El diablo en la gran ciudad II

Ésta vez, tenemos frente a nosotros varias hileras de ganchos, de los que cuelgan toda clase de guitarras. Las hay acústicas y eléctricas, y hasta una de dos mástiles. También hay amplificadores y piezas de batería a nuestro alrededor.

La niña nos condujo hasta aquí diciéndonos algo sobre una de las personalidades del rock moderno que ha pasado por la puerta trasera de la historia... Y no sé qué más. Lo mejor será que la escuchemos como siempre.

Llave en mano, se aproxima ahora a la vitrina que se alza en medio de los instrumentos exhibidos en esta sección. Procede ahora a coger la guitarra que guarda allí dentro y colgársela al pecho.

Sin embargo, veo es una guitarra pequeña, su modelo es sencillo. Parece que es una Telecaster. Así que no sé que tenga que la haga destacar entre las demás... Salvo, tal vez, las siglas grabadas en su mástil.

Ahora que terminó de afinarla, se dispone a sacar la plumilla que venía enganchada allí mismo. Esa sí está curiosa. Fíjate como la usa para rasgar las cuerdas.

¡Pero vaya! No imaginé que la niña tocara así de bien. Es decir, la guitarra ni siquiera está conectada a un amplificador o a un pedal, y aun así suena de maravilla.

¡Aguarda...! ¿Es idea mía...? ¿O la plumilla esa acaba de desprender un destello anaranjado?... ¿Será?... ¿Y ese olor?... Huele como... A azufre...¡Oh oh!

Al son de su tocar, Haiku entonó una canción que componía el preámbulo de su siguiente historia, la cual más o menos iba así:

Hace mucho tiempo, muy cerca de Royal Woods...

***

El diablo en la gran ciudad II

(La plumilla de la discordia)

... Vivían unos mellizos inquietos a plenitud. Pero el chico, uno de ellos, tenía otra inquietud. Su nombre era Ricky y se resistía a obedecer. Sólo soñaba con un famoso rockero ser, y con su música hizo a la tierra estremecer...

¡De las malditas pelotas a un puto troll yo colgué!
¡Y con mi filosa espada, una a una rebané!
¡Luego me lo cogí, soy un maldito cogelón!
¡También me los cogeré a ustedes,
si es que se meten CON MI ROCK...!
¡Todo esto ya se salió de control...!
¡Yo ya no tengo el control...!
¡Me entregaré al descontrol...!
¡QUE VIVA EL PUTO DESCONTROL...!

En su desespero, Hector meneó la cabeza varias veces, y acabó por asir de los hombros al chico para zarandearlo, gritándole a la cara.

–No... No... ¡No...! ¡No...! ¡NO...! ¡NO...! ¡PARA...! ¡BASTA YA...! ¡RICKY, POR FAVOR, NO SEAS MENSO...!

Sólo así, el muchacho dejó de tocar. En el otro extremo de la sala, Becky, su melliza, se hallaba agazapada en un rincón con las manos contra los oídos, pese a lo cual no podía de la risa.

Tras percatarse de cuanto se había extralimitado con el niño, el anciano hombre lo soltó, se aclaró la garganta y prosiguió con las lecciones como debía ser.

–M'jo, a la guitarra debes sacarle melodías, no lagrimas. Se trata de tocarla, no de pelearte con ella. ¿Repasaste las escalas como te dije?

El titubeo y el modo en que Ricky apartó la mirada, fue respuesta suficiente.

En ese mismo instante, la señora Bella Bucks se reunió con ellos en el estar. Dado que era una mujer muy ocupada y viajaba mucho, lucía su traje estilo sureño con el que se presentaba como una importante promotora de lucha libre, salvo el sombrero vaquero que siempre lo dejaba colgando en el perchero a la entrada.

–¿Cómo van las clases?

–Muy bien –en afán de enfilar el tema por un rumbo más positivo, el anciano músico se enfocó en Becky–. Su hija es toda una genio del acordeón. A éste paso pronto estará lista para aprender los secretos de los boleros.

Ante lo cual, Ricky rodó los ojos y frunció el entrecejo. Cuando su madre empezó a cubrir de alabanzas a su melliza, chasqueó con la lengua, refunfuñando por lo bajo y mascullando maldiciones.

