El secreto de las galletas peligrosas 2
Lincoln salió con Cookie al callejón de atrás del restaurante. Estando allí soltó su mano y echó un rápido vistazo para asegurarse de que su espeluznante hermana menor no los hubiese seguido.
–Eso si que estuvo cerca –suspiró aliviado.
–¿Por qué hiciste eso? –le preguntó Cookie–. ¿Por qué me ayudaste, si viste lo que estaba haciendo?
El peliblanco la miró con cara de decepción.
–Olvídalo.
Luego se dio media vuelta y se dispuso a volver a entrar en la cocina, pero Cookie lo retuvo agarrándolo del hombro e hizo que se volviera a verla.
–Aguarda.
–¿Qué quieres?
–Yo... Eh... Gracias.
–No, ni lo menciones –contestó con algo de desanimo.
–Me refiero a todo –insistió la otra–. Tú has sido muy bueno conmigo desde que llegué y... Yo, en cambio... Me he comportado como una tonta.
–Si, ya lo había notado.
–De verdad lo lamento. Siempre he tenido que hacer las cosas por mi misma y no estoy acostumbrada a que las personas me traten bien.
–Aja, ¿y por eso es que querías robarle su receta a Clyde? –la acusó Lincoln cruzándose de brazos.
–Lamento mucho lo que hice –se disculpó avergonzada–. Es sólo que toda mi vida he estado bajo mucha presión, siempre viviendo a la sombra de mi hermana: "Jordan la perfecta", "Jordan la presidenta del consejo estudiantil", "Jordan la capitana del equipo de porristas", "Jordan la numero uno en el cuadro de honor".
Lincoln se limitó a escucharla atentamente, mientras que poco a poco dejó que su endurecida expresión se relajara.
–Hornear es la única cosa en la que no he sido acaparada por mi tonta hermana –prosiguió Cookie con sus disculpas–, siento que es lo mio, lo que me hace especial. Incluso tenía pensado empezar mi propio negocio hasta que... Bueno, hasta que tú y Clyde arrasaron con la competencia con estas galletas peligrosas.
–Si, creo entender a donde va todo esto –dedujo Lincoln–. Supongo que debe ser frustrante que alguien más te haya superado en aquello que tanto te apasiona.
–Aun así, entendí que eso no justifica mi forma de actuar... ¿Crees poder perdonarme?
–Disculpa aceptada, Cookie –accedió el chico–. Pero te advierto que esta es la ultima vez que te hago este tipo de favores.
–Si, lo que tú digas. Y también prometo tratarte mejor a partir de ahora y espero que podamos ser buenos amigos.
–Me parece bien.
–Después de todo, en estos días que hemos trabajado juntos, me di cuenta que tú y yo tenemos mucho en común.
Lincoln, al oír esto, le sonrió encantado.
–¿En serio?
–Claro –le sonrió Cookie igualmente–. Así como Jordan me estorba a mi, a ti te estorban tus diez hermanas fastidiosas que te causan problemas en todo momento y nada más te tratan como a un esclavo. De hecho, mi situación no es nada en comparación a la tuya, que tienes el mismo problema que yo pero multiplicado por diez. ¿No te parece gracioso e irónico?
Lejos de darle la razón, como ella se lo esperaba, el peliblanco dejó de sonreír. Aparte, su expresión se endureció más que antes. Cuando volvió a hablar, su tono de voz no se elevó, pero si se mantuvo firme.
–Eres una idiota, Cookie. Mis hermanas no me estorban y, para que lo sepas, yo no soy su esclavo. Las ayudo y apoyo en todo lo que pueda porque las amo, porque son mi familia... Pero no tiene caso explicárselo a una muchachita privilegiada y caprichosa como tú. Jamás lo entenderías.
Y sin decir más volvió a ingresar a la cocina por la puerta del callejón.
–Ay, rayos, lo hice de nuevo.
Ante la certeza de que Lincoln se sintió genuinamente ofendido con lo que dijo, de que no sólo no compartía su mismo punto de vista, sino que además había sido muy imprudente, Cookie se apresuró a ir tras él con intención de disculparse.
–Lincoln, espera –dijo una vez ingresó a la cocina y lo alcanzó allí adentro–. Por favor, perdóname por lo que dije, no quise...
En eso, la puerta del congelador se abrió y Polly Pain salió de allí tambaleándose, tan trabajosamente que tuvo que aferrarse del borde de un mesón cercano para no caerse.
–¡Polly!
Lincoln se aproximó a auxiliar a la fatigada chica, cuya cara había perdido mucho color, seguido por Cookie, que fue la primera en advertir que Lucy fue la siguiente en salir del congelador. Parecía que tenía algo escondido entre sus manos, puesto que rápidamente las ocultó tras su espalda ni bien se percató de la presencia de los otros dos.
–¿Estás bien? –le preguntó Lincoln a Polly.
–Si... –jadeó.
