El diablo en la gran ciudad II Ep 3
Ricky cayó contra el librero, a la espera que el inmenso toro demoniaco lo embistiera salvajemente.
Exhalando chorros de azufre en abundancia, el inmenso animal pegó un bramido y salió disparado en su contra.
Con lo que Ricky se tumbó de rodillas escudándose con la guitarra, aun a sabiendas que eso de nada le iba a servir.
No obstante, cuando creyó que lo iban a ensartar con aquellos cuernos punta de lanza, las nubes de azufre que envolvían al toro se disiparon y éste volvió a transformarse en el diablo Lincoln, que pasó a tenerlo de rodillas y a sus pies.
–Muy bien, vamos a calmarnos –exigió, soltándole golpes suaves en la cabeza con la empuñadura de su bastón–. Ahora, quería hablar contigo de...
No pudo terminar, dado que Ricky pegó un berrido y se puso a temblar. Sus ojos lagrimeaban cascadas y su nariz chorreaba mocos.
–¡BUAAAAHH...!
–Niño, deja de llorar –ordenó el diablo Lincoln, que hasta sintió lastima por él–. Yo sólo quería...
–¡BUAAAAHH...!
El demonio peliblanco rodó los ojos y negó con la cabeza. Sólo había visto unas tantas miles de veces a alguien montando una escena tan patética. En esto, a nada que el indefenso chico mojara sus pantalones, avistó la plumilla asomando de entre sus dedos.
–De acuerdo, sólo voy a tomar esto y me i... ¡WAAAAAAHH...!
Pero cuando estiró la mano y se propuso a cogerla, la miniatura aquella desprendió una potente descarga que recorrió el cuerpo entero del cornudo albino haciendo que gritara y se estremeciera de dolor.
– ¡YAAAAAAAHHW...!
Sólo hasta que se echó para atrás dejó de recibir corrientázos; y, claro, al percatarse de ello, Ricky dejó de berrear.
–¡Bueno, ya! –gruñendo entre dientes, el diablo Lincoln se volvió a aproximar y estrió la mano–. ¡Me vas a dar eso quieras o...! ¡WAAAAAAHH...!
No más para recibir otra descarga, tan potente que lo mandó a volar fuera de la biblioteca, con que cayó despatarrado ante varios niños que observaban atónitos.
Entre ellos, uno de vestir elegante llamado Clyde McBride que se acercó para tenderle la mano y ayudarlo a levantarse.
–Señor, le dije que el niño debía cederle la plumilla.
–¡Ya la tenía! –chilló el demonio peliblanco–. ¡Estaba tan cerca!
–Si, señor, lo sé. Pero sabe que no se la podemos quitar así nada más.
–¡Ja ja! –rió triunfante Ricky, que fue el siguiente en salir de la biblioteca, sosteniendo en alto la plumilla que aun desprendía unas pocas chispas anaranjadas–. ¡¿Esto es lo que quieres, diablo cabeza de chele?! ¡Pues mala suerte para ti! ¡Ahora me pertenece! ¡Así que ve a llorar a tu casa con tu mamá! ¡Lero, lero!
–¡Maldito niño! –bramó el cornudo albino–. ¡Esto me lo vas a pagar! ¡Tú vas a devolverme lo que es mío tarde o temprano! ¡Lo juro por Dios que me mira!
–Si, señor –concedió Clyde, que lo sostuvo del brazo y lo guió a la salida–. Ya pensaremos en algo, pero no se comporte como un estúpido. Venga, le prepararé un baño.
–¿Con burbujas?
–Si, y con sales aromáticas.
A la salida de la Academia Chavez, el diablo y su esbirro subieron a una carroza negra tirada por ocho caballos negros. Una vez a bordo, la diabla jorobada que iba en el pescante azotó a los caballos con un látigo hecho de serpientes y colas de zorro.
A las puertas de la institución, alumnos y profesores vieron alejarse a la carroza, que dejó tras de si dos lenguas de fuego y un montón de huellas humeantes en el asfalto.
Tras lo cual todos ovacionaron a Ricky como a un héroe por haber ahuyentado al diablo.
