Linka y la bruja Parte 2
Linka estaba acorralada. Sin querer había tomado el rumbo equivocado al intentar huir de la maestra Johnson, quien en realidad había resultado ser una malvada bruja voraz.
–Linka... Sé que estás ahí... ¡Ñaca, ñaca, ñaca...!
Su risa chirriante y metálica se estaba acercando. En cualquier momento llegaría hasta ella y no contaba con una sola vía de escape a su alcance. Estaba atrapada. ¡Atrapada como una rata!... O como una de las ranas del santuario... ¿Y luego qué? Capaz y pasaba como en los cuentos de brujas: Se la llevaría lejos y la metería en una jaula; la haría engordar a punta de golosinas y cuando estuviera en su punto... ¡La trocearía en presas y la cocinaría en una olla de barro a su medida sazonándola con doce hiervas y especias!... O, sólo para deshacerse de ella más rápido, la hechizaría con su magia de bruja y la convertiría en grillo o mariposa; la agarraría como a uno de sus animalitos y la trituraría entre sus dientes.
–¡No imporrta a donde corras, te voy a atrraparr!... ¡Ñaca, ñaca, ñaca...!
Tenía que haber una forma de salir de allí. ¡Tenía que haberla!... Pero la única ventana al final del pasillo estaba sellada por los bordes. ¡Vaya contratiempo!
Entonces, mientras contemplaba el aguacero a través del vidrió polarizado –al que siguió el centellar de un potente relámpago–, todo se le presentó, claro, de repente. Todo quedó nítido y comprendió que quizá, sólo quizá, no estaba atrapada del todo.
De un violento tirón se desprendió su broche para el pelo, y en el proceso un mechón de su blanca cabellera. Una mata de cabello blanco cayó sobre sus ojos nublándole la vista, por lo que tubo que apartarla con su otra mano que temblaba. El sudor frío que corría por su frente tampoco la dejaba ver con claridad.
El ultimo casillero de la fila era el unico asegurado con candado convencional, mientras que los otros debían abrirse con combinación. Detalle en el que no se había fijado sino hasta el ultimo instante, y que representaba un nítido destello de esperanza.
Avanzó hasta allí tambaleándose. Si el truco no funcionaba no había nada que hacer. Mas, si Loni lo había conseguido varias veces, no perdía nada con intentar.
Con ambas manos temblorosas abrió el broche y lo introdujo en el ojo de la cerradura. Lo sacudió a conciencia, igual a como había visto hacer contadas veces al segundo mayor de sus hermanos. Sus manos le sudaban tanto que el broche resbalaba por entre sus dedos. Al inicio parecía que no lo iba a lograr, pero la cerradura cedió al final y el candado se abrió con un chasquido.
≪¡Gracias al cielo!≫.
En ese momento la horrible bruja apareció en medio del pasillo y soltó una triunfal y maquiavélica risotada.
–¡La cena está serrvida!... ¡Ñaca, ñaca, ñaca...!
Nada. No había un alma a la vista. El pasillo estaba desértico. A través de la ventana sellada avistó los nubarrones negros, la llovizna y el fulgor de otro relámpago.
–No tiene caso que te escondas... –la bruja gruñó con odio. De su boca escurrían hilos de saliva azul, con la que podría haberse rellenado una pluma fuente y escribir una carta–. Sólo haces que me de más hambrre...
En su escondite, la niña se encogió aterrada tratando de fundirse lo más posible con la penumbra, procurando hacer el menor ruido posible. Su cuerpo no dejaba de temblar y sus axilas y frente de transpirar a mares.
–Sé que estás aquí y te voy a encontrrarr...
La bruja caminó hasta el fondo del pasillo y olfateó el aire con su larga y ganchuda nariz de pico de cuervo.
–Puedo olerrte... –rió por lo bajo–. Estás sudando...
Si no fuera porque se tapó la boca y se mordió la lengua a tiempo, Linka ahí hubiese soltado el grito de su vida. Por entre las rendijas contempló a la horripilante bruja en su máximo esplendor.
–Como voy a gozarr devorrandote, Linka Loud... Si... Crreo que siemprre había acarriciado la idea de prrobarr tu... Suave y blanca carrne...
De cerca era más fea y daba la impresión de ser más alta e intimidante de lo que era en realidad. Su espalda se jorobaba en una montaña con peñascos de hueso forrada toda de piel arrugada y ajada. Sus ojos brillaban como dos brazas ardientes de color violeta.