Posteriormente se apartó del mesón y se tambaleó hasta caer apoyada contra una pared. Fue ahí que de su nariz se escurrió un hilo de sangre espumosa, por lo que Cookie se apresuró a humedecer un paño en el fregadero. A su vez, Lincoln frunció el ceño y lanzó una mirada acusatoria contra Lucy.
–¿Dónde estoy? –preguntó la debilitada muchacha.
–Aquí, en la cocina –le respondió Cookie quien se aproximó a limpiarle la nariz con el paño humedecido.
–¿Ah si?
–Si. ¿Estás bien?
–Si... Creo...
–¿Qué pasó?
–No recuerdo nada... Es como si me hubiese desmayado...
–¿Quieres un poco de agua?
–No... Yo... Tengo que salir de aquí...
Y en cuanto vio salir a la otra chica por la puerta que daba al callejón, Cookie fijó su atención en Lincoln quien echó a andar hacia Lucy, acorralándola.
–¿Le hiciste algo a Polly? –inquirió, genuinamente enfadado.
–No –mintió descaradamente su hermana, que cayó de espaldas contra la pared, esbozando ademas una sonrisa de lo más cínica–. ¿Yo? Para nada.
–¿Si?... –la inquisitoria mirada de Lincoln apuntó aquello que Lucy tenía oculto tras su espalda–. ¿Qué tienes ahí?
–Nada –mintió otra vez, y su cínica sonrisa se amplió más, mostrando todos sus dientes.
–Más te vale decírnoslo –la amenazó Cookie con el puño.
Lucy disminuyó su sonrisa, a una mucho menos forzada, y giró su cabeza en dirección a la otra niña, que instintivamente retrocedió dos pasos.
–Me agradas, no eres como los otros, y por eso creo que ya es tiempo de revelarte que es eso que hace tan especiales a las galletas de Clyde. Posiblemente explique lo que acabas de ver.
–¿Qué?
Cookie dio otro paso para atrás cuando Lucy avanzó hacia ella, al tiempo que retiraba las manos de su espalda y procedía a mostrarle un pequeño frasco a medio llenar con un extraño liquido brillante de color purpura.
–¿Qué es eso?
–Adenocrome –respondió Lucy, con un entusiasmo que era muy impropio de ella.
Lincoln exhaló un suspiro de cansancio. En cambio Cookie enarcó ambas cejas a causa de su confusión.
–¿La droga de las elites? ¿Esa cosa de la que habló Dross en uno de sus videos?
–No, adenocrome, con e. Este es el ingrediente final que yo misma me ocupo de añadir cada noche a la masa con las que se preparan las galletas peligrosas, y que les brinda esa magnifica exquisitez.
Conforme alardeaba, la sonrisa de la niña pelinegra volvió a ampliarse mostrando todos sus dientes, esta vez de una manera nada forzada y que consecuentemente le daba un aire mucho más aterrador de lo usual.
–Si, Clyde es muy talentoso preparando postres, debo reconocerlo; pero debes saber que sin mi, y esta poderosa sustancia que sólo yo sé como se obtiene, sus galletas no serían tan espectaculares. Así es, yo soy la verdadera mente maestra tras el éxito de esas galletas y no Clyde. ¡YO, LUCY!
–¿Ah si? –la desafió Cookie–. Si es tan especial, ¿por qué no lo usas en toda la comida y no solamente en las galletas de Clyde?
–Porque el restaurante necesita de algo novedoso que le de fama, algo en particular que atraiga a la gente; o tal vez porque sé que a mi papá le rompería el corazón saber que los clientes prueban su comida por efecto de este jugoso néctar y no por lo deliciosa que es; o simplemente lo hago porque se me da la gana. Lo que si te digo, es que el adenocrome es un ingrediente de lo más exótico y su extracción requiere de un riguroso procedimiento.
–Si, claro. A ver, ¿y cómo se hace?
Nuevamente, Lucy redujo su malévola sonrisa a una más calmada.
–Será un placer explicártelo.
Seguidamente se dirigió a uno de los estantes, en el que cada noche Clyde acostumbraba a poner los boles con la masa que preparaba durante el día. Cookie sabía que hacía esto para que la levadura actuase de la noche a la mañana y la masa ganase una buena consistencia antes de moldear y hornear las galletas al día siguiente.
–Estaba yo un día en el ático de nuestra casa, leyendo el diario de la difunta bisabuela Harriet –empezó a contar tras estirarse a agarrar uno de los boles–, y descubrí que, durante uno de sus viajes, conoció a una tribu de salvajes guerreros que nunca usaban su espada con enfado, porque tenían un arma mucho más poderosa... Una estatua, un talismán, en el que tenían encerrado el espíritu de un demonio interdimensional con un increíble poder.
Lucy puso el bol encima de uno de los mesones y procedió a quitarle el plástico con el que Clyde lo dejó recubierto. Luego se enharinó las manos y empezó a amasar un poco lo que había dentro.
–La mejor parte –siguió contando mientras hacía esto–, es que la bisabuela Harriet trajo consigo esa estatua para estudiar su magia. La he tenido conmigo, en casa, todo el tiempo. Las otras que venden en las tiendas son sólo burdas imitaciones, pero la que yo poseo es la original. De ahí todo fue cosa de encontrar y volver a incrustarle los rubíes de sus ojos y recitar el hechizo que activa su poder.
