Linka y la bruja

Observad a la espeluznante niña. Ahora mismo acaba de salir de la trastienda a nuestro encuentro, y trae consigo una cámara antigua, de esas que sacan fotografías instantáneas. Si mal no me equivoco se trata de una Polaroid.

Estoy de acuerdo en lo que dices. En esta época tan digitalizada que vivimos ya nadie usa cámaras como esas, teniendo todos una más moderna y eficaz al alcance de nuestro bolsillo.

Ahora que la levanta y apunta la lente hacia nosotros, te digo, me sorprendería si aquel aparato aun tuviese película. Si te fijas con atención, te darás cuenta que parece ser un modelo ya no continuado.

A ver, quédate quieto un segundo y Sonríe al pajarito...

¡Clic!

¡¿Lo sentiste?! ¿Sentiste eso? Estuvo fuerte, ¿verdad? Por un momento sentí que el flash me dejaba ciego...

Mira, la cámara ya escupió la instantánea, y con que rapidez. Significa entonces que si tenía película. Esperemos que la foto haya salido bien.

–Las evidencias son un elemento crucial al momento de narrar una historia –se dirigió Haiku a los lectores mientras sacudía la instantánea–, pues de estás depende la veracidad de quien las cuenta. Sin evidencias puedes quedar como un mentiroso o un charlatán delante de todos, así estés diciendo la pura verdad, como en el cuento de "Pedro y el lobo". Así le pasó a esta chica llamada Linka Loud, a la que todos conocían como "la mujer del plan", puesto que desde muy joven tuvo que aprender a sobrellevar el día a día en una casa pequeña con diez hermanos revoltosos y un solo baño. Linka era una buena chica, quien podría haber empleado su tiempo en algo productivo como aprender trucos de magia, resolver misterios o dirigir un noticiero escolar en colaboración con su grupo de amigos... Pero no esta Linka que tenía un gran defecto, y era que estaba obsesionada con los monstruos; tanto que llegaba a ser rechazada por todos sus familiares y conocidos. Su gótico hermano Lars terminaba aburriéndose de ella y hasta exasperaba a Lane, el más payaso de sus diez hermanos, siempre que bromeaba acusando a cada quién de ser un monstruo viviendo entre los hombres. Vampiros, zombis, mutantes, hombres topo, terrores Lovecraftnianos, todo lo relacionado fascinaba mucho a Linka, a quien además le encantaba asustar a los más pequeños con historias sobre monstruos, hasta que le suplicaban que ya no lo hiciera; y siempre los molestaba fingiendo que veía monstruos en todos lados... Quizá fue por eso que nadie le creyó el día que vio uno de verdad, hasta que ya era demasiado tarde para evitar que se metiera a su casa...

De nuevo, Haiku levantó la cámara y, al pulsar el botón, otro potente flash cegó momentáneamente a los lectores.

¡Clic!

***

Linka y la bruja

Ese día, en dado momento que la pequeña avistó una ardilla enterrando sus nueces cerca del arenero donde jugaba, y que ninguno de sus hermanos o alguno de los chicos de la pandilla en su defecto estaba cerca para detenerla, la traviesa peliblanca aprovechó la oportunidad para divertirse como más le gustaba hacerlo.

Como es natural en los niños, en vez de quedarse quieta y limitarse a observar a la ardilla desde donde estaba, la inquieta chiquilla salió a corretearla hasta un árbol. El rato que la encontró, Linka la vio asomándose de puntillas al agujero del tronco en su búsqueda.

–Ven ardillita... Aquí ardillita...

Una pérfida sonrisa se dibujó en el rostro de Linka. Por lejos, Darcy Helmandollar era su víctima preferida. De todos los chiquillos del preescolar era la más inocente y por ende la que con mayor facilidad caía en sus engaños. Lo mejor de todo, era que ese rato estaba sola y vulnerable; lo cual significaba que iba a pasar un buen rato riendo de lo lindo.