–¡Esa es mi niña que todo lo puede! –clamó la señora Bucks–. Es porque nació con mucha suerte.

Entre tantas muestras de afecto por parte de su madre que invadían su espacio personal, revolviéndole el cabello y pellizcándole las mejillas, Becky advirtió la expresión de furia que se estaba dibujando en el rostro de su hermano. Por lo que inmediatamente salió en defensa de él.

–Y Ricky también lo está haciendo muy bien. ¿Verdad?

Con lo que la risueña expresión de Bella dio paso a una más fría.

–Cierto. ¿Cómo le está yendo al muchacho éste? Espero sepa aprovechar las clases por las que estoy pagando.

–Pues, verá... –el señor Hector se sobó la nuca al responder–. Yo he tenido alumnos excelentes...

Con la vista apuntó a Becky y sonrió satisfecho; pero cuando se volvió hacia Ricky, lo hizo con algo de nerviosismo.

–También he tenido alumnos buenos... –prosiguió–. Alumnos regulares... Mediocres... Malos... Pésimos... Desastrosos y...

–Mejor no siga –sentenció la señora Bucks, quien pasó a dedicarle una mueca de desdén a su hijo–. Y ya ni se moleste. Si lo que éste cabeza dura tuvo fue suerte de nacer.

–¡Mamá! –chilló Becky.

Tanto o más indignada que Ricky, quien optó por retirarse, gruñendo y dando patadas al suelo.

***

–¡Al cuerno con esta cosa!

De regreso en su habitación, lo primero que hizo el chico fue arrojar la guitarra dentro de su armario y coger una revista de cómics en su lugar.

–La tonta señorita perfecta –refunfuñó, en tanto se echaba en su cama y se ponía a hojear la revista–. La capitana del equipo de lucha, la preferida de mamá.

Entonces llamaron a la puerta.

–Hey, Ricky –se anunció Becky al entrar, a costo de ganarse otra mirada de desprecio–. Mamá no quiso decir eso. Es sólo que ella desearía que te tomarás las clases de música más en serio.

–¿Y desde cuando esos boleros son música? –le replicó su hermano, que siguió hojeando la revista.

–Te entiendo –con calma y paciencia, Becky volvió a sacar la guitarra del armario–. A mi tampoco me gustan esas canciones de viejitos, pero es que hay que darle un poco por su lado al señor Casagrande si queremos que nos enseñe a tocar nuestros instrumentos. Cuando perfeccione mi técnica con el acordeón, entonces ahí si me dedicaré a la Polka, que es la música que de verdad me interesa.

Con esto, Ricky levantó la vista de su cómic y enarcó la mitad de su uniceja.

–¿Polka?

–Eso mismo –asintió su melliza–. Ya que mamá nos obligó a ésta tontería de aprender a tocar un instrumento, lo que haré será tocar la música más irritante que pueda haber.

Paso seguido se sentó en la cama junto a él y le dio afinando la guitarra.

–Y tú también podrás tocar la música de rock que tanto te gusta. Pero antes tienes que aprender lo básico.

–Nha, nunca seré tan bueno como tú –gruñó Ricky–. Sólo quieres que toque para verte aun mejor.

–Oh, sabes que eso no es cierto –le replicó Becky–. Comienza con las escalas que te enseñó el señor Casagrande. Después de un mes, con sesiones de practica de tres horas diarias, estarás listo para tocar cosas más complicadas.

–Becky, cariño... –de nuevo llamaron a la puerta, siendo esta vez la señora Bucks quien ingresó a la habitación del chico–. El señor Casagrande te espera para seguir con la clase.

–Enseguida voy, mamá –contestó la niña–. Le estaba ayudando a Ricky a repasar sus lecciones para que se ponga al día.

Ouh, eso es muy noble de tu parte, cariño. Ricky es afortunado de tener una hermana tan considerada.

Tras dedicarle otra mueca desdeñosa a su hijo, la mujer los volvió a dejar solos.

"Es muy noble de tu parte, cariño" –se burló el chico con enfado–. ¡Lo sabía! Sólo estás intentando quedar bien con la vieja bruja.

–Sólo estoy intentando ayudarte –insistió su hermana.

