Dulce


Su corazón llevaba meses lastimado, aquella profunda herida no parecía cerrar. Hasta que llegó aquella noche. Aquellos enormes ojos castaños en medio de la oscuridad alumbraron su vida como si se tratase de un faro.

Él extendió el brazo hacia ella para indicarle que se acercase, que sería bien recibida. Se dieron los dos primeros besos al conocerse. El contacto de sus pieles casi quemaba, por el calor que ambos sintieron. Sus sonrisas y sus gestos decían más que sus palabras. Parecía que se habían encontrado en el momento adecuado para ambos, que los dos se necesitaban con tanta intensidad que se habían atraído al igual que hacen los imanes.

Compartieron sus números de teléfono a modo de despedida y otros dos besos, dos besos por temor a dar solo uno, errar, y perder la magia de aquella noche.

No soportaron ni siquiera 24 horas separados. El universo y toda su fuerza les empujaban a buscarse, encontrarse y compartirse. Aquellos primeros roces, las primeras risas, los primeros chistes... alegraron sus almas. Ambos necesitaban aquello como agua en el desierto.

Sus encuentros se alargaban hasta bien entrada la madrugada, no parecían poder permanecer separados, les invadía el miedo a que aquello fuese algo irreal, que fuese a desaparecer al perderse de vista. Por suerte para ellos no fue así. Siempre volvían a verse, hasta el universo parecía alegrarse por sus quedadas, el tiempo pasó del frío invierno a la agradable primavera al mismo tiempo que en ellos empezaba a surgir el más poderoso de todos los sentimientos: el amor.

Entre ambos tejieron la mejor red, formaron el mejor equipo. Su compenetración era absolutamente natural aunque sospechosamente perfecta. Sus miradas siempre se buscaban a la vez, sus manos siempre se encontraban al caminar, sus cuerpos se fundían cada noche ávidos por sentirse más cerca.

A su alrededor todos lo sabían: eran la pareja perfecta. Estar cerca de ellos bastaba para saber que se querían, que se necesitaban, que vivían para estar juntos. Su sincronía era perceptible por cualquiera que compartiese un par de minutos con ellos. Sus amigos y familiares más cercanos admiraban aquella relación, nunca antes les habían visto tan felices con otras personas. Ellos apenas eran conscientes de aquella magia que transmitían, ellos la vivían, la sentían en cada centímetro de su cuerpo.

Sus excursiones a la playa se volvieron algo habitual, era su manera de escapar del mundo. Cuando salían de la ciudad para ir allí entraban en su propio universo, uno en el que solo existían ellos dos y los cálidos rayos del sol, la arena bajo sus pies y el agua fresca y salada del mar. En aquellas escapadas se secuestraban mutuamente.

El corazón de ella empezó a sanar. Se recompuso de todo el dolor que le habían hecho en el pasado, olvidó todas las traiciones, mentiras y puñaladas que había sufrido. Comenzó a pensar que era cierto aquel dicho de "el futuro te tiene reservado algo bueno". Él era aquello tan bueno. En su compañía se sentía segura, escuchada, arropada, comprendida... feliz. Con él conoció el amor verdadero, la profundidad de aquellas palabras. El mundo había adquirido un color especial desde que le había conocido. Y no solo un color: los sonidos parecían más vivos, los olores más intensos, los sabores más gustosos y las caricias... las caricias que él le daba amansaban a la fiera que había en su interior. Su personalidad se amoldó a la de él, se volvió más relajada, sus tensiones disminuyeron, el peso de sus obligaciones decreció, compartir sus preocupaciones aliviaba su sufrimiento. Su magia personal la envolvía, sus días pasaban en una nube. Disfrutar de su compañía se convirtió en su principal entretenimiento. Él actuaba como un guía para ella, sus consejos iluminaban el camino que debía seguir, sus opiniones marcaban un antes y un después en sus decisiones. Los deseos de él se convirtieron automáticamente en los de ella. Ella centraba todos sus esfuerzos en hacerle feliz, en ayudarle a conseguir sus objetivos.

En cierto modo, él se convirtió en su droga personal. Le necesitaba para poder seguir adelante con su vida. El amor comenzó a entremezclarse con la necesidad física y mental, con la dependencia diaria de hablar con él, de poder tocarle, besarle, de sentir sus brazos rodeándola. Le necesitaba igual que el toxicómano necesita sus drogas. Su ausencia le provocaba dolor, miedo, angustia. Las noches sin él se antojaban interminables y sin sentido. Los días que no se veían parecían grises y fríos. Al igual que el adicto busca su droga, ella le buscaba a él. Sacaba tiempo de cualquier parte para verle, incumplía sus compromisos y obligaciones para estar con él.

