Infinity
Algún día
Un mes antes del comienzo del Tercer álbum | Losgin my religion
—Si te soy sincera, no comprendo por qué la mayoría de las personas creen que las familias reales son geniales—habló al salir de la cocina como si de repente le llegara eso a la mente—. Entiendo que son lujosas y significan algo para un país pero...—Wesley vio a Camille acercarse al sofá donde él estaba, en pijama y con una botella de vino que ella paseó por el departamento mientras hablaba por teléfono minutos antes, botella que bien ya podría tener solo la mitad.
—Somos una monarquía—él le recordó, al sentir como se sentaba del otro lado del sofá; ella dejó la botella en la mesa de café y tomó su plato de fideos para continuar con su cena.
—Sí, pero es diferente, nadie viene aquí esperando encontrarse con el castillo de la Reina Isabel—dijo obvia—. ¿Has visto todo lo que tienes que hacer para poder formar parte de la realeza? Es como una jaula de oro—negó con su cabeza—. Todos esos protocolos... Puaj.
—Entonces, si alguien de la realeza de algún país europeo viene y te pide matrimonio, ¿le dirás que no? —inquirió con gracia.
—¿Yo de la realeza? —rio—. Ni volviendo a nacer—le miró—. ¿Te vas a comer tus camarones? —le señaló con su tenedor.
Wesley miró su plato de fideos a la mitad y negó con su cabeza, Camille se acercó más y tomó el par de camarones que habían caído por accidente en su plato cuando repartieron la comida.
Era una cena normal del viernes en Toronto. Normal desde hace meses en los cuales apenas se daba cuenta de lo que pasaba a su alrededor. No tenía muchos amigos en la ciudad si no contaba sus compañeros de trabajo con los cuales salía a beber los sábados por la noche cada mes.
No había sentido la necesidad de hacerlos hasta ese momento, pues el parloteo de Camille, con sus quejas habituales, solo le hizo ver cómo la chica que le acompañaba en ese momento era la única que había pisado su nuevo departamento desde que se mudó de aquel donde vivía con un hombre divorciado.
Recordó ese sentimiento repleto de calidez que recurrió su cuerpo cuando la encontró en esa fiesta, pues era la primera persona conocida con la que se encontraba en mucho tiempo y lo sintió un gran alivio cuando estuvo completamente solo por meses. Como una vieja amiga que lo saludó como si el tiempo no pasara, y realmente sintió que eso necesitaba.
Mentiría si dijera que no permitió que Camille entrara de nuevo a su vida de la misma manera que antes, como una forma de refugiarse de lo que le acontecía en cuestión de amor; pero también era muy cierto que ella le recordaba a un momento de su vida en el que ese tema era algo sin trascendencia que no era importante tocar.
Vio como Camille se perdió de nuevo en la televisión frente a ellos y subió sus pies al sofá sin darse cuenta, como si en verdad le importara los comerciales; pero ambos estaban en pijama así que ese gesto no importaba mucho.
¿Por qué ella prefería estar con él viendo la televisión mientras comen comida tailandesa un viernes por la noche? Lo que recordaba de Camille, hace años, solo giraba en torno a fiestas que duraban días y encuentros casuales divertidos que le tocaba escuchar por la mañana en el trabajo. ¿Qué había pasado? ¿Por qué ella prefería estar ahí?
Hablar de eso estaba prohibido, parecía estarlo pues ninguno de los dos podía comenzar a hacerlo pues el otro cambiaba la conversación rápidamente.
Ella había estado en su graduación, cuando celebró que lo aceptaran en su nuevo empleo y estaba ahí cada vez que él se sentía agobiado por algo. Y ya no eran simples cosas físicas que tomar de ella, sino que le estaba permitiendo tomar más.
De la noche a la mañana ella comenzó a quedarse semanas enteras con él, hasta llegar al punto de mudarse por completo y ninguno de los dos se puso a pensar en lo que eso podía significar.
Se divertían, pasaban las tardes hablando de sus días en sus trabajos, dormían y amanecía uno al lado del otro sin molestarse en establecer qué pasaba.
No iba a permitirse llamarlo amor pero era tan cómodo que ni siquiera le importaba pensar que eso pudiese seguir pasando por el resto de su vida. Y ese era un pensamiento que iba y venía en su de su mente como un recordatorio de lo que se debe hacer y todos en casa esperan de él.
—Hey—le llamó, ella solo atendió con un gesto sin dejar de ver la televisión, y él esperó.