Todos, salvo Ronnie Anne y Sid, que se mantuvieron al margen, preocupadas ante la idea de que pudiera regresar para cobrar venganza.
Tampoco fue el caso de Becky, quien de primera mano acudió con su hermano que estaba hecho un desastre, pues tenía el pelo alborotado, la ropa empapada en sudor y hedía a azufre.
–¡Ricky! ¡Ricky! ¡¿Estás bien?! ¡¿No te hizo daño?!
Y sin embargo, su mellizo lucía más contento que unas pascuas. Más que eso, se sentía invencible y capaz de lograr todo lo que se propusiera.
–¡Mejor que bien! –se carcajeó extasiado–. Estoy de maravilla... ¡Y voy a triunfar, mundo!
Y así sucedió.
***
Los siguientes días, Ricky se siguió instalando en la misma esquina donde topó con Mick Sawgger por primera vez.
Cabe decir, su carrera musical arrancó con pie derecho. Desde el primer día contó con una audiencia de aproximadamente docena y media de personas, quienes le aplaudían, le felicitaban por tocar tan bien y no se iban sin echar algo de dinero al estuche.
Mismo que quedaba repleto al final de cada presentación con monedas de a centavo, de a cinco, de a diez centavos, de a un cuarto, de cincuenta y billetes de dólar y de a cinco. A veces hasta de diez y de a veinte.
Dentro de poco ya no tuvo que tocar en las calles, dado que fue invitado a presentarse en cafeterías juveniles, fiestas de cumpleaños, bodas, bautizos y demás eventos similares con buena paga.
Luego se abrió una cuenta en Clik Clop, la cual alcanzó millones de vistas, likes y seguidores en tiempo récord. Por lo que no pasó mucho antes de que su incomparable talento se diera a conocer a talla global y alcanzara cierta fama.
Para cuando fue invitado a entrevistarse por televisión y en canales de influencers famosos de la localidad, nuestro muchacho olvidó que el diablo aun podría andar al acecho.
***
Quien si obtuvo un recordatorio de ello fue Ronnie Anne Santiago. Le llegó una tarde que se proponía a ver la novela de las seis con su familia.
Fijaos, en el momento menos oportuno y para descontento de todos, el televisor emitió pura estática. A esto siguió la apertura de un dibujo animado que no pasaban en ese canal... Ni en ningún otro que supieran.
–El pasillo hay que cruzar,
a las niñas esquivar,
si al baño quiero llegar...
–¡Hey! ¿Qué es esto? –reclamó Carlota.
–Pon la novela, Hector –ordenó la abuela Rosa.
–Está en el cinco –aseguró su esposo, que era quien tenía el mando de la tele.
De todos modos cambió el canal, e igual vio pasaban los mismos cartoones que en el anterior.
–Ropa sucia hay que saltar,
los pañales huelen mal,
sobrevivir requiere habilidad...
Con otros cuatro intentos, los Casagrande comprobaron, con mayor disgusto que extrañeza, el mismo dibujo animado pasaba en todos los canales.
Cuando Hector volvió a sintonizar el cinco, la música se detuvo y los conejos de caricatura dejaron de correr y saltar, para quedarse mirándolos fijamente.
–¿Qu... Qué está pasando? –inquirió Carlota con voz inquieta.
–E-esto me está asustando... –balbuceó Frida Casagrande.
En la pantalla, los ojos de los conejos se tornaron rojos, la imagen se distorsionó y empezó a producirse un sonido horrible, como una mezcla de llantos de niños y animales siendo masacrados en un matadero, el cual fue incrementando hasta hacerse insoportable.
–¡Apágalo, Hector, apágalo! –gritó Rosa.
–¡Eso intentó! –juró el señor Casagrande.
Pero por más que machucaba el botón de apagado, el televisor siguió transmitiendo aquella secuencia tan inquietante con los conejos de ojos rojos. Misma que se fue distorsionando más y más hasta volverse pura estática. A su vez, el ruido se hizo más ensordecedor.
Cuando vio que Carl se encogía atemorizado y oyó que Carlitos rompía en llanto, CJ saltó del sofá y se lanzó a desenchufar el aparato. Cosa que tampoco sirvió, dado que la estática se mantuvo. Así que volvió a conectarlo y desconectarlo repetidas veces, y siguió igual.
