencido de que sólo lo oían sus compañeros. Si Harry lograba colarse sin ser detectado detrás de Zabini, vería y escucharía cosas muy interesantes.

—Nos vemos luego —dijo, y sacó la capa invisible para echársela por encima.

Se apresuró sigilosamente tras los pasos de Zabini, aunque el traqueteo del tren hacía innecesaria tanta cautela.

Los pasillos se habían quedado casi vacíos porque la mayoría de los alumnos había regresado a sus compartimientos para ponerse la túnica del colegio y recoger sus cosas. Aunque Harry iba casi pegado a la espalda de Zabini, no fue lo bastante ágil para meterse en el compartimiento en cuanto el chico abrió la puerta corredera, pero cuando iba a cerrarla logró encajar un pie para impedirlo.

—¿Qué le pasa a esta puerta? —se extrañó Zabini.

Aprovechando el momento de confusión, Harry se coló dentro, subió de un salto a un asiento desocupado y trepó a la rejilla de portaequipajes.

—Cuéntame, Zabini —pidió Malfoy—. ¿Qué quería Slughorn?

—Sólo trataba de ganarse el favor de algunas personas bien relacionadas —respondió Zabini ya sentado a un lado de Vincent Crabbe y Gregory Goyle, los cuales charlaban con Pansy Parkinson.

—Ah, entonces seguramente Slughorn no se ha enterado de que yo viajaba en el tren, porque si no...

—Yo no creo que te hubiese invitado —lo interrumpió Zabini—. Me parece que a Slughorn está evitando a los hijos de los mortífagos.

Malfoy, furioso, soltó una risa forzada.

—¿Y a mí qué me importa lo que le interesa? Al fin y al cabo, ¿quién es? Tan sólo un estúpido profesor. —Y dio un bostezo de hipopótamo—. Además, ni siquiera sé si el año que viene iré a Hogwarts. Quizá me dedique a cosas más importantes e interesantes.

—¿Qué quieres decir con eso? —se alarmó Pansy. Crabbe, Goyle e inclusive Zabini miraban boquiabiertos a Malfoy; al parecer, no estaban al corriente de que hubiera planes de dedicarse a cosas más importantes e interesantes. Pansy volvió a hablar, atónita—: ¿Te refieres... a «él»?

—Mi madre quiere que acabe mi educación en Hogwarts —contestó Malfoy con un encogimiento de hombros—, pero francamente, tal como están las cosas, no creo que eso tenga tanta importancia. Si lo piensas un poco... Cuando el Señor Tenebroso se haga con el poder, ¿crees que se va a fijar en cuántos TIMOS y ÉXTASIS tiene cada uno? Pues claro que no. Lo que importará entonces será la clase de servicio que se le haya prestado o el grado de devoción demostrado.

A Harry se le aceleró el corazón. ¿Qué dirían Ron y Hermione cuando les contara eso? Estaba tan concentrado observando a Malfoy que no se fijó en que Goyle intentaba bajar su baúl de la rejilla, y cuando lo logró, Harry recibió un fuerte golpe en la cabeza, de modo que no pudo reprimir un grito ahogado. Malfoy miró hacia su dirección con cara de extrañeza. Por fortuna, pareció decidir que se había imaginado aquel ruido; se puso la túnica como hacían los demás, cerró su baúl y, cuando el tren redujo la velocidad hasta casi detenerse, se abrochó una gruesa capa de viaje nueva.

Los pasillos volvían a llenarse, Goyle abrió la puerta y se sumergió en una riada de alumnos de segundo año, apartándolos a empellones; Crabbe y Zabini lo siguieron.

—Ve tú primero —le dijo Malfoy a Pansy—. Necesito comprobar una cosa.

Pansy salió, y Harry y Malfoy se quedaron a solas mientras un tropel de alumnos recorría el pasillo. Malfoy echó las cortinas de la puerta para que no lo viesen y, sin previo aviso, exclamó "¡Petrificus totalus!" mientras apuntaba con su varita a Harry, que al instante quedó paralizado, perdió el equilibrio y, con un doloroso golpe que hizo temblar el suelo, cayó casi a cámara lenta a los pies de Malfoy.

—Ya me lo imaginaba —se jactó éste—. No has oído nada que me importe, Potter, pero ya que te tengo aquí —Y le propinó una fuerte patada en la cara—. Esto de parte de mi padre. Y ahora vamos a ver... —Sacó la capa de debajo de su indefenso cuerpo y se ocupó de cubrirlo bien—. Listo. No creo que te encuentren hasta que el tren haya regresado a Londres —comentó con tranquilidad—. Ya nos veremos, Potter... o quizá no.

Y dicho eso, salió del compartimiento, no sin antes pisarle una mano.

Harry nunca había odiado tanto a Malfoy como en ese momento, tendido patas arriba como una tortuga, mientras la sangre se le escurría en la boca entreabierta y le producía náuseas. Los últimos pasos que se percibían en el pasillo iban apagándose; los alumnos ya desfilaban por el andén, y Harry los oía hablar y arrastrar los baúles.

El tren dio una brusca sacudida y Harry quedó tumbado sobre un costado. La locomotora se puso en marcha y el suelo empezó a vibrar. El expreso de Hogwarts estaba a punto de abandonar la estación y nadie sabía que Harry todavía se hallaba en uno de sus vagones.

Entonces notó que la capa invisible se levantaba y oyó una voz:

—Hola, Harry, no Harvey.

Hubo un susurro de su parte y Harry recuperó la movilidad. Al sentarse se limpió la sangre de la magullada cara con el dorso de la mano y levantó la cabeza para ver a la chica del cabello blanco, que sujetaba con una mano la capa invisible.

—Tenemos que salir de aquí ahora mismo —dijo ella mientras el vapor empañaba las ventanas del tren, que ya salía de la estación—. Corre, saltaremos.

Harry se extrañó, ¿cómo sabía aquella chica que estaba ahí? Además ¿cómo logró que recuperará la movilidad si no usó su varita? Pero, la pregunta que más rondaba en su cabeza mientras la seguía por el pasillo para después saltar del andén era ¿quién era y cómo había llegado aquí?

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