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Un chasquido basto para hacer un mínimo de silencio en las calles del Londres Muggle, en una lluviosa madrugada El número 12 de Grimmauld Place apareció ante mí en un esplendor fantasma de lo que alguna vez pudo ser y fue.

Me quedé quieta mirando por algunos minutos, observando y recordando las veces que hubo reuniones familiares en este lugar. Los Black nunca fuimos muy unidos (familiarmente hablando) pero teníamos nuestros momentos. Pocos son los recuerdos felices y fugaces que se filtran entre una infancia tormentosa y los azotes continuos del ser alimento para Dementores.

Pero están ahí. Palpitando en mi cabeza como la marca oscura que alguna vez significó amar a alguien.

Al entrar a la vieja casa Black un olor de abandono acaricio mi olfato. Claramente es una vil mentira pues el piso se ve barrido y atendido como lo es los muebles y casa en general, tal vez Sirius estuvo aquí antes de morir en nuestra batalla, tal vez Dumbledore y sus fieles seguidores caminaron por entre estas nobles y bien cuidadas paredes.

Un Lumus basta para que diferentes estelas de luces lleguen a su merecido lugar y alejen la penumbra del lugar.

Si, no ha habido alguien aquí en por lo menos un mes o mes y medio. Pero hasta hace poco estuvo rodeado de gente, eso es seguro.

Llegó a la sala en total silencio, dejo que la bolsa que cargo caiga con fuerza ante el piso y miro.
Me detengo en la sala, admirando los sillones y sofás en dónde alguna vez Andrómeda nos mostró una revista para Muggles. ¿Hace cuánto tiempo fue eso?

-Teníamos trece años- me respondo con dolor, ya que, incluso con pociones mi garganta no ha sanado del todo.

Finalmente descanso sobre el sillón pensando en las últimas 24 horas.
Al inicio de un nuevo día Severus apareció junto a Cissa llevándome a la mansión Malfoy, hechizos curativos y pociones volaban mientras mi mente solo pedía y suplicaba lo mismo sin detenerse.

Cuando pude caminar y andar con cierta... "Normalidad"
Tome mis cosas, una bolsa expandida con hechizos tragó desde ropa y oro a joyas y amuletos que me dejaran estar oculta ante él y solo él.

Una carta fue escrita pero abandonada sin terminar en la misma bolsa. Para el atardecer estaba lista, solo debía esperar el momento adecuado y, para ser honesta conmigo misma. Esperaba que entre las horas el miedo o el "amor" que tuve me hicieran echarme hacia atrás.

Eso no pasó.

-¿Cómo... Te llamabas?- pregunto a la oscuridad el nombre del elfo doméstico de este lugar -Kra... Kre... Kreacher-

Un chasquido, casi que un desquebrajar hizo aparecer al elfo con rostro y actitud cansada y de anciano.
Sus orejas estaban bajas al igual que sus ojos, no fue hasta que me vio que estás subieron y su actitud cambió. Casi como si hubiera visto a un viejo amigo. Claramente nunca lo fuimos.

-Ama Bellatrix- inclinó su cabeza -¿Qué pude hacer Kreacher por un miembro de la familia Black?-

-Comida. Quiero comida-

-A sus órdenes-

Otro chasquido y regreso la soledad, aunque ahora había un sonido de sartenes, ollas y un cuchillo picando cosas.

Recojo la bolsa y busco entre las cosas que empaque. Saco un medallón redondo de plata, un rubí quebrado es el centro de la reliquia.
Sencillo, pero útil.

Lo pongo alrededor de mi cuello y el ardor de la marca tenebrosa desaparece.

Ahora no lo sentiré ni me sentirá. Estaré oculta.

Busco la carta que escribí a mi hermana. Le miro, paso el pulgar sobre el sello de la familia Black fundido en cera.

-Darla es un ultimátum- susurró mientras que un plato de carne, verduras y caldo aparece ante mí.

-¿Necesitará otra cosa, mi señora?-

-... Lleva está carta- el elfo la mira y espera. ¿Debo hacerlo? Pensándolo bien podría venir aquí algunas veces cuando quiera escapar de él, un estilo de descanso. Pero, de hacerlo estaría traicionándolo, sería una traidora de sangre, abandonaría a mi hermana menor ante sus garras.

-¿Mi señora?-

Pase una vida en Azkaban para servirle, pensé que sería diferente. Que todo lo sería.

Ya no se parece a lo que ame, apenas y es la sombra de ese inteligente y carismático personaje que con solo sus palabras encantaba a cualquiera que lo escuchará.

No. No está más ahí. Lo que vi y lo que me daño no fue él, él está muerto.
Solo quedan sobras del hombre que alguna vez fue.

-Dásela a mi hermana menor, y dile. Que me perdone, que ella será bienvenida al igual que su familia...-

Los dedos delgados de la criatura tomaron lentamente el sobre.
Mire como lo tomó en manos, mire como un vórtice desapareció su demacrado aspecto.

Y, cuando estuve sola finalmente.

Cuando entendí lo que hice y lo que hago.

Grité.

Grité. Dejando que el alarido recorra todo rincón del número 12 de Grimmauld Place.

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