El Fin de una Odisea
La noche en que ellos durmieron juntos sería recordada mucho más tarde como la noche más hermosa de sus vidas.
Cada uno de ellos descansaba en un sueño profundo y reparador, ese que da el saber que te sientes pleno y libre. Y amado.
Se entregaban el uno al otro; se daban el uno al otro. Y en ese descanso compartido no había más que el dulce aroma de la confianza.
Por eso dormían tan profundamente.
Pero todo tiene sus límites, cada verso tiene un punto al final. Y era el tiempo de que ellos también despertaran para seguir viviendo.
Cuando Steven abrió los ojos se dio cuenta de que estaba rodeado de aquellas hermosas figuras. Vio a Perla, a Garnet, a Peridot, a Lapis y a ella.
A Amatista.
La gema que le había salvado la vida.
La vio pequeña, acurrucada contra él. Su cabello blanco tomado en una cola solo por darle gusto. Steven sabía que la morada prefería tener el cabello suelto.
Vio su nariz redonda, como si fuera una pequeña gota de rocío, sus pestañas largas y negras, sus gruesos labios ahora tranquilos, pero que hacía unas horas, le volvían loco.
Amatista se le figuró un ser hermoso e incomprendido. Ahora entendía sus arrebatos y su comportamiento inmaduro; ella simplemente, era un reflejo de sus muchas inseguridades.
Saber que fue defectuosa, que no llegó a ser como debería, le pesaba mucho más de lo que estaría dispuesta a admitir. Sin contar que las otras gemas no le generaban ningún tipo de empatía a sus problemas. Ella enfrentaba su dolor sola.
Hasta que él, Steven, tuvo la madurez para entenderla.
El chico sin poder contenerse la pegó más a sí, como queriendo meterla en su alma. Sintió su cuerpo cálido, su aroma a chicle de uva. Le pareció tan hermosa con su cabello albino y su cara perdida en el sueño que incluso tuvo, con toda la pena del mundo, una erección.
Así le gustaba la gema morada.
Dejó a un lado los pensamientos mundanos y se dedicó a acariciar su cabello y su frente. Y quiso hacerla feliz a como fuera.
Ella confiaba en él por sobre todas las cosas, y él no la defraudaría. Nunca.
Besó su frente, aspiró el dulce aroma de su cabello. Y supo que la amaba.
Suspiró un poco al sentirse feliz y pleno. Luego, con cuidado fue escabulléndose de entre las gemas hasta que se vio libre.
Necesitaba ir al baño.
Caminó hacía la salida pero antes de cruzar la puerta se volvió para admirar nuevamente la escena.
Todas ellas durmiendo plácidamente. Y deseó que todo fuera así para siempre.
Pero los deseos son ideas que generalmente no llegan a cumplirse. La realidad es un filo constante cuya espada de Damocles se mece sobre el destino de todos.
Steven aún no sabía si con esa noche de pasión libre de reglas ellas ya estarían más tranquilas. No sabía si con esto se cerraba el capítulo o si, en efecto, la situación sería permanente.
De ser así, él lo asumiría como un hombre.
No las dejaría solas.
El chico ensimismado estaba en sus reflexiones que, al salir del cuarto olvido cerrar la puerta, dejando paso libre a su habitación mágica.
Fue directo al baño y se encerró.
Fue entonces que apareció ella. Con una mirada determinante cruzó la sala a paso veloz. Ataviada estaba con un pantalón de mezclilla una camiseta rojo sangre sin mangas y su cabello en una trenza.
Su mano derecha, enfundada en una venda, sostenía con firmeza una milenaria espada.
Desde fuera Connie notó como todas las chicas dormían en el cuarto. Se pudo imaginar lo que habría sucedido esa noche y un golpe de celos le agolpó el coraje.
Se sintió traicionada. Y apretó la empuñadura de la espada.
Pero no era por venganza o por odio irracional que haría lo que iba a hacer. Por más coraje que tuviera ella no era una asesina. No les haría daño por algo tan banal.
El motivo de sus futuras acciones tenía una razón más fuerte. Más poderosa.
Fue entonces que tomó la posición de ataque que Perla le había enseñado tiempo atrás; con la espada por encima de su cabeza dispuesta a cortar lo que se encontrara a su paso. Bajó un poco para tomar impulso, y se lanzó desbocada en un ataque silencioso.
La legendaria espada; aquella que milenios atrás había defendido en alma y cuerpo a las gemas rebeldes, hoy partía sus cuerpos, obliterando sus mentes.
El actual guardián de la mística arma. Una joven, apenas entrando a la adolescencia, hacía gala de la destreza aprendida poco tiempo atrás para atravesar a Garnet, dividir a Amatista, desaparecer a su mentora.