–Ardillita... Ven... No te voy a hacer nada...

–¡Darcy! ¡NO!

La pequeña se sobresaltó y apartó del tronco, en el instante que la peliblanca llegó a alertarla pegándole un buen susto, comparable a como hacía Lars las veces que se aparecía a espaldas de uno sin previo aviso.

–¡Ten más cuidado, no metas la mano ahí! –le advirtió señalando al tronco–. ¿Qué no ves que la "rata bestia" podría estar allí adentro?

–¿La "rata bestia"? –repitió la niña tras sobreponerse.

–Así es –asintió Linka. Al instante procedió a contarle una de las muchas leyendas urbanas de la "Primaria Royal Woods" que se sabía–. Todo empezó un mal día en el laboratorio de la escuela. Un experimento salió muy mal y una jaula llena de ratas mutó en una gigantesca y horrible criatura, con ojos verdes brillantes, dientes muy afilados y muchas asquerosas colas rosas para contar. Por eso las cosas empezaron a desaparecer y la gente empezó a oír ruidos en los pasillos y... ¿No has notado el olor de las ventilas? Huele como a...

–¿Frituras? –adivinó Darcy.

–¡Aja! –afirmó Linka. En breve se giró dandole la espalda–. Es la "rata bestia"... Se dice que ese monstruo... Sigue... ¡AQUÍ!...

Y cuando se volvió a mirarla a la cara, la pobre chiquilla pegó un grito de espanto, tan potente y ensordecedor que alertó a todos en la escuela.

–¡AAAAAAAAHH...!

Pasó que Linka se había volteado los párpados para darse a si misma un aspecto grotesco y asustar a Darcy, a la par que formaba garras con sus manos y gritaba chirriando y sacudiendo su propia lengua.

En cuanto volvió a acomodar sus párpados, la peliblanca se topó con las caras de enojo y decepción de su grupo de amigos, integrado por Liam, Zach, Rusty, Stella y Clyde, quienes llegaron a observarlo todo desde el otro lado del patio. Pronto, Levi llegó por el otro lado a consolar a su amiga que había roto en llanto.

–¡BUUAAAAAAHH...!

–¡¿Y ahora que diantrez hizizte?! –inquirió el chiquillo de lentes dirigiéndose a su hermana.

–Sólo fue una broma –se excusó esta otra encogiéndose de hombros. Igual se arrepintió inmediatamente de lo que hizo, puesto que no había sido su intención hacer llorar a la pequeña de ese modo–. Cielos... Darcy... ¡Darcy!... Cálmate, por favor, la "rata bestia" no es real... Osea, si existe, pero es igual de pequeña que cualquier otra rata común y corriente, sólo que tiene dos colas y ojos brillantes, pero te prometo que es inofensiva. Pregúntale a Norm.

–¡Rayos, Linka! –le reprochó su amigo Rusty.

–Esta vez si te excediste –igual hizo Stella.

Sólo para empeorar las cosas, en esas sintió que una mano de agarre firme, enfundada en lana, se clavaba en su hombro.

–¿Qué pasa aquí? –exigió saber la maestra Johnson, cuyo rostro fue lo primero con lo que se topó Linka al levantar la mirada.

Con una mano, Darcy se talló los ojos y se sobó los mocos que escurrían de su nariz. Con la otra señaló a la culpable.

–¡Me asustó!

No sólo ella, su propio hermano y su grupo de amigos la señalaron, pero no podía mal juzgarlos por ello. Como dijo Stella hacía rato, en esta ocasión si que se había extralimitado con su pequeña broma.

La maestra Johnson negó con la cabeza y le dedicó una mirada inquisidora a Linka, pero no se atrevió a gritarle ni nada parecido.

–Castigada después de clases –sentenció en el acto. Soltó a Linka y se retiró del lugar.

Había que darle crédito a la mujer, que sabía imponer autoridad, pero siempre conservando la calma ante cada contratiempo que se le presentaba.