–¿Si? –a lo que Ricky le arrebató la guitarra de sopetón–. ¡Pues dame eso!

–Así se hace –lo animó Becky–. Lo unico que necesitas es practica, practica, practica.

–Si, tal vez deba aprender a tocar ésta cosa –dijo para si, una vez su melliza abandonó la habitación–. Ya verás, Becky.

***

Dicho y hecho, los siguientes días Ricky se dedicó a repasar las escalas por cuenta propia. Pero por más que lo intentaba seguía errando en cada intento y, en consecuencia, frustrándose cada vez más. Hasta que su paciencia rebasó limites y acabó por rendirse.

Caso contrario al de Becky, que mejoraba cada día más.

Así se los hizo saber el señor Hector Casagrande, una tarde que Ricky regresó del arcade.

–La sincronización de su hija es perfecta, es tan talentosa. Claro, no una cosa así que digan "Qué bruto como toca esta jovencita". Pero si ensaya mucho, hasta puede que grabe un disco.

–¡Qué talento! –exclamó complacida la señora Bucks–. ¡Mi niña va a hacerme millonaria!

Esto, para total desagrado de su otro hijo, que lo escuchó todo al ingresar por la puerta principal.

–Oh, hola, Ricky –lo saludó Becky–. ¿Cómo estuvo tu día?

–Eh... Eh... ¡Pues, para que lo sepas, rompí tu récord en Cuphead...! –se le ocurrió decir, en un desesperado intento por alardear–. Si, me pasé todo el juego, en sólo tres horas, con el DLC incluido, y sólo me morí tres veces. ¿A qué te supo eso?

–Oh, eso es maravilloso –lo felicitó su hermana–. Tres muertes en sólo tres horas. ¿No es genial?

–Ajá –asintió su madre, rechinando los dientes–. Muy bien.

–Empecemos una vez más –dictó entonces el señor Casagrande–. Y uno, y dos, y...

De modo que a Becky no le quedó más que reanudar su tocada con el acordeón, para seguir recibiendo más y más elogios.

–Paca paca paca paca en mi caballo...
Paca paca paca paca en mi caballo...
Paca paca paca paca en mi caballo...

–¡Muy bien, cariño! ¡Así se hace!

–Sabía que los impresionaría –se aquejó el otro mellizo.

Quien, sin mas, se retiró. Total, que a su familia le daba igual.

***

Al salir del edificio donde vivía, Ricky echó a andar por la banqueta sin un rumbo fijo, con la cabeza gacha, las manos en los bolsillos y la boca torcida en una mueca de disgusto. De tanto en tanto pateaba una lata abollada que se encontró tirada por allí.

Si, el monstruo de la envidia lo tenía dominado. Si antes no se había notado, su melliza siempre había sido la favorita y él un cero a la izquierda.

Sin embargo, su suerte estaba por cambiar... ¿Para bien o para mal?... Ya veremos.

Precisamente, cuando sintió que todo el mundo estaba en su contra, escuchó una alegre melodía.

–... El diablo inmediatamente, se los platicó como fue,
bajó la cabeza y dijo: "Caray, Johnny, tocas bien".
Le entregaba el violín de oro cuando Johnny contestó:
"¡Aquí te espero, demonio maldito, siempre ganaré yo!"

–¡Oigan, eso suena genial!

Pero también estaba llena de poderosos sentimientos.

Fíjense, muchachos, que él ya prendió...
Fuego en las montañas, sigue la función...

Sentimientos de ira.

El diablo está en la casa donde él ascendió...
Tienes que saber que el diablo ya perdió...

A toda prisa, el chico siguió la tonada hasta una esquina, en la que tuvo que abrirse paso por entre una pequeña multitud. Misma que rodeaba a un sujeto de sombrero y gabardina con lentes de sol, dueño de una poblada barba que le cubría casi toda la cara.

Todos allí lo escuchaban admirados; pero quien más quedó fascinado fue Ricky. Y es que el tipo tocaba con la misma destreza y pasión que los ídolos de Rock de antaño y de la actualidad. Sencillamente no podía creer que estuviera mendigando en una esquina cuando podría estar tocando en un estadio lleno de gente.

En cuanto dio por terminado su concierto callejero, el sujeto hizo un gesto cornuto con los dedos y agachó la cabeza.

