La princesa del mar negro Pt 4 (Final)
Hora en que la señora Rosa los llamó a tomar una merienda, Ronnie Anne y los chicos regresaban de haber estado practicando en la rampa del parque.
Entre ellos Nikki, que retrasó su paso para hablar con la hispana que también se estaba quedando atrás.
–¿Qué tienes? –le preguntó–. Estos días apenas si has querido patinar con nosotros.
–Es que... –Ronnie Anne suspiró con desanimo–. Ouh, me siento muy mal por mi amigo Lincoln. El pobre sigue deprimido por culpa de la tonta esa que se fue a Tennessee.
Una pérfida sonrisa se perfiló en el rostro de Nikki, viendo esta un chance de divertirse a costa de su amiga como había hecho muchas otras veces.
–¿No será que estás celosa? –sugirió entre picaras risillas–. ¿Eh? Anda, ya déjate de tonterías y admite de una vez que si sientes algo por ese amigo tuyo. Vivirás más.
Ni corta ni perezosa, Sid también se regresó dejando que Casey, Laird y Sammer siguieran con su conversa para sumarse a la de las chicas, bien sabiendo lo jugosa que esta se iba a tornar.
–Ronnie Anne y Lincoln, sentados bajo el sol –canturreó–. Dándose un B, E... ¿Y cómo iba lo demás?
Al igual que Nikki esperaba que su amiga la hispana se sonrojara y balbuceara negando sus insinuaciones. Sin embargo, esta vez Ronnie Anne se ofendió tanto con sus burlas que ni siquiera recurrió al típico argumento de "Sólo somos amigos".
–Cállate –gruñó, y en su lugar les dedicó una mirada de lo más sombría a ambas–. Y si. ¡Y si, estoy celosa como la mierda!
Por ultimo, los chicos se detuvieron ante el bordillo de la banqueta y se regresaron a verla, casi tan boquiabiertos como las chicas.
–Pero lo que yo sienta es lo de menos –añadió Ronnie Anne cruzándose de brazos y agachando la cabeza–. En realidad, a mi no me molestaría si Lincoln estuviera con otra chica... En ese plan... Incluso si así ya no me llamara ni viniera a visitarme tan seguido... Preferiría a que fuera feliz con ella a que se aburra conmigo.
–Vaya... –exclamó Nikki, que no sabía como empezar a disculparse–. Eh... Eso es muy maduro de tu parte... Y digno de admiración.
–¿Dices que no te importa que tu... Que tu amigo...? –indagó Sid, midiendo sus palabras para que Ronnie Anne supiese que se había dejado de burlas–. ¿No te importaría que Lincoln pase tiempo con alguien más, si eso lo hace feliz, para ti es más que suficiente?
–Por supuesto –aseveró la hispana–. Lo importante es que él sea feliz. Lincoln es mi mejor amigo antes que nada y su alegría es como si fuera la mía... Y es eso lo que me molesta, el pobre sigue sufriendo por esa tonta que ni lo ha vuelto a llamar.
–Es porque él también es un tonto –opinó Nikki–, y no sabe lo afortunado que es de tenerte... Y no sólo como amiga, ¿sabes?
Habiéndose quitado tal peso de encima, estaba Ronnie Anne por pedir a sus amigas que la aconsejaran al respecto, cuando Lynn Jr. llegó corriendo desde el otro lado de la banqueta.
–¡Ronnie Anne!... –la llamó, deteniéndose de abrupto frente a ella y sus amigos de la gran ciudad.
–Hey, Lynn.
Esta apoyó las manos en sus rodillas y tomó aire para recobrar el aliento.
–Oye... –jadeó–. Esto te va sonar muy raro, pero... ¿Has visto a Lincoln pasar por aquí?
–No –negó Ronnie Anne, quien de todos modos sonrió un tanto emocionada con la noticia–. ¿Lincoln está aquí?
–¡Si!... –asintió Lynn. Por el contrario, esta jadeaba y balbuceaba agitadamente, denotándose una gran desesperación en su habla–. Lo trajimos a... A que lo vea la Dra. Lopez, porque... No está bien de la cabeza... ¡Que bah, se le zafó un tornillo!... ¡Él...! Al muy loco le dio por decir que ha visto a una sirena en... Y dice que va a... Bueno, el caso es que se nos escapó en un descuido y... Si lo ves detenlo, así tengas que noquearlo y amarrarlo.
Ronnie Anne estaba por cuestionarle a Lynn qué rayos acababa de soltar, y que la puerta del Mercado Casagrande se abrió de golpe al otro lado de la calle, y que Lincoln salió disparado de allí impulsándose en un carrito abarrotado con las compras de alguien más, dejando tras de si a un muy desconcertado Bobby y a una enfurecida Maybelle que lo amenazaba agitando el puño.
–¡Ladrón!
–¡BUA JA JA JA JA JA JA...! –reía como todo un desquiciado, y tenía la pinta de uno. Su pelo estaba revuelto y no llevaba puesto más que sus pantalones que se le estaban cayendo y un solo zapato (el otro se lo había dejado en la puerta del mercado)–. ¡Espérame, Charlie, ya voy...!
–¡Ahí está! –gritó Lynn saliendo en su persecución–. ¡Deténgalo, que tiene pensado arrojarse al mar!
Más perpleja que confundida, Ronnie Anne siguió con la mirada a su amigo y lo vio coger rumbo a una cuesta empinada, la cual precisamente conducía a los muelles. Por lo que, rápida como el relámpago, se montó en su patineta y salió a perseguirle también. En breve alcanzó a Lynn, que estaba por tomar impulso para abalanzarse sobre Lincoln.
Este, sin embargo, actuó con más audacia y malicia al coger una lata de judías del carrito y arrojársela a la cabeza a su hermana, que tras recibir el golpe se desplomó despatarrada en el asfalto.
¡Clanc!
–¡Detenlo! –gritó la castaña a la otra chica, quien de momento se regresó a verificar si estaba bien–. ¡No dejes que se vaya!
–¡No me molesten! –gritó Lincoln; y al advertir que Ronnie Anne volvía a impulsarse en su patineta, a ella le lanzó una piña–. ¡Ya, dejen de perseguirme, por favor!
No obstante, la niña hispana pudo evadir el proyectil con una ágil maniobra de Skate, para en seguida reemprender la persecución; aunque en el camino si le tocó evadir otros obstáculos como una banca que tuvo que saltar por arriba y a unos cargadores que transportaban una lamina de vidrio por la que tuvo que deslizarse por debajo.
–¡BUA JA JA JA JA...! –se carcajeó el peliblanco–. ¡Tengo que escapar!
Pero en el momento preciso que llegó al borde de la cuesta y se encaramó al carrito, Ronnie Anne lo alcanzó derribándolo con una tacleada, con que ambos rodaron aparatosamente por la carretera y fueron a caer en otra banqueta, mientras que el carrito se deslizó cuesta abajo y acabó chocando contra un poste de luz.
