El diablo en la gran ciudad (Final)

En efecto, tal como se los advirtió Clyde, cuando estuvieron de regreso en Great Lake City: Nikki, Casey y Laird se ganaron un buen castigo por parte de sus padres por haberse escapado de sus casas; pero a quienes peor les fue fue a Sameer por jugarse el pellejo –aun contra su voluntad– y en mayor medida a Ronnie Anne por atreverse a apostarle su alma al diablo así este se tratase de su mejor amigo de Royal Woods.

Pero ya no se podía hacer nada al respecto, puesto que la policía y demás autoridades competentes se negaron a ayudar a los Casagrande y los Chang cuando fueron a exponer su caso. Algunos porque no les creían en absoluto y en su mayoría porque pasaba y resultaba que estaban comprados por el mismito diablo tal como también advirtió previamente McBride.

Total que lo único que quedaba por hacer era buscar un abogado defensor lo suficientemente bueno para que salieran victoriosos a como de lugar. El problema era que parecía que no iban a encontrar uno dispuesto a llevar el caso.

Llamaron a solicitar sus servicios tanto a los representantes de las firmas de más alto prestigio en el país, así como también a puros charlatanes que se anunciaban en comerciales de segunda.

Mas lo único que obtenían de todos ellos eran puras negativas ya sea por una razón u otra. La mitad porque eran ateos militantes a quienes no les hacía gracia que los llamasen para ayudar a evadir una demanda del diablo en persona.

–Si señor, el diablo dije... –informó Hector a uno de los muchos abogados que llegaron a telefonear–. Bueno, sucede que mi nieta y su amiga tuvieron un altercado con el por un Hot-Dog y ahora si no ganamos este caso se quedará con sus almas... No, perdóneme usted, pero no he tomado una sola copa. Lo que pasa es que...

¡Borracho! –le gritaron del otro lado de la linea antes de colgarle la llamada.

–¿Hola?... ¿Hola?... ¡Rayos!

En cambio la otra mitad de abogados que consultaron, los que si eran creyentes, ellos si les creían, mas no se atrevían a tomar el caso precisamente por miedo a enfrentarse al príncipe de las tinieblas. Si acaso uno que otro les aconsejó no desafiarlo en la corte dado que el que hace esto siempre termina mal.

Y así estuvieron hasta la madrugada previa al juicio. Los adultos de ambas familias se hallaban reunidos en el comedor de la residencia Casagrande buscando alguna solución al problema mientras que los niños esperaban en la sala en casi completo silencio.

Leguleyos, leguleyos, leguleyos... –murmuraba la angustiada señora Rosa al tiempo que repasaba los contactos en la sección de abogacía del directorio telefónico.

En dado momento y por casualidad, Ronnie Anne se acordó de la tarjeta que le había dado Flip. Después de sacarla de su bolsillo y examinarla ella misma, se levantó de su lugar y se acercó a la mesa del comedor a entregársela al tío Carlos.

Eduardo Luna –leyó el hombre el contenido de la tarjeta, en la que también aparecía una imagen impresa de Flip luciendo un elegante y pomposo traje de color celeste en conjunto con un corbatín rojo–: especialista en asuntos infernales. Resuelvo su caso en quince minutos o su pizza gratis.

–...Bueno, podría ser peor –opinó el abuelo Hector tras meditarlo en breve y concluir que habían hallado una solución a sus problemas. No era la mejor que disponían, pero era la única a la que podían recurrir.

–¿A qué te refieres, papá? –preguntó su otra hija, María Santiago.

–Un perro podría seguir el caso.

En la esquina en que dormitaba, Lalo paró oreja y levantó la cabeza mostrando una mueca de absoluta confusión.

Por otro lado, Carl mataba el tiempo hojeando un catalogo de artículos de venta en linea en su celular... Hasta que se le ocurrió llevar a cabo una no tan inocente broma para entretenerse.

–Vendería mi alma por un auto formula uno –proclamó en voz alta sin ninguna pena y de forma muy descarada.

Como era de esperarse, nuevamente la voz del diablo Lincoln se oyó en lo alto.