Lo que si, el ruido disminuyó, en tanto la imagen se volvía a aclarar. Segundos después, en la pantalla apareció un niño de pelo blanco en traje negro con sombrero de copa.
–Hola, Ronnie –saludó con una amigable sonrisa.
A lo que ella y su familia pegaron un grito.
–Siento interrumpir tu novela de las seis –dijo el peliblanco en la pantalla–. Pero necesitaba hablar de un asunto muy importante contigo.
–Mejor los dejamos solos –sugirió María Casagrande.
Con que ésta, los abuelos, tíos y primos de Ronnie Anne abandonaron la sala.
–¡Oigan! –empezó a reclamar la niña–. ¡¿Qué están... ?!
–Si, dejemos que resuelva sus conflictos con su ex –secundó Carl, que fue el ultimo en salir.
–¡Qué él no es mi...! ¡Bha! ¡Olvídenlo!
Habiéndose quedado sola, la hispana se dirigió al albino que se les apareció por televisión.
–¿Qué quieres ahora, Lincoln? Ni creas que te voy a dar mi alma.
–No, nada de eso, Ronnie –se apuró a aclarar–. Quería hablarte de éste amigo tuyo que tiene algo que me pertenece.
De buenas a primeras, la hispana lo adivinó.
–¿Te refieres a Ricky y la PDD?
–Si, esa –asintió el diablo Lincoln–. Sucede que es un pedazo de mi diente que me tumbó un bravucón hace unos años, y lo he estado buscando por todo el mundo para ir con el dentista para que me lo vuelva a pegar. Pero tu amigo no me lo quiere devolver. ¿Verdad que no es justo?
Ronnie Anne frunció el entrecejo y se cruzó de brazos.
–En primera, Ricky no es mi amigo. Ese tipo es un bravucón y ya sabes que odio a los bravucones.
–Pues con mayor razón –la apoyó el demonio peliblanco–. Si pudieras echarme una mano con esto, tal vez hablar con él, ponerlo en su lugar y convencerlo de que me devuelva mi plumilla cómo tú sabes hacerlo, te estaría eternamente agradecido. Podría hasta darte lo que sea que me pidas y sin ningún cargo adicional.
–Olvídalo –sentenció la chica–. Ricky no me cae bien, pero tampoco voy a hacer de tu matona personal... Aunque...
De pronto se quedó mirando a la tele y, mordiéndose el labio inferior y sonriendo con picardía, lo consideró.
–Tal ve si armamos otro trío, pero esta vez con Nikki, lo podría pensar.
–¡NO! ¡NO! –negó el diablo Lincoln soltando risas nerviosas–. Olvida lo que dije, lamento haberlos molestado. Ahí muere. Nos olemos luego.
Con esto dicho, su imagen desapareció tras otra cortina de estática que se disipó a los pocos segundos, con que el canal volvió a su programación original.
–¡Familia! –llamó Ronnie Anne al resto de los Casagrande–. ¡Vengan, que ahora si ya va a empezar la novela!
***
Dado que tenían sintonizado el 5 y no el 7, los Casagrande no vieron a Ernesto Estrella presentando a la sensación del momento.
–Ahora, nuestro invitado de hoy me dijo que no dijera esto... ¡Pero no me importa! ¡Lo voy a decir de todos modos, porque es mi idea y es la verdad! ¡Yo admiro a este muchacho, porque es el mejor guitarrista del mundo y punto se acabó! Damas y caballeros, con ustedes... ¡Ricky rockero!
–¡¿Cómo están, raza?! –se anunció éste al subir al escenario–. Escribí esto hace unos cinco minutos. Se llama: "El himno de la generación Z".
En medio de una infinidad de aplausos y alabanzas, el joven guitarrista se armó con la plumilla que llevaba colgada al cuello con una cadenilla, la cual emitió más de ese potente destello anaranjado al tenerla entre sus dedos.
–¡Oye hermano, si hermano!
¡Oye hermano, si hermano!
¡Oye hermano, si hermano!
¡Los odio a todos, denme su dinero!
¡Oye hermano, si hermano...!
–¡Te amamos, Ricky!