Luego posó su vista en Peridot. La cual cerró los ojos y apretó los puños.
Connie se lanzó en una estocada mortal al pecho de la verde, y cuando sintió el filo rozar su piel, no pudo evitar gritar:
-¡¡¡Espera...no...no quiero!!!!-
Pero Connie no se detuvo.
Derrotarlas fue bastante fácil. Ellas estaban sumergidas en un sueño profundo y cuando reaccionaron era ya muy tarde.
Cuando Steven llegó a la puerta de su cuarto no tuvo aire para pronunciar palabra alguna. Donde una vez dejó cinco hermosas gemas solo estaba una fúrica joven morena con 6 piedras preciosas en el suelo.
El chico no sabía cómo reaccionar, que decir ante un evento que se salía de su entendimiento. Mientras le daba vueltas sin parar a una simple pregunta.
- ¿Por qué?-
Connie miraba en el suelo las gemas. Y por un segundo Steven sintió que la dama morena iba a cometer el acto más cruel que pudiera imaginarse en ese momento. Pudo imaginar a la joven estocando la espada en cada una de ellas, simplemente pulverizándolas.
Iba a matar a sus amigas.
-Co...Connie- dijo el chico.
Ella lo volteó a ver y por un momento Steven no la reconoció.
Pero cuando la furia se borró, detrás de los horribles eventos la vio.
Connie lloraba. Dejó caer la espada y se fue al suelo como si un dolor la partiera.
Y Steven no sabía como reaccionar aún.
Fue entonces que detrás del chico apareció una figura; era aquella persona que el pequeño había estado buscando por tres días. Los tres días más locos de su vida.
El hombre lo tomó del hombro.
-Ve y consuélala hijo. Era algo que ella tenía que hacer-
-pero...¿Por qué?- dijo el chico totalmente confundido.
-Trae las gemas, ponlas donde tú las colocas para que estén bien. Y trae a Connie a la sala. Allí hablaremos.-
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Una vez en la sala, Greg y Steven habían tomado asiento. Connie se encontraba un poco alejada y aún con síntomas depresivos.
El haber hecho lo que había hecho la tenía bastante mal. No le interesaba mucho lo que Greg iba a decir pues ella ya lo sabía, y ese era el motivo de sus acciones.
-Alguna vez tu madre me dijo que era probable que tú tuvieras una o varias capacidades para afectar a las gemas. Y es por tu naturaleza de híbrido.-
-¿A que te refieres Papá?- pregunto el chico con ansias de averiguar que pasaba.
-Bueno- dijo el hombre buscando la manera de hacerlo fácil de entender.
-Básicamente tus fluidos, específicamente tu saliva genera un efecto en las gemas. Casi como una droga. ¿Por qué es así? Bueno, porque tú saliva es orgánica, pero también tiene energía de gema. Al entrar en el sistema de una gema su cuerpo de luz trata de asimilar la materia, pero como lleva material genético humano no lo puede asimilar del todo causando un conflicto, el cual se refleja generando en la gema deseos humanos.-
Steven no creía lo que estaba oyendo. El era el portador de todos los conflictos de los últimos días.
-¿Por qué no me dijiste esto antes?- le pregunto el chico a su padre de forma seria.
-Por que en teoría nunca de los nunca ibas a besar a una gema. La probabilidad de que esto pasara era tan nula que ya lo había olvidado por completo.-
Steven sabía que su padre tenía razón. Si no fuera por el pelotazo que le dieron nunca hubiera besado a Rubí y nada de esto hubiera sucedido.
Pero aún faltaba una pregunta.
-¿Qué tiene que ver todo esto con el hecho de que Connie atacara a las gemas?- y la pequeña tembló un poco.
-Bien, en teoría la única forma de eliminar la contaminación de sus cuerpos es haciéndolas ¡POFF!, cuando regeneren sus cuerpos estarán libres de tu sabor y ya no sentirán esos deseos.-
Y para el chico eso tuvo todo el sentido del mundo.
Fue entonces que el joven se puso de pie, se acercó a Connie y la abrazó. Y ella lloró en su hombro.
-Tranquila, lo hiciste por su bien Connie. No llores más.-
Y la mañana transcurrió junto con el viento del verano.
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Unas horas más tarde, Connie se había ido a su casa y Greg salió hacía su centro de lavado. El chico veía a sus amigas bajó la lámpara. Las acaricio todas. Luego tomó la de Amatista.
La acarició.
-Mi padre me dijo que lo más probable es que olviden lo ocurrido estos días- dijo el chico.
-¿Te acordarás tú?- dijo el chico con melancolía.
Fue entonces que las gemas brillaron, él se alejó dándoles espacio y se fueron regenerando una a una.