Je je je... Eso puede arreglarse.

Y acto seguido, una llamarada roja estalló en medio de la sala tomando a todos por sorpresa, menos a Carl que esbozó una traviesa sonrisa. Por el contrario, Adelaide, Bobby y los demás primos se agazaparon en el sillón temerosos a sabiendas de lo que vendría a continuación.

Una vez se hubo disipado el humo y el aire viciado con olor a azufre, un flamante automóvil de carreras apareció en frente de todos con el diablo Lincoln posicionado a su izquierda apoyándose sobre su bastón con empuñadura de oro y Clyde McBride sosteniendo el maletín a su derecha.

Ademas de ellos dos, las versiones demoniacas de Thicc, Carol Pingrey,  Becky, Whitey y Fiona posaban alrededor del vehículo luciendo cada una un revelador bikini de dos piezas de diferente color tal cual como se hace en las campañas publicitarias.

–¿Te quieres divertir un rato, chaparrito? –sonrió la demonio Thicc que estaba sentada en el capó del auto de piernas cruzadas.

–Claro que chi –asintió Carl sin duda alguna ante las insinuaciones de la sensual súcubo de voluptuosas proporciones, que encima le guiñó un ojo.

–¡Claro que ño! –protestó Adelaide soltándole un codazo en las costillas a su amigo.

Ante esta reacción de la pequeña, Thicc y las demás súcubos intercambiaron picaras miradas e igualmente esbozaron picaras sonrisas.

–¡No quiere, en serio! –rugió Adelaide, supuestamente protestando por evitar que su amigo sucumbiese ante la tentación al igual que hizo su hermana. 

–¿Celosa? –se le burló la demonio Whitney.

–¡Si!... ¡Digo no! –chilló la niña a quien un candente rubor le tiñó sus mejillas por lo que tuvo que apartar su mirada.

–¿Y bien? –sonrió maliciosamente el diablo Lincoln.

–¿Hacemos negocios? –preguntó Clyde alzando el maletín de los contratos.

–¿Las chicas vienen con el auto? –preguntó el chiquillo de cejas pobladas, que por un momento si consideró aceptar la sacrilegiosa oferta.

–¡Carl! –chilló Adelaide otra vez, y le soltó otro codazo en las costillas más fuerte para hacerlo entrar en razón.

–Ah, si, perdona... Mejor no. Disculpen.

Molestos de que los hubiese hecho perder el tiempo, el diablo Lincoln y Clyde fruncieron el ceño para demostrar su enojo y las súcubos le gruñeron hostilmente a Carl, mostrándole un par de largos colmillos como de serpiente asomando de cada una de sus mandíbulas superiores y una serpenteante lengua afilada que emergió de lo mas profundo de sus gargantas.

Tras esto, el auto de carreras y los demonios que vinieron con el desaparecieron en el estallido de otra llamarada que dejó una mancha negra de cenizas sobre la alfombra.

–Genial –exclamó el chiquillo al que todos los demás fulminaron con la mirada.

–¡Carl! –lo reprendió la abuela Rosa, quien se acercó a amenazarlo con una chancla en mano–. Ya deja de molestar a Satanás.

***

Mientras tanto en el infierno, luego de que su cuerpo se reconstruyese mágicamente como por enésima vez, Sid fue llevada a una recreación exacta del consultorio dental del Dr. Feinstein situado en una caverna tan espaciosa como un coliseo.

En la puerta del lugar, rotulado en la ventanilla había un anuncio en el que se leía:

Laboratorio del Infierno.
División de castigos irónicos.

Allí la chica achinada fue inmovilizada sobre una incomoda silla de dentista por la versión demoniaca de Rita Loud quien llevaba puesto su uniforme de asistente dental.

–Con que te gustan los Hot-Dogs, ¿eh?, pequeña glotona –se acercó hablarle la versión demoniaca del Dr. Feinstein.