–¡Te lo merezez! –seseó Levi. Con delicadeza tomó la mano de su amiguita y la guió de vuelta al aula que compartía con ella–. Ven, Darzy, vamoz con la Zeñorita Zhrinivaz a pedirle que te de un poco de jugo, pero ya no llorez...

La niña morena terminó de sorberse los mocos y se volvió a sacarle la lengua a Linka. Lo que sea de cada quien, también merecía eso.

***

A las clases siguieron las cuatro horas y media más aburridoras del día para Linka Loud. No era la primera vez que la castigaban por una travesura semejante, pero no por ello dejaba de ser tedioso. Menos con las duras tareas que la maestra Johnson le imponía.

En la pared, el reloj parecía correr tan lento que la manilla del segundero era la que avanzaba por minutos y la del minutero por horas. Por si fuera poco, en esos días Royal Woods pasaba por una intensa ola de calor.

–¿Podemos prender el aire acondicionado? –preguntó Linka.

–Prohibido hablar durante el castigo –dictó la señorita Johnson, sin dejar de lado su lectura.

Desde el otro lado del aula, la niña peliblanca la observó limpiarse un poco de sudor de la frente. No le hizo falta un pañuelo o un clínex, que para eso le servían sus gruesos guantes de lana verdes –a juego con su suéter de cuello de tortuga, verde también– los cuales le llegaban poco más arriba de los codos. En lo que a Linka respetaba, nunca de los nunca la había visto sin ellos. Menos sabía de alguien que lo hubiese hecho. Capaz, que hasta la dejaba de reconocer el día que le llegase a ver las manos al descubierto. Después, con esa misma mano enguantada repitió esa costumbre suya de rascarse la parte de atrás de su cabeza.

–Oiga, ¿no se asa con todo eso puesto encima? A mi me da calor de sólo verla.

–¿Quieres quedarte otras dos horas más?

–No, no, perdón, ya no diré nada.

De modo que Linka no volvió a abrir la boca, sino hasta que dio por finalizada la tarea que le fue encomendada. Sólo tuvo que cambiar la cama de viruta de los hámsters y así pudo avisarle a su maestra que el trabajo estaba hecho.

–Listo –jadeó de lo agotada que estaba–. Terminé.

–Vamos a ver si es cierto.

Por fin, la señorita Johnson dejó de rascarse la cabeza, cerró su libro y se dedicó a inspeccionar su trabajo.

Esa vez, en castigo por asustar a Darcy, la había puesto a limpiar los habitas de las mascotas de la clase. En cada aula de quinto grado suele haber un jerbo, una lagartija, a veces ambos. Mas, lo peculiar allí era que la maestra Johnson tenía su propio zoológico en el aula. Encima de cada centímetro de los mesones que rodeaban las paredes del salón, sin contar en la que colgaba la pizarra, había una jaula y/o pecera con animales dentro, a los que la señorita Johnson mimaba como si fueran sus propios hijos.

Entre estos se podían contar la ya antes mencionada jaula de los hámsters, junto a la cual se situaba una más grande en la que vivían una pareja de conejos; el macho era blanco como la nieve y la hembra poseía un lindo pelaje marrón caramelo. También había un acuario con extensa variedad de peces amazónicos (al que también tuvo que cambiarle el agua), otro con culebras de alcantarillado, otro lleno de lagartijas y uno repleto de tierra con lombrices. El más grande de todos era un santuario en el que cabían hasta cincuenta ranas (¿o eran sólo cuarenta? Linka no sabía si las había contado mal). Lo más pequeño que había eran dos granjas de hormigas, la una de negras y la otra de rojas. Incluso, junto a una jarra y un vaso con agua, había una pecera redonda con media docena de tortugas encima del escritorio de la maestra Johnson (¿O eran cinco nada más?). El favorito de Linka era Frank, la tarántula que, según Levi, en realidad era hembra y dentro de poco sus huevos eclosionarían. La que menos le gustaba era una zarigüeya recién parida que colgaba boca abajo aferrándose con su cola a uno de los barrotes en la parte de arriba de su jaula. Sus crias, en cambio, permanecían aferradas a su cuerpo y le chirriaban hostilmente a todo aquel que se acercara a mirarlas. De la madre no se tenía certeza del todo si estaba viva o no, dado que nunca se movía. No obstante, por si las dudas, Rusty la nombró "Cuca".