–¡Gracias, Great Lake City!

Con lo que todos a su alrededor aplaudieron y lanzaron monedas a su estuche, incluyendo Ricky.

Éste permaneció en la misma esquina, contrario a la demás gente quienes se dispersaron para seguir su camino.

Esperó unos segundos, mientras pensaba que decirle al sujeto aquel, cuando éste otro pareció reparar en su presencia. Por lo que se regresó a verle y, lo que interpretó como un extraño saludo de su parte, se levantó las gafas oscuras dejando expuesto el blanco purulento de sus ojos.

Lo que hizo estremecer al chico quien dio un salto para atrás, apenas logrando contener el grito.

–¿Qué te pasa, niño? –rió el sujeto de la esquina.

–No... Nada... –balbuceó Ricky–. Sólo que... Toca muy... Muy bien para ser alguien que no...

–¿Que no tiene dirección conocida?

Procedió entonces a hacerle otra demostración de su destreza con la guitarra, con lo que el muchacho se repuso del susto. Además de que en él afloró un genuino interés por la música.

–Oiga, ¿puede enseñarme a tocar así? –se atrevió a pedirle de una vez.

Con un efusivo rasgar de las cuerdas, el sujeto de la esquina dejó de tocar, se volvió a bajar los lentes y le ofreció su guitarra. Pero no la plumilla, esa la mantuvo consigo.

–Muéstrame lo que tienes.

–¿Yo? –empezó a excusarse Ricky–. Es que no soy muy bueno y...

–Yo te diré si lo eres o no –sentenció el sujeto de la esquina–. Ahora, toca.

A falta de qué más ofrecer, Ricky repitió las escalas que le había dado a repasar el señor Hector Casagrande, con mucha vergüenza dado que le seguían saliendo fatal. No obstante, para su confort, el sujeto de la esquina no se burló de él como se esperaba.

–Niño, tienes muy buen oído –fue lo que dijo en su lugar.

–¿Lo tengo? –preguntó asombrado de si mismo.

–Pero, recuerda, necesitas una cosa para tocar Rock del bueno.

–¿Cuál es?

–La ira.

Al recordar los constantes regaños y exigencias de su madre, y a su hermana quedándose con toda la atención, Ricky supo que sí tenía lo que necesitaba.

–Pues si estoy enojado –aseveró.

–Ahora si hablas mi lengua –dijo el músico callejero, quien procedió a estrecharle la mano–. M.S, para servirte.

–¿M.S?

En respuesta, el sujeto de la esquina hizo como que miraba en ambas direcciones. Cosa inútil tomando en cuenta que era un hombre ciego.

De todos modos, se aseguró que nadie más deambulaba por allí, al momento que se levantó el sombrero y se bajó la barba postiza, dejando al descubierto su verdadera cara.

Ante si, Ricky ahogó un gemido y por poco se va de espaldas.

–¡Eres Mick Sawgger! –consiguió exclamar–. ¡El ídolo ingles del rock!

–Dejémoslo en M.S, niño –pidió Mick, no obstante sin dejar de reír. Nuevamente ocultó su rostro bajo el sombrero y la barba postiza. De ahí recibió su instrumento de vuelta–. Que mi verdadero nombre sea algo que quede entre tú y yo.

–¡¿Pero qué haces aquí, tocando en la calle?! –inquirió el chico, que no cabía en si de asombro–. ¡¿Y desde cuando eres ciego?!

–Estoy de paso –contestó el rockero, entonando nuevas notas con su guitarra–. Digamos... Que decidí tomarme un descanso de tanto viajar y tocar en conciertos, hospedarme en hoteles de lujo y dormir con mujeres hermosas todas las noches. Así que agradecería que no le dijeras de esto a nadie. Ni a tus amigos, ni a tus padres, a nadie... A cambio... Yo podría enseñarte todos mis secretos para llegar a ser una estrella de rock famosa como yo. ¿Qué dices, hijo?

Con la bocaza abierta y los pelos como escarpias, Ricky asintió sin dudar. Lo convenció en cuanto mencionó lo de hospedarse en hoteles de lujo y dormir con mujeres hermosas todas las noches. Ya se veía viajando por todo el mundo, presentándose en grandes escenarios ante millares de personas que pagarían por verlo tocar. Lo más importante, por fin tendría más reconocimiento que su tonta hermana melliza.