–Estás tan cerrca... Que casi puedo saborrearrte...
De pronto, aquellos ojos centelleantes apuntaron al candado abierto que yacía tumbado al pie del ultimo casillero de la fila. Su grotesca boca arrugada entonces se torció en una siniestra sonrisa de victoria, con hilos de baba azul goteando de las comisuras de sus labios resecos.
–¡Te tengo! –rió arrojándose a abrir el casillero de un manotazo.
No obstante, su rostro –ya de por si deforme– se deformó en una mueca de decepción y rabia al hallarlo vacío. Habían unos cuatro libros apilados en el estante de arriba y una sudadera echa bola en la parte de abajo. De resto, no había nada adentro.
Así que volvió a cerrar el locker y buscó en derredor con la mirada. Al cabo de unos tres minutos olfateó otro poco el aire. Al cabo de otros dos, mismo al no hallar nada, la bruja desistió y se fue.
–¡Rayos!... –chirrió mientras se alejaba dando patadas al suelo–. Me equivoque. Si debió serr un gato después de todo. Este lugarr apesta tanto a esos molestos chiquillos que ya hasta crreo estarrlos viendo en todas parrtes... Que lastima, con las ganas que me dio cenarr un niño crrudo esta noche...
En su escondite, Linka suspiró aliviada, mas no se relajó del todo hasta haberse asegurado 100% que se hubiese marchado. En el ultimo instante había dado con la ventila por arriba de los casilleros. Agradecía a Lars por indirectamente haberle dado la idea de esconderse en ese sitio, y a Lynn por obligarla a jugar parkour con él los sábados por la mañana. Su hermano le enseñó que la clave era el momento y fue gracias a ello que consiguió trepar hasta allí y ocultarse antes de que la vieran. Al cabo de otro cuarto de hora se animó a salir de su escondite.
Una vez fuera de la ventila, Linka se encaminó sigilosamente a la salida, echando miradas cautelosas de tanto en tanto en caso de que la bruja anduviera al acecho. Pero no. Por suerte no la había descubierto de verdad. Al final siempre si creyó que se trataba de un gato.
Cuando pasó a hurtadillas junto a la puerta del aula y se asomó discretamente a mirar por la ventanilla, la vio cogiendo un puñado de tierra del habitad de las lombrices para comérselas a sorbos cuales gusanillos de caramelo.
Hasta que ya hubo salido de la escuela y alejado lo suficiente, Linka volvió el estomago en unos arbustos.
***
Cuando estuvo de regreso en la casa Loud, su madre le dio una buena reprimenda por haber llegado tarde y calada hasta los huesos.
–¡Linka! ¿Pero qué es esta hora de llegar? ¡Mírate, estás toda mojada!
–Pudiste haberme llamado para ir a recogerte –apuntó a decir Loki quien, junto al resto de sus hermanos, miraba la tele en la comodidad de la sala.
–¡Eso no importa ahora! –se apuró la niña a contarles lo sucedido–. ¡Un monstruo! ¡Hay un monstruo viviendo entre nosotros!
A lo que sus diez hermanos suspiraron, más que fastidiados. La mitad rodó los ojos y la otra mitad la mosqueó con un ademán.
–Linka, en serio –se quejó Lane–, esto de los monstruos ya no tiene gracia.
–Esperábamos que esto fuera sólo una etapa por la que estas pasando –comentó Lars.
–¿No has pensado en otros pasatiempos, hermana? –sugirió Luke.
–Como que hay muchas otras cosas que te podrían gustar –convino Loni.
–Dale una oportunidad al programa de Rip Hardcore, por ejemplo –sugirió Lynn Jr. señalando a la pantalla del televisor–. Te lo juro, es más emocionante que tus historias de monstruos.
–O leer los cómics de Ace Savvy –sugirió Loki a continuación–. Mi amigo Bobby dice que son muy buenos y que es más cómodo cuando los lees en ropa interior.
–¡Olviden eso! –chilló Linka–. ¡Les estoy diciendo que...! Espera, ¿porqué querría leer cómics en ropa interior? Rayos, ustedes los chicos son tan asquerosos... ¡Pero olviden eso y escúchenme! ¡La maestra Johnson es una...! ¡UNA BRUJA! ¡Y devora animales!
–¡Oh no! –exclamó Leif abrazando a su preciada rana mascota.
–No le hagas caso –lo tranquilizó su gemelo–. Es otro de sus cuentos para asustarnos.
