Sabor a despedida

Sus ojos se encontraron una vez más. Igual que aquel primer día, hace ya cinco años. Los ojos eran los mismos, sí; pero no las miradas. Él parecía cansado y abatido, ella desafiante y fría.

Los dos besos de cortesía provocaron un chispazo. No entre sus mejillas, si no en sus corazones. Sonrieron tensamente y entraron en la pequeña tetería que tantas tardes había sido cómplice de sus risas, sus besos y sus secretos. Se sentaron en un rinconcito íntimo, iluminado por una vela que amenazaba con apagarse si alguna brisa demasiado fuerte la alcanzaba.

La camarera se sorprendió gratamente de verles allí de nuevo.

—¡Cuánto tiempo! —exclamó—. Ya creí que me habíais abandonado.

—Nunca lo haríamos- respondió él con su cortesía habitual—. Nos encanta este lugar.

—¿Sabéis lo que queréis o necesitais la carta?

—Yo lo sé —se anticipó él.

—Yo quiero la carta —dijo ella pronunciando las primeras palabras de aquel encuentro.

Se sabía la carta de memoria pero la leyó de arriba abajo, varias veces, con tal de esquivar su mirada. Sabía que primero estaban situados los clásicos: té negro, té verde, té rojo. Después se encontraban esos mismos acompañados por matices para todos los gustos: té verde con menta, te negro con canela, te rojo con jengibre, te negro con caramelo...Podías acompañarlos con cualquier tipo de leche, crema, cacao... la lista seguía y seguía hasta acabar con los endulzantes: azúcar, sacarina, estevia, miel... Y por último el café, para aquellos que no saben apreciar los matices de los tés.

Aquel lugar era un paraíso para los aficionados al té. La oferta era tan amplia que siempre se podía innovar y crear una nueva combinación de sabores.

Él observaba como los ojos de ella subían y bajaban a lo largo de la carta. Suspiró. Desde el primer momento había sabido que aquel encuentro sería incómodo. Pasados unos minutos la camarera volvió para tomarles nota:

—¿Qué os pongo chicos?

—Té rojo con miel —respondieron al unísono.

Él y la camarera sonrieron ante la coincidencia, ella, en cambio se azoró durante unos segundos. Creía haberse distanciado lo suficiente de él, no le agradaban aquellas casualidades.

Sus ojos volvieron a encontrarse cuando la camarera se fue a preparar el pedido. Él se removió, visiblemente incómodo en su asiento.

—Te he echado de menos —se atrevió a murmurar él por fin.

—¡Quién lo diría! Tú indiferencia durante estos meses ha sido... —dudó durante unos segundos— inquietante —afirmó al fin.

Llevaban más de un año sin verse, y muchos meses sin enviarse ni un triste mensaje. Ella se sentía traicionada, él confundido.

—Quería que fuese lo más fácil posible...para los dos —añadió al final

—Para vosotros dos, dirás —respondió ella con evidente sarcasmo.

Él trago saliva ruidosamente. Aquello era nuevo para él. Ella nunca se mostraba tan hostil con él, ni tan clara y directa. Ella siempre le había antepuesto a él sobre sí misma, nunca había querido herirle y siempre se había contenido a la hora de expresarle su dolor, sus miedos o su enfado, con el propósito de no hacerle sufrir.

—Yo estaba con Sofía y... —intentó justificarse él.

—Y te acostabas conmigo —remató ella.

—No, pero...

En aquel momento volvió la camarera con dos pequeñas teteras metálicas y las correspondientes tazas para servirlo. Les dejó un cesto con galletitas de mantequilla para que se sirviesen libremente. Una vez que ella estuvo lo suficientemente lejos él continuó la frase:

—Yo sentía cosas por ti —aseguró.

—Según tú, me tenías cariño —le recordó ella—. Era tu amiga

No iba a darle tregua.

—Sabes que eras más que eso, pero estaba confundido y me equivoqué.

Ella no respondió durante unos segundos.

—Yo lo interpreto de otra forma. Te ha salido mal tu relación y ahora ves que te equivocaste y tenías que haberme elegido a mí.

—Sea como sea...

