i . . . dudley's birthday



CAPÍTULO UNO
cumpleaños de dudley



Diez años habían pasado desde el día en que los Dursley se despertaron y encontraron a sus sobrinos en la puerta de entrada, y aún así Privet Drive no había cambiado en absoluto.

Diez años antes, había una gran cantidad de retratos de lo que parecía una gran pelota rosada con gorros de diferentes colores, pero Dudley Dursley ya no era un niño pequeño, y ahora en las fotos se mostraba a un chico grande y rubio montando su primera bicicleta, en un tiovivo en la feria, jugando con su padre en el ordenador, siendo besado y abrazado por su madre… La habitación no ofrecía señales de que allí vivieran otros niños.

Sin embargo, la realidad es que Tulip y Harry Potter estaban todavía allí, durmiendo en aquel momento, la menor de los Potter se encontraba soñando con elefantes bailarines, la niña se unió a ellos bailando y riendo. Mientras bailaban, el cielo se llenó de donas gigantes que flotaban en el aire. Las donas eran de todos los colores y tenían glaseado brillante. Tulip extendió su mano anhelando ya el sabor dulce y delicioso. Pero antes de siquiera escoger, una voz horrorosa se filtró por todo el lugar.

Su tía Petunia le había despertado y su voz chillona era el primer ruido del día.

—¡Arriba! ¡A levantarse! ¡Ahora!

Sus ojos se pusieron en blanco casi incontrolablemente mientras le dirigía una mirada de horror a su mellizo, sin pensarlo mucho lo tiro de una patada de la cama (o lo que se suponía debía ser una), Harry se despertó sobresaltado, mirando a todas partes, la risita de Tulip fue lo que le despertó por completo.

—Me dejaste saliva por todo el brazo, —en ese momento su tía volvió a tocar a la puerta—, lo siento.

—¡Arriba! —chilló de nuevo.

Harry se levantó sobando sus sentaderas, Tulip se encargó de sacudir y doblar la sábana que a duras penas sus tíos les dieron, oyó pasos en dirección a la cocina, y después el roce de la sartén contra la estufa.

—¿Ya están levantados? —volvió a interrogar

—Casi —respondieron Tulip y Harry al mismo tiempo, se voltearon a ver con una gran sonrisa, amaban su conexión de mellizos. 

Desde la más tierna infancia, Tulip y Harry notaron que siempre estaban en sintonía de alguna manera. A veces, sabían exactamente lo que el otro estaba pensando, ni siquiera necesitaban decirlo en voz alta. A medida que crecieron, su conexión sólo se fortalecía y se hacía más evidente. Podían terminar las frases del otro, o sentir las emociones del otro incluso cuando estaban separados.

—Bueno, dense prisa, Harry quiero que vigiles el beicon. Y no te atrevas a dejar que se queme. Y tú Tulip serás la encargada de ordenar la mesa, cuidado con la vajilla, es nueva. Quiero que todo sea perfecto el día del cumpleaños de Duddy.

El niño le dirigió una mirada a su melliza mientras articulaba groserías al mismo tiempo que Tulip hacia sonidos de asco.

—¿Qué fue ese sonido? —Petunia grito con ira desde el otro lado de la puerta.

—Nada, nada… —se apresuró a hablar rápidamente Tulip, de por si ya era un mal día como siempre y agregarle un regaño más a la lista no era para nada agradable.

—¿Cómo pudiste haber olvidado el cumpleaños de Duddy, Lilibeth? —pregunto Harry con una voz llena de sarcasmo.

—Oh, pobre de mi James, deberían cortarme la cabeza por tal falta de atención, —dramatizo mientras se sentaba a la orilla de la cama.

Harry se coloco detrás de ella, con dedos hábiles y pacientes, comenzó a dividir la cabellera en tres secciones iguales. Luego, tomó la primera sección y la cruzó sobre la segunda, y después la tercera sobre la primera. Así empezó a tejer una trenza intricada y hermosa.