Por suerte, él siempre estaba disponible para ella. Por desgracia él había tocado techo. Tras el éxtasis inicial había llegado a un punto que no era capaz de sentir más. La quería, la cuidaba, la besaba, le hacía el amor, pero su frío corazón ya no temblaba como al principio.

Sus miedos le bloqueaban, no era capaz de entregar su alma verdaderamente, y cuánto más daba ella, más pánico sentía él. No estaba preparado para abandonarla, no era aquello lo que quería. Quería encontrar la forma de sentir lo que sentía ella. De experimentar aquella relajación, aquella necesidad... pero el vínculo poco a poco se volvía más débil por su parte.

Nadie alcanzaba a entenderlo, todos sabían que eran la pareja ideal y no comprendían por qué él no se dejaba llevar como al principio. La única que no lo notaba era ella. Su adicción le nublaba el juicio, ella no notaba sus dudas y reparos, para ella todo iba bien porque tenía lo que quería: su droga diaria.

Entonces llegó la conversación. Ella no estaba preparada para dejar su droga, no escuchó sus palabras ni sus razonamientos, solamente pudo llorar. El miedo se apoderó de su corazón y su cerebro. ¿Qué haría sin él? No estaba dispuesta a averiguarlo. Le conocía lo suficientemente bien como para hacerle dudar. Él se dejó ablandar con sus lágrimas, le rompía el corazón verla así por su culpa. A pesar de todo la quería tanto como para que sus lágrimas fuesen como cuchilladas. La envolvió con sus brazos de nuevo, consolándola de aquel daño que él mismo había provocado. Su cerebro no estaba preparado para vivir sin ella. Ella sonrió feliz, su droga seguía ahí, podría seguir consumiéndola siempre que quisiese.

Pero aquello marcó un punto de inflexión. Ella fue consciente por primera vez de que él necesitaba algo más. Él se dio cuenta de que la necesitaba más de lo que había creído.

Exteriormente nada había cambiado pero ambos sabían que todo era diferente. Ella empezó a sentir miedo a diario. Miedo a perderle y perderse a sí misma al hacerlo. Él comenzó a sentir agobio, cuanto más intentaba forzar sus sentimientos más se negaba su corazón a sentir. El cariño y amor que ambos se tenían se transformó en pura adicción.

"Ni contigo ni sin ti" aquello les definía bien a los dos.

En los momentos que pasaban juntos todo parecía volver a fluir como al principio. Sus miradas cómplices volvían a ser las de siempre, sus risas conjuntas, sus besos cálidos, todo parecía como siempre. A ojos de los demás volvían a parecer la pareja perfecta, siempre sincronizados como si estuviesen programados para encajar a la perfección con el otro, pero la magia se había ido. Cuando cada uno tomaba su camino sabían que aquello estaba mal.

Ella sabía que él no la amaba del mismo modo pero no estaba preparada para alejarse de él, para dejarle ir y comenzar de nuevo su vida sin él. Se había centrado tanto en él que su mundo parecía vacío si le quitaba de la ecuación. Había abandonado sus hobbies, su vocación y su familia por él. Había creído que solo con tenerle a él bastaría, nunca se había planteado que haría sin él. El vértigo se apoderaba de ella cada vez que pensaba en estar sin él. La ansiedad invadía su cuerpo de solo imaginar que no le volvería a ver. Era imposible que rechazase a su droga.

Él, por su parte, no estaba preparado para hacerle el daño necesario para alejarla de él. A pesar de no estar enamorado la quería, y su sufrimiento le hacía sufrir. Nunca supo expresarle aquello. Solo sabía que le faltaba "algo". Se mantuvo a su lado durante mucho más tiempo, besó sus labios, acarició su cuerpo y recogió sus lágrimas como siempre había hecho. Siguió con ella como si de verdad las cosas fuesen a ir a mejor, como si sus sentimientos estuviesen aflorando de nuevo cuando en realidad cada vez estaban más sepultados. A pesar de todo, había algo en ella que provocaba que él no pudiese escapar. No sabía si era su mirada, su voz, su olor, su tacto, su forma de expresarse, su modo loco de ver la vida o, simplemente, todo el amor que le profesaba, pero le resultaba absolutamente irresistible. A veces confundía aquello con amor. Le costaba diferenciar la simple atracción del verdadero sentimiento. Incluso él mismo prefería pensar que la amaba, cuando la realidad era que solo la deseaba.

Ella siguió con sus dosis de amor y él con su dosis carnal. Ambos eran adictos y sabían darle al otro lo que necesitaba.

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