Cookie exhaló otro suspiro de cansancio al igual que Lincoln.
–Oye –le susurró a este ultimo–, creo que tu hermana necesita salir a tomar sol más seguido.
–La magia de la estatua –prosiguió Lucy a pesar del escepticismo de Cookie–, tenía el poder de alimentarse del miedo. Oh si, podía llegar a tu mente y, de hecho, crear tu peor miedo. Claro que sólo era una ilusión; pero entre más creyeras, más real parecía.
–¿Y eso que tiene que ver con las galletas? –preguntó Cookie molesta.
Lucy dejó de amasar el contenido del bol y soltó una risa rasposa y monótona, pero no menos maliciosa.
–Ja ja... Ja ja...
A continuación, destapó el pequeño frasco y vertió unas cuantas gotas del brillante liquido morado sobre la masa.
–La estatua no sólo inspiraba temor en sus enemigos, lo drenaba de ellos, como un precioso elixir. Esta tribu bebía el temor de sus enemigos para obtener su fuerza.
Reiterando tal afirmación, Lucy volvió a tapar el frasco y lo levantó en alto.
–Una sola gota es suficiente para acelerar el pulso y la presión. Cuando pruebas las galletas de Clyde, pruebas el miedo, y es un sabor que nunca olvidarás.
–Por eso todos renuncian –dedujo Cookie–, los atemorizas para conseguir el ingrediente... ¿Pero qué rayos estoy diciendo? ¿No esperarás que crea semejante tontería?
–Ah, ¿te crees muy ruda? –la desafió ella esta vez–. Veamos que te asusta, ¿quieres?
De ahí, Lucy volvió a entrar al congelador y Cookie la siguió hasta la puerta.
–Cookie, mejor salgamos de aquí –sugirió Lincoln quien a su vez la siguió hasta allí mismo.
–No... –repuso ella, con algo de inquietud–. Perdona que me refiera así a tu hermana, pero alguien tiene que hacer que esta niña rara ponga los pies en la tierra.
Estando los tres adentró, Cookie genuinamente se sorprendió cuando Lucy se inclinó a abrir la trampilla que daba entrada al sótano secreto y la invitó a entrar allí con un cordial gesto de su mano.
Cookie, al ver eso, volvió a retroceder y se abrazó a si misma, con cierto resquemor.
–Vámonos –sugirió Lincoln nuevamente.
Pero Cookie no pudo aguantar su curiosidad, que superaba por mucho la inquietud que le producía ver la trampilla abierta, como si algo allí abajo la estuviese llamando. De modo que resolvió aferrarse al brazo de Lincoln a quien a fuerza guió a la entrada subterránea.
–Ven, acompáñame, ¿si?
–Eh... Bueno.
–Por favor, no me vayas a soltar.
–Allá vamos –rió maliciosamente Lucy quien les siguió el paso.
Los tres bajaron y se detuvieron al llegar a la mitad de la escalera de caracol, en el punto donde empezaban a adentrarse completamente en la penumbra. Allí, Lucy encendió la vela para alumbrar el camino.
Mientras terminaba de hacer esto, Lincoln tuvo que tranquilizar a Cookie cuando está cerró sus ojos, se aferró con mayor fuerza a su brazo y hasta sintió que empezaba a temblar.
–¿Estás bien? ¿Segura no preferirías que volvamos a subir?
–Estoy bien, estoy bien... –contestó, con voz algo sofocada–. Sólo, no me vayas a soltar. Por lo que más quieras, no me vayas a soltar.
–Ouh, que lindo –se burló Lucy quien pasó por delante de los dos, para total desagrado de su hermano mayor–. Por aquí, síganme.
Finalmente llegaron hasta las puertas de la mazmorra, lugar donde Cookie se inquieto más cuando Lucy las abrió invitándola a entrar.
–... ¿Tengo que hacerlo? –preguntó con un nudo en la garganta, nada más observar el lúgubre espacio cerrado entre cuatro paredes, iluminado únicamente por los espacios que había entre las aspas del gigantesco ventilador que aireaba el lugar.
–¿Cuál es el problema? –siguió desafiándolos la pelinegra–. ¿Ya no te sientes tan valiente?
Molesto, Lincoln se le adelantó a Cookie.
–Suficiente, Lucy, yo lo haré.
–¿Qué?
–Muy bien, como quieras, querido hermano.
Dicho y echo, el chico se aventuró a entrar en lugar de la otra chica. Su hermana entonces cerró las puertas tras él. Luego puso el frasco en el compartimento con el gotero de cristal y abrió la mirilla corrediza.
–Ahora, tú observa, Cookie –dijo haciéndole espacio para que esta pudiese asomarse a mirar–. Esto será interesante...
Dentro de la mazmorra, el compartimento de la pared contraria a las puertas se abrió automáticamente frente a Lincoln, quien quedó cara a cara con el busto cuyas incrustaciones de rubíes en sus ojos brillaron con gran intensidad.