Harry hubiera seguido ahí durante más tiempo observando su obra de arte que poco a poco con el tiempo fue perfeccionado de no haber sido por un niño gordito que bajaba corriendo las escaleras, en el último escalón se regresó y se volvio a colocar en medio, donde comenzo a saltar sin control. 

—¡Despierten primos! ¡Vamos al zoo!

Los mellizos miran hacia arriba para ver el polvo caer, con pasos perezosos se dirigieron a la salida. Harry intentó abrir la puerta, solo para ser empujado por Dudley y en consecuencia cayó encima de Tulip, su primo les dirigió una mirada desde lo alto mientras se reía de ellos a carcajadas.  

—Algun día voy a explotar la gran panza de Dudley como si fuera un globo, lo juro, —murmuró Tulip mientras Harry la levantaba de un jalón.

Al salir se encontraron con la mesa del comedor cubierta de regalos con envolturas brillantes y coloridas para el cumpleaños de Dudley. Parecía que éste había conseguido la computadora nueva que quería, por no mencionar el segundo televisor y la bicicleta de carreras. La razón exacta por la que Dudley podía querer una bicicleta era un misterio para los hermanos, ya que Dudley estaba muy obeso y aborrecía el ejercicio.

—¿Cómo se supone que voy a acomodar la mesa si está así? — murmuró entre dientes Tulip mientras extendía los brazos hacia el comedor con una expresión de horror. 

—Que hacen allí parados, rápido muévanse, —Petunia apareció de la nada dando órdenes como siempre.

—¡Sirveme el café, rápido muchacha! —Vernon Dursley, un tipo con una estructura grotesca y una mente defectuosa, le balbuceó a Tulip.

La joven Potter lanzó una mirada fulminante a Vernon. Si hubiera sido posible, la frente del hombre mayor habría tenido un cráter en ese momento. Con un suspiro contenido, Tulip se apresuró a la cocina para servirle café a su tío, después de dárselo se dispuso a ayudarle al ojiazul a colocar los platos con huevos y beicon en la mesa, lo que resultaba una tarea complicada debido al espacio limitado.

Entretanto, Dudley contaba sus regalos. Su cara se ensombreció.

—Treinta y seis —dijo, mirando a su madre y a su padre—. Dos menos que el año pasado.

—Mi bebito, no has contado el regalo de tía Marge. Mira, está debajo de este grande de mamá y papá.

—Muy bien, treinta y siete entonces —dijo Dudley, poniéndose rojo.

Harry, que podía ver venir un gran berrinche de Dudley, comenzó a comerse el beicon lo más rápido posible, por si volcaba la mesa. Petunia también sintió el peligro, porque dijo rápidamente: —Y vamos a comprarte dos regalos más cuando salgamos hoy. ¿Qué te parece, pichoncito? Dos regalos más. ¿Te parece bien?

Dudley pensó durante un momento. Parecía un trabajo difícil para él. Tulip y Harry que estaban hombro contra hombro se voltearon a ver en cámara lenta. Por último, Dudley con voz lenta habló: 

—Entonces tendré treinta y… treinta y…

¡Treinta y nueve, albóndiga con patas!, pensó Tulip mientras golpeaba a Dudley mentalmente.

—Treinta y nueve, dulzura —dijo tía Petunia.

—Oh —Dudley se dejó caer pesadamente en su silla y cogió el regalo más cercano—. Entonces está bien.

—El pequeño tunante quiere que le den lo que vale, igual que su padre. ¡Bravo, Dudley! —dijo, y revolvió el pelo de su hijo.

Tulip parpadeo rápido, si su tío Vernon continuaba soltando idioteces de su estúpida boca no podría soportarlo más.