–Uy si, la maestra Johnson es una bruja y te va a dar una manzana envenenada –se mofó Lane–. Y yo soy Mickey Mouse y ellos son Goofy, Donald, Pluto, Horacio, Pedro el malo, Pepe Grillo, Chip y Dale y el gigante Willy. Pero vamos camino a Lechelandía, así que no nos podemos quedar a escuchar otra de sus historias, Srta. Daisy.
–¡Tienen que creerme, chicos! –insistió la peliblanca–. ¡La maestra Johnson es una bruja con una cara muy espantosa que oculta bajo una mascara!
Pero sus hermanos siguieron sin creerle.
–Si, claro.
–Como no.
–¡A cenar, chicos!
–Literalmente, estás alucinando –la acusó Loki, en lo que junto a los otros nueve acudía al llamado de su padre–, tonta.
–M-mamá... –balbuceó Linka volviéndose hacia Rita–. Esta vez lo digo en serio.
–Si, si... –contestó la mujer, indiferente a las súplicas de su hija–. Después nos cuentas; pero ahora vete a lavar, que si no te das prisa tus hermanos acabarán con todo y te quedarás sin cenar.
–Pero mamá...
–Sin peros –la amonestó señalando a las escaleras, por lo que no tuvo de otra que obedecer.
Total que, con esto, la desdichada peliblanca confirmó lo que había sospechado durante el camino de regreso. Nadie le iba creer, estaba por su cuenta y, peor aun, el asunto no podía darse por zanjado.
Mientras su hija subía a ducharse y cambiarse de ropa, la señora Loud acudió a reunirse con el resto de la familia en el comedor. Sus diez muchachos ya habían ocupado sus lugares y esperaban ansiosos a que el señor Loud les sirviese la primera entrada.
–Hay, Lynn, esas albondigas son demasiado grandes.
–¿Y que tiene? –repuso su marido encogiéndose de hombros–. Ya sabes que a los niños les gustan sus albondigas grandes.
***
Previo a que iniciaran las clases del día siguiente, Linka reunió a sus amigos de la pandilla y los puso al tanto de todo.
–Fue la experiencia más traumática de mi vida –contó a Stella, Clyde, Zach, Rusty y Liam que la escuchaban expectantes–. Tenía la piel toda llena de granos y verrugas. Parecía que se estaba derritiendo. Y un dedo extra en cada uno de sus pies; y apestaba tanto que la caja de arena de Cliff huele a perfume de rosas en comparación.
–Que horrible –comentó su amiga filipina–. Debiste haberla pasado mal.
–Si –asintió la niña peliblanca–, así fue el fin de semana pasado que visitamos a la tía Ruth... Pero volviendo al tema...
Mediante unos gestos silenciosos, Linka invitó a sus amigos a que la rodearan para hablarles en secreto.
–Ayer, por la tarde, descubrí algo casi igual de espantoso.
–¿Que cosa? –susurró Rusty.
–La maestra Jonson es una bruja.
A lo que sus amigos rodaron los ojos y rompieron el circulo. Stella se sobó los senos paranasales con la otra mano en la cintura y Liam alzó los brazos al cielo rogando paciencia.
–Ya empezó.
–Cuatro minutos, cincuenta y seis segundos antes de iniciar las clases – Zach señaló su reloj de pulsera. Luego extendió una mano hacia Rusty–. Págame.
–¡Rayos! –refunfuñó el otro pelirrojo, que no tuvo más remedio que entregarle un billete de diez a su amigo de baja estatura–. Linka, ¿no podrías haberte esperado a que sonara la campana?
–Es en serio –volvió a insistir su amiga. En seguida revolvió su mochila y sacó "Las brujas" de Roal Dalph–. La maestra Johnson es una bruja como las de este libro que leí anoche para tener algo más de información. Casi todo es igual a lo que dice aquí. Por eso usa esos guantes tan largos, para ocultar sus garras, y también lleva puesta una peluca y... ¡Y una mascara! La maestra usa mascara para ocultar su horrenda cara de bruja.
–¿Cómo en esa película que asustó mucho a Clyde? –preguntó Stella con expresión apática–. ¿La misma a la que le van a hacer un remake con Anne Hathaway y que se ve va a ser malísimo?
–¡No!... Bueno, si, pero esto es real. Me creerían si hubieran visto su verdadera cara. Era como si un aguacate podrido hubiera tenido sexo con otro aguacate más viejo. Y no lento, fue sexo de odio. Algo andaba mal en la relación y esa fue la única catarsis que encontraron sin violencia.