–¡Fíjense lo que hacen, niños tontos! –les gritó el conductor de un auto que poco más y les pasa por encima.
Reclamo al que Lincoln no hizo el más mínimo caso por estar enfocado en alcanzar su meta.
–¡El mar! ¡Tengo que llegar al mar!
Lo que fuera pretendía hacer, su amiga se lo impidió reteniéndolo contra el piso, visto su actuar tan errático y desenfrenado. Las preguntas las dejaría para después que lo devolviera sano y salvo a su familia.
–¡Déjame ir! –gritó–. ¡Debo llegar al mar! ¡Mi novia la sirena me está esperando!
–¡Lincoln, reacciona, por favor!
¡Plaf! ¡Plaf!
Increíble, pero pareciera que bastó con que Ronnie Anne le asestara un par de cachetadas consecutivas para sacarlo de su ensimismamiento. No más recibirlas, Lincoln dejó de luchar y sacudirse debajo de ella. Sus pupilas dilatadas se contrajeron y su respiración acelerada se regularizó.
–Ronnie... –la llamó entonces por su nombre, recién habiendo advertido que estaba allí con él–. ¿Qué pasó?
Tras una breve vacilación, su amiga se le quitó de encima y lo ayudó a ponerse en pie, pero aferrándose con fuerza a su brazo, sólo en caso que pretendiera salir corriendo otra vez.
–Eso me gustaría saber a mi –dijo ella–. Estabas como ido y decías un montón de disparates. No te entiendo.
–...La verdad es que ni yo tampoco me entiendo... –confesó él–. Me siento muy raro... ¿Y quién se robó mi camiseta, y por qué estoy todo raspado?
–Ven.
A lo que Ronnie Anne lo guió a abrirse paso entre los transeúntes chismosos que empezaban a aglomerarse a su alrededor.
–¡Lynn! –exclamó preocupado al pasar junto a su hermana que estaba siendo auxiliada por Casey y Nikki–. ¿Qué te pasó?
Ella le devolvió una mirada de reproche mientras se sobaba su frente amoratada, lo que lo hizo sentirse mal consigo mismo.
–Uy... Lo siento –se disculpó, no por eso menos extrañado–. ¿Fui yo?
–Si –asintió Ronnie Anne–. Pero no te preocupes, no es tu culpa.
–¿No?
–... No –secundó Lynn a pesar de todo.
***
–Ya vienen para acá –avisó Bobby, rato después que telefoneó a su novia para avisarle que habían encontrado a sus hermanos.
Entretanto, la hermana suya se disponía a curarle las raspaduras en sus codos y rodillas al peliblanco. Carlota, a su vez, terminaba de ponerle una venda en la cabeza a Lynn, a quien luego dio a tomar unos analgésicos que el abuelo Hector había mandado a comprar a CJ en la farmacia.
–¿Segura no quieres ir a ver a un medico? –le preguntó.
–No, estoy bien –dijo Lynn–. Esto no es nada.
–Lo siento –se disculpó su hermano otra vez–. No sé que está pasándome.
–Lo que sea, no importa –su hermana lo tomó de las manos con delicadeza–. Vas a estar bien; pero tienes que aceptar que Charlie ya no está contigo y nada de lo que hagas o digas hará que vuelva.
–¿Qué tiene que ver Charlie en todo esto? –exigió saber Ronnie Anne.
Instante en que sonó la campanilla de la puerta al abrirse esta de golpe y, quien sino, la susodicha hizo acto de presencia ante los que se hallaban allí reunidos: Lincoln, Lynn, Ronnie Anne, Sid y sus amigos de la gran ciudad, Bobby, el abuelo Hector, Carlota, CJ y Reizokou, el unico cliente que a esa hora esperaba delante del mostrador a que lo atendieran.
Los ahí presentes la vieron irrumpir en el mercado, con la dorada caracola pendiendo de su cuello y brillando con gran intensidad. Más importante aun, todos llegaron a escuchar la instrumentalización que emergía de esta.
–En mi sueño...
–canturreó Charlie, con una voz delicada pero potente que se sobreponía a si misma, dando efecto de que cantaba a coro con otras voces idénticas, pero con la particularidad que todas ellas emergían de su sola boca–.
Nos encontrábamos tú y yo.
Las estrellas, vi...
Protegían mi amor...
Perplejas y horrorizadas, Lynn y Ronnie Anne vieron que Lincoln torcía la boca en una amplia y atontada sonrisa. Lo mismo pasó con CJ, Casey, Sameer, Laird, Bobby, el abuelo Hector y Reizokou que dejó caer sus dulces; pero no con Nikki, Sid y Carlota que también se azoraron ante lo sucedido. Más todavía cuando Charlie Uggo chasqueó los dedos y, salvo Lincoln, los que si quedaron hipnotizados con su canto se lanzaron a atacarlas.
–¡EY!
Casey, Laird y Sameer se abalanzaron sobre Nikki echándole montón. Así mismo, Bobby saltó por encima del mostrador y embistió a Sid, a la que retuvo estampándola contra una pared; CJ levantó a Carlota abrazándose a su cintura con fuerza y el abuelo Hector capturó a Ronnie Anne halándola de la capucha de su sudadera y rodeándole el cuello con el brazo.
–¡¿Pero qué hacen?! –inquirió a gritos–. ¡¿Se volvieron locos?!
Reizokou intentó agarrar a Lynn entre sus manazas, pero esta lo esquivó deslizándose bajo sus piernas. A lo que el imponente luchador de sumo soltó un grito aguerrido:
–¡REIZOKOU!
Para en el acto pegar un salto y caer sentado sobre la castaña, aplastándola con toda su humanidad: ¡BOOM!
–¡Lynn! –gritó Ronnie Anne.
Por su parte, a Lincoln esto le fue indiferente, pues estaba de lo más absorto en escuchar cantar a la chica que venía hacia él, cuya voz resonó un poco menos y sin hacer eco en la siguiente estrofa.
–Los mejores amigos siempre somos tú y yo.
Nunca nada nos separará ni preocupará.
Hay momentos llenos de magia...
Magia en el corazón de los dos.
Sólo tú me interesas, no puedo ver...
¡A nadie más!...
Al llegar al mostrador, Charlie tomó la mano de Lincoln que no opuso resistencia. Por el contrario, sin que se lo pidiera dejó que lo guiara fuera de la tienda. Todo esto delante de Ronnie Anne y sus amigas que no pudieron hacer nada para evitarlo, puesto que el cantar de la chica aquella resonó con mayor potencia sobreponiéndose su voz a si misma otra vez. Por tanto sus captores emplearon mayor rudeza al someterlas.
–Algo cambia...