En fin, que ese sería el sueño húmedo cumplido de Leif cuando alcanzara ese grado. Era de suponer que a la maestra también le gustaban mucho los animales. Los tenía bien alimentados y se aseguraba que sus jaulas permanecieran limpias y aseadas.

–Fueron todos –se aquejó otra vez Linka del puro cansancio, y se dejó caer al suelo de rodillas, puesto que sus pobres piernas no podían más–. ¿Me puedo ir ya?

–No tan rápido –con una de sus manos enguantadas en lana, la maestra señaló una repisa atestada de libros–. Ya que tienes tanta imaginación, quiero que hagas un reporte para la clase de literatura de mañana. A ver si con eso le bajas a tus historias de monstruos.

–Si, si, prometo que ya no lo haré más –juró la niña, forzando a ponerse en pie, con sus piernas palpitando de dolor–. Nunca en mi vida volveré asustar a los pequeños, se lo juro por mi madre y toda mi familia, que es lo más preciado que tengo en este mundo.

–Me parece bien –sonrió un poco la señorita Johnson–. Ahora, toma un libro y ya vete a casa.

Linka se tambaleó hasta la repisa y paseó la mirada por los libros que le dieron a escoger. Los había de variados grosores, autores y géneros. Ante su indecisión, la maestra tomó un ejemplar con la ilustración de un caballo negro en la portada.

–Te recomiendo este –sugirió ya un poco más relajada–. "Belleza negra" es un clásico que todos deberían leer.

≪Nha, estaría mejor si el caballo tuviera dos cabezas y colmillos gigantes≫, pensó Linka. Además no estaba de humor para ocupar su tarde con tarea extra; pero tampoco era preciso hacer enojar más a la maestra Johnson.

Estaba por tomar uno titulado "Rebelión en la granja" de George Orwell, que era el más delgado de todos, cuando en esas se inclinó mejor por uno cuyo título captó su atención.

–Este.

"Las brujas" de Roal Dalph... –dijo la maestra, ahora con cara de póker–. Muy bien, si eso te hace feliz.

Linka cogió el libro, se echó su mochila al hombro y salió del aula, no sin antes despedirse de su maestra y su mascota preferida.

–Hasta mañana, señorita Johnson. Hasta mañana, Frank.

***

En el camino de regreso, Linka se dedicó a hojear el libro, con la idea en mente de empezar a redactar su reporte tan pronto llegara a la casa Loud. Descubrió que el trabajo no le iba resultar tan difícil. La lectura era fácil de digerir y la premisa se le hacia interesante.

Capítulo uno –leyó en voz alta mientras iba caminando por la banqueta–: Una nota sobre las brujas. En los cuentos de hadas las brujas llevan siempre unos sombreros negros ridículos y capas negras y van montadas en el palo de una escoba. Pero éste no es un cuento de hadas. Este trata de Brujas de verdad. Lo más importante que debes aprender sobre las Brujas de verdad es lo siguiente. Escucha con mucho cuidado. No olvides nunca lo que viene a continuación. Las brujas de verdad visten ropa normal y tienen un aspecto muy parecido al de las mujeres normales. Viven en casas normales y hacen trabajos normales. Por eso son tan difíciles de atrapar. Una Bruja de verdad odia a los niños con un odio candente e hirviente, más hirviente y candente que ningún odio que te puedas imaginar... Uy, está bueno.