–¡Seguro! ¡Si! ¡Lo que digas!

Con otro apretón de manos, maestro y aprendiz dieron por oficiado su acuerdo.

–Sabia decisión, niño –sonrió Mick complacido–. Ahora, si quieres tocar como yo, tienes que desearlo, tienes que vivirlo, tienes que respirarlo, tienes que ansiarlo tanto que lo sientas en tus huesos. Pero, sobre todo, tienes que...

El chico frunció el ceño y resopló.

–¿Practicar las escalas?

–¡No! –repuso el rockero con un manotazo al aire–. Nada de eso, la practica es aburrida. Lo que debes hacer es... Ir a traerme un café.

Sin demora alguna, Ricky fue hasta la cafetería al otro lado de la calle, moviéndose más rápido de lo que se había movido en toda su vida. Lo que probaba que algo tan feo como la envidia podía tener algo bueno. Para el caso, vino a ser un gran motivador.

***

Y siguió con ese mismo impulso durante las siguientes dos semanas. Todas las tardes después de clases, Ricky acudía sin falta a la misma esquina donde tocaba Mick Swagger de incógnito, quien parecía haberse hecho con un asistente personal.

En un inicio a Ricky no le importó que lo tuviera de mandadero. Después de todo era un precio justo a pagar a cambió de que le compartiera los secretos de su éxito. Aparte, Mick tenía muchas historias interesantes que contar.

–... No podía hacer más que saltar por la ventana. Menos mal que estaba sólo en el tercer piso. Así es como vive un rockero de verdad. No te aburres ni un segundo.

–Cielos –dijo el chico que, literal, tenía a sus pies lustrándole los zapatos–, parece que has estado en todas partes.

–Piedra que rueda no tiene musgo, niño. Lo cual me recuerda aquella vez que toqué con AC/DC en Inglaterra... Y eso me recuerda... Pastelillos.

Como si pudiese ver por donde quedaba, Mick chasqueo los dedos y señaló la cafetería cruzando la calle. En ese punto, Ricky suspiró algo fastidiado, pero igual atendió el llamado sin protestar más allá de eso.

–De acuerdo, ya voy.

***

Por fin, un domingo al mediodía, Ricky le preguntó a Mick Sawgger si ya podían empezar con las lecciones de guitarra.

–¿Ahora vas a enseñarme a tocar una melodía o algo así?

–Cuando estés listo, hijo –fue lo que respondió–. Tienes que desearlo mucho, tanto que puedas saborearlo y, sobre todo... Traerme otro café para digerir este pastelillo.

Justo cuando el chico estaba por soltar la primera replica, el rodar de una lata, seguida por el ruido de algo moviéndose en un callejón cercano, alertó a ambos. Más al rockero ingles que dejó caer el pastelillo a medio comer.

–¡¿Quién anda ahí?! –inquirió escandalizado–. ¡Ve a ver, muchacho!

Antes que Ricky dijera nada, Mick lo empujó encaminándolo al callejón, de modo que no tuvo más remedio que asomarse a mirar.

Allí topó con la chiquilla más frágil e inofensiva que en toda su vida habría visto. Tenía el pelo recogido en dos grandes trenzas, que hasta parecía que le pesaban dado que era más pequeña de lo que se notaba a simple vista. Lo que llevaba puesto encima aquel vestido gris con tirantes era un pajarito. Bajo las mangas extra largas de su camiseta del mismo tono, supuso, tendría ocultas un par de muñecas como ramitas.

Al momento que entró al callejón, la niña había estado hurgando en una cesta para picnic; pero cuando vio a Ricky, retrocedió unos tres pasos y hasta se puso a temblar.

–Oh, perdona –se disculpó el muchacho, sintiéndose mal por haberla asustado así–. No te quise asustar.

Cuando estaba por irse, la morenita lo llamó con un hilo de voz.

–Eh... Señor...

De ahí cogió su cesta y la abrió, permitiendo así que tres crias de gatos siameses asomaran la cabeza.

–¿Qui... Quiere adoptar un gatito? –consiguió pronunciar. Ni siquiera tenía valor para mirarlo a la cara–. Mis padres no me dejan tenerlos en casa.