Sudando a mares de los nervios, Sid paseó su mirada alrededor y observó centenares de camiones con sus carrocerías cargadas hasta el tope con todo tipo de perros calientes. Los había aderezados con mostaza, ketchup y mayonesa, migajas de papas fritas, pepinillos, cebollas caramelizadas, chili con carne, tocineta envuelta alrededor de la salchicha, diferentes tipos de queso rallado, cebollas con mantequilla, jalapeño picado, salsa de mango con limón, en fin.

Y frente a los camiones se alzaba una máquina de extraño diseño a la que la versión demoniaca de la señora Loud subió.

La extraña maquina se asemejaba a un bulldozer que venía equipado con cuatro pares de garras robóticas en vez de una pala mecánica y unas patas robóticas como de araña para desplazarse. Además de contar también con una boca de manguera conectada a un tanque gigantesco que tenía en la parte de atrás.

De nuevo, Sid miró a la cara a la versión demoniaca del anciano dentista y, en un patético intento de evitar que la siguiesen torturando, respondió:

–¿No?

–Muy bien –sonrió maliciosamente el malvado demonio doctor–. Pues comete todos los Hot-Dogs del mundo. ¡Mua ja ja ja ja ja ja ja...!

Entonces unas pinzas mecánicas se activaron en la parte de atrás de la silla e inmovilizaron la cabeza de Sid obligándola a abrir su boca de par en par, mientras que la versión demoniaca de Rita empezaba a operar la maquina cuyas garras robóticas fueron agarrando los Hot-Dogs por puñados de cuatro en cuatro, de seis en seis y de ocho en ocho para embutírselos en la garganta a la pobre chica. De tanto en tanto, la demonio de anchas caderas accionaba otra palanca con la que hacía que de la boca de la manguera saliese disparada soda dietética a propulsión a chorro, directo hacia la boca de Sid para obligarla así a tragar cada tanda de Hot-Dogs.

–¡Mua ja ja ja ja ja ja...! –reían maliciosamente las versiones demoniacas de Rita y el doctor Feinstein al ver como la pobre niña era obligada literalmente a comer hasta reventar.

***

Al cabo de dos horas, el diablo Lincoln se presentó en ese mismo laboratorio acudiendo a un llamado urgente de los demonios a cargo.

–¿Qué sucede? –exigió saber al entrar–. Más vale que sea importante.

–Señor, tenemos un problema –informó la versión demoniaca del doctor Feinstein–. Mire usted.

Y señaló a la silla de tortura en la que ahora Sid aparecía hinchada como un globo; pero no mostraba ningún indicio de sufrir por más que la demonio Rita se esmerara en embutirle los Hot-Dogs con las rudimentarias garras de la maquina. Es más, parecía estarlo disfrutando.

–¿Pero que rayos?

Cuando se hubieron terminado los Hot-Dogs (porque, si, se acabaron todos), la demonio Rita se desplomó agotada atrás de los controles de la maquina y Sid se relamió los labios satisfecha, soltó un sonoro eructo para expresar lo deliciosa que estuvo la comida y se echó a dormir sin mas aun estando atada a la silla.

–No lo entiendo –ante esto el diablo Lincoln se rascó la cabeza con total incredulidad–. El ultimo glotón se volvió loco en quince minutos.

***

Llegado el día y la hora en que se celebraría el juicio, la carreta negra aparcó frente al edificio en que residían los Casagrande y los Chang.

Los primeros en bajar fueron Clyde y el diablo Lincoln, y a ellos les siguió la gorilona demonio de tres ojos quien llevaba cargando consigo un maletín deportivo que no dejaba de retorcerse y soltar quejidos.

¿Si? –contestó la voz del señor Hector en el portón electrónico cuando el diablo Lincoln se acercó a tocar el timbre–. ¿En que los puedo ayudar?

–Somos Satanás y sus sirvientes del mal, señor Casagrande –respondió el cornudo albino cortésmente–. Venimos al juicio por las almas de Sid y de su nieta.

Bueno, pueden entrar...

La puerta del edificio se abrió de golpe y entonces la señora Rosa salió sosteniendo en lo alto una cruz de madera de las que se cuelgan en la pared.

–¡Y mirar esto! –gritó la mujer presentando el crucifijo ante los diablos, que no se inmutaron en absoluto.

