Take me out


En algún momento entre el final de Algún Día y el comienzo de Dulce Nada

—Espera...—apartó el teléfono celular de su oreja colocándolo en su pecho para que no escucharan lo que iba a decir. Camille había escuchado ruidos en el departamento desde hace minutos y, por la hora, asumió que se trataba de Wesley llegando de trabajar, pero las diferentes voces y el hecho de que él no se había presentado en la habitación le pareció más que extraño porque la rutina no cambiaba desde hace meses—. ¿Qué haces? —preguntó, llamando su atención cuando éste se disponía a sentarse en el suelo de la estancia como un niño al abrir sus regalos de Navidad.

Había un par de chicos de secundaria aguardando a su lado mientras dejaban en el suelo las cajas de cartón que, al parecer, habían ayudado a Wesley a subir; un poco más pequeñas comparada con la que su esposo tenía frente a él. Wes sonrió agradecido que ella notara tal hecho.

—Decidí hacerme un regalo a mí mismo—respondió—. Ah, sí—miró al par de chicos que esperaban ansiosos y buscó en su abrigo algo para darles—. Creo que tendrán que compartir, no tengo más efectivo—le entregó a uno de ellos un billete de cinco dólares como agradecimiento por ayudarlo a cargar todo eso.

—¿Y qué demonios es eso? —Camille enarcó una ceja, ignorando por completo la compañía que tenían.

—Es una batería Gretsch—dijo el chico más alto como si fuera obvio, pues las cajas lo decían.

—¿Y no me lo consultaste?

—¿Tenía que mencionártelo? —comenzó a abrir la caja más grande y le miró de reojo.

Camille regresó al teléfono dando una seca despedida a la persona con la quien hablaba y terminó la llamada. Llevaba un amplio vestido de rayas blancas y con tonalidades de verde suave, como si la primavera los estuviera atacando afuera aun cuando él tenía que utilizar doble suéter, incluso al entrar pues ella parecía tener calor todo el tiempo y no dejaba subir la temperatura del termostato a más de quince grados.

No le molestaba tanto como los demás llegarían a pensar, pero últimamente, gracias al invierno que estaba por llegar y que los tenía casi por debajo de los cero grados, estaba tentado a dejar de ceder en la eterna pelea por la temperatura de su hogar y que, probablemente, la única razón por la cedía era que estaba embarazada y molestarla no iba a ser bueno en ningún sentido.

La miró nuevamente y sonrió, ella se acercaba para poder ver mejor lo que intentaba sacar de la caja. Al menos podía decir que se veía más adorable que atemorizante y eso era un punto a su favor.

—¿Podrían darnos unos minutos a solas? —preguntó al par que aún esperaba, ambos se miraron entre sí y sin más fueron a la puerta para salir.

—Adiós, señor Van der Gucht—se despidió el más bajo antes de abrir.

—Luego les llamo cuando termine de armarla—sonrió hacia ellos antes de que cerraran dándoles privacidad.

—Creí que ahora dialogaríamos cada vez que hiciéramos una compra grande—enarcó una ceja, cruzándose de brazos.

—Compraste un teléfono de casi ochocientos dólares hace un mes—respondió él.

—Y después me diste la charla sobre consultar lo que compremos porque...

—Necesitamos ahorrar para la llegada del bebé, sí, eso dije—le interrumpió.

—Y compré el teléfono con el dinero de la renta de los locales que papá me dio. Dinero que ahorraba desde antes de casarnos—aclaró.

—¿Y no pudiste invertirlo en algo mejor?

—Compraste una batería—dijo obvia—, ¿por qué? Ni siquiera vas a estar aquí para practicar y, con un bebé, dudo que te queden ganas.

Wesley suspiró.

—¿Podrías hacer más feliz mi momento? Deseo esto desde que tengo uso de razón.

—¿Siempre quisiste una batería?

—Siempre. Cuando salía de la escuela iba a la tienda de música e intentaba tocar la batería de muestra, pero siempre me corrían después de diez minutos.

—No lo sabía.

—Creo que hay muchas cosas de mí que aún no sabes.

—¿No crees que deberías saberlas? —intentó colocar su mano derecha en su cintura pero falló, con desganó la dejó caer y miró hacia su vientre de cuatro meses que no paraba de crecer con cada día.