–Eh, no lo creo –respondió Ricky, con el tono más suave que pudo usar para no espantarla más–. En casa ya tenemos un perro que es muy grande y muy malo, y se zamparía a tus gatitos de un sólo bocado. Así que no conviene. ¿Por qué mejor no los llevas al refugio para animales? Seguro allí les encuentran un buen hogar y no tendrás que cargar con ellos por toda la ciudad.

–Buena idea –concedió la tímida niña, ya entrada en confianza–. ¿Cómo no se me ocurrió antes? Eso es justo lo que haré.

En cuanto salió de ese callejón tuvo que buscar a Mick quien, resulta, había ido a ocultarse en el callejón de la calle contraria.

–No fue nada –le informó, una vez lo encontró escondido tras un contenedor de lamina.

A lo que el rockero disfrazado se asomó para halarlo de la camisa y forzarlo a ocultarse con él allí mismo. Inmediatamente lo mandó a silenciar con un shusheo.

Shhh...

Luego se volvió a asomar y esperó otro rato. Al cabo, la chiquilla vestida de gris salió del callejón contrario cargando su cesta. A continuación dobló para la derecha y desapareció de su vista.

–Oye, sólo era una niña buscándole un hogar a sus gatitos –señaló Ricky.

Pese a lo cual, Mick Sawgger seguía extrañamente a la defensiva. Es decir, ¿si tanto temía ser descubierto, entonces por qué seguía tocando en las calles en primer lugar?

–Soy alérgico a los felinos –susurró.

En breve volvió a cruzar la calle y tanteó los muros hasta regresar a su esquina donde dio con su bastón y se apuró a recoger sus cosas. Esto ante la mirada extrañada del muchacho, que recién recordó estaba ciego.

En cuanto Ricky lo alcanzó, Mick se echó la guitarra al hombro, lo agarró de la muñeca y huyó con él del lugar.

–Vamos, niño. Debemos seguir andando.

***

No fue hasta que se reinstalaron en una estación poco transitada del subterráneo, que el rockero ingles dejó de actuar tan suspicaz y paranoico.

–Estamos en medio de la nada –protestó Ricky.

–La música no sólo se trata de la adulación del publico –comentó Mick, que había vuelto a su actitud relajada y, como tal, entonaba sus grandiosas notas con la guitarra–. A veces un artista necesita espacio para moverse.

–¿Entonces ahora si me enseñarás algunos acordes? –insistió el chico–. Dijiste que me enseñarías a tocar.

–Un momento, Ricky –rió el rockero–. ¿Por qué la prisa? Tienes una chica a la que quieres impresionar, ¿eh?

–Si –asintió, pues no había olvidado a su hermana y cuánto deseaba ponerla en su sitio–. Realmente quiero dejarla con la boca abierta.

–Si, todos queremos algo –convino M.S–, y yo lo que quiero es otra taza de café.

En respuesta, Ricky apretó los dientes y cerró los puños.

***

"Oye, muchacho, tráeme un café" –refunfuñó, camino de regreso a casa–. "Tráeme pastelillos". ¿Qué soy, su mayordomo?

En el estar, Becky practicaba con el acordeón. Cosa que le calentó la sangre todavía más.

Cuando iba de salida, su melliza dejó de tocar.

–Ricky, te llevas tu guitarra –le sonrió.

–Uh, a la princesita de la casa no se le escapa nada, ¿verdad? –repuso en tono burlón.

–¿Quieres que practiquemos juntos?

–Más vale que no haya muchas moscas en la casa –fue lo que contestó él–. Porque voy a dejarte con la boca abierta.

Ante lo cual, Becky enarcó la mitad de su uniceja.

–¿Eh?

***

Tras pasar por la cafetería de siempre, Ricky se volvió a apersonar en la misma estación poco transitada.

Mick, aquí esta tu café.

–Llegas tarde –lo reprendió el rockero.

–Fui a buscar mi guitarra –dijo para excusarse–. Me habías prometido una lección, ¿recuerdas?

–¿Eso dije? –el rockero disfrazado dio un gran sorbo al capuchino y se limpió la boca con la palma–. De acuerdo.