–No molestes, exorcista –refunfuñó el diablo Lincoln quien pasó de largo, seguido por Clyde y la demonio de tres ojos que le gruñó a la anciana.

***

Arriba en la azotea, el diablo Lincoln y sus acompañantes se reunieron con los Casagrande, los Chang, el grupo de amigos de Ronnie Anne y desde luego Flip –alias Eduardo Luna–, quien lucía el mismo traje y corbatín de su tarjeta de presentación.

Cuando ingresaron, la musculosa demonio arrojó la maleta deportiva al suelo y Clyde dio abriendo la cremallera para dejar salir a Sid, que primeramente se apresuró a tomar aire fresco luego de haber estado viajando por tres horas sepultada en un montón de calcetines sucios y suspensorios empapados de sudor.

–¡Aire, aire! –jadeó a causa de la sofocación prolongada–. ¡Mamá!

–¡Hija! –corrió a abrazarla Stanley en compañía de Becca y Adelaide–. ¿Estás bien? ¿Te lastimaron?

–No, que va –respondió la muchacha en tono sarcástico.

–Malditos... –furioso, el señor Chang se regresó a ver al diablo Lincoln y al chico de color que se hacía llamar Clyde McBride–. Como sepa que le han tocado un pelo de la cabeza a mi hija...

–Si, si –respondió el diablo Lincoln, sin darle mayor importancia a sus amenazas–, entiendo que esté furioso, yo también soy padre. Déjenos compensarlo por eso.

–Mmm... Ya sé –sugirió Clyde–. ¿Qué tal si cambiamos las funciones de los agujeros de su cara?

–Me parece una magnifica idea –secundó el diablo Lincoln, quien golpeó el suelo con la punta de su bastón haciendo que estallara una pequeña chispa–. Presto cambio.

Y entonces, ante las horrorizadas caras de los demás en la azotea, la cara de Stanley Chang se deformó horriblemente de tal modo que sus orejas se trasladaron a los orificios de sus ojos; su nariz cambió de sitio con donde antes se situaba su oreja izquierda y uno de sus ojos en el lado de la derecha. De igual modo su otro ojo pasó a asomar por donde se suponía quedaba la boca, y la boca se trasladó a donde quedaba la nariz.

–¡Papá! –chilló Sid al ver que el pobre hombre se tumbaba a retorcerse en el suelo.

–¡Lincoln, déjalo, por favor! –se atrevió a implorarle Ronnie Anne pese al temor que ahora sentía por el demonio peliblanco–. La bronca es conmigo y con Sid.

–Bien... –accedió el otro a golpear el suelo con la punta de su bastón otra vez  para que mágicamente la cara del señor Chang recobrase su forma normal–. Y por cierto, ¿qué hace Flip aquí?

–Es nuestro abogado defensor –dijo la hispana para su pesar, en tanto el viejo se rascaba el trasero con una mano y se hurgaba la nariz con la otra.

–Si, eso me recuerda... –el diablo Lincoln relajó su expresión, y nuevamente Ronnie Anne lo percibió como el chico gentil que creyó conocer antes–. ¿Sabes?, lo estuve consultando con la almohada y... Bueno, aunque ahora tu sabes quien soy realmente y a que me dedico, yo te sigo considerando mi amiga y... Pues creo que esto de torturarte a ti y a Sid por el resto de la eternidad no va a funcionar; no tanto por ustedes, sino por mi.

–Entonces –Ronnie Anne sonrió esperanzada. A su vez, el resto de su familia y amigos los observaron expectantes. Si creían estar en lo correcto quizá ni habría necesidad de celebrar el susodicho juicio–, ¿significa que ya no te quedarás con nuestras almas?

–En realidad decidí que cuando gane el caso, me las comeré. Las veo en la cena.

Los Casagrande, Nikki, Casey, Sameer  y los Chang ciertamente se quedaron inmóviles y en total silencio a causa del impacto. Pero Ronnie Anne y Sid si tuvieron una reacción inmediata que fue mirarse mutuamente sin parpadear un instante con sus bocas abiertas y desencajadas, para inmediatamente abrazarse la una a la otra y gritar aterradas a todo pulmón.