—¿Ella lo sabe? —inquirió bruscamente.

—¿El qué? —él parecía no entender por donde iban los tiros pero ella le conocía lo bastante bien como para saber que estaba fingiendo.

—Que le fuiste infiel.

—No, claro que no, no he querido hacerle daño al decírselo, no tenía sentido...

—O sea que para ti no tiene sentido ser sincero, ser sin.cero por una vez con la persona que te ha dedicado varios años de su vida

—No tergiverses mis palabras —él empezaba a frustrarse, nunca le había costado tanto llevársela a su terreno.

—No lo hago —replicó ella— solo que ahora escucho de verdad el significado de las cosas que dices.

Agachó la mirada por unos segundos y se dispuso a servirse el té. El aprovechó para imitarla.

A pesar de lo rígida y dura que estaba siendo, no se sentía igual por dentro. Su interior bullía en mil pensamientos diferentes y emociones como la nostalgia y el cariño empezaban a asomar. Cogió la taza entre sus manos y la agarró con fuerza. Quemaba. Intentaría aprovechar todo aquel calor para no venirse abajo, para mantenerse fiel a la idea con la que había ido a aquel encuentro.

—Lo siento, llevas razón —asumió él.

Ella dejó la taza sobre la mesa con fuerza.

—¡Siempre haces lo mismo! —exclamó ella ofuscada—. Pides perdón pero sigues en tus trece. No pidas perdón si no lo sientes de verdad. Además —añadió tras una breve pausa— tu perdón me vale de poco después de tanto tiempo.

Aquel rapapolvo le hizo pensar. Era evidente que ella ya no era aquella chiquilla que bebía los vientos por él. Aquella joven ingenua e inexperta había evolucionado durante aquel tiempo que no habían tenido contacto. Él se puso nervioso, no estaba acostumbrado a que ella no se dejase encandilar. Apartó el té a un lado de la mesa y extendió las manos sobre ella.

—Dame la mano —pidió.

Ella lo miro con actitud evaluadora. Él solía hacer aquel gesto cuando estaban juntos. Se cogían de la mano por encima de la mesa mientras esperaban en los restaurantes, e incluso cuando tomaban el postre.

Aquella tetería había sido testigo de muchas horas con sus manos entrelazadas. De miradas infinitas sin palabras de por medio. De besos apasionados aprovechando la escasa luz del local. Habían compartido muchos momentos entre aquellas paredes. Aquel sitio había sido su lugar de reunión clandestino, cuando nadie podía verles ni saber que estaban juntos porque él tenía una relación formal con otra mujer. Habían pasado cientos de horas hablando sobre sus sentimientos acompañados de los más exóticos sabores. Él era más clásico, optaba por combinaciones de sabores más sencillas, ella era justo al contrario. Le gustaba experimentar y probar sobretodo sabores fuertes: el jengibre y el limón estaban entre sus favoritos. Fuera como fuese siempre acababan saboreando el té del otro, bien desde la taza, o a través de los besos.

La fuerza de ella se tambaleó y extendió la mano sobre las de él. Él la acarició cariñosamente mientras le sonreía. Ella no quería sonreír, por su mente pasaban muchos recuerdos, algunos románticos y otros caóticos.

—Me perdiste —dijo finalmente en un susurro.

Aquello fue como un jarro de agua fría para él. No estaba preparado para asumir aquellas palabras.

—Pero seguro que aún podemos intentarlo. Sabes que siempre pensé en ti, deberíamos darnos una oportunidad —sugirió.

Ella retiró la mano de las suyas con cierta brusquedad. No quería que se confundiese, que se hubiese dejado querer durante unos segundos no significaba que fuese a cambiar de opinión. Cogió su taza de té y dio un ligero sorbo. Estaba rico, dulce.

—Deberías servirte el tuyo, se puede tomar ya —le indicó a él.

—No me esquives el tema —atajó él.

A pesar de aquello le hizo caso, se sirvió el té en la taza, pero no lo tocó.

—Mira- empezó ella- te lo he dicho. Me perdiste. No confío en ti.

—¿Por qué? —él parecía no entenderlo.