–Aja.
–¡Es cierto! ¡Estaba de terror!
Sus amigos volvieron a rodar los ojos, salvo Clyde que le dedicó una mirada triste que denotaba algo de decepción.
–Dices eso porque te obligó a quedarte ayer después de clases –la acusó Rusty.
–¡La maestra Johnson es un monstruo! –siguió insistiendo Linka–. ¡Por dentro y por fuera! ¡Debemos desenmascararla y acabar con ella antes que nos acabe a nosotros!
–Mal, muy mal, Linka –negó Zach decepcionado–. Deberías avergonzarte por andar difamando a las personas de ese modo sólo porque no te agradan.
–¡Mira quien lo dice! ¡Tú aseguras que hay alienígenas haciéndose pasar por agentes del gobierno! ¡¿Por qué entonces no puede haber una bruja que finge ser una maestra de escuela?!
–Porque no es lo mismo. La vida en otros mundos es una certeza matemática y hay pruebas fidedignas de su existencia: Fotografías, testimonios de avistamientos de ovnis, los círculos en los maizales, el agua hallada en Marte, en fin. En cambio las brujas sólo existen en los cuentos de fantasía y en esa loca imaginación tuya.
–¿Quieren pruebas? –replicó Linka enfadada–. Yo misma les voy a conseguir pruebas y cuando las tenga se las voy a restregar en toda la cara a ustedes y a mis tontos hermanos.
Dicho esto volvió a guardar el libro en su mochila y luego sacó la polaroid, que tiempo atrás encontró en el ático de la casa Loud y usó para tomar una instantánea de ella con sus diez hermanos que mandó a ampliar y enmarcar para regalársela a sus padres en su ultimo aniversario.
–¿Qué es eso? –preguntó Clyde curioso.
–La vieja cámara de mi papá –respondió Linka–. Hoy, después de clases, cuando la maestra Johnson crea que todos ya se hayan ido, regresaré escabulléndome y le tomaré una foto en cuanto se haya quitado la mascara.
–¿Y por qué no sólo se la sacas con tu teléfono? –le preguntó Rusty.
–En primera, porque se me olvidó ayer en el aula. Si no fuera por eso no habría descubierto lo que vi ayer. En segunda, con esta cámara tendré la foto en físico al instante y verán que no está trucada digitalmente.
–Pues yo le veo un par de fallas a tu plan.
Sin pedir permiso a su amiga, Stella tomó la cámara y procedió a examinar su mecanismo.
–Este es un modelo muy viejo. Aparte de que es un milagro que todavía tenga película, suponiendo que la tiene, tampoco tiene opción de silenciar el disparador ni para quitarle el flash.
–¿Y eso qué? –replicó Linka volviendo a recuperar el aparato.
–Que no importa lo bien que te escondas. Apenas oprimas el botón, la cámara hará ruido y disparará un destello de luz, suficiente para que la maestra Johnson se de cuenta que la estás espiando.
–¡Rayos!
Linka volvió a guardar la cámara en su mochila mientras maldecía por lo bajo. Mas no tardó mucho en concebir un plan mejor y sin fallas, tales como las que acababa de señalarle Stella.
–Ya está. En ese caso, el lunes traeré la cámara de vídeo de Lane y la filmaré cuando se quite la mascara. Con eso bastará.
–Si, bueno, haz lo que quieras –la mosqueó Liam–. Pero no nos involucres a nosotros.
–¡Ya verán! Cuando tenga la prueba me darán la razón y me rogarán que les ayude a deshacerse de esa bruja antes que se los lleve de sus casas para comérselos, como casi me pasa a mi.
–Buenos días, Linka.
Una descarga eléctrica le recorrió el cuerpo entero a la pobre niña, cuando sintió una mano envuelta en lana posándose sobre su hombro. Poco le faltó además para gritar hasta quedarse afónica. En comparativa, los sustos que ocasionalmente recibía de su hermanito Lars parecían un saludo amistoso.
Al volverse y levantar la mirada, se topó con el afilado rostro de su maestra, que para sus amigos seguía siendo el de siempre. Su voz, al saludarla, también sonó igual que antes.
–Buenos días, Srta. Johnson –le devolvió el saludo Liam.
Pero Linka sabía que sólo se trataba de un disfraz, que su cara y su cabello eran tan falsas como la honestidad del viejo Flip.