–Edwin sabe lo que te asusta... –oró Lucy.
–Acabemos con esto de una vez.
–De acuerdo... Ahora... ¿Qué tenemos aquí?... ¿Qué yace en tu interior?... Oh si... Edwin ve a un niñito asustado... Edwin ve a un huérfano al que acogimos en nuestra casa...
Al oír eso, Cookie ahogó una exclamación. Sin duda no había esperado enterarse de algo así de revelador, y eso que aquello apenas había sido la punta del iceberg.
–Y también veo... –continuó Lucy–. A la horrible mujer que lo trajo a este mundo...
A esto siguió el eco de una voz autoritaria que rebotó en las paredes de la fría mazmorra.
–Brittany, permitiste que uno de tus novios abusara varias veces de tu hijo y te golpeara a ti.
–¿Quién es Brittany? –indagó Cookie cada vez más extrañada.
–Eso es mentira, señor juez –replicó el eco de una segunda voz, una femenina–, ese bastardo malagradecido sólo miente.
–No tiene caso que lo niegues –sentenció la primera voz–, encontraron a tu hijo encadenado a un radiador, en tu departamento sucio, desnutrido, con varias quemaduras en el cuerpo y una contusión en la cabeza.
De repente, Lincoln advirtió que tenía un periódico viejo a sus pies, con fecha de hacía aproximadamente unos seis años. En letras grandes y mayúsculas, el encabezado de la primera plana anunciaba:
CASA DEL TERROR PARA UNA
MADRE Y SU HIJO PEQUEÑO
Bajo el titulo del encabezado se leía lo siguiente:
La madre de un menor
de cinco años permitió
que abusaran de su hijo.
Y junto al encabezado venía adjuntada la foto de una mujer muy famélica, con el pelo sucio y alborotado, la boca torcida en una mueca de hastío mostrando dos hileras irregulares de dientes chuecos y amarillentos. Sus ojeras, recubiertas de lagañas, eran las ojeras propias de los adictos al crak.
–No...
Al ver eso, Lincoln se puso a temblar. Poco a poco, una a una, sintió que nuevamente le empezaban a arder las cicatrices de sus hombros, las que siempre mantenía ocultas bajo las mangas de la polera anaranjada que acostumbraba a usar. Lo que sintió fue como si de nueva cuenta le estuviesen apagando cigarrillos encendidos en su blanca y delicada piel.
–Tu verdadera madre era una mujer muy cruel –oyó que pronunciaba la rasposa voz de Lucy–, que te trataba muy mal...
–¡No! –gritó, atormentado por los horribles recuerdos que volvían a su memoria–. ¡Mi verdadera madre es la señora Loud que me dio un hogar y me brindó todo el amor que esa arpía no supo darme!
–Ay, Dios –masculló Cookie, que cada vez se mostraba más sorprendida con todas esas revelaciones, además de sentir una terrible pena por Lincoln.
Ahora creía entender porque antes la llamó muchachita privilegiada y caprichosa. Aparte de eso, cayó en cuenta que hasta su actitud para con Jordan había sido muy errada y merecía que su cara apareciese en el diccionario junto a la palabra Asno.
A diferencia de ella, Lincoln no siempre contó con una familia que le brindase una cama confortable en que dormir y tres comidas al día, aun si eso implicaba soportar una o diez hermanas que a veces acaparaban la atención de los demás.
Por el rabillo del ojo vio a Lucy sonreír con mayor malicia.
–Si, ahora lo recuerdas, ¿no es cierto?
En la mazmorra retumbó un chasquido metálico, similar al de una celda abriéndose. De repente, de manera inexplicable, la mujer de la foto emergió de la penumbra y avanzó en dirección hacia Lincoln que retrocedió atemorizado ante su presencia.
–¿A quién llamaste arpía, pequeño bastardo?
–¡¿Cómo hiciste eso?! –chilló Cookie.
Lo que más le llamó la atención era que, pese a su aspecto demacrado, aquella horrible mujer era el vivo retrato de Lincoln; los mismos ojos azules, las mismas mejillas salpicadas de pecas, el mismo diente grande y astillado y, por su puesto, la misma cabellera tan blanca como la nieve.
–Maldito chiquillo asqueroso, me arruinaste la vida, debí haberte abortado...
Ante aquel horrible escenario, Cookie ya no tuvo duda de que lo que decía Lucy era verdad.
–¡Ya basta, sácalo!
Mas, en lugar de hacerle caso, la malvada niña gótica se giró hacia el otro compartimento, a observar con suma satisfacción como el frasco se empezaba a llenar gota a gota con más de aquel extraño liquido de color purpura.
Lincoln gritó aterrado, cuando una de las huesudas manos de la demacrada mujer cayó sobre su hombro y lo apretó con la tenacidad suficiente para clavarle las uñas en la carne.
–¡TÚ NO DEBERÍAS ESTÁR AQUÍ!... ¡ALÉJATE!