Dicho así, para agrado del incauto chico, tomó la guitarra acústica. Pero cuando creyó que iba a verificar que estuviese bien afinada, lo que hizo fue azotarla contra el suelo, rompiéndola en pedazos.

¡CRASH!

–¡¿Pero qué haces?! –inquirió Ricky horrorizado.

Para rematar, Mick Sawgger arrojó la mitad restante a las vías, donde el ferrocarril terminó de pasarle por encima y el instrumento terminó de hacerse añicos.

–Lección uno –indicó a continuación–: consigue un buen instrumento. Lección dos: no olvides unas rosquillas para mi café. Ahora ve.

***

–A partir de hoy que se compre sus rosquillas él mismo –bramó Ricky, decidido a no regresar más con M.S.

Idolo del rock o no, para este punto ya estaba más que hartó de su arrogancia, por lo que resolvió mandarlo por un tubo.

Sin embargo, al regresar a casa al atardecer, se llevó un mayor disgusto que lo hizo replantearse su decisión.

–¿Qué es esto? –inquirió al entrar, y hallar el apartamento decorado con globos y serpentinas y abarrotado de gente usando gorros de fiesta–. ¿Qué pasa aquí?

Entre los invitados que repartían pastel y refrescos y charlaban y departían entre sí, se contaban al señor Hector Casagrande y sus nietos. A dos o tres de ellos Ricky los conocía de su escuela. El resto lo tenían sin cuidado, salvo la muchacha mayor que estaba más buena que el pan recién hecho.

De pronto topó a su madre en jarras, dedicándole una de sus muchas miradas de reproche.

–¡Ricky, llegas tarde! ¡¿Cómo pudiste olvidar que hoy era la fiesta de cumpleaños sorpresa de tu propia hermana?!

Por suerte, la propia Becky intervino una vez más en su defensa.

–También es el cumpleaños de Ricky, mamá. Somos mellizos, ¿recuerdas?

–¡Es cierto! –dijo la señora Bucks, dándose una palmada en la frente–. Feliz cumpleaños, hijo.

Pensando que con ello se habían limado las asperezas, Becky le entregó una caja de regalo.

–Feliz cumpleaños, Ricky –de paso, besándolo en la mejilla–. Es una nueva correa para tu guitarra. Espero que te guste.

–Esa es mi niña –dijo complacida la señora Bucks–. Siempre tan considerada.

Naturalmente, esto molestó sobremanera al chico, quien regresó el regalo a su melliza con brusquedad y se retiró azotando la puerta.

¡KAPOOW!

***

Ya era de noche, cuando Ricky regresó una vez más a la estación con una caja grande de Dunkin' Donuts y un vaso de capuchino caliente con crema de avellana, como ya sabía le gustaba a Mick Sawgger.

Y es que su frustración y envidia habían alcanzado niveles tan poco sanos, que prefirió aferrarse a la esperanza de conseguir lo que le habían ofrecido.

Mmm... Huelo a rosquillas con crema –fue el modo en que lo saludó el rockero, al que halló sentado en una banca con la guitarra sobre sus piernas.

–Prometiste enseñarme a tocar –le volvió a insistir tras entregarle las bocatas–. ¿Cuando lo harás? Yo daría lo que fuera por tocar como tú.

Por primera vez, el famoso cantante y guitarrista atendió sus suplicas sin trabas de por medio.

–¿Lo que sea? –volvió a quitarse los lentes y, una vez más, aquellos ojos blanco lechosos apuntaron a los de Ricky.

–... Si... –asintió. Hacía un momento se había paralizado, pero al instante tuvo las energías elevadas a la décima potencia. Sentía que si le pedía escalar la montaña más alta o cruzar nadando el mar más traicionero, lo hacía–. ¡SI! ¡DESEO TANTO TOCAR ASÍ QUE LO SIENTO EN LOS HUESOS!

–Así se habla –rió Mick–. Esa es la actitud.

Aun a sabiendas que el tipo estaba forrado, Ricky sacó su cartera. Si no bastaba con lo que traía encima, felizmente empeñaría su X-Box y su PSP portátil, vendería sus cómics más raros y mejor cuidados a precio de gallina flaca, lo que hiciera falta.

–¡Sólo di tu precio!