Con mucha sutileza se apartó de su lado, sólo lo suficiente para zafarse de su agarre. Por un momento creyó que le iba a hincar en la carne esas filosas y ennegrecidas uñas que ocultaba bajo sus guantes lanudos, junto a sus dedos largos y torcidos como las ramas de un árbol muerto. Incluso si sólo la hubiese halado de la blusa, Linka se hubiera meado en las bragas ahí mismo. Pero nada de eso pasó.
–Bu-buenos días... Señorita Johnson –saludó a la maestra, sonriendo nerviosa.
–¿Qué te pareció el libro? –preguntó la otra brindándole una sonrisa gentil, menos forzada y más natural.
–¿Cu-cuál libro? –balbuceó la peliblanca.
–El que te presté ayer. El de "Las brujas". ¿O ya lo olvidaste?
–¡Ah! ¡Si! ¡Si! ¡El libro!...
≪¡Calma, tonta, mantén la compostura! –se recriminó a si misma–. Que no sepa que si la estuviste espiando ayer≫.
A prisa volvió a sacar "Las brujas" de Roal Dalph de su mochila, y la cerró antes de que la Srta. Johnson avistara la polaroid allí adentro.
≪Eso es, actúa normal –se dijo mientras le regresaba el libro a la maestra–, como si nada... Sonríe y asiente... ¡No! ¡No tanto, idiota!... Eso es, relaja tu expresión...≫.
–¿Te ha gustado? –preguntó la Srta. Johnson, manteniendo su sonrisa amistosa.
–Algo infantil para mi gusto –contestó Linka–, pero me ha gustado.
–¿Qué es lo que más te ha gustado?
–Lo de las brujas, obvio –respondió al instante, y se fijó en su cara para ver si reaccionaba con aquella palabra; pero ni siquiera pestañeó–. Sobre todo el personaje de la gran bruja, era formidable.
Sus grandes ojos marrones permanecieron fijos en los suyos. Decidió entonces ponerla a prueba.
–¿No sería estupendo que hubiera brujas de verdad, Srta. Johnson?
≪¡Rayos, no! ¡Pronto, simula, simula!≫.
–Que hubiera brujas, hombres lobo, vampiros, zombis –concretó, a lo que sus amigos suspiraron con mayor cansancio–. ¿No les gustaría que hubiera monstruos reales?
Igual, la maestra Johnson siguió impasible.
–No estoy segura –dijo en voz baja–. A muchos les gusta asustarse en el cine o con cuentos, no en la realidad.
De ahí se retiró con el libro bajo una de sus manos enguantadas y la otra mano puesta tras su espalda, a la par que la chicharra anunciaba el inicio de la primera hora de clases.
≪¡FIU! Eso estuvo cerca≫.
***
La jornada transcurrió normal para todos, menos para Linka Loud que se mantuvo ojo alerta en todo momento.
A partir del día anterior, el ir a la escuela se había vuelto una misión peligrosa cuyo objetivo consistía en pasar desapercibida, desenmascarar a la bruja y no morir en el intento. Cosa que no iba a resultar nada fácil. La sola idea de saber con quien estaban tratando en realidad le tenía los nervios de punta.
Su cuerpo temblaba sin cesar, por lo que tuvo que aferrarse a su pupitre, y sus dientes castañeteaban, por lo que se vio forzada a morderse los labios. Sus rodillas chocaban entre si. En dado momento, impulsado por los constantes temblores, su lápiz rebotó, rodó por la superficie del pupitre y cayó al suelo con un ruido sordo.
En cuanto vio a la maestra aproximarse, la niña peliblanca soltó un aterrado grito, tan potente y agudo que alertó a toda la clase.
–¡NO, POR FAVOR, NO ME MATE, NO FUE MI INTENCIÓN! ¡LO SIENTO! ¡LO SIENTO!...
–Linka, relájate.
Con mucha calma, la Srta. Johnson se acuclilló para recoger el lápiz y lo volvió a depositar sobre el pupitre junto a su estuche.
–No pasa nada, sólo es un lápiz.
Y volvió al frente de la pizarra, al tiempo que se seguía rascando la cabeza y el resto de la clase estallaba en carcajadas.
–Muy bien, niños, silencio, por favor.
Los únicos que no se mofaron de Linka fueron sus amigos de la pandilla, quienes lanzaron miradas de reproche en su contra; salvo por el cobardica de Clyde que se mantuvo al margen de la situación.