Por suerte en aquel momento sonó el teléfono y tía Petunia fue a cogerlo, mientras los mellizos junto a su tío Vernon miraban a Dudley, que estaba desembalando la bicicleta de carreras, la videocámara, el avión con control remoto, dieciséis juegos nuevos para el ordenador y un vídeo. Estaba rompiendo el envoltorio de un reloj de oro, cuando Petunia volvió, enfadada y preocupada a la vez.

—Malas noticias, Vernon —dijo—. La señora Figg se ha fracturado una pierna. No puede cuidarlos. —Volvió la cabeza en dirección a Tulip y Harry.

La boca de Dudley se abrió con horror, pero Tulip y Harry vieron una oportunidad, los mellizos odiaban ir allí, toda la casa olía a repollo lo único bueno –opinión de Tulip— era cuando la señora Figg les hacía mirar las fotos de todos los gatos que había tenido.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó tía Petunia, mirando con ira a Harry como si él lo hubiera planeado todo.

Tulip se coloco enfrente de su hermano mayor cubriéndolo de la vista de Petunia, está al ver la acción suavizó un poco sus rasgos y aparto la mirada. 

—Podemos llamar a Marge —sugirió Vernon.

—No seas tonto, Vernon, ella no aguanta a los chicos.

Los mellizos acostumbrados a que los Dursley hablaran a menudo sobre ellos, como si no estuvieran presentes le restaron importancia a sus comentarios. 

—Pueden dejarnos aquí —sugirió esperanzado Harry. A Tulip le brillaron los ojos y asintió en apoyo a su mellizo.

Podrían ver lo que quisieran en la televisión, y tal vez solo tal vez jugarían con el ordenador de Dudley.

Tía Petunia lo miró como si se hubiera tragado un limón.

—¿Y volver y encontrar la casa en ruinas? —rezongó.

—¡No vamos a quemar la casa! —hablaron al unísono los mellizos.

—Supongo que podemos llevarlos al zoológico —dijo en voz baja Petunia—… y dejarlos en el coche…

—El coche es nuevo, no se quedarán allí solos…

Dudley comenzó a llorar a gritos. En realidad no lloraba, hacía años que no lloraba de verdad, pero sabía que, si retorcía la cara y gritaba, su madre le daría cualquier cosa que quisiera. Era un maldito cerdo manipulador.

—Mi pequeñito Dudley, no llores, mamá no dejará que te estropeen tu día especial —exclamó, abrazándolo.

—¡Yo… no… quiero… que… vengan! —exclamó Dudley entre fingidos
sollozos—. ¡Siempre lo estropean todo! ¡Especialmente Harry! —Le hizo una mueca burlona a Harry, desde
los brazos de su madre.

—¡Harry no te hace nada! —grito Tulip en defensa de su hermano.

Justo entonces, sonó el timbre de la puerta.

—¡Oh, Dios, ya están aquí! —dijo Petunia en tono desesperado y, un momento más tarde, el mejor amigo de Dudley, Piers Polkiss, entró con su madre.

Piers era un chico flacucho con cara de rata. Era el que, habitualmente, sujetaba los brazos de los chicos detrás de la espalda mientras Dudley les pegaba. Dudley suspendió su fingido llanto de inmediato.

Media hora más tarde, Tulip miraba hacia el frente con Harry a su lado, no podían creer en su suerte, estaban sentados en la parte de atrás del coche de los Dursley, junto con Piers y Dudley, camino al zoológico por primera vez en su vida. A sus tíos no se les había ocurrido una idea
mejor, pero antes de salir Vernon se llevó a empujones a Tulip y Harry a otro lado.

—Se los advierto —dijo, acercando su rostro grande y rojo al de Harry—. Les estoy avisando ahora, chicos: cualquier cosa rara, lo que sea, y se quedarán en la alacena hasta la Navidad.

—No vamos a hacer nada... —dijo Harry

—... De verdad. —termino la frase por él Tulip.

Pero Vernon ya no les creía. Nadie lo hacía.

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