Cuando el amor llega hasta aquí.
Y mi sueño, al fin...
Se hace realidad.
De la mano...
Caminaremos tú y yo.
Las estrellas, vi...
Protegían mi amor...
Sólo hasta que ambos cruzaron la puerta y la extraña instrumentalización de la caracola dejó de oírse, fue que Bobby y CJ soltaron a Sid y Carlota. Laird, Casey y Sameer se quitaron de encima de Nikki, pero no la ayudaron a levantarse dado que seguían aturdidos y desorientados. Lo mismo que el abuelo Hector que aflojó su agarre, con que Ronnie Anne quedó libre y sin demora salió corriendo del mercado.
Al pasar junto a Reizokou, este se tambaleó, momentos antes que Lynn lo alzara, ejerciendo tal esfuerzo que toda ella se puso roja, sus rodillas temblaron y las venas se remarcaron en su piel.
–¡QUITATE... DE ENCIMA... GORDO! –bramó, y lo arrojó contra una pila de latas.
Después se crujió la espalda y salió tras Ronnie Anne, quien a su vez siguió a Lincoln y Charlie hasta el parque al otro lado de la calle.
La situación sólo se puso más extraña cuando los vio encaramarse al bordillo de la fuente tomados de la mano, y el agua a sus pies emitió un raro brillo verde marino, pareciendo esta el agua de una fuente mágica en un mundo de fantasía. Cosa que tampoco pasó inadvertida ante varios visitantes en el parque que se quedaron mirando anonadados.
Sin perder más tiempo, la niña hispana corrió hacia la fuente, pero al llegar ambos ya habían saltado dentro. Así que se asomó ansiosa, pero tampoco llegó a avistar sus siluetas cuando la superficie del agua volvió a remansarse. Ni siquiera distinguió el fondo de la fuente o las monedas que la gente solía arrojar allí de vez en cuando; sólo agua y más agua verde y brillante.
–¡Lincoln! –llamó a su amigo–. ¡Lincoln, regresa!
Pero no hubo respuesta; sumado a que el agua mágica estaba dejando de brillar desde los bordes hasta el centro.
Total que, en su desasosiego, Ronnie Anne optó por la única opción con la que contaba a mano, la cual fue quitarse los zapatos, tomar una buena bocanada de aire y zambullirse también en la fuente.
Para cuando Lynn la alcanzó allí mismo, el agua de la fuente dejó de brillar.
***
Bien había hecho Ronnie Anne en tomar cuanto aire pudo, dado que se fue hundiendo más de lo esperado. Eso considerando que la fuente apenas contaría con un metro de profundidad a lo sumo.
Finalmente aterrizó en medio de un arrecife de coral, viéndose rodeada de montones de peces coloridos y demás criaturas marinas.
En esas distinguió, nadando a lo lejos, a la chica del colgante y chaqueta de mezclilla. Misma a la que ya conocía por fotos que Lincoln había posteado en su perfil de Facebook, en las que salía con ella abrazándolo y/o besándolo en la mejilla. Sólo que Charlie ya no llevaba puesta la falda de su vestido floreado, y en vez de piernas tenía una gran cola de pez brotando de su cintura.
–Fantasía, ven a mi
–la oyó canturrear. En efecto, su oído y vista no la estaban engañando, la tal Charlie Uggo se había convertido en una sirena de verdad, y con ella llevaba arrastrando a Lincoln, a quien desde donde estaba no alcanzaba a distinguir si estaba consciente o desmayado–.
Conquistarte quiero yo.
Juventud, un misterio vas a descubrir...
Todo resultaba cada vez más descabellado como fascinante. Sin embargo no había tiempo para cuestionarse la tan extraña aventura que acababa de emprender.
–Todos quieren, pronto vivir, aventuras mil y algo más.
Juventud, conserva la inocencia que hay en ti...
Con el tiempo apremiando, Ronnie Anne se aferró al caparazón de una tortuga marina que pasó nadando junto a ella, a la que a fuerza de coscorrones obligó a salir en persecución de la sirena que se llevaba a su amigo. Debía apresurarse en alcanzarlos, y no sólo porque no podría resistir mucho tiempo bajo el agua, sino porque también tenía un muy mal presentimiento en todo esto.
–Si tratas de aparentar algo que no eres,
se esfumará la magia, igual, que vana ilusión...
La voz de Charlie atravesaba el océano en su totalidad. Resonaba en cada arrecife y nadaba a través de cada corriente. Ni siquiera el pececillo más diminuto e insignificante en los siete mares podía librarse de oírla.
–Atrévete a enfrentar, salvaje y plenamente, el milagro de vivir...
En breve, la tortuga la condujo a través de un cementerio de barcos hundidos. Seguido a este llegaron a un gigantesco palacio de coral, rodeado por un gran muro forjado con rocas marinas.
Al descender a cruzar la única puerta de reja con la que contaba el muro, la inquietud dio pie al horror en Ronnie Anne cuando bajó la vista y, amontonándose dentro y fuera de los limites del castillo, vio hordas de esqueletos humanos clavados en el lodo, con los huesos roídos a dentelladas.
≪¡Lincoln!≫, pensó entrando en pánico.
Por lo que propinó otro coscorrón a la tortuga obligándola a nadar más a prisa, hasta que alcanzaron la torre más alta, que era de donde parecía venir el eco cantor de la sirena.
–Romance te puedo dar...
(Te puedo dar...)
Romance te puedo dar...
(Te puedo dar...)
Si me enseñas con valor la verdad que hay en ti...
Se asomaron a la ventana de la torre, y si, Lincoln estaba allí. Yacía recostado sobre un mullido colchón que rellenaba una almeja gigante abierta de par en par; y, de algún modo que no terminaba de explicar, se las arreglaba para respirar bajo el agua (mínimo le estaba costando menos trabajo que a ella). Lo malo es que no estaba en si mismo, para nada. Su mirada, adormilada y soñadora, se mantenía fija en Charlie que danzaba frente a él, meneando provocativamente las caderas descritas por su larga y reluciente cola escamada. ¿Sería eso acaso parte de un ritual, previo al sacrificio que la sirena estaría por ofrendarle al dios Poseidon?
≪Que tonto≫, pensó Ronnie Anne, quien sin querer chasqueó la lengua. Grave, ¡grave!, ¡GRAVISIMO error de su parte! Pues así sólo apresuró lo que ya tendría que haber pasado de no ser porque era una chica fuerte y resistente o bien porque se había adentrado a un mundo submarino de fantasía.
Con sólo una poca de agua que entró a su boca, sus pulmones empezaron a rogar por oxígeno. Lo que la hizo llevarse las manos al cuello y agitar las piernas. En su desesperación le dedicó una mirada de suplica a la tortuga, la cual la mosqueó con un ademán de su aleta y se alejó nadando por su lado.