Sin embargo, aun a pesar del terror que ahora le inspiraban el par de entes malignos con caras de niños buenos, la pequeña Adelaide se armó de valor para acercarse a halar la manga del pantalón de Clyde para llamar su atención.

–Disculpe, señor ayudante del diablo.

–Dime, dulzura.

–¿El... El puede hacer eso?

–Claro que si –respondió con una gentil sonrisa perfilada en su rostro en lo que se ponía a buscar algo bajo el bolsillo de su saco–. El es el rey de los infiernos. Puede hacer lo que quiera con las almas que tenga a su disposición... Oh, pero no pongas esa cara. Ten, toma una barra de chocolate, te la regalo.

Después de que Clyde le entregase el dulce a la estupefacta chiquilla, arriba en el cielo se arremolinó un negro nubarrón, justo por encima del edificio, a lo que seguidamente un coche fúnebre descendió volando de lo alto y se aparcó quedando suspendido en el aire al lado de un borde de la azotea en el que esperaba el diablo Lincoln.

–Ya llegó –dijo esbozando otra de esas siniestras sonrisas con la que se mordía el labio inferior con su diente astillado.

Con un chasquido sordo, la puerta del pasajero del coche se abrió por si sola dejando salir una espesa neblina que inundó todo el piso de la azotea. La neblina de ahí dio paso a una pequeña figura oculta bajo una túnica negra con capucha que bajó del vehículo y se aproximó levitando por apenas unos escasos centímetros del suelo.

Ante su presencia todos los demás sintieron unos gélidos escalofríos recorriendo sus cuerpos. Y es que, por la enorme guadaña que llevaba consigo, no era nada difícil adivinar que entidad resultó ser aquel ente encapuchado.

–Buenas tardes, su señoría –saludó cordialmente el diablo Lincoln a la que era la representación de la mismísima muerte en persona–. Estamos listos para empezar.

Muy bien –susurró la rasposa y espeluznante voz de la parca por debajo de la capucha, la cual bajó con su mano libre para dejar su cara al descubierto.

–¡¿Lucy?! –exclamó Bobby al ver que bajo la capucha se ocultaba el rostro de cierta niña de piel pálida y cabello negro que cubría sus ojos–. ¿Tú...?

–Hay, por favor –repuso esta –. No me digan que a estas alturas no se lo vieron venir.

Similar a como el diablo Lincoln golpeaba el suelo con la punta de su bastón, la parca Lucy hizo golpear el suelo con el mango de su guadaña, con lo que la niebla que la acompañaba se disipó y mágicamente todos los ahí presentes se transportaron a una espaciosa sala de tribunal junto con la única puerta que daba entrada del edificio a la azotea.

En derredor se ubicaban unas tribunas con una infinidad de asientos que eran ocupados por una masiva audiencia de puros niños góticos, entre los que se encontraban varios de los amigos el club fúnebre de Lucy en la primera fila: Boris, Dante, Morpheus, Persephone y Bertrand.

Al pie de un estrado tan alto como el propio edificio en el que vivían, se hallaba ubicada Maggie sobre un banquillo situado atrás de una mesita en la que tenía un estenógrafo con el que registraría todo lo hablado en la audiencia.

Mirando de cara al estrado también se ubicaban: dos hileras de bancas que ocuparían los Chang, los Casagrande y el grupo de amigos de Ronnie Anne en calidad de espectadores. Frente a las bancas: las mesas correspondientes al lado demandante para el diablo Lincoln y Clyde McBride y la del lado de los acusados para Ronnie Anne, Sid y su abogado defensor Eduardo Luna (Flip). A la izquierda del estrado y derecha de los espectadores y audicionados: las bancas asignadas al jurado que en ese momento estaban todas desocupadas. Además de que junto a la puerta de la azotea que los acompañó al tribunal se situó la demonio musculosa de tres ojos que haría el papel de alguacil.

Y en medio del lugar, para acabar, sobre un pozo con rejas metálicas bajo el que parecía deambular algo vivo con tentáculos, allí se alzaba una pirámide de piedra de un metro de alto con pentagramas de sangre pintados en cada uno de sus lados.