—¿Ah? —le miró esta vez. Levantó sus cejas insistiendo ante el silencio de Wes—. ¿Qué?
—¿Te importo? —preguntó sin pena alguna, y al mismo tiempo sonrió como si quisiera reír por ponerla en ese aprieto de tener que hablar en serio.
Sabía que Camille no era el tipo de persona que se tocaba el corazón, pero al menos podía decir que, comparándola con un par de años atrás, lo intentaba.
—¿A qué te refieres? —cuestionó ella, tomando otro camarón del plato que Wes tenía en su regazo, como método para poder pensar un poco más antes de responder.
—Solo eso, ¿te importo? —repitió con el mismo tono—. En verdad...
Ella rodó los ojos y miró de nuevo la televisión rehusándose a contestar
—¿Qué? —Wesley rio.
—¿A qué viene eso?
—¿No puedo preguntar?
Camille suspiró harta, recargándose en el sofá y le miró nuevamente como si cansara decir algo.
—Sí, ¿por qué no? Nos la pasamos muy bien—enfatizó el último par de palabras limitando su respuesta.
Wesley tuvo suficiente con eso, no porque le gustara la respuesta sino porque sabía que había más que ella no quería admitir. La conocía lo suficiente como para saber que Camille no tenía a alguien especial en esa ciudad ni nadie más a quién buscar. Como si hubiese tocado fondo y solo esperase por algo mejor en su vida que la hiciera sentir diferente después de sus fracasos amoroso que le contó después de reencontrarse.
—¿Por qué? —preguntó ella ésta vez.
—No lo sé.
—Uhm...—hizo una mueca—. Papá siempre me decía que me buscara a alguien como tú.
—¿Cómo yo?
—Sí, alguien serio y con futuro—imitó la voz de su padre, gruesa pero exagerada como si se tratase de un ogro—. Eras su favorito en la tienda—concluyó, regresando a su voz—. El mío también—sonrió con malicia después, subiendo y bajando sus cejas.
No le tomó más de cinco segundos tomar una decisión, fue muy rápido y ni siquiera se detuvo a pensar en las consecuencias como lo hacía todo el tiempo, quizá era su respuesta a todos los errores o cosas que se perdió por culpa de eso.
Wesley miró a la chica quien regresó su atención a la televisión; había abandonado su amor por el cabello de colores diferentes y ahora había quedado en un castaño que le hacía lucir más madura. Su ropa era menos extravagante aunque ya estaba acostumbrado a verla con su uniforme de camarera, en pijama o sin nada, y la verdad era que ya nada de eso le incomodaba. Ni sus comentarios absurdos, promiscuos y repletos de sátira, mucho menos sus preguntas sin sentido que salían de la nada; ni sus quejas o pláticas de teorías conspirativas que salían cada que bebía demasiado.
Bien sabía que podía ser rechazado y eso no cambiaría nada, así que lo hizo.
—¿Quieres hacer un trato? —habló, mirando la televisión también donde se encontró con un partido de hockey que no recordaba haber puesto y después notó que fue Camille quien tenía el control remoto en sus manos.
—¿Sobre qué? No voy a disfrazarme de nada—frunció el ceño.
—No—Wesley rio.
—¿Entonces?
—¿Te casarías conmigo?—espetó, sin mucho cuidado y sin tartamudeos.
Camille le miró, intrigada y al mismo tiempo asqueada de la situación que envolvía aquello, pero al ver la expresión de Wes quien estaba a punto de explotar de la risa, comenzó a reír también contagiándose como si ahora se tratara de una broma.
—¿Te volviste loco?
—No—le miró—. Hablo en serio.
—¿Y por qué hablas en serio de eso? ¿Te hizo daño el vino? Creo que ni siquiera tiene diez años...
—No lo sé—se encogió de hombros.
Ella rio.
—El trato es casarnos, ¿y luego? ¿Qué obtengo a cambio?—le recordó.
—Bueno, prácticamente casarse es un trato en el que ambas personas dan algo de ellas...
—No me vengas con eso ahora—negó con su cabeza para que Wesley callara sus explicaciones técnicas y él lo hizo—. ¿Tengo que cambiar mi apellido?—cuestionó, de manera divertida como si eso fuese lo que más le importase.
—Si eso quieres.
Camille suspiró.
—Es tentador, ¿sabes? —se incorporó en el sofá, tratando de alcanzar una botella de vino sobre la mesa de café en la cual Wes recargaba sus pies—. Esperaba terminar con un acróbata de circo o con una chica que viaja por el país buscando maratones o con un anciano con fortuna, yo que sé—le dio un sorbo al licor y después se lo cedió a Wes quien lo tomó sin dudarlo.