Con esto, Cookie decidió que ya había tenido suficiente, por lo que, enfurecida con Lucy, aprovechó su breve distracción para abrir las puertas de la mazmorra y poder así liberar a Lincoln de su pesadilla.
–¡Basta!
–NO! ¡NO MIENTRAS SE ALIMENTA!
La otra trató de impedírselo en cuanto la pilló en el acto, pero ya era demasiado tarde. Ni bien Cookie abrió las puertas, la mujer de aspecto demacrado se desvaneció en el aire y en su lugar un brillo blanco las cegó por un momento breve, durante el cual un engendró de lo más aberrante salió volando a toda velocidad de la mazmorra y acabó perdiéndose de vista al salir por la trampilla que quedaba hasta arriba de la escalera de caracol.
En cuanto recobró la vista, Lucy fue la primera en correr escaleras arriba. Después, Lincoln y Cookie la alcanzaron en la entrada al sótano secreto del congelador.
–¡¿Pero qué hiciste?! –le gritó Lucy a Cookie–. ¡Lo dejaste ir!
–¿Qué?
A sabiendas de que el tiempo apremiaba, Lucy se desató la pañoleta negra de su cabeza y corrió a coger una capa que colgaba en uno de los ganchos para la ropa situados junto a la puerta trasera de la cocina.
–¡Se hacía más fuerte cada vez y ahora está libre! Habría podido contenerlo, pero ahora está afuera, se alimentará a placer.
–¿Dices que puede aterrorizar a cualquiera? –preguntó su hermano adoptivo.
–¡Si, eso es lo que hace! ¡Debemos detenerlo!
–¿Cómo? –preguntó Cookie muy preocupada.
–No lo sé –confesó–. Sólo... Sólo espero que no sea tarde...
En cuanto terminó de calzarse y abrocharse la capa, Lucy salió a toda prisa al callejón por la puerta de atrás.
–¿Qué vamos a hacer? –preguntó Cookie a Lincoln seguidamente.
–Yo... No lo sé... –respondió–. Por ahora hay que avisar a los demás.
–Si.
Ipso facto, Lincoln y Cookie salieron al comedor principal, en donde justo en ese momento el resto de la familia Loud celebraban el éxito del día tomándose una ronda de refrescos en una de las mesas grandes.
También, justo en ese momento, el chico McBride entró por la puerta de en frente.
–Clyde –exclamó Lincoln–, ¿qué haces aquí?
–Vine por mi cuaderno de recetas –respondió–. Lo dejé olvidado en la cocina.
–¡Olvida el cuaderno! –alertó Cookie–. ¡Todos, tienen que salir de aquí ahora mismo!
–¿Qué pasa? –preguntó Lori confundida.
–¡Pasa que tu hermana la rara es una psicópata que usa brujería para aterrorizar a las personas y extraerles el miedo en forma de elixir mágico!
–¿Qué dices?
–¡Es en serio! ¡Si no me creen, vayan a ver la trampilla en el congelador! ¡Esa loca tiene un calabozo de tortura escondido abajo de este lugar y a un demonio mascota que les chupa el alma a sus víctimas! ¡Hace rato intentó hacer lo mismo con Lincon, pero ahora esa cosa está suelta y va a...!
De repente, Cookie fue interrumpida por el tronar de un fiero relámpago azotando los cielos. A esto siguió un súbito apagón que dejó el restaurante a oscuras. Seguidamente, los cristales de todas las ventanas estallaron al mismo tiempo, permitiendo entrada a un montón de gélidas ráfagas de viento que inundaron todo el lugar, acompañadas por un conjunto de escandalosos, lúgubres y lastimeros gemidos fantasmales.
Asustadas, las hermanas Loud se apachurraron en la mesa y se abrazaron a sus padres.
–No teman, niñas –dijo el señor Loud para reconfortar a sus hijas–, papá está aquí.
Por su parte, Clyde se metió bajo otra de las mesas.
Pronto, los gemidos fantasmales cesaron, y en su lugar se escucharon los gruñidos y el raspar de las garras de algo que venía caminando por el tejado. Cosa por la que Lily acabó rompiendo en llanto.
–Oh no, ya volvió... –exclamó Lincoln–. O tal vez nunca se fue.
–¡Hay que salir de aquí!
Cookie corrió a abrir la puerta principal, pero al hacerlo quedó momentáneamente cegada por el fulgor de unos ojos rojos que vio brillar por detrás de una densa cortina de humo blanco y verde.
Entonces, otra gélida ráfaga de viento sopló en su contra, con tanta intensidad que la obligó a retroceder y volver a entrar a la cocina. A ella y al chico de blancos cabellos.
–¡Hay no, Lincoln, se alimentará de todos nosotros!...
–¡No lo dejaremos! ¡Recuerda lo que dijo Lucy! ¡Todos, despejen su mente, no dejen que sepa sus miedos!
La intensa ráfaga siguió soplando dentro de la cocina, lugar donde Lincoln cayó contra una esquina y Cookie siguió viéndose obligada a retroceder hasta volver a entrar al congelador cuya puerta se cerró de golpe. De igual forma, la trampilla del pasadizo subterráneo también se cerró por si sola, dejando así a la chica aprisionada en ese pequeño espacio.