Leve pero audible, de repente se escuchó el crujir de un relámpago. Seguido a esto, de lo alto cayó una gota que fue a parar directo en la blanca cabeza de Linka, quien de inmediato levantó la mirada para contemplar los nubarrones cubriendo el cielo azul y al candente sol que hasta hacía unos instantes tenía al pueblo a su merced.

≪Parece que la ola de calor terminó –dijo para si–. Mejor le pido a Loki que venga a recogerme o me voy a mojar≫.

Pero por más que buscó, dio vuelta a sus bolsillos y revisó dentro de su mochila, no encontró nada. De pronto recordó que la Señorita Johnson le había decomisado su teléfono a la hora que inició su castigo.

≪Pero que tonta soy≫, pensó palmeándose la frente. Acto seguido se cubrió la cabeza con su mochila para protegerse de las siguientes gotas de lluvia que empezaban a caer en conjuntos más grandes.

Ante este contratiempo, Linka regresó a paso veloz por donde vino. Contaba con que la maestra Johnson no se hubiese ido a su casa todavía, a sabiendas que esta siempre se quedaba hasta tarde para atender a sus mascotas.

De haber sabido por lo que pasaría, lo que descubriría al regresar, de tener una sola idea del predicamento en el que estaba por irse a meter, ese día hubiera preferido dejar su teléfono en el aula y regresar mojada a su casa nada más.

***

La maestra Johnson destapó un frasco, abarrotado hasta el borde de moscas. Tomó un puñado grande y las esparció en cada una de las peceras. Ya había dado sus croquetas a los conejos, los hámsters y las zarigüeyas, y su alimento especial a los peces de su acuario. Ahora era el turno de las ranas y lagartijas de su vasto zoológico de mascotas.

–Hora de almorzar, mis pequeños amigos... –canturreó al esparcir las moscas por encima del santuario de ranas –. No sean tímidos... ¡Coman! ¡Coman!... Están muy delgados...

Una vez terminó de alimentar a los animales que faltaban, la maestra se sentó tras su escritorio con los pies extendidos hacia adelante y la cabeza echada para atrás y suspiró fatigada, producto de una ardua jornada laboral. Luego volvió a hundir la mano en el frasco, en el momento exacto que Linka llegó a asomarse por la ventana de la puerta del aula.

Mientras daba de comer a sus tortugas, al mismo tiempo se volvió a rascar la cabeza con su mano libre. Nada fuera de lo común tratándose de la Señorita Johnson. Había niños que a sus espaldas corrían el rumor de que tenía piojos o caspa. Levi atribuía esto a alguna rara dermatítis. La rascadera compulsiva se perpetuó.

Del otro lado de la puerta, la muchachita estaba por girar el picaporte y entrar a pedir que le regresara su móvil... Pero se detuvo en seco cuando la vio desprenderse su rojiza cabellera atada en un moño con un lápiz de un solo tirón, dejando al descubierto una calva, lampiña, arrugada y lacerada de tanto rascarse.

–Así está mucho mejor –la maestra exhaló otro suspiro de alivio.

Dejó la peluca encima de su escritorio y dedicó una mirada a las pocas moscas adheridas a las lanas de su guante. Una sonrisa se dibujó en su cara. Luego, mientras la peliblanca miraba sin pestañear y con la boca abierta de incredulidad, la maestra Johnson procedió a desprenderlas con los dientes y tragárselas como si nada.

–Hay, que bien, ya me moría de hambre.

Acto seguido, metió la mano en el frasco y sacó otro puñado de moscas que se metió ávidamente en la boca.

Con sus ojos abiertos y desorbitados, y la boca torcida en una mueca de repudio, Linka levantó las manos y se apretó con ellas la cara mientras miraba. Por entre las rendijas de la puerta alcanzó a escuchar el zumbido de las moscas. Estaban vivas. ¡Las moscas estaban vivas y su maestra las engullía como si fueran golosinas!