Así que trató de nadar para arriba, pero la superficie estaba muy alta y la presión del agua le impedía ascender. De por si le extrañaba que esta no la hubiese aplastado ya como a una culebra bajo un cañón de caña, aunque no tanto como el hecho de haber llegado a un palacio submarino en el que una sirena que podía pasar por humana estuviera a punto de devorarse a su amigo.
Con su desesperación al alza, el cuerpo de Ronnie Anne cedió, se quedó inmóvil. Su vista se nubló por completo y su boca terminó de abrirse, dejando escapar el poco aire restante que contenía en una bocanada de burbujas, y en su lugar dejó que sus pulmones se llenaran de pura agua de mar.
–¡BUAHG!... ¡Glu glu glu glu glu glu glup...!
***
Cuando despertó –no sabía que tanto había pasado desde que perdió el conocimiento– Ronnie Anne exhaló a fondo, respirando aceleradamente. Mas de su boca lo único que salían eran puras burbujas, con lo que se dio cuenta con asombro que, aunque no lo pareciera, seguía estando debajo del agua.
–¡Puedo respirar...! –exclamó escupiendo más burbujas–. ¡Y puedo hablar!... ¿Pero cómo...?
En esto, Lincoln se lanzó a abrazarla.
–¡Ouh, Ronnie! –gimió acariciando su negra cabellera–. ¡Me asustaste! ¡Tenía tanto miedo de que te hubieras ahogado!
Ahí fue que descubrió estaba sobre la cama de almeja gigante, lo que significaba había llegado de algún modo a la habitación en la torre más alta en el palacio de coral.
–Eso si que estuvo cerca –dijo alguien más.
Y al levantar la vista y mirar por encima del hombro de su amigo, la hispana vio se trataba de la sirena con chaqueta de mezclilla que la miraba con cara de póker.
–¿En qué rayos estabas pensando, tú? –le reprochó esta–. Mira que arrojarte al agua así nada más sin un tanque de oxigeno o un snórkel, al menos. Típico de ustedes los fuchi-humanos.
En respuesta, Ronnie Anne saltó fuera de la cama de almeja y, hecha una furia, se puso por delante del peliblanco con ambos puños en alto para confrontar a la sirena de tez oscura.
–¡No te saldrás con la tuya! –la amenazó–. ¡¿Oíste, malvada?!
–¿De qué estás hablando? –le replicó la otra.
–¡Sé lo que pretendes! –vociferó Ronnie Anne–. ¡Hipnotizaste a este tonto con tu canto para traerlo hasta aquí y te lo piensas almorzar!
–¿Yo, qué?
–¡Si! ¡Lo leí en un libro de héroes y mitos griegos que me regaló mi tío Carlos! ¡Ahí dice que eso es lo que hacen tú y las de tu clase!
–Hay, por Neptuno –Charlie rodó los ojos y negó con la cabeza–. Oye, ese es un estereotipo muy racista. Que tres o cuatro sirenas psicópatas lo hicieran en la antigüedad no significa que todas hagamos eso.
–¡¿Ah si?! –siguió acusándola la hispana–. ¡¿Qué hay de todos esos esqueletos y barcos hundidos de allá afuera?! ¡Explica eso!
–Son eso, naufragios –explicó la sirenita con enojo–, y los esqueletos serán de los marineros que venían a bordo de esos barcos, obviamente. Y no, no tuve nada que ver en eso. Los fuchi-humanos suelen ser tan descuidados por si solos que sus barcos se hunden más seguido de lo que crees, y no hace falta que una sirena los esté hipnotizando con su canto, ¡racista hija de...!
–¡Chicas! –como solía hacer muchas veces con sus hermanas, Lincoln saltó a interponerse entre las dos con los brazos extendidos, buscando que una guardara distancia de la otra–. Por favor, no se peleen. Para eso yo me quedaba en casa con mi familia de locos.
De ahí se dirigió a su mejor amiga.
–Ronnie, no voy a permitir que le hables así a Charlie después que ella te salvara de ahogarte. Pídele disculpas, ahora.
Entonces, Ronnie Anne notó algo peculiar en Lincoln, que hasta el momento no había tomado en cuenta. Su cuello ahora contaba con branquias como las de un pez, y sus manos y pies descalzos estaban palmeados como los de un anfibio. A continuación procedió a examinarse a si misma, empezando por tantear su cuello y descubrir que también le habían salido branquias. Luego observó que también tenía manos y pies palmeados.
Con un rápido vistazo advirtió que la sirena sostenía una botellita vacía, y atrás de ella, al otro lado de la habitación, se alzaba un estante de piedra abarrotado con más botellas de varios tamaños repletas con líquidos de todos los colores. Lo que terminó de explicar como es que ambos niños oriundos de la superficie podían respirar y hablar bajo el agua.
–Magia de sirena –concretó Charlie, mostrándole la botellita–. De nada.
Aparte, Lincoln esta vez si parecía estar lucido, no como hacía unos momentos.
–... ¿Entonces no lo hipnotizaste con tu canto? –preguntó Ronnie Anne a la sirena.
–Sólo un poco –confesó–; pero nada más para que pudiera llegar hasta aquí. Lo hice porque lo amo y quería tenerlo a mi lado.
–Ouh, Charlie –conmovido, el peliblanco nadó hacia ella y esta lo besó en la mejilla. Acción que en un todo desagradó a Ronnie Anne–. ¿No es un sueño?
–¡No! –alegó su amiga la hispana, dedicándole una mirada hostil a la sirena–. Aun no confío en ella.
–¡¿Si?! –ante lo cual Charlie perdió la paciencia–. Pues si tuviera malas intenciones habría dejado que te ahogaras y no desperdiciado una de mis pócimas en ti en primer lugar, ¿no lo crees? Además, ¿por qué razón me tomaría tantas molestias, por qué saldría a la superficie y me arriesgaría a que me vieran como soy en realidad, sólo para atrapar a un chico en especifico?
Con esto dicho, Ronnie Anne finalmente bajó la guardia, visto que lo señalado por Charlie era verdad. Lo que si no acabó de gustarle era el modo en que ella y Lincoln se tomaban de la mano y se sonreían mutuamente. Sin embargo su amigo lucía de mejor animo a como lo había visto en la fiesta de Jordan, debía reconocerlo.
–¿Significa que es todo? –se dirigió a Lincoln–. ¿Te quedarás aquí, a vivir bajo el mar?
–Eso temo –asintió él–. Charlie es mi novia y tengo que estar con ella. Pero, hey, prometo ir a visitarte más seguido.
–¿Pero y tu escuela, tu familia, tus amigos? –insistió Ronnie Anne, en un ultimo intento de disuadirle–. ¿Qué hay de...? ¿Qué hay de mi?
Por un momento, Charlie tuvo la sensación de que su novio le iba a soltar la mano. Mas, tras un breve titubeo de este, con agrado sintió que afirmaba su agarre.