–¡Cookie! –oyó gritar a Lincoln atrás de la puerta–. ¡¿Estas bien?!
–No... –gimió con voz entrecortada–. No estoy bien...
–Relájate, no pienses en lo que te asusta.
–Si...–jadeó, con su respiración empezando poco a poco a acelerarse–. Pero...
–Aquí estás a salvo, no hay nada que pueda hacerte daño.
–Lincoln... –sollozó. Súbitamente su cuerpo empezó a temblar al igual que cuando estuvo abriéndose paso por el pasadizo subterráneo–. Tengo que salir de aquí...
–No tienes nada que temer.
–Es que no lo entiendes... La habitación me da miedo... Soy claustrofóbica... Odio los lugares cerrados.
De repente, Cookie escuchó un sonoro chasquido, momentos antes que unas recubiertas metálicas descendieran de lo alto y cubrieran por completo los estantes para alimentos y los ventiladores del congelador.
Luego se oyó otro chasquido y, ante la aterrorizada cara de Cookie, las metálicas paredes empezaron a cerrarse a su izquierda y derecha, reduciendo gradualmente el espacio.
Intentó desesperadamente abrir la puerta del congelador, pero esta se había sellado herméticamente, lo mismo que ocurrió con la trampilla. Por lo tanto, no contaba con escapatoria alguna.
–¡Lincoln!... ¡Lincoln...!
–¡Es una ilusión!
–¡Lincoln, sácame de aquí!
–¡Tienes que ser fuerte!
–¡No puedo, no puedo...!
–¡Tienes que hacerlo, Cookie, afronta tu miedo, afronta tu miedo! ¡Afronta tu miedo y no te hará daño!
–¡No puedo, Lincoln, ayudame, por favor!
A falta de opciones, Lincoln se apartó de la puerta y se apuró a buscar algo con que embestirla o forzar la cerradura. No obstante cayó en cuenta que los problemas habían empezado, para él, cuando sintió el gélido aliento de alguien respirándole en la nuca.
Respirando él entrecortadamente, se volvió a mirar nuevamente la colérica y demacrada cara de la mujer de pelo tan blanco como el suyo.
–Maldito niño asqueroso...
–No eres real –balbuceó Lincoln en tono desafiante–, eres una ilusión...
–¡Lincoln! –chilló Cookie dentro del congelador, cuyo espacio se iba estrechando cada vez más, amenazando con apachurrarla como a una uva a la que se le extrae el jugo–. ¡Ayudame!
–¡Aléjate de mi!
–Ojalá te hubiera abortado –gruñó la horrenda mujer que lo arrinconó contra la estufa–, así habría sido feliz...
–¡No eres real, eres una pesadilla, no puedo creer en ti...!
–¡Lincoln, ayudame!
–¡No vas a asustarme! ¡NO MÁS!
Lincoln manoteó el aire hasta que consiguió agarrar una de las sartenes que colgaban por arriba de la estufa. La sostuvo firmemente por el mango, la desprendió de su gancho con un efusivo movimiento y la estrelló contra la cabeza de la horrible mujer que al instante se esfumó en el aire y desapareció.
En el congelador, las paredes metálicas también desaparecieron, el espacio recobró su tamaño normal, los estantes y los ventiladores volvieron a aparecer y la puerta volvió a abrirse con un chasquido dejando en libertad a Cookie.
–¡Cookie! –corrió a auxiliarla Lincoln cuando la vio salir tambaleándose–. ¿Estas bien?
–Si... –jadeó–. Eso creo...
–¡Lincoln, cuidado! –escucharon gritar a Lola de pronto–. ¡Va hacia ustedes!
Inmediatamente después, la puerta de la cocina se abrió delante de Lincoln y Cookie, ante quienes el demonio de la estatua hizo acto de aparición en su verdadera forma natural.
No se parecía en nada al busto del vampiro. En absoluto, lo que vieron entrar a acecharlos fue a un espantoso monstruo sacado de los cuentos de Lovecraft o, en el mejor de los casos, de un videojuego de Silent Hill.
Su cuerpo era tan obscenamente delgado que sus costillas, sus vértebras y los huesos de sus extremidades se le marcaban sobre la piel. Sus brazos, piernas y, sobre todo, sus dedos eran tan largos que debía mantenerse todo encorvado para poder pasar por la puerta. Su cuello se torcía y su espalda se doblaba de un modo irregular, mostrando un par de enormes alas retraídas semejantes a las de un murciélago y varias espinas que emergían de su piel babosa y maloliente. Su mandíbula inferior superaba en tamaño a la superior y se distendía a ambos lados, presentando un par de colmillos tan gruesos como estacas. Su nariz consistía únicamente en un hueco achatado que se hundía en su rostro cadavérico y unas chispas rojas y brillantes emergían por en medio de las amplias y oscuras fosas de sus ojos.
Cookie retrocedió hasta una esquina. Lincoln, por otro lado, agarró una olla, se la puso en la cabeza a modo de casco, se armó con la sartén y un cuchillo de cortar carne y se plantó desafiante ante la cosa esa.