—¿Qué quieres saber? —Wes comenzó a abrir la caja más grande con una pequeña navaja—. Tampoco es como si me la pasara diciéndole mis cosas a todo el mundo.

—Supongo que debemos trabajar en eso, digo, supe que tenías tres nombres el día que firmé el acta de compromiso, sino no me lo dices.

—Sufrí mucho por esos tres nombres, créeme que es en lo que menos pienso—le miró. Camille soltó un suspiro repleto de molestia y mejor fue hasta el sofá, donde con cuidado tomó asiento—. No te enojes—dijo él después.

—¿Por qué me molestaría? ¿Ah?

—Tal vez porque te casaste con el enclenque más aburrido del mundo.

—Sin contar lo nerd—bufó.

—¿Perdón? —se encogió de hombros.

—¿Te has preguntado que puede ser? —señaló su vientre y Wesley le miró.

—No exactamente, ¿Y tú?

—A veces lo olvido, hasta que tengo que levantar algo del suelo. Supongo que no me acostumbro.

—¿Y esperas algo en particular?

—Que no sea niña.

—¿Por qué no?

—Creo que todavía no es un buen mundo para una niña.

—Puedes darle un buen ejemplo.

—Ambos sabemos que no soy un buen ejemplo—rió.

—¿Podrías intentarlo al menos?

—Cuando nos casamos, mamá me dijo que eso iba a ser lo único bueno que he hecho.

—Puedes hacer algo mejor que eso—Wes detuvo sus acciones y optó por la seriedad—. No creo que sigas ese ejemplo y le digas esas cosas—enarcó una ceja—, y creí que le caía mal.

—No lo sé, tampoco es como que ella hizo muchas cosas de su vida además de casarse. A ella le desagrada todo el mundo, siempre tiene algo malo que decir.

—Ya vi de dónde lo sacaste—quiso reír, poniéndose de pie abandonando su Navidad adelantada.

—Yo no soy una mala persona—frunció el ceño, yendo hacia el sofá donde se sentó con cuidado y lentamente colocó sus pies encima de la pequeña mesa frente a ella donde todo el montón de revistas de maternidad que su madre le compró, estaban—. Mamá no me había visitado tanto desde que se divorció de papá.

—¿No es eso bueno?—cuestionó por el tono en el que ella lo dijo. Wesley fue hasta Camille y se sentó a su lado, imitando la posición de sus pies sobre la mesa.

Ella se encogió de hombros—: Se fue a vivir al otro lado del país y su poco instinto maternal solo aguantó hasta que yo cumplí dieciséis, después de eso, corrió más rápido que las personas en el Black Friday... A Ben le afectó más que a mí.

—Supongo que no todas la mujeres tienen instinto maternal, tampoco es algo malo.

—¿Y eso existe?

—Tú lo mencionaste.

—No lo siento, Wes—pasó sus dedos por su vientre como si éstos fueran piernas y después dejó caer su mano en el sofá sintiéndose tonta—. ¿Qué hago?—miró a su esposo, quien parecía más confundido que ella, así que no insistió en una respuesta.

Era la primera vez que Wesley notaba a Camille un tanto vulnerable e insegura, y lo agridulce del momento lo llenó de incertidumbre y miedo del futuro que les esperaba desde ahora. Tal vez era que aún lo sentían lejano o no habían comprendido lo que significaba que fueran a ser padres, porque ambos llegaban a olvidar ese gran detalle y solían culpar al hecho de no notarse aún en el cuerpo de ella aunque los malestares estuvieran ahí. Pero ya no había vuelta atrás y tenían que enfrentarlo de alguna u otra manera.

—¿Qué estamos haciendo?—Camille habló de nuevo.

—Tal vez lo sientas después, es un proceso—intentó convencer a su pregunta anterior. Paso su brazo por los hombros de su esposa y la atrajo hacia él, solo para después besarle la coronilla buscando darle un punto final a la charla.

—¿No me dejarás aunque me ponga obesa?

—No—rió, y sin ganas, ella lo hizo también.

—¿Vas a armar esa cosa?—dijo después de un momento de silencio que de pronto de volvió cómodo, pero la posición que ella tenía sobre Wes dejó de serlo.

—Eso pensaba hacer toda la tarde, ¿quieres hacer algo más?

—Tengo hambre.

—Entonces cocinemos.

—No, de otra cosa.

—Ah.


Take me out - Franz Ferdinand

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