–¡Hazme un hijo, Ricky!
Quien si vio tal espectáculo, falto de pena ajena, fue el diablo Lincoln en la comodidad de su caverna en el infierno.
–¿A eso le llaman música? –refunfuñó tras apagar su tele.
Dejó el mando en su velador y procedió a calzarse unas gafas de lectura y repasar lo que tenía anotado en una libreta. De tanto en tanto tachaba alguno de los puntos enlistados para escribir algo diferente en su lugar.
Mientras maldecía por lo bajo, Clyde ocupó su lado de la cama matrimonial y se puso a masajeárle los hombros.
–Relájate, amigo –lo consoló, soplándole al oído–. Necesitas descansar.
–Me relajaré cuando esté completo, maldición... –gruñó en respuesta. En algunos espacios en blanco garabateaba la cara de Ricky y enseguida la tachonaba o picaba con la punta del lápiz–. En cuanto a éste pequeño ladrón, cuando salga de aquí le sacaré el corazón, también la lengua. Luego pondré su corazón dentro de su boca, tomaré su lengua y se la voy a meter por...
–Si, si, pero ya olvídate de él por ésta noche –sugirió su acompañante–. Mejor ven a "tomar tu leche sabor cocoa".
–¡Ahora no, Clyde! –gruñó el diablo Lincoln, cuya concentración se mantuvo fija en lo que iba anotando en su libreta–. Necesito elaborar un plan infalible que ayude a recuperar la pieza que me falta. Sólo así mi poder demoniaco volverá a estar al 100%.
Molesto y desilusionado, Clyde bufó, lo mosqueó con un ademán y se acurrucó bajo las cobijas dandole la espalda.
–Nha, cuando no es eso, te duele la cabeza.
Con esto, el diablo Lincoln dejó la libreta junto con sus gafas en el velador y se volvió hacia él.
–Perdona, amor. Es que muchas cosas importantes dependen de esto.
–Lo sé –concedió Clyde, que volvió a sentarse en su lado de la cama–. Yo también estoy emocionado y preocupado porque tomaremos el control del mundo.
Seguido a esto, el cornudo albino lo tomó de las manos y le sonrió con calidez.
–Te amo.
–Entonces, ¿qué dices? –a lo que Clyde se quitó sus gafas y le dedicó una cálida sonrisa–. ¿Tomamos la noche libre, apagamos las luces y... Nos acariciamos un poco?
Riendo con picardía, el demonio peliblanco apagó su lampara de noche, con que la caverna infernal en que vivían ambos quedó a oscuras.
***
Mientras tanto, durante esas tempranas horas de la noche, Ricky se regodeaba de su éxito en un camerino del estudio donde se grababa el programa de Ernesto estrella.
Al momento que celebraba con una copa de soda de uva, uno de los ayudantes de producción vino a darle las buenas nuevas.
–Señor, los integrantes de SMOOCH desean verlo.
–Que pasen –dijo el chico, quien dio un sorbo suave a su refresco y dejó la copa con el resto en la cómoda.
–¡Muchacho, te felicito! –exclamó Pucker Openheimer, el principal cantante de la banda y el primero de los cuatro en ingresar al camerino–. Tu ultima interpretación fue lo más de lo más.
–¡Tu forma de tocar es algo fuera de éste mundo! –clamó el guitarrista de la banda.
–Gracias, chicos –contestó Ricky entre risas jactanciosas–. Es justo lo que buscaba.
–Y tú eres lo que buscábamos nosotros –declaró el bajista de SMOOCH.
–Queremos que te unas a nuestra banda –pidió el baterista.
–No sólo eso, queremos que seas nuestro nuevo líder –añadió Pucker–. Nosotros ya estamos viejos y nuestro grupo corre riesgo de estancarse. Necesitamos sangre joven, y tú eres el elegido. Queremos que nos guíes por nuevos horizontes.
–¡Vaya! ¿Yo?... –Ricky apenas podía creerlo. Por fin era reconocido, más que un niño problemático a la sombra de su hermana–. ¡Está bien! ¡Lo haré!
***
La noticia se esparció en menos de lo que cantaba un gallo. Lo que generó pura envidia por parte de muchos de sus compañeros de escuela.