–Ahora sólo quedamos tú y yo.
–Lincoln, ¿qué vas a hacer?
–Voy a enfrentarlo. ¡Allá voy! ¡Al ataque...!
–¡Lincoln, no!
Proclamando un efusivo grito de guerra, el peliblanco se arrojó valientemente a embestir al monstruo de extremidades largas de un violento cabezazo, con el que lo obligó a salir con él de la cocina.
El siguiente minuto y medio, que Cookie permaneció inmóvil en su lugar, se escuchó el ruido de varios golpes y vitoreos por parte de los Loud para animar en la pelea a su hijo adoptivo.
–¡Eso es hermano!
–¡Así se hace!
–¡Dale duro!
Después vino un instante de silencio que se sintió interminable, en el que Cookie se dejó caer al suelo de rodillas y se puso a lloriquear al imaginarse el peor de los escenarios.
Sin embargo, su rostro se iluminó cuando la energía volvió al restaurante, las ráfagas heladas dejaron de soplar adentro y, más importante aun, Lincoln volvió a entrar a la cocina, con algunos moretones y rasguños, pero intacto en general.
–¡Lincoln, lo hiciste! –exclamó lanzándose a abrazarlo–. Nos salvaste a todos, venciste a ese monstruo, rompiste el hechizo.
–Si –jadeó algo cansado por la pelea–, algo así...
Después de él, su familia y Clyde entraron a felicitarlo por su logro.
–Bien hecho, Linky –dijo Lola.
–Así se hace, amigo –dijo Clyde.
–Ese es mi hijo –alardeó el señor Loud.
–¿Se encuentran bien? –les preguntó Rita a ambos niños.
–Si, mamá –contestó Lincoln–, los dos estamos bien.
–Fuiste muy valiente –dijo Cookie premiándolo con un beso en la mejilla–. Gracias a ti todo acabó. Ahora tu hermana no hará daño a nadie más y ya no habrán más galletas peligrosas.
La ultima en entrar a la cocina fue Lucy, quien descaradamente y con toda confianza le sonrió mostrando sus dientes.
–Ahí es donde te equivocas.
–Tú... –la encaró Cookie fulminándola con la mirada–. Ni creas que te saldrás con la tuya.
–Si, como no.
–Claro que si. Entiéndelo, se acabó tu juego, Lincoln venció a tu horrible mascota y ya no dejaremos que sigas usando a Clyde como chivo expiatorio para tus morbosos experimentos paranormales.
–¿Cuál chivo expiatorio? –rió el chico de color–. Mis galletas nunca han sabido mejor.
–¡¿Eh?!... –se sobresaltó Cookie–. Clyde, ¿acaso tú lo sabías?
–Literalmente, creo que es muy obvio que si –aseguró Lori–. De hecho, todos nosotros lo supimos, todo el tiempo.
–¡¿Que qué?!
–Este es un negocio familiar –aclaró el señor Lynn–, y Clyde es como de la familia. Por supuesto que sabemos que hace a sus galletas tan especiales.
–¿Quién creez que dizeñó eza mazmorra zubterranea? –ceceó Lisa.
–No... –Cookie perdió el color de su cara–. No puede ser.
–No sé como no te diste cuenta antes –le señaló Leni–. Rayos, eres más tonta de lo que creí. Y que yo te lo diga es mucho decir.
Pronto, Cookie reparó que las gemelas se habían parado a montar guardia frente a la puerta que daba al comedor principal y Lynn Jr. hizo lo mismo con la que daba al callejón de atrás. Claramente estaban cortándole cualquier posible ruta de escape.
–Lincoln, ¿qué está pasando?... ¿Lincoln?
El chico no dijo nada. Tan sólo suspiró con mayor cansancio, se apartó de su lado y de ahí fue a recoger su chaqueta que colgaba en uno de los ganchos para la ropa.
–¿Lincoln?
–Lo siento, Cookie –se disculpó mientras terminaba de ponerse la chaqueta–. Yo mas que nadie odio que hagan esto; pero ya te lo dije, ellos son mi familia y tengo que apoyarlos en todo.
–¿Qué estás diciendo?
–Hay, Cookie, no sabes cuánto lo siento –se excusó con pesar–. Creéme que hice cuanto pude para que al menos tú no te vieras involucrada, podría haber convencido a Lucy de que no te hiciera lo mismo que a los demás; pero tú tenías que seguir haciendo preguntas y metiéndote donde no te llaman. Lo siento mucho, en verdad, pero ya no tengo forma de ayudarte.
–¿Lincoln? –la chica lo miró con ojos perplejos y suplicantes.
–Adiós, Cookie, y espero que puedas perdonarme algún día.
Aturdida ante sus palabras, por ultima vez en su vida, Cookie lo vio salir al callejón, luego de que Lynn se hiciera a un lado para dejarlo pasar, sólo a él, porque después volvió a ponerse frente a la puerta para impedirle el paso.
–¡Agárrenla!