–Una mamada –dijo el rockero ingles–. Osea, una felación. Quiero que abras esa linda boquita tuya y me chupes la polla.

Ricky dejó caer la billetera y levantó la mirada hacia él, con los labios en una O perfecta.

–Oh... Por Dios... ¡Yo me largo de aquí!

Se dio media vuelta y estuvo a punto de salir corriendo de allí y no parar hasta regresar a su casa, y que sintió la mano de Mick atenazando su muñeca con firmeza.

Por lo que abrió la boca para gritar por ayuda, cuando el rockero ingles se limitó sólo a pasarle la Telecaster y lo volvió a soltar.

–Venga, que no era en serio. Además, el sexo oral me produce amnesia.

Luego, esta vez si, le entregó la plumilla que usaba para tocar.

–Aquí tienes, hijo. Mientras la tengas contigo el éxito y la gloria te acompañarán a donde vayas. Pero ten cuidado; porque si la extravías, lo perderás todo. Es lo unico que tienes que saber.

Con mucha cautela, Ricky se la arrebató de golpe y retrocedió hasta quedar a más de un metro y medio de distancia.

Fue hasta entonces que pudo apreciar a detalle la plumilla de guitarra que usaba Mick, cuya forma era la de la cabeza de un demonio con grandes cuernos en espiral.

Al tenerla en mano, un minúsculo destello anaranjado emergió de los grabados que tenía por ojos, y un extraño cosquilleo le recorrió el cuerpo. Fue como recibir una descarga; y sin embargo, se sintió agradable.

De ahí volvió a fijarse en Mick Swagger, quien se levantó de la banca, se desperezó y cogió rumbo a las vías del subterráneo.

–Bien, ha sido un placer, chico –en lo alto, se oyó el restallido de un trueno, al que siguió el silbar del de las ocho treinta aproximándose a toda marcha–. Sólo no dejes que la fama y la fortuna se te suban a la cabeza.

–¿Y ya? –le cuestionó Ricky–. ¿Es todo?

–Si, es todo –asintió Mick, que de pronto lucía y sonaba lo más exhausto–. No necesitas más. Tienes el aspecto, tienes la actitud y yo... Tengo que irme.

Hubo otro relampagueo y los bombillos que iluminaban la estación se fundieron todos al mismo tiempo.

Entonces, a la luz de los faros del ferrocarril que estaba por salir del túnel, Ricky vio al rockero ingles acuclillarse al borde de las vías, como preparándose para saltar.

–¡Mick! –lo llamó–. ¡¿Qué vas a...?!

En ese momento, las luces de los faros cegaron al chico, quien sólo pudo escuchar fueron otros dos truenos consecutivos, y al ferrocarril pasar disparado por delante suyo.

A los pocos segundos, que la locomotora cruzó el túnel del lado opuesto y la oyó alejarse, las luces volvieron a la estación; pero el crujir de los relámpagos persistió.

Ahí se dio cuenta que estaba solo en la estación subterránea. No había un alma a la vista, ni un solo rastro de Mick Sawgger. Lo unico que dejó atrás fue su guitarra y la plumilla con cara de demonio en sus manos.

Tras procesar lo ocurrido, el chico se colgó la guitarra al pecho e intentó repasar las escalas. Sentía, de repente, que ésta vez si lo iba a lograr.

No supo explicar cómo, pero en cuanto puso el acorde de sol mayor y lo hizo sonar... Fue como si le hubieran dado la pieza que le faltaba.

En efecto, en esta ocasión pudo tocarlas de corrido y sin equivocarse en una sola nota; y cuando repitió, le salió mejor. Al cabo de otros tres repasos, lo hizo con la rapidez de un dios del heavy metal.

En la diestra, que era con la que sostenía la plumilla con cara demoniaca, se originó más de ese cosquilleo agradable que se esparció por todo su cuerpo haciéndolo sentirse inspirado y con mucha energía.

–¡Oh si! –rugió extasiado–. ¡Esto es fabuloso!

Pasó otro buen rato dandole con furia a la guitarra, bajo el cielo negro relampagueante y en completa soledad.

O eso creyó, puesto que estaba tan absorto en tocar como si no hubiera un mañana, que no reparó en la siniestra figura demoniaca que lo espiaba desde las sombras.

Continuará...

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