–¡Mmm...! ¡Ñam,ñam...! ¡Hay, que sabroso! –se relamió gustosa.

Otro puñado de moscas. Algunas se habían escapado y zumbaban ruidosamente alrededor de su cabeza calva, repleta de costras y llagas, a causa del roce con el forro de la peluca. A la vez que masticaba y tragaba, la maestra Johnson las atrapaba en el aire con una increíble rapidez. Cogía las moscas al vuelo, una tras otra, y se las metía en la boca.

De pronto, Linka reparó en algo que hasta ese entonces le había sido indiferente. Jamás había visto a la maestra Johnson almorzar en el comedor. Pero eso no fue lo peor. La función apenas acababa de empezar y la peliblanca había corrido con la suerte (o infortunio) de llegar a observarlo todo en primera fila.

Tras un tercer puñado de moscas, la maestra Jonhson cerró el frasco y sacó otro de debajo de su escritorio, lamiéndose los labios con una fina y afilada lengua bifurcada en una Y. Lo deposito encima y desenroscó la tapa. Algo aleteaba en su interior. Linka no tardó tiempo en darse cuenta que eran polillas, polillas blancas. Cerró el puño en torno a una de ellas y la engulló de un solo bocado.

A continuación, pataleó y jugueteó un poco con sus pies hasta que consiguió quitarse lo zapatos y las medias. El confort en su expresión delató lo fatal que la había pasado el día entero con esos chismes tan diminutos y puntiagudos apretujándole los pies.

–Al fin. Ya no aguantaba más estos horribles tacones.

Linka se quedó en una pieza. La maestra Johnson no tenía pies. Un par de inmensas patas de pollo era lo que asomaban por debajo de su falda. Eran gruesas y amarillas, dotadas de escamas y curvadas hacia atrás, con poderosas garras en las puntas de sus dedos regordetes.

–Ahora estos molestos guantes.

Fue entonces que Linka se fijó por primera vez en sus manos descubiertas. En vez de uñas tenía garras, negras y largas, curvándose sobre las yemas de sus dedos torcidos. Aquellas garras medirían unos cinco centímetros, por lo menos, y eran afiladas hasta la punta.

La maestra cogió el vaso con agua, pero no para beber un sorbo, sino para escupir dentro la dentadura postiza. En breve, su boca apareció dotada de dos hileras de dientes afilados.

Por ultimo, con sus dos garras desenganchó algo por detrás de sus orejas, se pellizcó las mejillas y luego... ¡Se quitó la cara de golpe!

A Linka le faltó poco para soltar un grito. La cara de su maestra quedó entera en esas manos huesudas como garras. ¡Era una mascara! Su verdadera cara era la cosa más horrible y aterradora que había visto nunca. El sólo mirarla la hizo temblar. Estaba tan arrugada, tan encogida y tan marchita que parecía que la hubieran conservado en vinagre. Era una visión estremecedora y espeluznante. Literal, parecía que se estaba pudriendo por los bordes. En el centro, las mejillas y alrededor de sus labios resecos y una nariz ganchuda, se apreció la piel ulcerada y corroída.

Pasa, que hay veces en las que algo es tan espantoso que te fascina y no puedes apartar la vista de ello. Eso le pasó a Linka en ese instante. Se quedó traspuesta, alelada. Estaba hipnotizada por el absoluto horror de las facciones de su maestra. Pero no era eso sólo. Había una mirada de serpiente en sus ojos, que relampagueaban mientras recorrían el aula.

La maestra Johnson, o lo que fuera en realidad, colocó la máscara con cuidado encima de su escritorio, junto al vaso con sus dientes y la pecera con tortugas, y se puso en pie.

Bien –dijo frotando sus manos como garras. Su voz también cambió. Tenía un tono duro y metálico, más fuerte y mucho más áspero. Raspaba, chirriaba, chillaba, gruñía, refunfuñaba–, ya es horra de que yo almuerrce, ¿no les parrece?