—Después de todo lo que dijiste y no era verdad... después de todo lo que le has hecho a la persona que supuestamente amabas... ¿Cómo confiar?

—¿Tú nunca te has equivocado? —él se sentía atacado, herido.

—Claro que sí, me equivoqué creyéndote y me equivoqué luchando para intentar que me quisieras.

—Te quise, y te quiero.

Ella no respondió. No de inmediato al menos. Dio otro sorbo a su té mientras afrontaba el golpe. Sabía que él no era sincero. Pero había soñado durante tanto tiempo que aquello fuese real... que era difícil rechazarlo. Muy difícil.

—No juegues conmigo —musitó.

—No lo hago. Nunca ha sido mi intención. Simplemente he sido un torpe que se ha confundido en sus decisiones...

—No, no hagas eso, no te pongas de víctima —ella volvió a encenderse—. No eres la víctima. Somos nosotras. Tu novia y yo. Ella ha vivido años creyendo que la amabas ciegamente, y yo estuve mucho tiempo creyendo la versión del "chico confundido con sus sentimientos" hasta que abrí los ojos.

—Estas siendo demasiado dura —contraatacó él.

—No lo creo —ella negaba con la cabeza—. Estoy dándote lo que mereces. Te estoy dejando explicarte, pero otra cosa es que me convenzas. Te lo he dicho, no confío en ti.

Volvió a dar un sorbo a su té. Empezaba a parecer un tic nervioso.

—¿Y cómo puedo hacer que eso cambie? Dímelo —pidió.

Se inclinó hacia adelante y cogió sus manos con intensidad. Las apretó ligeramente antes de volver a hablar.

—Dímelo y lo haré.

Ella escondió las manos debajo de la mesa para soltarse mientras miraba ensimismada las teteras y las tazas. Aquello que él le estaba pidiendo era imposible. Ella no volvería a confiar en él. Durante aquellos meses de distancia ella se había reconstruido a sí misma. La metáfora del ave fénix se ajustaba bastante bien a su caso. Darse cuenta de cómo era él realmente, de que no sentía amor hacia ella, de que todo su comportamiento era una falta de respeto, la había herido en lo más profundo. Había abierto una grieta en su corazón. Aquella herida la había catapultado a una oscuridad tan densa que no podía ni siquiera verse a sí misma. Pero poco a poco empezó a sanar. Se apoyó en aquellos en los que sí podía confiar. Compartió su dolor con sus seres queridos y, como suelen decir, las cargas compartidas pesan menos. El amor de ellos, su paciencia y sus cuidados la habían ayudado a sanar. Pero no solo eso. Se había convertido en una mujer nueva. Había recompuesto su lista de prioridades, había aprendido a amarse a ella misma por encima de sus defectos y sus fallos. Había entendido por fin, que nadie que la hiciese sufrir de ese modo merecía permanecer ni un segundo más en su vida. Que el dicho "quien bien te quiere te hará llorar" era un cuento, que quien te quiere te hace reír, saltar, bailar, hace que tu corazón cante de felicidad cada mañana.

—Eso no va a cambiar —dijo ella finalmente tras la exagerada pausa.

—¿Por qué no?

—Porque ahora me quiero, porque ahora me quiero a mí más que a ti, porque sé que no quiero volver a pasar por todo aquello. Porque ya tuviste mi confianza y la exprimiste y maltrataste. No mereces que vuelva a dártela.

—Escúchame —pidió él— repararé todo el daño que te hice. Sé que puedo hacerlo.

—No puedes. Ya esta reparado. Lo he reparado yo. Ya no te necesito.

En aquel momento ella se dejó llevar por la impulsividad. Cogió su bolso y se levantó de la silla.

—No te vayas —suplicó él sujetándola por el brazo.

—Hace mucho que me fui —repuso ella—. Esto solo ha sido... una pausa.

Se soltó de su agarre y salió por la puerta de la tetería sin volver la vista atrás. Él se echo las manos a la cabeza. Contempló la mesa en la que estaba sentado. La taza de ella estaba vacía por completo, aunque aún humeante. La de él estaba llena, pero prácticamente fría.

Su historia era como aquel té, para ella ya se había acabado. Para él se había quedado sin empezar.

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