–Qué suerte tienen los feos –protestó Alexis, quien alguna vez fue una de sus víctimas de Bullying.
–Así es la vida, amigo –lo consoló Carl–. Una decepción tras otra hasta que empiezas a desear que Bobby se muera.
Por el contrario, si alguien habría de estar lo más feliz por él, esa era su melliza, quien si o si iría a su debut.
–Así se hace, hermano –dijo, al contemplar uno de los muchos posters publicitarios que lo presentaban como nuevo integrante y líder de la banda–. Sabía que lo lograrías.
De resto, siguió con su vida normal, yendo a la escuela y siendo la niña desmadrosa que siempre había sido. Por lo que no dejó de gastar bromas pesadas a cuanto incauto se le cruzara por delante. Sobre todo a Ronnie Anne Santiago, que se había vuelto una de sus víctimas predilectas desde que ésta llegó a la gran ciudad... Lo que vendría a ser inoportuno.
Preciso, a vísperas del evento y teniendo su boleto para la primera fila guardado cuidadosamente en su cartera, a Becky no se lo ocurrió otra cosa mejor que hacer de las suyas.
Faltando poco para que finalizara la jornada de ese día, Ronnie Anne se propuso a sacar unos libros de su casillero para la siguiente clase. Pero al abrirlo, una bolsa de pudín caducado le explotó en toda la cara, sólo para empezar.
¡Splash!
Porque no había tenido tiempo de limpiarse toda esa porquería de los ojos, y que un guante de box salió impulsado por un resorte, a estrellarse contra su cara faltando poco para que le arrancara la mandíbula.
¡KAPOOW!
Con lo que Ronnie Anne cayó al piso despatarrada, completamente sucia y pegajosa. Instante en que Becky salió de detrás del tacho de basura donde se hallaba oculta, para enseguida poder reírse de lo lindo a costa de su humillación.
–¡Boom! ¡Ja ja ja ja ja...! ¡¿A qué te supo eso, Santiago?! ¡A tapioca, por supuesto! ¡Ja ja ja ja ja...! ¡Eso fue por las veces que tu abuelo hizo quedar mal a mi hermano! ¡Ja ja ja ja ja...! Admítelo, fue la mejor broma. Nadie me puede superar. ¡Ja ja ja ja ja...!
Lo que no sabía la niña, es que su chiste le iba a costar más caro a lo que debería.
Aun tumbada en el piso, la hispana la oyó alejarse, gruñendo y rechinando sus grandes dientes.
Por suerte (o infortunio, para el caso), una disque alma caritativa se apiadó de ella.
–¿Tú estar bien?
–Si, gracias.
Tan pronto la ayudó a levantarse, quien le tendió la mano le dio pasando un pañuelo con que limpiarse la cara.
–¿Qué haber sido eso?
–Fue Becky con una de sus absurdas bromas –refunfuñó Ronnie Anne.
Quien, tras quitarse el pudín de los ojos, pudo ver con claridad al acomedido que había acudido en su ayuda. Era un chico pelirrojo en atuendo ruso tradicional, pecoso, flacucho y con un par de cejas frondosas, a juego con un bigote falso del mismo tono rojizo.
Igual, pese a su pinta tan ridícula, y que esto sería algo que la hispana no reconocería a viva voz, su sola presencia hizo que su corazón se acelerara.
–Niña muy abusiva –comentó el ruso, que quedó mirando en dirección por donde vio marcharse a Becky–. Alguien debería darle una lección.
–Eso quisiera –se aquejó Ronnie Anne–. Pero es como si hubiera perdido mi toque para hacer buenas bromas, como las que hacía antes de venir a vivir a ésta ciudad... Por cierto, ¿quién eres tú ?
En respuesta, el pelirrojo de acento ruso se presentó efectuando una cordial reverencia.
–Mi ser Lincolnovich Loudinsk. Estudiante de intercambio, y mi poder ayudarte a vengarte de esa pesada. Tener ideas para buena broma.
–¿De veras? –la hispana sonrió encantada. Con todo y su actuar tan payasesco, aquel chico si que le resultaba muy simpático–. ¿Harías eso por mi?