Sus relucientes ojos de serpiente, hundidos en aquella espantosa cara corroída, fulminaron a las mascotas que se agazaparon temerosas en sus jaulas. Era evidente que les iba a hacer algo y ellos lo sabían. Así mismo, Linka presintió que algo espantoso estaba por ocurrir.

Empezó por introducir una mano en la pecera de su escritorio y coger una de las tortugas de caparazón verde. La sostuvo a la luz de los focos fluorescentes, mientras las patas del animal continuaban moviéndose. Luego la abrió en dos y el caparazón emitió un débil crujido. De ahí, la maestra Johnson succionó su carne y entrañas, lamió su sangre y acabó por sumergir las medias conchas vacías en el agua estancada de la pecera para luego mordisquearlas.

Al ver eso, Linka se desmayó, pues todo aquello era demasiado para un niño. Pero no estuvo inconsciente más de dos segundos. Cuando volvió en sí, estaba tumbada en el suelo y, gracias a Dios, la puerta de su salón seguía cerrada.

Temblando, con trabajó se volvió a incorporar y se asomó a seguir mirando por la ventanilla. La maestra Johnson había echado a andar hacia el acuario, en donde los peces nadaron presurosos a esconderse bajó un tronco hueco que servía de ornamento.

No, hoy no, que no es vierrnes santo –rió con malicia.

Después cogió rumbo a la pecera con culebras, agarró a una levantándola del cuello, le arrancó la cabeza de un mordisco y succionó la sangre hasta que esta dejó de chorrear y el cuerpo de retorcerse.

Con una mano apretada contra la boca y la otra contra el estomago, Linka contuvo una subita arcada. Se inclinó adelante todo lo que pudo para seguir mirando. Su maestra mascó el resto de la culebra a pedazos mientras cogía rumbo a la jaula de los hámsters.

Al llegar allí, introdujo una mano adentro y agarró a uno que empezó a chillar y estremecerse desesperado. En su jaula, el conejo blanco y la coneja caramelo se abrazaron asustados y apartaron la mirada, en el instante preciso que se lo introdujo en la boca, masticó repetidas veces con sonoros chasquidos, tragó un par de veces hasta engullirlo todo y lamió la sangre que se escurrió por entre las comisuras de sus labios rugosos.

De ahí se dirigió al santuario de Ranas; las mismas que Linka y Leif habían salvado de ser disecadas en la clase de biología, a costo de meterse en problemas con el director Huggins. ¡¿Y todo para qué?!

La maestra sustrajo a la más gorda y apachurrable que pudo encontrar y la sostuvo a la altura de sus ojos. Momento en el que Linka detectó que estos despedían un candente fulgor violáceo.

Vaya, vaya –dijo entre maquiavélicas risillas–. Parrece que has subido de peso...

El indefenso batracio croó aterrado y se sacudió, en un inútil esfuerzo por librarse de su inmisericorde garra... Hasta que le enterró sus negras uñas en la carne, con lo que se quedó inerte con sus ancas pendiendo por entre sus dedos torcidos. Con otra de sus ennegrecidas uñas, la maestra rajó el vientre de la rana muerta y extrajo sus entrañas a tiras.

Linka contuvo otro grito de pánico y dio un salto para atrás. Imaginó el mórbido efecto del sonido chorreante y húmedo de la horrenda mujer al sorber los órganos de la rana. Con esto ya había visto suficiente, más que suficiente de su maestra devorando de manera terriblemente gráfica y, en un todo, siendo bastante depravada con esos inocentes animalitos.

Estaba por volverse y echar a correr, cuando su maestra se volvió de pronto. La niña ahogó una exclamación y se paralizó. La sangre le latía con tanta fuerza en las sienes, que apenas si podía ver con claridad. Parecía que la había visto... Pero no, falsa alarma.

Esto está delicioso –chirrió la maestra Johnson, con esa voz que hacía doler los oídos–. Perro le falta algo... Ah, ya sé...