–Eres una tonta –oyó que la acusaba Rusty entre susurros–. ¿Sabías eso?
Sin embargo, Linka sabía que todo esto era una farsa y tarde o temprano se encargaría de revelarles la verdad.
≪¡Mantén la compostura, maldición! No querrás que te castigué y quedarte sola otra tarde con ella, ¿o sí?... ¡Dios, no! Después de lo que vi ayer no podría soportarlo≫.
***
Hasta la hora en que la chicharra anunció la hora de salida, Linka se pudo tranquilizar.
≪Lo hiciste, saliste ilesa, por ahora. Vete a casa cuanto antes, pídele su filmadora a Lane y asegúrate de tener todo listo para el lunes que viene, que esto aun no ha terminado≫.
Mientras terminaba de cerrar su morral y se lo echaba al hombro, oyó que Jordan le preguntaba a la maestra:
–Srta. Johnson, ¿dónde está Frank?
–Oh, Frank... –se apuró a aclarar, ni bien Jordan señaló la pecera vacía con sólo una rama y la bolsa de los huevos colgando de esta–. Bueno... A ella decidí liberarla en el bosque, en vista de que sus crías nacerán pronto y ya no habrá más espacio en su pecera.
–Que lastima –se lamentó Jordan–. Frank era mi favorita.
–Si, la mía también –rió un poco la maestra; lo que hizo que Linka se lo tomara personal.
≪Si, claro, hazte la inocente, pero ya veremos quien ríe al ultimo cuando te exponga, ¡PERRA DEL MAL!≫.
–Hasta el lunes.
–Hasta el lunes, chicos.
Los incautos alumnos se despidieron de la maestra conforme iban saliendo. Hasta mientras, Linka se escabulló sigilosamente a la puerta del aula. A esas alturas ya estaba cansada de vivir angustiada y mirando por encima de su hombro a cada rato, y eso que sólo había pasado un día de su horrido hallazgo.
Esperaba largarse cuanto antes y no regresar hasta la semana siguiente con la filmadora para poner su plan en marcha. Sólo entonces podría seguir con su vida.
Mas, apenas estaba por dar un paso fuera del aula, cuando la maestra la llamó desde su escritorio.
–Linka, espera.
El sólo oír esa voz, firme pero apacible, y –ya sabido– completamente falsa, la hizo experimentar una oleada de pavor, tan profunda e inesperada como si sufriera un ataque epiléptico.
En primera intentó hacerse la que no oyó y mezclarse entre los demás niños que ya iban de salida; no obstante, la maestra Johnson fue más rápida en alcanzarla y retenerla al ponerle una de sus manos enguantadas en el hombro.
No la apretó, no le clavó las uñas, ni siquiera la sostuvo con firmeza, pero la sensación hizo que a Linka se le tensaran los músculos y sus pies se quedaran estáticos. De nuevo recordó que bajo esos guantes habían unos dedos largos y torcidos, con gruesas garras cortantes en la punta.
–¿S... Si?, señorita Johnson –contestó tras tragar una poca de saliva.
–¿Está todo bien? –preguntó esta otra, con la voz tranquila y serena de una maestra que cuida de sus alumnos.
–S... Si –asintió la peliblanca con un nudo en la garganta.
–¿Segura? –insistió la maestra en preguntar–. Te he notado algo nerviosa.
–Estoy bien –reafirmó Linka. Con cuidado intentó apartar la mano enguantada de su hombro, pero la Srta. Johnson afirmó un poco su agarre.
–Eso espero. Me preocupa que este tema de los monstruos se haya vuelto una obsesión para ti.
–¿Los monstruos son reales? –soltó Linka.
≪¡No, estúpida! ¡¿Por qué dijiste eso?! ¡Ahora lo sabrá!... Un momento... ¡Eso es! Que crea que sigues siendo la de siempre... Ja ja, que inteligentes somos≫.
Muy poco sutil, debía reconocerlo, pero pareció que la maestra seguía sin darse cuenta.
–Tal vez todos tenemos un monstruo dentro, Linka –opinó la Srta. Johnson.
≪¡Espera! ¡¿Por qué dijo eso?!... ¡¿Será que sospecha de ti?!...≫.
Creyó ver una chispa de reconocimiento en sus ojos, un breve momento de vacilación en su mirada. Pero bien podría haber sido fruto de su imaginación.