En ese espacio los niños vieron a otros dos de los que se presentaron en la cafetería el día que empezó todo. Una de ellas era Charlie, la demonio que decía ser hija del diablo Lincoln y que en ese momento usaba un delantal blanco salpicado con manchas de sangre. El otro era el infeliz de Justin Bieber a quien la princesa del infierno apretaba violentamente de espaldas contra la punta afilada de la pirámide.

–¡Espera!... –gritaba el chico de dolor–. ¡No, por favor!...

–¡¿Por qué... No... –gruñía Charlie entre forcejeos–. Te... Partes?!

–¡AAAAHH...!

¡Crac!

Con tenaz horror, las personas recién llegadas observaron como finalmente Charlie consiguió trocear al seudo cantante juvenil en cinco piezas al apretar su frágil cuerpo contra la pirámide de piedra. Y ante semejante acto de carnicería todos los niños góticos de las tribunas aplaudieron.

Terminada su sangrienta labor, Charlie se acercó a coger un poco de gel antibacterial de un dispensador ubicado al pie de los escalones de las tribunas para poder desinfectarse las manos.

–Eso te pasa por tocarle los senos a la novia de mi hija –dijo el diablo Lincoln al pasar junto a la cabeza mutilada de Justin, a la que de un suave puntapié arrojó al foso enrejado que rodeaba la pirámide–. Que asco, mis zapatos.

Luego se acercó a hablar un momento con la demonio de piel blanca.

–Bien hecho, nena –la felicitó–. Has echo un buen trabajo estas ultimas dos semanas.

–Gracias, papi –respondió Charlie en lo que hacía unos ejercicios de estiramiento–. Sólo tres muertes más y termino por hoy... Ay, debí hacer calentamiento antes.

–Si, este, ¿por qué no te tomas el resto de la tarde libre, cielo, y dejas que yo termine aquí con un asuntillo? Dime, ¿tienes planes para esta noche?

–Ehm... No, de hecho no.

–Bueno, entonces que tal si tu y Vaggie van a cenar esta noche a mi casa.

–¿En serio?

–Si, cariño. Lo he estuve pensando y no recuerdo la ultima vez que disfrutamos de una rica comida casera en familia, con tanto trabajo haciendo que la maldad reine en la tierra y planeando el fin del mundo y todo eso.

–Me parece una magnifica idea, papi; ¿y que va haber de cenar?

El diablo Lincoln dirigió una mirada maliciosa a la mesa asignada a las atemorizadas Sid y Ronnie Anne y respondió:

–Tu favorito, preciosa: platillo de fusión mexicano oriental. Clyde preparó una salsa marrón que su nana le enseñó para la ocasión.

–Uy, que rico. Iré a alistarme ahora mismo y llamaré a Vaggie para darle la noticia.

–Está bien, amor, te espero en casa a las ocho.

–Llevaré una botella de vino.

En cuanto vieron a la tal Charlie abandonar la sala, el par de aterradas amigas miraron al diablo Lincoln que les sonrió mostrándoles sus dientes afilados de demonio y se relamió los labios con deleite.

–Escucha, Flip –se dirigió una muy angustiada Ronnie Anne a quien se suponía era su abogado defensor–: no podemos perder bajo ninguna circunstancia. Sid y yo estamos a punto de ser comidas, así que piensa bien en todo lo que dirás para que eso no suceda.

–No te preocupes –dijo Flip/Eduardo Luna para tranquilizarla–, puedo con esto. Anoche vi Better Call Saul en un bar y aun con el ruido entendí el dilema.

–Estamos muertas –suspiró Sid.

Toc, toc.

Arriba del estrado, la parca Lucy dio por iniciado el juicio con dos firmes golpes de su martillo de juez.

–Atención, atención. La corte de asuntos infernales entra en sesión.

–¡Un momento! –protestó Ronnie Anne quien se aproximó hacia donde estaba el diablo Lincoln–. ¿Tu hermana va ser la juez? Eso no me parece justo.