Caminó hasta la pecera con la única tarántula, a la que agarró por sus costados.

Una de mis favorritas... ¡Ñaca, ñaca, ñaca...!

Los cuatro pares de ojos del arácnido desbordaron lagrimas y su diminuta boca emitió una agudo chillido aterrado. Al acercarla a su boca, la maestra Johnson le mandó dos besos volados: ¡Muack! ¡Muack!, le sonrió con cinismo, mostrándole sus dos hileras de puros colmillos y, para hacerla corta, comenzó a devorarla, lentamente, desde la cabeza hasta las patitas.

–¡FRANK! ¡NO!

≪¡No! ¡¿Pero que hiciste?! –Linka cayó de espaldas contra la pared contraria a la puerta del aula, con ambas manos contra la boca, quedando petrificada y horrorizada por su propia estupidez–. ¡BOBA!≫

¡¿Quién anda ahí?! –oyó que reaccionaba la maestra que dejó de chuparse los dedos.

... Miau... –fue lo unico que se le ocurrió contestar a la peliblanca, sin saber porque.

Igual que su imitación no engañó a nadie. Ni ella misma se la tragó. Tras esto escuchó aproximarse unos pasos. Seguidamente avistó una sombra sobresalir por abajo de la puerta.

¡¿Erres tú, Linka?!

Con el corazón en un puño y las piernas tan pesadas como si fuesen de piedra, la susodicha giró sobre sus talones. Por poco resbala y cae, pero pudo estabilizarse a tiempo y salir disparada... Momentos antes que la puerta se abriera de golpe.

¡Si, erres tú! –rió la maestra Johnson mirando a lado y lado–. Reconocerría tu olorr en cualquierr parrte... ¡Ñaca, ñaca, ñaca...! ¡Una brruja! ¡Eso es lo que soy! ¡Y ahorra que descubrriste mi secrreto, no puedo dejarrte escaparr!

Linka dobló en la esquina próxima y echó a correr por el largo del pasillo siguiente, sin atreverse a mirar atrás. No le importaba que la hubiese visto.¡Tenía que salir de allí! ¡Salir a la luz y al aire libre!

¡Eso, corre! ¡Cazarr a mis prresas me abrre más el apetito! ¡Ñaca, ñaca, ñaca...!

En sus oídos retumbaban las pisadas rápidas de la bruja. Su resonante risa metálica rebotaba contra las paredes del oscuro pasillo.

¡Se me hace agua a la boca!... ¡Ñaca, ñaca, ñaca...!

La pobre niña aceleró su carrera, sintiendo que se le hacía un vuelco en el estomago. Su más grande sueño, o pesadilla, acababa de hacerse realidad. Descubrió que había un genuino monstruo habitando entre los humanos y ahora iba tras ella.

Torció en otra esquina y tropezó con un bote de basura, el cual se volcó en el suelo y se desplomó de bruces sobre él: ¡Clanc! Trató de incorporarse, apoyándose en las manos, pero el cuerpo le pesaba una enormidad.

¡Ñaca, ñaca, ñaca...! ¡Esperra a que te atrrape!... –oyó chirriar a la bruja desde el pasillo contiguo–. ¡Voy a comerrte, Linka!...

Finalmente consiguió levantarse y reemprender su huida. La malvada bruja estaba a sólo unos metros de llegar.

En el final de ese pasillo, a Linka se le cayó el alma a los pies. Sin darse cuenta, con las prisas había tomado el rumbo equivocado. Las puertas dobles de la entrada estaban hasta el otro lado del edificio. A su izquierda tenía una pared de ladrillos blancos y a su derecha una hilera de casilleros asegurados con candado. Frente a si se alzaba una sola ventana, para su desgracia, sellada por los bordes. No había modo de abrirla.

≪¡Socorro! –gritó para sus adentros–. ¡Que alguien me ayude!≫.

Continuará...

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