–Tú y yo somos amigos –dijo–. Eso fue lo que acordamos.
Al oír esto, la otra chica suspiró dando por aceptada su derrota.
–Creo que sólo queda un problema.
–¿Cuál es? –exigió saber Charlie.
A la que Ronnie Anne no hizo caso. En su lugar nadó hasta Lincoln, a quien estrechó en brazos afectuosamente tomándolo por sorpresa.
–Y es lo mucho que te voy a extrañar –terminó de decir, para luego hacer algo que nunca antes en su vida había echo: esta vez fue ella la que le dio un beso en la mejilla.
–Ronnie... –apenas consiguió exclamar el peliblanco.
–Será mejor que te vayas de una vez –intervino la sirena, cuya caracola en el colgante volvió a brillar–. El efecto de la poción que te di dura máximo unas cuatro horas, pero bastará con eso para que llegues a tu hogar en la superficie. Andando, que el portal a tu mundo ya está abierto.
–Está bien –asintió Ronnie Anne totalmente resignada–, y discúlpame por todas las cosas feas que dije de ti.
–Disculpa aceptada –concedió Charlie–. Y no te preocupes por Lincoln, yo cuidaré muy bien de él.
–Más te vale, que si no te cazaré con un arpón y te colgaré en mi pared... Te huelo luego, perdedor.
Con gran pesar, su amigo la vio salir por la ventana y alejarse nadando. Se sintió tentado a llamarla, pero Charlie lo tomó de las manos y lo miró a los ojos.
–No estés triste –le sonrió con calidez–. Lo importante es que al fin estamos juntos.
–... Si... –secundó de mejor animo–. Es verdad.
–Te amo, Lincoln Loud.
–Y yo a ti, Charlie Uggo.
–Y donde esté yo...
–Estaré yo.
Así, después de tantos percances, humano y sirena consolidaron su amor con un beso. Por fin la ardua travesía de Lincoln Loud para poder estar con su amada había terminado y los dos vivirían felices para siempre, en un reino de fantasía bajo el mar.
Eso dio por sentado, hasta que el tronar de una pedorreta acuática lo impulsó a apartarse de ella y mirar para abajo.
–... Charlie... ¿Qué es eso?
–Mis huevecillos –respondió–. Los que ahora tú, el macho, debes fertilizar.
–... ¡¿QUÉ COSA?!
–Apuesto a que nuestros hijos serán preciosos –dijo la sirena emocionada–. Deberíamos pensar en nombres... Mmm... Ya sé, que unos mil se llamen Lincoln Jr. y los otros mil se llamen Charlie Jr.... ¡Aguarda! Me gusta más Andrew... Ya está, que unos mil se llamen Andrew y el resto Charlie Jr.
–¡Espera, tiempo fuera!... –más que horrorizado, Lincoln se alejó más en retroceso–. ¿Hijos?... ¡¿Cuántos?!
–Si –en cambio Charlie avanzó nadando hacia él–. ¿No era eso parte del plan?
–No... ¡No!... –negó reiteradas veces–. ¡NO!... ¡Pero claro que no!... ¡Mujer, si yo apenas tengo doce años!
–Si, y yo sólo mil doscientos, pero quiero una familia y ni tú ni yo vamos a vivir para siempre. Sobre todo tú que sigues siendo un fuchi-humano y no has de pasar de los ochenta. Creí que te gustaría tener una gran familia por el modo que cuidas de la tuya. Fue esa una de las razones por las que te elegí.
–¿Después de vivir en esa casa con diez hermanas y un solo baño? –balbuceó el chico–. ¡Ni de broma! Tal vez me hubiera gustado tener un perro cuando sea mayor, tal vez; ¿pero qué iba a estar pensando en eso ahora, si apenas soy un niño...? Oh, rayos.
El peliblanco se dejó caer en la cama de almeja con una mano contra la frente, siendo este el momento que cayó en cuenta lo mucho que se había precipitado.
–¿Qué he hecho? –se cuestionó–. Tenía una buena vida y lo dejé todo por... Por ti.
–Si, Lincoln –asintió la sirena encantada–. Recuerda que...
Al acercársele, la caracola de su colgante brilló con más intensidad al emitir una deliciosa instrumentalización, acompañando esta su canto que volvió a sobreponerse.
–Romance te puedo dar...
(Te puedo dar...)
Romance te puedo dar...
(Te puedo dar...)
–¡Charlie! –pero Lincoln alzó una mano mandándola a silenciar–. Por favor, deja de cantar y escucha... Lo siento, pero tengo que regresar a casa ahora.
–¿Pero, y nosotros? –le replicó ella.
–Si... Creo que esto no va a funcionar.
–Pero creí que me amabas.
–Yo también lo creí –reiteró él–. Quiero decir, me gustas, si, pero apenas nos acabamos de conocer tú y yo. Empezamos a salir hace como dos meses y recién ayer me acabó de enterar que eres una sirena, y justo ahora es que sé que tienes más de mil años. No sé como sean las cosas aquí abajo, pero allá arriba, de donde vengo, que tú y yo estemos juntos sería ilegal.
–Puede ser... ¡Pero para el amor no hay edad! –insistió.
–No sólo es eso... Bueno, ese también sería un gran inconveniente. Apenas soy un niño, uno muy ingenuo que se emocionó de más al tener a su primera novia; y no todo en la vida es romance, ¿sabes?, hay muchas otras cosas que quiero hacer además de pasar tiempo con una chica. Salir a divertirme con mis amigos, mejorar mi acto de magia, estar con mi familia, ver crecer a mis hermanitas, ir a la universidad, estudiar una carrera. Tú entiendes.
Por estar ambos bajo el agua, Lincoln no estaba seguro si Charlie había empezado a lagrimear, pero era de suponer que si dado que unas burbujas diminutas emergieron de entre las comisuras de sus ojos.
–Lo mejor será que dejemos las cosas como están –dijo para finalizar–, y recordemos los buenos tiempos que pasamos juntos como lo que son.
–¿Significa eso... –gimió ella con un nudo en la garganta–. Que se acabó?
–Eso temo –asintió él–. Lo lamento tanto.
–Yo también... Porque ahora si voy a comerte.
–¡¿Cómo que comerme?! –de un sólo brinco, Lincoln saltó fuera de la cama de almeja–. ¡¿Estás loca?!
–Oye, me acabas de terminar –gruñó Charlie, cuyos ojos se oscurecieron tornándose completamente negros. No sólo el iris, la parte blanca de cada ojo dejó de existir. Todo el globo ocular se puso negro–, y ahora me va a dar hambre por despecho. Por lo menos ayúdame con eso... Si, al menos así estaremos juntos para siempre, pues serás parte de mi.