—¿Entonces? ¿Lo consideras?—insistió—. Tómalo como una opción, digo, ninguno de los dos está haciendo algo respecto a esto. Y estamos aquí, comiendo frente al televisor esperando a que sea una hora correcta para ir a la cama...
—¿Y qué cambia? ¿Un papel y ya?
—Aceptamos frente al país que compartimos nuestra soledad— dijo con cierto sarcasmo—. Podrás decidir si me desconectan si algún día quedo en coma, cosas así...
—¿Tengo que hacerte de cenar y tener a tus bebés?
—No me quejaría.
—Bien—frunció el ceño aun pensando—. Mmh... Me gustó fingir que era tu esposa el día de la fiesta de acción de gracias de tu trabajo. Ya sabes, ese tipo de vida en la cual tu trabajas y yo me voy a jugar tennis con la esposa de tu compañero—asintió imaginándolo—. Bonito—bromeó.
—No gano lo suficiente como para pagar un club con tennis.
—Déjame soñar—le quitó de nuevo la botella.
—No se trata de eso.
—Wesley, querido—soltó sonando muy obvia—. No nos amamos, no así—enarcó una ceja esperando a que la retara—. Pero recurrimos el uno al otro cuando más solos nos sentimos... Estamos en una crisis...
—Yo no te estaba preguntando por amor. No creo poder encontrar a una extraña a quien querer, y eres mi amiga... O algo así— enarcó una ceja—. Solo... Si no quieres está bien.
—También creo que no me casaré jamás— confesó.
—¿Y hay algo malo en eso?— Wesley se reiteró a sí mismo.
—Tengo veintisiete, me tocará ser madrastra a este ritmo— rio—. Pero, no nos martiricemos— quiso tranquilizar la charla—. No somos viejos aún, preocupémonos cuando tengamos cuarenta— dijo obvia.
Se quedaron en silencio, sumidos en lo que había en la televisión buscando palabras para continuar la charla aunque la verdad era que no había manera de regresarla. Camille miró a Wes y lo notó bastante ausente, como cuando pasaba días sin dormir por obligarse a terminar su trabajo; y definitivamente no era algo que le gustara ver, pues ese cariño especial que le tenía ya no le permitía pasar por alto esos momentos.
Estaban solos, en una ciudad lejos de todos sus amigos y familia, con una vida aparentemente nueva jugando a la "casita" donde de vez en cuando se lamentaban sus fracasos amorosos, reconfortándose el uno al otro como si de repente fuese el fin del mundo.
Ella tampoco la había pasado bien, y no solo en ese tema sino en casi todos los aspectos. Trataba de recuperar su vida y el encontrarse con Wes aquella noche solo lo vio como una señal de que debía quedarse cerca de él, pues era el único amigo positivo en su vida que podía presumir que no la había olvidado por completo.
—Sí, si quiero.
—¿Qué?— él regresó en sí, después de escucharla.
— Acepto, casémonos, ¿qué más da? — dijo muy segura.
—¿Eso es un sí?
—Sí, así que ve comprando un anillo para contarle a papá y así llore de la emoción porque no terminé casándome con un perdedor—le dio otro trago a la botella de vino y Wesley rio—. Porque si no, no pasará de una broma que hicimos tras bebernos media botellla—la levantó en alto, haciéndoles recordar que no estaban del todo cuerdos.
—Wow, ¿ya no soy un perdedor?
—Mmh...— hizo una mueca—. Me gusta como te ves con tu ropa de oficina—confesó—. A veces fantaseo con eso.
Wes arqueó sus cejas, de forma divertida y ella le siguió retando con la mirada sabiendo a dónde se dirigía aquello.
—¿Quieres que me la ponga ahora?
Camille se levantó del sofá, sin mucho cuidado y dejó la botella en la mesa; Wes vio como ella comenzó a desabotonar su camisa blanca de pijama mientras se alejaba.
—Yo buscaré una falda— dijo.
— ¿Para mí?
— No— dijo obvia, alejándose rápidamente, dejándolo solo en la sala. Pero se detuvo—. ¿Es oficial?—volteó, colocando sus manos en su cadera enfatizando, sin darse cuenta, el hecho de que su camisa estaba abierta.
Wesley asintió.
— Bien, porque creo que iré a contarle a todos y después a tu oficina—sonrió y siguió con su camino hacia la habitación.
Infinity - The xx
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