Prólogo
Abril de 1989 marcó el inicio del colapso de la Unión Soviética en medio de una brutal guerra civil. La chispa que desató el caos fue el asesinato de Mijaíl Gorbachov a manos de un nacionalista ucraniano, un acto que sumió a la nación en un torbellino de violencia y fragmentación. Surgieron múltiples facciones con agendas irreconciliables: los nacionalistas luchaban por la independencia de sus repúblicas, los comunistas conservadores clamaban por un regreso a los días de Stalin, y los reformistas proponían un modelo inspirado en el éxito chino para preservar la unión. Entre las llamas de la anarquía, emergió una nueva fuerza: la Guardia Blanca, un movimiento nacionalista y democrático ruso liderado por el carismático Imrah Zhakaev.
Desde los remotos Urales, la Guardia Blanca comenzó su lucha enfrentando a enemigos mejor equipados y organizados. Sin embargo, Zhakaev, con la invaluable ayuda de su segundo al mando, Andrey Kotov, transformó lo que comenzó como una milicia revolucionaria en un ejército consolidado. Para octubre de 1990, la Guardia Blanca había asegurado el control de Siberia central, logrando una base sólida desde la cual expandir su influencia.
El curso de la guerra dio un vuelco en enero de 1991, cuando un operativo del SAS británico, aliado de las fuerzas pro-occidentales, asesinó a Zhakaev en Omsk. La Guardia Blanca, lejos de desmoronarse, se reorganizó rápidamente y nombró a Andrey Kotov como su nuevo líder, o Vozhd. Bajo su mando, la guerra civil entró en su etapa más violenta.
Entre febrero y octubre de 1991, Kotov lideró una serie de ofensivas implacables sobre Siberia, aplastando a las facciones rivales. Para diciembre de 1991, lanzó una audaz ofensiva invernal contra la parte europea de Rusia, donde las fuerzas pro-occidentales habían establecido un gobierno provisional y negociaban alianzas con los movimientos independentistas ucranianos, bielorrusos y bálticos. La ofensiva de Kotov los tomó completamente por sorpresa. Con tácticas militares brillantes y una fuerza imparable, avanzó hacia Moscú, que cayó en febrero de 1992.
Sin detenerse, Kotov dirigió sus tropas hacia las regiones occidentales, enfrentándose a los rebeldes ucranianos, los países bálticos y Bielorrusia. Para julio de 1992, la guerra civil terminó con la aplastante victoria de la Guardia Blanca, dejando atónitos a los líderes occidentales que habían subestimado la capacidad de resurgimiento ruso.
Con la guerra terminada, Andrey Kotov, ahora sentado en el Kremlin como el Vozhd de la Federación Rusa, enfocó sus esfuerzos en reconstruir su devastada patria. Sin embargo, en sus planes siempre estuvo presente una ambición más grande: desafiar al mundo y restaurar el lugar de Rusia como una potencia temida y respetada.
En 1995, mientras Rusia se reconstruía bajo el liderazgo del Vozhd Andrey Kotov, el destino del país dio un giro inesperado. El Dr. Mikhail Alexandrovich Rostov, un brillante científico soviético, presentó al gobierno un descubrimiento revolucionario: la Valtorita, un mineral con propiedades extraordinarias capaz de impulsar tecnologías de avanzada. Acompañando esta revelación, entregó décadas de investigaciones sobre superarmas que podrían cambiar el equilibrio del poder global. Sin embargo, poco después, Rostov desapareció sin dejar rastro, desatando especulaciones sobre su paradero y el alcance de sus descubrimientos.
Mientras tanto, Kotov fortalecía el modelo autárquico de la Federación Rusa, resistiendo las sanciones económicas y el bloqueo occidental. Aunque enfrentaban desafíos internos y externos, los cimientos de una Rusia tecnológicamente avanzada y militarmente imparable comenzaban a erigirse.
En marzo de 2003, cuando Estados Unidos lideró una invasión en Irak, la coalición occidental esperaba una victoria rápida. Sin embargo, lo que encontraron fue una feroz resistencia iraquí armada con tecnologías nunca vistas. Entre estas, destacaban **gigantes mecánicos de 4 metros de altura**, armados con potentes armas antitanque y dotados de una agilidad superior a la de cualquier tanque convencional. Estas máquinas de guerra no solo repelieron a las fuerzas occidentales, sino que las empujaron de regreso hasta Kuwait, resultando en la mayor derrota estadounidense desde Vietnam. Con más de 30,000 bajas estadounidenses, el impacto resonó a nivel global.
Lo más inquietante fue que, tras la retirada, estas máquinas desaparecieron sin dejar rastro. A pesar de los esfuerzos de las agencias de inteligencia occidentales, el origen de estas armas seguía siendo un misterio. Eran fantasmas en la niebla, pero su efecto en el equilibrio global era innegable.
