Una decisión, un mar de determinación
Su decisión era fácil: no podía irse sin saber de Jorge.
Algunos de sus compañeros de clase cuyos padres eran abogados (los mismos que le habían ayudado con los trámites tras la muerte de su mamá y su hermana) habían vuelto a aparecer para derrumbar el mito de que había que esperar 72 horas para levantar un acta de extravío; otros más ya habían iniciado una campaña a través de redes sociales distribuyendo su foto y descripción y algunos de sus vecinos seguían buscándolo en los alrededores de la colonia, en hospitales y, temiendo lo peor, incluso en el servicio médico forense.
Ningún esfuerzo se estaba escatimando y aun así, Venus se sentía completamente inútil. Recién se daba cuenta de que apenas si lo conocía, no sabía dónde buscarlo ni a dónde podría haber ido que no fuera la escuela, el trabajo o su casa.
Y no podía dejar de reprocharse por haber sido tan egoísta, por haberlo tenido siempre encerrado en los confines de su diminuto departamento, por haberlo acaparado sólo para ella sin hacer el menor intento por involucrarse en una vida que, a diferencia de la suya, era rica y plena, diversa en intereses y lugares y amigos, una vida que ahora podía haberse perdido... y todo por su culpa.
Una lágrima resbaló por la tersa mejilla, tiñendo de luz de sol un caminillo que bajaba directo hasta su barbilla.
—¿Estás bien, Vi?— preguntó Angie, mientras hacía volar su Nissan March a través de las atestadas calles de la capital, en camino a su casa tras el funeral.
—No, Angie, no estoy bien— respondió Venus con la vista clavada en la ventanilla del pequeño auto de su amiga, viendo pasar los detalles del camino a toda velocidad, en un irónico reflejo de lo que había sido su vida antes de Jorge.
—Bueno, ten un poquito de fe y verás cómo todo va a salir bien—
¿Fe? ¡¿Pero fe en quién o en qué?! ¿En un Dios ausente que permitía las muertes sin sentido de una niña y su madre? ¿En un Universo despiadado que la había arrojado a las manos de un hombre cruel y calculador que la echó a la calle sin un peso no bien empezó a "ponerse vieja"? ¿En un Destino indiferente que le había arrebatado, uno a uno, a los seres que más amaba, su madre, su abuelo, su padre y ahora incluso a aquel joven maravilloso que la había rescatado de una vida gris y sin propósito?
No. No podía tener fe... pero tampoco iba a abandonarse al capricho de Dios o el Destino o el Universo.
—¿Y qué piensas hacer?—
—Fácil. No pienso irme sin él—
Ya habían pasado casi tres días. Tres horribles y desesperantes días. Los tres días más aciagos y angustiantes de su vida. Todavía no tenían noticias de Jorge y la mayoría de sus amigos y sus vecinos ya habían perdido casi toda esperanza; incluso algunos, los más cínicos al menos, creían que andaría por ahí, ahogado de borracho, y que no tardaría en aparecer en alguna cantina o tirado en un camellón durmiendo la cruda.
Pero no había manera de que Venus pudiera siquiera pensar eso. Quizá habría sido lo más sensato o lo más lógico, pero la sensatez no entraban de modo alguno en sus planes y bajo ninguna circunstancia dejaría que la dichosa "lógica" empañara la imagen que tenía del Jorge tímido y sereno que había conocido.
Sin embargo, el tiempo se agotaba. En su trabajo había dicho que tenía una emergencia familiar y que necesitaba tomarse el jueves y el viernes, pero ya era sábado por la noche y ella tendría que presentarse el lunes en la mañana o arriesgarse a perder el empleo. No que esto último le preocupara demasiado, sin Jorge nada para ella tenía sentido, pero sabía que muy pronto tendría que tomar una decisión definitiva.
Angie intentaba convencerla de que tenía que seguir adelante con su vida, que lo que sea que hubiera pasado con Jorge estaba fuera de su control o de su capacidad de ayudarlo y que, en todo caso, ella misma y la maestra López Alanís estarían al tanto de cualquier noticia y le avisarían en cuanto se supiera algo.
Aun así, Venus sentía que irse sería como renunciar a lo único realmente bueno que le había pasado en su vida o, peor aún, que sería como abandonarlo, como traicionarlo otra vez y como traicionarse a sí misma; como si estuviera permitiendo que Dios o el Karma o lo que fuera volvieran a salirse con la suya, despojándola de todo aquello que amaba, de lo único que realmente quería y necesitaba para ser feliz.
Pero también se sentía cansada, exageradamente cansada. No había dormido más de una hora en el viaje de Monterrey a Ciudad de México en camión y desde el sepelio apenas si había pegado el ojo, despertando a cada rato invadida por la angustia de no saber de él, por la sensación de impotencia o consumida por un miedo muy cercano al terror de que algo le hubiera pasado, que estuviera solo y herido en la cama de un hospital, en el mejor de los casos, o en algún lugar horrible lejos de todos aquellos a quienes les importaba, de aquellos que se preocupaban por él y, más importante, lejos de ella y de sus brazos.
Como siempre, Angie le había ofrecido su casa. Su antiguo departamento ya estaba en proceso de ser rentado y en él sólo quedaban algunas cajas con ropa y libros, gracias a que Angie y la maestra Catalina Rodríguez "Katy", quien conocía al dueño de un bazar en la Lagunilla, habían conseguido vender la mayor parte de sus muebles a un precio ridículo, pero que le daría a Venus algo con qué volver a empezar, ya fuera en Monterrey o a donde fuera que decidiera ir.
Sin embargo, volver a la biblioteca de la universidad en Monterrey estaba prácticamente descartado pese a las protestas de Angie, quien no dejaba de recordarle "la suerte que tuviste de que el rector te consiguiera ese trabajo".
¿Suerte? Para nada. Era el apellido de su abuelo que todavía resonaba fuerte y claro en los corredores del poder. Él y su padre habían sido grandes benefactores de la Italo (como le decían los alumnos) y su recuerdo todavía rondaba en ciertos círculos muy por encima del rector Alomar. ¿De otra forma cómo explicar que, tres años antes, una "niña" de 39 años —recién divorciada y que no había trabajado un día un su vida— consiguiera una plaza de maestra en una de las universidades más importantes del país? ¿Cómo explicar que el rector se tomara la molestia de "conseguirle" un nuevo trabajo? ¿Cómo explicar, incluso, que Jorge no hubiera sido expulsado de inmediato y sin mayores contemplaciones?
No, ahí no había suerte, había respeto o, mejor aún, había temor y aunque todo eso le servía de muy poco en aquel momento, Venus no podía dejar de sentir cierta morbosa satisfacción de saber que, incluso en la muerte, su abuelo la seguía protegiendo.
Un suspiro escapó de su pecho; pese a todo, Venus no podía dejar de sentirse ajena a todo aquello. Bajo las circunstancias, incluso su situación laboral le parecía tan lejana como el tic lo estaba del tac en un reloj que parecía empeñado en demorarse una eternidad en avanzar un segundo, pero que se tragaba las horas una detrás de otra como un auto deportivo devora kilómetros en las interminables rectas de las carreteras del norte del país.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top