–Pero... ¡Dijiste que las sirenas no hacían eso! –reclamó el peliblanco, quien de inmediato nadó en retroceso hacia la ventana de la torre–. ¡Mentiste!
–Lo que yo dije fue que no ahogábamos a los marineros con nuestro canto –aclaró la niña sirena, que en cambió se le adelantó nadando a mayor velocidad–. Lo de comernos a la gente, también es racista, pero tu amiga ahí si tenía razón.
–¡¿Entonces... Los esqueletos de allá afuera... No son náufragos?!
–Que si son náufragos, pero tampoco valía la pena dejar que se desperdicien.
Ante la apanicada cara de Lincoln, Charlie se relamió los labios y sonrió, dejando al descubierto varias hileras de dientes afilados como cuchillas con el borde interior curvado. El chico, aterrado, intentó escabullirse a nado hacia la ventana, pero la sirena fue más rápida en retenerlo agarrándolo de las muñecas, en las que sintió como si le hubiesen colgado unos pesados grilletes. Por mucho que forcejeó y luchó en su contra, no pudo hacer que lo soltara. Su fuerza era incluso superior a la de Lynn y su fiereza superaba por mucho a la de Lola.
¡Socorro!, quizo gritar; pero la sirena le estrujó el pescuezo, y en vez de palabras, de su boca emergió solamente una enorme burbuja que salió por la ventana y se alejó nadando.
Lo ultimó que oyó antes de relajarse y perder el conocimiento, fue el embelesador canto de sirena con el que Charlie acabó de doblegarlo a su merced.
–Brillando en mi pecho está...
Vigorosamente el amor que hay en mi para ti...
***
Con el corazón encogido y la cabeza abrumada por su propio despecho, Ronnie Anne iba atravesando la mitad del cementerio de barcos hundidos, para de ahí nadar de regreso a la superficie, cuando una gran burbuja reventó por arriba de su cabeza y de esta emergió un grito de ayuda.
–¡SOCORRO!
¡Era la voz de Lincoln! ¡Lo que significaba el muy tonto siempre si estaba en problemas! Por ende regresó nadando a toda marcha, esta vez con mayor facilidad gracias a los rasgos de anfibio que le dio la poción.
De regresó en la torre de coral se volvió a asomar por la ventana, y vio que la tal Charlie arrojaba en la cama de almeja a su amigo, que vuelta daba pinta de haber caído en un raro letargo hipnótico, con la misma sonrisa tontorrona de oreja a oreja y el mismo par de ojos soñadores.
Pero antes que se hiciera una idea equivocada que la haría alejarse refunfuñando verde de la envidia, ante si la hermosa sirenita se transformó en un ser aberrante de las profundidades. Sus manos se deformaron en garras dotadas de uñas cortantes; sus mandíbulas se ensancharon a los lados, reluciendo en ellas hileras de afilados dientes; su tamaño se fue triplicando y su piel cubriéndose de escamas filosas que desgarraron completamente la chaqueta de mezclilla. Por ultimo, su afro se transformó en un cardumen de escurridizas anguilas que chirriaban, gruñían y echaban chispas.
En el paroxismo del horror absoluto, Ronnie Anne comprendió lo que la cosa esa pretendía hacer. ¡Si se lo iba a comer la desgraciada, lo sabía!
En esas, una de las anguilas de su cabellera miró en dirección a la ventana, por lo que la niña hispana se tuvo que agachar para no ser vista mientras pensaba en un modo de salvar a su amigo de ser devorado hasta los huesos.
¡Huesos! ¡Ahí estaba la respuesta! Entre los montones de esqueletos se hallaban las pertenencias de quienes habían acabado allí, incluyendo una caña de pescar que supo le sería de utilidad. A prisa, Ronnie Anne se lanzó nadando en picada a desenterrarla, para lo cual tuvo que sacudirla puesto que tenía una asquerosa mano esquelética cerrada en torno al mango.
Una vez lo consiguió, regresó nadando a asomarse por la ventana en la torre de coral. En ese momento el aberrante ser de escamas filosas se inclinó ante Lincoln y abrió su bocaza repleta de dientes afilados. Por lo que, encomendándose a todos los santos, Ronnie Anne se apuró a tomar impulso y lanzar el dedal.
¡Bendita sea la virgen!, exclamó para si, parafraseando a su abuela. El anzuelo si había enganchado en el pantalón de Lincoln a la primera lanzada; tras lo cual tiró de la caña y enroscó el carrete con todas sus fuerzas, consiguiendo así arrastrarlo fuera de la cama de almeja antes que unas potentes mandíbulas le arrancaran la cara de un solo mordisco.
En el instante que Ronnie Anne sacó a Lincoln de la torre, la aberrante ser de las profundidades regresó a verles y gruñó enfurecida:
–¡OYE, ESA ES MI CENA!
Y se lanzó sobre la hispana, quien ya había emprendido la huida arrastrando consigo al peliblanco, que en cambio seguía sin reaccionar.
Estaba por llegar a la entrada de los muros que rodeaban el palacio y que, a sus espaldas, la caracola en el colgante de la cosa esa volvió a brillar, con que las puertas del enrejado se cerraron en sus narices.
Pero Ronnie Anne si pudo pensar rápido al optar por salir impulsada para arriba a ultimo momento, con que la criatura chocó de cara contra la puerta de reja y sus dientes se engancharon a los barrotes: ¡CLANC!
Lo que le permitió ganar algo de ventaja a Ronnie Anne, pero no mucha, pues la criatura aberrante escupió los barrotes doblados y más de la mitad de sus dientes partidos, y a los pocos segundos le crecieron unos nuevos mucho más grandes y afilados. Acto seguido reemprendió su persecución, está vez buceando pecho tierra.
En dado momento que Ronnie Anne creyó perderla de vista, la criatura saltó de entre una pila de huesos delante de ella. Pero Ronnie Anne reaccionó más rápido al atravesarle una tibia en la jeta y después aturdirla de un cogotazo con un fémur. Ocasión que aprovechó para alejarse nadando de regreso al palacio de coral.
En breve, la criatura los siguió a nado hasta allí, y al entrar por la ventana de la torre encontró a Lincoln tendido en la cama de almeja. Al parecer la muy cobarde lo había dejado atrás a su suerte. Mejor para la hambrienta criatura que se abalanzó vorazmente sobre él.
Sin embargo, a ultimo momento, Ronnie Anne salió de su escondite tras el estante de las pócimas y haló el carrete de la caña, con que Lincoln fue arrastrado fuera del alcance de la criatura que acabó por estrellarse de cabeza contra la almeja gigante que se cerró de golpe sobre su escamado ser: ¡CLANC!
–¡SÁCAME DE AQUÍ! –rugió–. ¡ESPERA A QUE SALGA Y TE DARÉ TU MERECIDO!