En julio de 2006, Rusia lanzó una invasión a Irán bajo la justificación de combatir a un "régimen terrorista". Con un ejército de 120,000 hombres, respaldado por tecnologías avanzadas, incluidas las misteriosas máquinas mecánicas y una nueva adición: **un coloso de 15 metros de altura**, las defensas iraníes colapsaron rápidamente. En agosto de 2006, Teherán cayó, y para marzo de 2007, toda Irán estaba bajo control ruso.
En 2012, Rusia intervino en Siria, aplastando al Ejército Libre Sirio en apenas un año y asegurando su influencia en la región. Al mismo tiempo, en 2013, intervinieron en Afganistán, logrando en dos años lo que las fuerzas occidentales no pudieron en más de una década: consolidar una república afín a los intereses rusos.
La influencia rusa no se limitaba al Medio Oriente. En Europa, los partidos pro-rusos comenzaron a ganar terreno. **Grecia abandonó la OTAN** para unirse al CSTO liderado por Rusia, seguido por Serbia, Hungría y Polonia. En Polonia, las protestas masivas por el ascenso del partido pro-ruso no lograron evitar su salida de la OTAN, mientras que en Hungría, la transición fue más fluida.
En 2020, el mundo volvió a estremecerse cuando Corea del Norte invadió Corea del Sur. Pero esta no era la desorganizada fuerza norcoreana que Occidente esperaba; su ejército estaba equipado con tecnología avanzada, incluidos **exoesqueletos similares a los utilizados por las tropas rusas**. En una campaña relámpago, las fuerzas de la OTAN fueron expulsadas de la península coreana.
Con cada conflicto, la tecnología rusa demostraba ser un factor decisivo. Estados Unidos intensificó sus esfuerzos para replicarla o robarla, enviando incluso equipos de élite SEAL al territorio ruso con la misión de encontrar al desaparecido Dr. Rostov. Sin embargo, todos los operativos enviados desaparecieron sin dejar rastro.
Para 2026, la Federación Rusa no solo había consolidado su poder interno, sino que había transformado el panorama geopolítico. Con aliados estratégicos, tecnología imbatible y una influencia creciente, el mundo miraba con temor y fascinación el resurgir de una Rusia que no solo desafiaba las reglas del juego, sino que las reescribía. Sin embargo, el destino guardaba un giro inesperado para esta superpotencia: uno que trascendería incluso las fronteras de su mundo.
El evento que cambiaría el curso de la historia ocurrió en Julio del 2026: la repentina desaparición de Rusia. Donde antes se extendía una vasta nación desde Ucrania hasta Vladivostok, ahora solo quedaba un desolado y estéril páramo. Las expediciones occidentales, chinas y de los antiguos aliados rusos no encontraron nada. No había rastro de vida, ciudades ni siquiera restos de lo que alguna vez fue una de las superpotencias más temidas del mundo. Solo una desoladora soledad, como si Rusia nunca hubiera existido.
Con Rusia declarada oficialmente perdida, los países que dependían de su influencia y poder quedaron en el limbo. Los estados alineados con la Federación Rusa enfrentaron una incertidumbre total, mientras que el resto del mundo creyó ver en esto el amanecer de un nuevo orden mundial: un mundo unipolar, dominado nuevamente por Estados Unidos y sus aliados occidentales. Sin embargo, esta ilusión de estabilidad fue breve.
Pocos meses después de la desaparición de Rusia, informes comenzaron a llegar desde las fronteras del antiguo territorio ruso. Ataques de criaturas imposibles de describir con palabras, abominaciones que parecían arrancadas de las más oscuras pesadillas, comenzaron a asolar las regiones colindantes. Estas entidades desataron el caos, destruyendo ciudades, devorando ejércitos y sembrando el terror a su paso.
El mundo entero se encontró ante una amenaza que no comprendía ni podía combatir. Lo que había parecido una nueva era de dominio estadounidense se transformó rápidamente en una lucha por la supervivencia. Naciones enteras se vieron al borde del colapso mientras las criaturas se multiplicaban, avanzando como heraldos del ocaso de la civilización.
Mientras el mundo sucumbía al caos, para los rusos, la historia tomaba un rumbo completamente distinto. Habían desaparecido de la Tierra, pero no de la existencia. Su nación, su pueblo y su líder, Andrey Kotov, habían sido transportados a un nuevo mundo, uno lleno de magia, peligros y oportunidades.
En este extraño lugar, donde la fantasía se hacía realidad, los rusos no estaban dispuestos a sucumbir ni a olvidar quiénes eran. Armados con su tecnología, su disciplina y su voluntad inquebrantable, comenzaron a escribir el siguiente capítulo de su historia. Para ellos, este no era el final, sino el inicio de una nueva era, una en la que forjarían su lugar entre los reinos mágicos y las criaturas mitológicas, demostrando que, incluso en los mundos más extraños, la Federación Rusa siempre se alzaría victoriosa
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