≪Nha, lo dijo para si... Eso espero... ¡Hay, rayos, sólo arráncale la máscara antes de que todos se vayan!... ¡No, mejor no! Puede ser muy arriesgado. Esa cosa ha de estar bien pegada. Por algo ha podido pasar desapercibida hasta ahora, si parece una cara real... Mejor termina de irte y apégate al plan original≫.
–Como sea –sentenció la maestra soltando finalmente su hombro–, espero que hayas dejado esas historias en casa, a no ser que quieras quedarte otra tarde entera limpiando las jaulas de nuestras mascotas.
≪¡Ni loca!≫.
–Seguro –asintió Linka, que ya iba en retroceso hacia la puerta–, le prometo que ya no habrán más historias de monstruos a partir de ahora.
–Así me gusta –la maestra sonrió un poco–. Ya es viernes y odiaría tener que echarte a perder el fin de semana.
–Claro –secundó la niña entre risas nerviosas, a punto ya de salir del aula.
–Sólo entrégame tu informe y podrás irte.
Ante lo cual Linka se quedó petrificada. Poco más y esta vez si se orinaba encima.
–El... ¿El informe? –repitió con un agudo balbuceó.
–Si –la maestra alargó una mano hacia ella–, el informe del libro que te presté ayer. Entrégamelo.
¡Se había olvidado del informe! ¡Y todo por ocuparse en idear un plan para desenmascarar a la bruja! ¡Y eso sólo podía significar una cosa!
–¿El informe?
A toda prisa abrió su morral, metió una mano adentro y simuló que buscaba entre sus libros, como queriendo ganar tiempo, en lo que pensaba un modo de salir de esa.
–Eh... ¡Rayos! Creo que lo olvidé en casa –se le ocurrió mentir en el acto.
Pero la maestra Johnson negó con un gesto de decepción, a través del cual Linka aseguró avistar el asomo de una sonrisa de triunfo.
≪¡Mierda! ¡Si lo sabe! ¡Sabe que yo sé su secreto!≫.
De entre las muchas posibilidades que había para plantearse, de pronto vislumbró la más aterradora de todas: ¿Y si la bruja había estado disimulando todo este tiempo? Lo había hecho tan bien hasta entonces, que todos desconocían su identidad, y nada quitaba que hubiese estado esperando el momento oportuno para castigarla bajo su fachada de maestra, con el claro objetivo de quedarse a solas con ella y apresarla entre sus garras.
–Que lastima, Linka –dijo en lo que regresaba a su escritorio–. Lo siento, pero temo que tendrás que quedarte a terminarlo.
En un ultimo y patético intento por salvarse, la aterrada chica le imploró ayuda a sus amigos.
–¡Liam, no te vayas!
Pero el chico granjero salió sin prestarle la más mínima atención.
–¡Zach, por favor, no me dejes sola con ella...!
El otro pelirrojo, sin embargo, pasó de largo por en frente suyo y se retiró sin dirigirle la palabra.
–¡Stella! –rogó agarrándose a las largas piernas de la filipina–. ¡Por favor, tienes que creerme!
–Tranquila, amiga mía –contestó forzándola a soltarla. Hasta mientras, Clyde se escabulló por detrás de las dos y se fue sin mas–. Yo también pasé por una pesadilla en una escuela publica, pero ya está por terminar. Adiós...
Ante la indiferencia de quienes se suponían eran sus amigos, Linka intentó cuanto menos no quedarse sola con la bruja disfrazada. Aprovechando que la maestra se distrajo ojeando unos papeles, corrió a su escritorio a coger el frasco de tinta y sumergió en este la punta de uno de sus mechones. Después entregó el frasco a Rusty.
–¡Señorita Johnson! –pretendió sollozar apuntando a este ultimo con un dedo acusatorio–. ¡Rusty me manchó el cabello con la tinta!
–¡No es cierto! –replicó el chico.
–Linka, no te hagas –le recriminó la Srta. Johnson–. No creas que no te vi. Rusty, puedes irte tranquilo.
Recibido de vuelta el frasco de tinta, terminó de despachar al tercer pelirrojo, que fulminó a la albina con la mirada.
Después cerró la puerta y se volvió hacia Linka, que en ese momento creyó se iba a quitar la máscara y ahí acabaría todo.
Pero no fue así.
–Anda, siéntate y empieza, que cuanto más pronto termines más pronto te podrás ir.
De modo que a Linka no le quedó de otra que acatar sus ordenes, de momento, y apelar a su suerte. Encontrar el momento de escapar... O... En el mejor de los casos, que sus miedos fueran sólo imaginaciones suyas.