Así, la niña hispana aprovechó esto para agarrar a su aturdido amigo, salir disparada del palacio y encaminarse con él hacia la superficie. Tras de si, la almeja gigante se empezó a partir y sus grietas a desprender chispas.
***
Después que atravesaron el cementerio de barcos hundidos, Ronnie Anne levantó la vista y observó una como ventana de luz en la superficie, a través de la cual se veían unos árboles a plena luz del día y las caras de Sid y Nikki que se asomaban a mirar curiosas. ¡Si! Era ese el portal por el que podría salir de ese extraño mundo submarino. El problema es que, fuese obra de la perversa magia de sirena de Charlie, la ventana se hacía cada vez más pequeña. Con esta idea, Ronnie Anne nadó, nadó, ¡y nadó!... Y cuando creyó que se quedaría sin fuerzas para seguir, por fin alcanzó la superficie, e inmediatamente después sacó la cabeza de Lincoln, que seguía atontado.
Mas no vio árboles, no vio gente, no vio las rampas de patinaje ni los otros juegos del parque. Sólo agua hasta donde alcanzaba la vista. Al final no les había dado tiempo de cruzar el portal que los llevaría de regreso a casa antes que este se cerrara; y sólo para empeorar las cosas sus branquias y aletas se desvanecieron antes de tiempo, fuese esto también obra de la sirena que no los iba a dejar escapar.
Total, que estaban flotando a la deriva en medio del mar, con Ronnie Anne aferrándose a un semiinconsciente Lincoln, al tiempo que pataleaba trabajosamente luchando por mantener a ambos a flote. Por lo pronto hasta que se cansara y ambos así se hundirían y morirían ahogados, a no ser que la aberrante criatura de escamas filosas los alcanzara y les diera caza. Lo que pasara primero.
–¡Estamos perdidos! –sollozó Ronnie Anne–. ¡Perdidos!
Sin embargo, su salvación les llegó en ese mismo instante con el bocinazo de un bote pesquero. Mismo que, al volverse, vio asomar por el horizonte.
–¡Socorro! –gritó la niña sacudiendo una mano–. ¡Sálvennos!
El único tripulante a bordo era el capitán Betty, uno de los colegas marinos de Leonard Loud oriundo de un lugar llamado Retroville que se había sumado a la cacería de la sirena, y que casualmente se hallaba patrullando en su bote por esas aguas. Al avistar a ambos niños flotando a la deriva, a toda marcha enfiló su barco en dirección a ellos.
–Resistan, niños –les habló a través de un megáfono–. En un segundo iré por ustedes.
–¡Nos salvamos, Linc! –se dirigió Ronnie Anne a su amigo, que poco a poco empezaba a despertar de su letargo–. Aguanta otro poco... Y cuando regresemos quiero tener una cita contigo.
Mas cuando el capitán Betty estaba por arrojarles un salvavidas, el cielo se oscureció tras unos densos nubarrones y se produjo una sacudida que estremeció al planeta entero, momentos antes que la sirena Charlie emergiese en medio de ellos en su forma más malvada y salvaje. Es decir, habiendo crecido hasta alcanzar la talla de un fiero kaiju, con su coraza de escamas filosas, sus múltiples hileras de dientes puntiagudos y sus bucles de gigantescas anguilas que desprendían fieros relámpagos.
–¡Lincoln...! –gritó Ronnie Anne, quien junto a su amigo se precipitó desde lo alto.
A este, la inmensa criatura lo atrapó en su garra al vuelo, mientras que la hispana cayó al agua.
–¡MUA JA JA JA JA JA JA...! –se carcajeó con malicia, con una voz que tronó los cielos–. ¡Eres una despreciable e insignificante tonta!
A continuación removió su otra mano como garra en el agua, con lo que empezó a formarse un gigantesco remolino que arrastró a Ronnie Anne y al bote del capitán Betty a su interior, al tiempo que se desataba una fuerte tempestad.
–¡Las olas hacen lo que es mi voluntad! –bramó la kaiju–. ¡El mar y su escoria se doblegan ante mi poder!
El mar era una masa de olas gigantescas. La embarcación cabeceaba y se balanceaba en el remolino. Aun así, el capitán Betty demostró gran valentía luchando contra la tempestad al abrirse paso a babor y lanzarle la boya a Ronnie Anne, a quien ayudó a subir a bordo.
En medio del vendaval y la torrencial llovizna, la hispana con trabajo alcanzó a distinguir el intenso brillo dorado de la caracola, no mayor a una maceta, que pendía del cuello de la kaiju. Seguido a esto, una ráfaga de viento levantó la lona que cubría un lanza arpones fijo en la cubierta, cargado con una munición lo bastante grande para matar a un tiburón blanco cuanto menos.
Entonces tuvo una idea.
–¡Debemos atravesarla! –clamó arrastrándose a agarrar los manubrios del lanza arpones–. ¡Rápido, tenemos una sola oportunidad!
–¡Pero esa cosa ni siquiera va herirla! –dijo el capitán, a quien dio la impresión la niña señalaba a la monstruo gigante.
–¡No es para herirla a ella! –aclaró Ronnie Anne con gran determinación–. ¡Es para destruir la caracola de su cuello, ahí debe estar la fuente de todo su poder!
Así, pues, el capitán Betty empuñó caña del timón, haciendo girar la proa del bote en aquel torbellino de lluvia y espuma, en lo que Ronnie Anne apuntaba el cañón a la única mota de brillo dorado, que apenas conseguía distinguir bajo la llovizna torrencial por entre las gigantescas escamas de la kaiju.
Quien en esto fue acercando a Lincoln a su boca abierta, repleta de dientes grandes y afilados como rocas filonianas. Mismas en las que se hallaban incrustadas algunas calaveras.
–¡Mua ja ja ja ja ja ja...! –rió con su voz atronadora, con lo que el chico terminó de despertar hallándose preso en su puño cerrado–. ¿Que tal un ultimo beso antes de decir adiós?
El peliblanco se puso más pálido de lo que ya estaba, hasta si parecer albino de nacimiento. Esto al toparse frente a la bocaza abierta de la monstruosidad que hasta hacia poco había sido su novia de la que decía estar perdidamente enamorado, y ver que era tan oscura y profunda como una caverna.
–¡Mua ja ja ja ja ja ja...! ¡Hasta aquí llegó el amor verdadero!
Fue ahí que Ronnie Anne pulsó el gatillo y el arpón salió disparado, a volar a través de la niebla, a atravesar la caracola que se partió en dos y clavarse directo en el pecho escamado de la Kaiju.
–¡YAAAAHH...!
La que, si bien en proporción parecía sólo se le había clavado una espina, se estremeció con un rugido tremebundo, pareciendo que en realidad la habían atravesado con el mástil astillado de un navío.
–¡Noooo...! ¡AAAAGH...!