–Por ti, krasivyy, no hay problema –asintió–. Encantado de ayudar.
–... Me caes bien –al presentarse, la niña apartó la mirada para disimular su rubor–. Soy Ronnie Anne... Ehm... ¿Qué te parece si lo platicamos con unas malteadas?
–Un placer.
***
Dicho y hecho, la hispana y el ruso se dedicaron la tarde entera después de clases a preparar la broma definitiva que pondría a Becky en su lugar.
A primera hora del siguiente día, ambos se ocultaron tras otro tacho y aguardaron expectantes.
–Eso le dará su merecido –susurró Lincolnobich.
–¡Chst! Ahí viene –avisó Ronnie Anne.
Entre risas discretas señaló a Becky, a la que vieron llegar con su mochila echada al hombro.
Cuando se dispuso a guardarla en su locker, la incauta recibió su dosis de karma en forma de un bocinazo, tan potente que cayó de espaldas contra la pared contraria.
¡BABOOM!
Al cabo, que se desplomó en el piso de rodillas, Ronnie Anne salió de su escondite, seguida por el ruso. Chocaron palmas y se soltaron en carcajadas.
–¡Toma eso! –rió la hispana, apuntándola con el dedo–. ¡Para que recuerdes quien es la verdadera maestra de las bromas!
Tras ponerse en pie, Becky se rascó ambos oídos, los cuales quedaron zumbando.
–¡¿Qué dijiste?!... ¡No oigo nada...! ¡OH NO...! ¡Estoy sorda...! ¡Ahora no podré escuchar tocar a Ricky con SMOOCH...! ¡Mira lo que hiciste, Santiago...!
Tan pronto se tuvo cuenta aquello, todo dejó de ser risas y diversión. Tanto para la afectada que rompió en llanto, como para la perpetradora de su infortunio que dejó de reír.
–¡Becky, lo siento! –se disculpó en el acto–. ¡Yo sólo quería desquitarme por la broma de ayer, pero no llegar a tanto!
Haciendo a un lado su fachada de chica ruda y de espíritu libre, la otra la apartó de un violento empujón y se alejó corriendo. En todo el pasillo se escuchó su llanto hasta que se perdió de vista.
Por otro lado, el tal Lincolnobich no cabía en si de gozo.
–Vaya, que deliciosamente irónico.
–¡No es irónico! –le increpó Ronnie Anne–. ¡Es perverso y... ! Un momento...
Reparó, entonces, lo ultimo dicho por el chico aquel, no lo dijo con acento ruso. Amén que su cara se le hizo conocida. Por lo que, con un ágil y brusco movimiento, le arrancó el bigote falso de un tirón.
–¡YAAYH!
–¡Tú! –bramó, nada más toparse con aquella cara se le había hecho tan encantadora–. ¡Así que éste fue uno de tus planes!
–Hey, Ronnie –la saludó Lincoln, riendo perfidamente, con todo y la marca roja que le quedó bajo la nariz–. Nada mejor que una guerra de bromas para pasar el rato entre amigos, ¿eh?
Aun si no entendía del todo que tramaba el diablo, en su indignación, Ronnie Anne arrancó la bocina para estadios del mecanismo que habían integrado al casillero de Becky, le apuntó la corneta a la cara y apretó el botón a fondo.
–¡Toma esto!
Mas el unico ruido que emitió el aparato fue un débil silbido, que en breve se apagó.
–Parece que se agotó el gas –rió burlón el chico en traje ruso.
Cuyo rojo pelo se tornó blanco y su cara roja como un tomate. La ushanka que llevaba sobre su cabeza se prendió en llamas, dejando al descubierto un par de cuernos que se fueron alargando y volviéndose más grandes y afilados. Su cabeza incrementó de tamaño hasta obstruir el pasillo, al tiempo que su cuerpo fue encogiéndose hasta desaparecer.
Cuando lo único que quedó fue la cabeza gigante de un demonio de pelo blanco, ésta soltó una estridente y maquiavélica risotada, antes de desaparecer en medió de una llamarada roja junto a la que se levantó una humareda gris que dejó apestando el pasillo a azufre.
–¡MUA JA JA JA JA JA JA...!
Continuará...
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