***
Y parecía que todo apuntaba a esto ultimo. Cuanto más tiempo pasó, el terror que la invadía abandonó poco a poco su ser. La maestra Johnson sólo se limitó a devolverle "Las brujas" de Roal Dalph y sentarse tras su escritorio a leer uno de los clásicos de su estante. De vez en cuando se rascaba la cabeza.
Más tarde, que Linka tenía escrita la mitad de su reporte, sacó el frasco de moscas (que estaba lleno hasta el borde), lo destapó y dio de comer a sus ranas y lagartijas.
–Es hora de cenar, mis tímidos amigos –canturreó mientras esparcía los insectos por puñados–. No olviden masticar... Linka, ¿cómo vas con eso?
–Bien, ya casi acabo.
La niña mantuvo la vista fija en su trabajo, pero observando por el rabillo del ojo a su maestra en lo que acababa de arrojar moscas en las peceras. Aguardó a que lamiera las que se habían adherido a las lanas de sus guantes, mas sólo las desprendió una a una y se las echó a las ranas que las recibieron gustosas en sus bocas abiertas. El corazón le seguía latiendo aceleradamente, pero cada vez con menos fuerza. Esperó ver a algunas moscas escapándose y a la maestra atrapándolas al vuelo, pero hasta el ultimo de esos insectos estaba muerto e inerte. Todo resultaba muy normal... y aburrido.
En breve, vislumbró otro escenario que, aparte de anticlimático, resultó ser más plausible: El día anterior se habría equivocado, se lo habría imaginado todo. La maestra Johnson no era una bruja, sino una mujer común y corriente con guantes de lana y algún problema de piojos o caspa.
No sería la primera vez que su mente le jugaba una mala pasada. Jugando con su yo-yo, una vez derribó unos químicos de Levi. En principio pensó no decirle nada y eso la llevó a imaginarse una serie de catástrofes en cadena, cada una más absurda a la anterior, en las que su familia se desmoronaba... Y luego Leon se hacia gigante. Todo eso se lo imaginó en menos de diez minutos. Al final confesó todo.
En otra ocasión, soñó que viajaba a una dimensión alterna en la que tenía hermanas en vez de hermanos; posteriormente quedaba atrapada en otra similar, en la que todavía tenía hermanas, pero con la diferencia de que ella era un chico.
Poco antes de presentarse a su amiga Stella, Linka se dio un golpe en la cabeza en el terreno boscoso situado atrás de su casa, dado que no quería oír los consejos que sus hermanos le querían dar para dar una buena primera impresión. Esa vez soñó que era una coneja que vivía en el bosque y tenía veinticinco hermanos en lugar de diez.
La propia maestra Johnson se lo había dicho, tenía una imaginación muy activa, y en ningún momento se detuvo a reflexionar si lo que había visto era real o no. ¡Caray!, si hasta en una ocasión creyó que el pueblo estaba infestado de zombis y ella y Clyde eran los últimos sobrevivientes en la tierra, tal cual pasó en una saga de películas que vieron la noche anterior; y daba la casualidad que había estado leyendo un libro titulado "Las brujas" poco antes de supuestamente descubrir que la maestra Johnson era una.
Así que siguió redactando su informe, decepcionada y aliviada a la vez. Su familia y amigos tenían razón. Tan obsesionada estaba con el tema que ya hasta veía monstruos donde no había. Tanto lío para nada.
≪Mejor termino con esto –pensó–. Me he portado como una estúpida... Quizá debería hacer caso a los chicos y buscar otros pasatiempos... Veré si Lane aun quiere que lo asista en su negocio de animar fiestas de cumpleaños...≫.
Fue entonces que la maestra Johnson vio al director Huggins arrancar en su auto a través de la ventana y una sonrisa se dibujó en su rostro afilado.
Tan pronto confirmó que el estacionamiento estaba vacío, es decir que ya no había nadie más en la escuela, se levantó de su escritorio y se encaminó a echar seguro a la puerta.
Tras lo cual se volvió hacia Linka... Cuyo corazón si que se le encogió en el pecho esta vez al verla elevar sus manos enguantadas... Con la una retiró la peluca de su cabeza y con la otra se desprendió la máscara para revelarle su verdadero rostro.
–Muy bien, –rió, con una metálica voz chirriante y malintencionada–, dejémonos ya de juegos... ¡Ñaca, ñaca, ñaca...!
Continuará...
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