Cuando el brillo cesó, se manifestaron las cinco gemas.
Se veían unas a otras extrañadas, totalmente confundidas.
-¿Por qué estamos aquí y no en el granero?- rompió Peridot el silencio.
-Steven ¿Qué fue lo que paso?- preguntó Perla.
-Si Stivo, ¿Por qué me siento rara?- dijo Amatista.
Garnet fue la única que no preguntó nada. Simplemente se retiró a su cuarto después de acariciarle el cabello a Steven.
Peridot y Lapis de igual forma regresaron al Granero después de una corta despedida. Perla alegó igual que tenía algo que hacer.
Al parecer, realmente nadie recordaba nada.
En la sala solo quedaron Amatista y Steven.
Intercambiaban miradas pero no decían nada más.
Ella sentía algo. Algo que no estaba bien. Sentía que olvidaba algo muy importante, y eso le daba ansiedad y unas ganas de llorar. Y esto se acrecentaba al ver al chico.
Él quería decirle todo. Volver a besarla y decirle que era una gema perfecta. Y que no la perdonaría si se volvía a llamar a sí misma "defectuosa".
Steven no aguantó más y se acerco a la gema morada y tocandole el brazo.
Ella sintió un escalofrío y una emoción se le desbordo en el pecho.
-Steven...yo...- dijo ella.
-No digas nada- le interrumpió él – ya lo sé- y le sonrió.
-¿Qué...que es lo que sabes?-
Pero Steven no respondió, solo le sonrió un poco más.
-¿Te parece si vamos a caminar a la playa?-
Y ella dejo salir la sonrisa más hermosa que Steven le había visto.
-Cla...¡claro!- dijo ella alegre. Y ambos salieron de la casa.
Llevaban un rato caminando en la arena sin decir muchas cosas importantes. La tarde estaba por morir para dar paso a la noche y las gaviotas invocaban en su canto a las estrellas.
Fue entonces que ella preguntó.
-Steven, ¿Qué fue lo que pasó?-
-No querrías saberlo- dijo él.
-Es que siento que he olvidado algo muy importante y me da no sé qué. Como tristeza- dijo Amatista llevándose una mano al pecho.
Él le tomó la mano de repente y ella la alejó como si le hubieran dado un choque eléctrico.
-¡No! ¡Basta ya!- dijo deteniéndose de súbito.
-Estas muy cariñoso conmigo y no sé por qué- dijo ella respirando agitada, parecía que fuese a llorar en cualquier momento.
-Si eres así conmigo yo...- y se detuvo.
Estuvo a punto de decirle sus verdaderos sentimientos. De decirle que si era así con ella, se enamoraría más y su dolor sería más grande, ya que él tenía a Connie. Y no solo eso, nadie la apoyaría. Estaba sola con sus deseos.
Y se sintió desgraciada.
-Solo aléjate de mí por favor- le dijo con la mirada baja.
Pero él la abrazó. La pegó a sí como queriendo fundirla en su cuerpo.
Ella tenía los ojos muy abiertos de la impresión y de pronto las traicioneras lágrimas salieron solas.
-¿Por qué...por qué haces esto? No juegues conmigo Stivi- y ella lloro abiertamente - tú no-
Él la abrazo aún más fuerte y dio un susurro al oído de la chica morada.
-Por qué te amo- le dijo.
Y ella quedó en shock.
Se separó de él lentamente para verlo. ¿Qué era lo que había dicho? Debió ser un error. Debió escuchar mal.
Steven le acarició la mejilla.
Ella cerro los ojos.
Y no pudo contenerse. Simplemente la beso, allí, en la arena, frente al mar.
Y solo podían oír sus corazones latir.
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-Aaaaaajajajajajajajaja- Amatista estaba literalmente botada en la arena riendo a carcajadas.
-jaja no puedo jajaja ¡no puede creerlo!
¡Te cojiste a todas las Cristal Gems!-
Amatista no cesaba de reirse del chico. Y es que después de que Steven la besara, los recuerdos antes olvidados regresaron.
-¡Amatista!- exclamó el chico - ¡te pueden oir!-
-Ya pues ya ya jaja ya...-
La morada se puso de pie y se acercó a Steven.
Una vez frente a él, sacó una liga y se agarró el pelo en una cola.
Luego le dijo coquetamente.
-Ahora recuerdo que te prende que yo traiga así el pelo-
-jeje si un poco-
-pervertido- susurró la dama.
Luego lo abrazó.
-Te amo- le dijo ella suavemente.
Y la noche llegó como un manto cubriendo a ambos en el misterio del amor.
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Falta un epílogo y se acabó.
Saludooos
El Gendou
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