De tal modo que soltó a Lincoln, que volvió a precipitarse a las turbulentas aguas.
–¡¿Por qué no podía ser la otra clase de sirena... –gritó–. Con la mitad de pez arriba y la de mujer abajo...?!
Sin dudarlo un momento, Ronnie Anne cogió la boya y saltó de la cubierta.
–¡Ya voy, Linc! ¡Yo te salvaré!
–¡Niña, no! –gritó el capitán Betty, que no tuvo chance de detenerla, pues estaba muy afanado en manejar su embarcación a través del temporal.
Entretanto, la caracola partida desprendió un chorro de chispas que recorrieron el cuerpo entero de la monstruosidad, que al cabo se desmoronó estallando a pedazos entre atronadores alaridos de agonía.
Finalmente, la kaiju se desplomó de cara en el agua y quedó flotando bocabajo. La lluvia dejó de caer a torrentes sobre el agua, el cielo de tronar y relampaguear y el mar se calmó.
Una vez el cielo se hubo despejado, su inmenso cadáver escamado se disolvió hasta convertirse en espuma de mar; y de entre uno de esos montones de espuma salió la sirena Charlie en su tamaño normal, quien intentó alejarse nadando.
No obstante, el capitán Betty la vio al esta pasar junto a su bote que se había estabilizado, e inmediatamente le arrojó una red encima.
–¡¿A dónde crees que vas?!
Poco después, el valiente capitán encontró a los niños agarrados a la boya que flotaba a la deriva y les ayudó a subir a bordo.
–¡Ronnie! –exclamó Lincoln una vez estuvieron a salvo en cubierta–. ¡Me salvaste!
–¡Claro que te salvé, grandísimo tonto! –dijo ella tomándolo de las manos–. Yo haría cualquier cosa por ti. Yo... ¡Yo hasta mataría por ti!... Pídeme que mate por ti y lo hago.
–Eh... Mejor no, Ronnie –rió el peliblanco un tanto nervioso.
Pese a lo cual se miraron a los ojos y se sonrieron mutuamente. Estaban mojados y hedían a algas marinas, pero felices de haber regresado con vida a la superficie y, para que mentir, estar juntos otra vez.
–Siento interrumpir, niños –se excusó el capitán Betty dandole unos tapones de cera a Lincoln–. Pero es preciso que te pongas esto en los oídos para que podamos regresar sin más contratiempos.
Con esto dicho accionó la palanca de la polea de su bote, sacando del agua una red en la que se hallaba envuelta una sirenita de tez negra y pelo rizado en afro que gruñía y luchaba por librarse de sus amarres.
–¡Esperen a que salga de aquí! –amenazó a la pareja de amigos–. ¡Los atraparé a los dos!
***
Días después, los Loud y los Casagrande se hallaban visitando el acuario de Great Lake City; lugar al que una gran cantidad de gente estaba acudiendo a ver su nueva exhibición. Misma para la que instalaron un tanque de escasos tres metros cúbicos al final de un pasillo.
Mientras el abuelo Leonard Loud y sus colegas marineros narraban a la prensa la épica travesía que habían emprendido alrededor del mundo, y la Dra. Lisa Marie Loud daba cátedra a sus colegas científicos sobre el fascinante especímen que acababa de descubrirse, una chiquilla de gorra roja se aproximó a pegar la cara al cristal del tanque. Gestó que desagradó mucho a la sirena que se hallaba encadenada de manos allí dentro.
Pero por mucho que esta deseara saltar fuera del agua y desgarrarle la garganta mordidas, lo más que pudo hacer fue gruñirle y amenazarla sacudiendo los puños, dado que las cadenas que la tenían sujeta al fondo se lo impedían.
Después se aproximó el hermano de la chiquilla esa, quien para entonces tenía mejor aspecto, seguido por una niña latina en sudadera morada. Lo que la hizo enfurecer más.
–Hey, Charlie –saludó Lincoln a la sirena–. Mira, sé que estás molesta, y esto te sonará raro, pero quería agradecerte por hacer que abriera los ojos. El hecho de que casi nos matas a mi y a Ronnie Anne nos hizo dar cuenta que la vida es muy corta para lamentarnos de las cosas que ya pasaron y preocuparnos por lo que pueda pasar; así que ella y yo lo hablamos y... Decidimos que si vamos a intentar empezar a salir como pareja a ver que sucede y... ¿Sabes qué?, hasta ahora todo va de maravilla. Resulta que ella y yo tenemos mucho más en común de lo que creíamos. ¿No es genial?
Charlie gritó algo escupiendo montones y montones de burbujas. Mas no se oyó nada al otro lado del cristal.
–Disculpa, no te oigo –dijo el peliblanco sacudiendo una mano junto a su oreja –. Este tanque es a prueba de sonido y creo que tú tampoco me has de escuchar, pero... Bueno, mi nueva novia y yo vamos a tomar un helado. Te invitaríamos a venir con nosotros, pero no creo que ni los del acuario nos permitan hacer eso y... Además, recuerda que estás loca, casi me comes. Así que lo mejor será que te quedes ahí... Pero, hey, seguimos siendo amigos, ¿verdad?
Charlie rugió otra vez, con ese gesto en que sus ojos se tornaban negros y su boca se dotaba de largos dientes afilados. Pero, como un tiburón en un acuario, en su estadía ya no era tan amenazante.
–Tomaré eso como un si –dijo Lincoln, ante lo cual Ronnie Anne rió divertida–. Bueno, te dejamos para que te puedas instalar en tu nueva casa. Nos vemos.
Y se retiraron tomados de la mano, ignorando por completo a la sirena que se puso a golpear el cristal con los puños y soltar más amenazas que salían de su boca en forma de puras burbujas, pero que fuera del tanque no se llegaban a escuchar.
Se mantuvo así por un buen rato para diversión de los visitantes, hasta que un empleado del acuario llegó a esparcir unas hojuelas de comida para peces en su tanque.
–Hora de comer.
De momento, Charlie cesó las hostilidades y se resignó a picotear las hojuelas que caían a su alrededor.
FIN
***
De regreso en su lugar tras el mostrador, Haiku volvió a guardar el colgante con la caracola partida en su estuche. Luego se dirigió una vez más a los lectores para dar fin a su relato.
–¿Y qué aprendimos hoy, mis queridas criaturas de las profundidades? Pues que la única constante en la vida es el cambio constante, en especial cuando se trata del amor joven. Mirad por ejemplo a Lincoln, que de haber tenido conocimientos básicos de anatomía se habría dado cuenta antes que su relación con Charlie era una en la que no querría estar. Esperemos que le vaya mejor con Ronnie Anne a partir de ahora, y convengamos también que, para variar, esta historia terminó bien... Aunque no para la pobre sirenita... En fin, que eso ha sido todo por hoy. Buenas noches y nos leemos en la próxima.
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