Cap 4: Un pequeño tropiezo.


—¿Terminaste bunny?—comento mirándole fijamente.

—¡No me llames así!—se quejó la peli negro dando un último trago a su bebida.

El otro sólo sonrió, o al menos intento sonreír, y después se levantó para ir directo a la caja para pagar lo recién consumido, lo único que quería era largarse de una vez por todas para continuar con el viaje y llegar a su destino lo más pronto posible, porque eso sólo significaba una cosa: Pronto podría deshacerse del pequeño bacheé que se cruzó en su camino y que había ponchado su llanta.

Ok, esa no fue la mejor metáfora de la vida. Pero me entendieron, y eso es lo importante.

La chica detrás del mostrador, tecleó algo y luego dio la cantidad a pagar. Aquel sólo se dispuso a sacar su cartera y de ella una tarjeta de crédito, pues había dejado todo su efectivo en la gasolinera.

—Disculpe señor, no aceptamos tarjetas—habló la mesera causando pánico en el contrario.

—¿Qué? ¿Cómo que no aceptan tarjeta?—se quejó frunciendo el entrecejo—¿En que jodida época creen que estamos? ¿En los años treinta?

—Lo lamentó, pero eso no le da el derecho a comportarse de esa manera, ¿Va a pagar o no?

—Aquí—interrumpió una tercera voz entregando unos cuantos billetes calmando la situación al instante.

El peli azul desvió la mirada encontrándose con la que anteriormente había llamado bacheé.

—¿Tuviste dinero todo este tiempo?—le cuestionó aún con esa seriedad en su rostro.

—¿Creíste que era lo suficientemente tonta como para huir sin nada de parné?—contesto bufando—No es mucho, pero es todo mi trabajo honesto de las vacaciones pasadas.

—Su cambio—mencionó la chica—Qué tengan un buen viaje, espero vuelvan pronto.

Suga observó como la dientes de conejo se colocaba unas gafas (que no tenía idea de donde las había sacado) y luego caminaba hacia el estacionamiento. La frustración y arrepentimiento por no haberla devuelto creció, exhaló profundo tratando de calmarse, se despidió con un movimiento de cabeza y salió de igual manera.

Para no volver nunca, jamás.

El auto volvió a la carretera y recorrieron unos cuántos kilómetros más en silencio. La noche ya había recaído sobre los dos. El ambiente por fin era tranquilo, incluso pacifico, todo el problema empezó cuando el chico de cabello azul divisó que la gasolina comenzaba a agotarse. ¡No podía ser cierto! No había pasado mucho desde que recargo.

—Necesitamos detenernos—habló soltando un suspiró de frustración

—¿Ahora? Dijiste que no planeabas dete...

—¡Se lo que dije!—le interrumpió estacionando el auto de manera brusca en la primera gasolinera que divisó.

—Ay, que genio—se quejó mirándole mal—Tienes peor carácter que mi madre—espetó entre dientes.

Sin embargo el otro si logró entender y le regaló una de sus miradas asesinas.

—Primero necesitó sacar efectivo.

—Aún tengo dinero, no es necesario—le respondió la peli negro acompañada de una sonrisa ladina.

—Eso no nos durará para siempre señor independiente—soltó sarcástico saliendo del auto—Como sea, necesito sacar efectivo.

—Bien—espetó copiando su acción y también salió del auto con pereza—¿Habrá algún cajero en el supermercado de ahí?—cuestionó indicando el lugar mencionado con la mirada.

—Posiblemente...averigüémoslo.

Los dos chicos avanzaron con prontitud hasta aquel súper el cual decía: abierto las 24 hrs. Al entrar, el cajero (que bien parecía de esos treintones que aún viven en el sótano de sus padres) les recibió con una mirada de «Odio mi trabajo y quiero largarme de aquí lo antes posible» sin embargo, Jun no podía culparlo, él también odiaría trabajar básicamente en medio de un lugar fantasmal. Observó cómo Suga se dirigía al cajero cerca de la entrada, y mientras sacaba dinero en efectivo, decidió revisar los estantes para poder comprar alguna fritura para entretenerse durante el camino, su vecino era lo suficientemente aburrido así que...lo considero una buena idea.
Todo transcurría con suma normalidad hasta que:

—¡Arriba las manos y que nadie se atreva a mover ni un sólo músculo!—se escuchó un grito en la entrada haciendo que automáticamente se tirara al piso para que no la atraparan.

Esa era la frase más larga que le había escuchado decir a un ladrón durante su atraco. Es decir, no es como si se hubiese topado con anterioridad a un ladrón, pero era fan de las películas.

—¡Tú!—le escuchó decir. Y en lo único que pudo pensar es que poseía una voz increíblemente varonil.

«Seguro está mamadisimo» pensó y casi se hace pipí por el susto. Moriría, lo haría. ¿Su destino realmente era terminar así? Por qué si su madre no la había matado, el señor ladrón de cuerpo físico culturista lo haría.

—¡¿Y los billetes?!—soltó aún más fuerte—¡¿Qué mierda esperas para vaciar la caja y poner el dinero en la bolsa?!

«¿Qué se supone que se hace en una situación así?» se cuestionó aún escondida, mientras se persignaba repetidas veces.

—¡Y tú! ¡Vacía los malditos bolsillos y también dame las malditas llaves del auto!

No hacía falta ser un adivino para saber qué esta vez se había dirigido a su apuesto vecino. ¿Espera? ¿Había pensado que era apuesto? ¡Jeon Jun, enfócate!

No. No podía dejar que se llevara el auto, no arruinaría su primera vez huyendo. No cuando por fin se había armado de valor para hacerlo. Primero, necesitaba un arma para defenderse. Visualizó su alrededor topándose con el pasillo repleto de salsas, y al final de esté un extintor. Siguió observando, encontrándose también con papel film.
Bien, ya tenía armas, ahora sólo hacía falta un plan.

«Si me ayudas a salir viva de esto, prometo dejar más limosna los domingos» le susurro a Diosito, antes de poner su estúpidez en marcha.

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