Acto seguido, Luna y Luan se aproximaron a agarrarla de cada brazo, la levantaron entre ambas y la llevaron a fuerza al congelador, en donde Lana se les adelantó para ir a abrir la trampilla.
–¡Esperen! ¡¿Qué hacen?! –exigió saber a gritos, mientras soltaba patadas en el aire y era bajada de vuelta al pasadizo subterráneo. En breve, los Loud, el resto de sus hijas y Clyde McBride les siguieron el paso–. ¡Aguarden un segundo! ¡¿Qué van hacer?!
–Normalmente las personas que usamos no recuerdan nada de lo que pasó después de que Lucy se encarga de todo –explicó Rita mientras iban bajando en grupo por la escalera de caracol–. Pero tú ya sabes demasiado como para dejarte ir así nada más.
–¡¿Eh?! ¡NO! ¡AGUARDEN, POR FAVOR...!
En cuanto llegaron a la mazmorra, Lucy abrió las puertas y dejó entrar primeramente a Luan y Luan quienes fueron a sentarla en la silla de piedra. Después Lynn y Leni procedieron a ajustarle los grilletes en sus muñecas y tobillos.
Una vez la tuvieron bien aprisionada, sus captoras salieron de la mazmorra y cerraron las puertas atrás de ella. Luego de esto, el compartimento en la pared volvió a abrirse automáticamente frente a sus ojos, siendo este el turno de Cookie de quedar ante el busto de Edwin en su pedestal de mármol, y también ante el candente y cegador brillo emitido por los rubíes que tenía por ojos.
–¡Oh no! –chilló–. ¡¿Cómo hicieron para...?!
A sus espaldas, Lori abrió la mirilla corrediza y se asomó a mirar a dentro.
–¿Capturarlo otra vez? –rió maliciosamente–. Literalmente, fue fácil.
Lori se hizo a un lado para dejar asomarse a Luna.
–Todo fue gracias a nuestro hermano, el maestro del convencimiento.
Después de Luna, las siguientes en asomarse fueron Lana y Lola.
–Lincoln le hizo a Edwin una oferta que no pudo rechazar.
–Prometió quedarse con nosotros y seguir dándonos de su maravilloso elixir, a cambio de que sigamos trayéndole más víctimas de las que se pueda alimentar a gusto.
–Será mejor que te pongas cómoda –se carcajeó Luan que fue la siguiente en asomarse–, porque, según Lucy, vas estar ahí por un buen rato.
–Y ni esperes que vengan a ayudarte –le siguió Lynn–, pues nosotros nos aseguraremos de evitar que te encuentren hasta que todos se hayan olvidado de ti.
–Trabajando juntos –añadió Rita–, como familia.
–Grita todo lo que quieraz –se mofó Lisa entre ceceos–, ezta mazmorra ez a prueba de zonido. Uno de mis mejorez trabajoz hazta ahora.
–Vamos a necesitar muchos frascos para recolectar todo el adenocrome que nos vas a dar –oyó decir a Lucy–. Pasará mucho tiempo, antes de que Edwin absorba hasta el ultimo gramo de tu esencia vital y lo único que quedé de ti sea una carcasa vacía, a la que luego devorará también.
A través de la mirilla, lo que Clyde y los Loud observaban en el compartimento era el busto de Edwin en su pedestal; pero lo único que veía Cookie era a la criatura aberrante de largas extremidades, espalda espinosa y candentes ojos rojos.
–¡NO! ¡NO! –gritó, sacudiéndose desesperadamente en la silla de piedra. Pero sus gritos fueron acallados por las constantes y malévolas risotadas de sus captores–. ¡NO LO PERMITIRÉ! ¡NO PODRÁN ASUSTARME!
–Eso es, pelea –oyó que la alentaba Clyde–. Entre más se resiste el sujeto, más poderoso es el elixir, y las galletas más suculentas y sabrosas...
–Boo... –se le burló Lily entre balbuceos.
–Edwin aun sabe lo que te asusta –habló Lucy otra vez.
Antes de cerrar la mirilla, el señor Loud fue el ultimo en asomarse a comentar algo que tenía que dejar bien en claro.
–Y tenemos pensado seguir en este negocio por mucho, mucho tiempo... ¡Mua ja ja ja ja ja ja...!
FIN
***
De regreso en la mugrienta tienda, Haiku al fin salió del laberinto que formaban los estantes y regresó a la parte de atrás del mostrador. En todo momento procuró no mirar atrás, al menos hasta asegurarse de haber perdido de vista al estatua del vampiro a la que le había vendado los ojos.
–Y bueno –se dirigió cordialmente a los lectores–, creo que no hay mejor forma de dar por terminada esta historia, que aclarándoles que esta tuvo un final feliz, pues Cookie consiguió lo que tanto deseaba. De corazón, espero que todo lo demás lo haya valido, ¿ustedes no?... Y bien, eso ha sido todo por hoy, mis queridos vampiros de la melancolía. Buenas noches a todos, y no dejen que los murciélagos os muerdan mientras duermen... Es en serio.
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