Y déjelo marinar con una medida de esperanza

Si algo sabía hacer Jorge, era trabajar. Lo había hecho prácticamente desde que tenía 12 años: vendiendo dulces en la puerta de su casa, como empacador en un supermercado, cargador en La Merced, mesero en fondas, restaurantes y bares, carnicero de medio tiempo...

No, el trabajo duro no le asustaba; lo que realmente lo tenía al borde del pánico era lo que estaba a punto de suceder.

—Estás listo—

No era una pregunta, era una afirmación de una Venus sonriente y orgullosa que terminaba de ajustarle la filipina que sus propias manos, trémulas y sudorosas, apenas si habían sido capaces de abotonar.

Jorge intentó sonreírle de regreso, pero su rostro, tenso y nervioso, apenas pudo dibujar una mueca más parecida a la siniestra sonrisa del "Joker" que a cualquier gesto vagamente humano.

Ella lucía hermosa, ataviada con un sencillo vestido negro, ligeramente arriba de la rodilla, cubierta con un blazer blanco con pequeños detalles en negro, un pequeño bolso de mano y zapatillas, ambos de charol negro, accesorios de plata y su cabello castaño claro recogido en un lindo pero discreto peinado, adornado por una flor roja que él había comprado de camino al departamento.

Pero, sin importar lo bien pensado de su atuendo, él estaba convencido de que su mejor accesorio era su sonrisa; aquella sonrisa de orgullo al ver a su Jorge vestido como todo un chef, preparándose para entrar al auditorio donde presentaría su examen profesional.

Habían sido meses difíciles. Al principio, se había matado trabajando como galopino en un restaurantito cercano, para empezar a pagar todas las deudas que la enfermedad de su Lety y los sepelios de ella y su mamá le habían dejado.

Después vino la lucha para ser readmitido en la escuela. Aunque la renuncia de Venus había allanado el camino, aún quedaba el hecho de que la falta había quebrantado reglas básicas, tanto escritas como tácitas, de la Universidad Italo-Mexicana. Recuperar su lugar y su beca no fue tarea fácil, pero, como pudo descubrir, no estaba solo, amigos y profesores, encabezados por la maestra López Alanís, formaron un frente unido para convencer al rector Alomar de cumplir su promesa y permitirle retomar su carrera.

Pero ahora estaba frente al reto más grande de su vida: satisfacer el exigente paladar de cinco sinodales cuyo trabajo era precisamente encontrar hasta la menor falla en el platillo que estaba a punto de preparar, un dúo de sopa de tortilla y sopa de frijol con berro que era no solo su orgullo sino un homenaje a su madre y los días difíciles tras la muerte de su padre, en que lo único que ella comía eran dos tortillas remojadas en caldo de pollo del día anterior y le decía a su niño de cinco años que era la comida más deliciosa del mundo.

***

—Damas y caballeros, apreciables familia y amigos todos, muy buenas tardes. Es mi deber, como presidente de este honorable sínodo, informarles que ya tomamos una decisión respecto del examen profesional presentado por el alumno Jorge Dávalos Gutiérrez, la cual les leo a continuación—

La sala, repleta con amigos, vecinos, compañeros de clase y de trabajo, guardó un silencio expectante, mientras Venus, sin darse cuenta, unía las manos palma con palma y las llevaba a sus labios, en un vano intento por disimular su casi incontrolable temblor, mientras veía cómo la maestra López Alanís, secretaria del sínodo, le extendía la hoja con el veredicto al maestro Carlos Arroyo, su presidente.

Los primeros meses fueron difíciles, muy difíciles. Ya habían tenido su primera pelea y las deudas combinadas de ambos habían amenazado con ahogarlos, más de una vez; no obstante, el espíritu indomable de Jorge, quien comenzó trabajando como lavaplatos en un restaurantito a dos cuadras de su casa, y un golpe de suerte para ella, los ayudaron a salir del profundo hoyo que era su situación económica.

Aunque, para ser sincera, era injusto llamarle "suerte"; habían sido, más bien, el cariño y la amistad que había cultivado en los últimos tres años con sus ahora ex compañeros de trabajo, a quienes, a estas alturas, también era injusto llamarles "amigos", ya que algunos de ellos se habían convertido en familia.

Empezando por Angie y terminando con el coordinador de la Facultad de Comunicación, Óscar Solís, Venus había recibido seis cartas de recomendación, entre personales y profesionales, las cuales habían sido más que suficientes para que el dueño del Colegio María Montessori le diera el puesto de maestra para el que doña Alejandra y su marido la habían recomendado.

Ahora, aquel examen, en el que Jorge, una vez controlados los nervios, se había mostrado como el maestro de la cocina que realmente era, representaba la culminación de aquel sueño largamente acariciado y con el que le rendía un sentido homenaje a las dos personas que le habían dado su impulso inicial y que, si bien ya no estaban con ellos, él estaba convencido de que lo guardaban desde el Cielo, y aunque Venus no podía compartir sus creencias, si él era feliz, ella era feliz.

—Delegación Benito Juárez, Ciudad de México, a 7 de marzo de 2016— comenzó a leer el profesor Arroyo —Señor Jorge Dávalos Gutiérrez. Presente. El sínodo aquí reunido para calificar sus conocimientos académicos generales le ha considerado digno de recibir el título de Licenciado en Gastronomía y Conservación de Alimentos, que le permitirá desempeñar la profesión y la función social para la cual ha sido formado por esta honorable casa de estudios—

Con lágrimas en los ojos y cobijada tanto por los brazos de Angie como por el expectante silencio del Auditorio Dos del Campus Ciudad de México (al que había entrado "de contrabando"), Venus siguió escuchando tres largos párrafos acerca de "la visión y la misión" de la Universidad Italo-Mexicana y la "alta responsabilidad y profundo compromiso" de sus alumnos para con la sociedad, hasta que, interminables minutos después, llegaron a la tradicional toma de protesta.

—¿Protesta usted solemnemente y bajo palabra de honor, ejercer la profesión de Licenciado en Gastronomía y Conservación de Alimentos con absoluta honradez y cumplida lealtad, aportando todo su interés y facultades con el fin de contribuir a la misión en usted depositada y en beneficio de la sociedad mexicana?—

Con un visible nudo en la garganta, pero con seguridad y aplomo, Jorge levantó la mano y con voz firme y clara declaró: —¡Sí protesto!—

—Si así lo hiciere, que la patria y la Universidad se lo reconozcan, y si no, que la nación entera se lo demande—

La sala completa estalló en cerrada ovación, mientras Jorge estrechaba la mano y abrazaba al profesor Arroyo y a cada uno de los miembros del sínodo, con especial atención a una Bertha López Alanís conmovida hasta las lágrimas.

Hasta ese momento, Venus había tratado de mantener un bajo perfil, ya que una de las condiciones para que Jorge pudiera regresar a la universidad había sido que no volviera a poner un pie en las instalaciones; sin embargo, en cuanto la breve ceremonia de protesta hubo terminado, el muchacho se precipitó sobre ella para abrazarla con toda su fuerza y plantarle el beso más limpio y sincero que Venus hubiera recibido jamás, ante la mirada conmovida de todos aquellos que conocían su historia.

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