En respuesta, el demonio peliblanco y el chico de color suspiraron fastidiados, pues parecía que la muchacha seguía sin acabar de entender que muchas de las cosas que creía conocer eran totalmente diferentes a como las había conocido.

–A ver, Ronnie... –trató de aclarar sin perder la paciencia–. Bueno, ella técnicamente si es mi hermana... Si, después de todo ambos somos ángeles nacidos en el paraíso. Yo soy un ángel caído y ella el ángel de la muerte al servicio de Dios; y por eso precisamente es la más apropiada para presidir el caso.

–Toma en cuenta que, siendo su hermana o no, no existe ser en el universo más imparcial que ella –añadió Clyde–. Recuerda que la muerte no discrimina a nadie. No importa si eres joven o viejo, rico o pobre, blanco, negro, mulato, mestizo, piel roja o asiático, tarde o temprano se los lleva a todos.

Toc, toc.

–A lugar –ordenó la parca Lucy tras golpear el mazo de madera contra su base otras dos veces.

–Muy bien –se aproximó Flip/Eduardo a dejar en claro los puntos del caso con Clyde que haría de fiscal–, primero algunas reglas. Numero uno: podemos ir al baño cada media hora.

–Convenido –accedió el muchacho de color–. Número dos: el jurado será elegido por mi amo y señor.

–Convenido... ¡No, esperen...!

–¡Silencio! –clamó el diablo Lincoln apuntando a las bancas vacías del jurado con la empuñadura de su bastón–. He aquí el jurado de los condenados...

Así, uno a uno, varios de los asesinos más despiadados y conocidos de toda la historia fueron apareciendo como muertos en vida en cada una de las doce bancas conforme el diablo Lincoln los iba nombrando.

–Ted Bundy, Jeffrey Dahmer, John Gacy, Charles Manson, Edward Theodore Gein, Andrei Chikatilo, el doctor Harold Frederick Shipman, el Barón Gilles de Rais, los perpetradores de la masacre de Columbine: Eric Harris y Dylan Klebold, la condesa Erzsébet Báthory y el ex productor de Nickelodeon Dan Schneider.

–Pero si yo todavía no estoy muerto –replicó este ultimo cuando apareció en la silla asignada al presidente del jurado, ya que a diferencia de los otros el no era un muerte viviente con las articulaciones rígidas y cosas vivas reptando entre su carne putrefacta.

–¡Oye, tu me debes un favor, asqueroso cerdo amante de las patas! –le hizo saber el diablo Lincoln.

–Si, amo –contestó el obeso hombre con toda humildad.

–Ronnie, hay mucha gente mala aquí –le susurró Sid a su mejor amiga.

–Lo sé –contestó la otra–. Es Dan Schneider.

Toc, toc.

–Muy bien –la parca Lucy hizo sonar su mazo por tercera vez–. Proceda la parte demandante con su testimonio.

–Gracias, su señoría –así hizo Clyde–. Primero, debo quitarme el sombrero ante usted. Su tribunal es aterrador.

–Gracias.

–Ahora –McBride abrió su maletín y sacó el papel que habían echo firmar a Sid, el cual presentó al grupo de condenados que mandaron a llamar–. Escorias humanas del jurado: tengo en mi mano un contrato entre mi cliente y una tal Sid Chang, ofreciéndole su alma por un Hot-Dog que le fue entregado y fue consumido con celeridad.

En su mesa, Sid se abrazó a si misma presa del pánico y Ronnie Anne tragó saliva; pero Flip les indicó con un gesto que se tranquilizaran.

–Simplemente exijo que se le entregue lo que es suyo por derecho.

–Si, tiene razón –concordaron Dan Schneider y los asesinos zombis del jurado.

–Muy bonito discurso –objetó Flip/Eduardo Luna–; pero aquí es donde yo pregunto: ¿qué es un contrato? El diccionario lo define como un acuerdo legal que no se puede romper... Que NO se puede romper.

El siguiente minuto y medio, el jurado de los condenados esperó a ver que otra cosa tenía que agregar el abogado defensor a su testimonio.

–Perdón, voy al tocador –dijo, para inmediatamente salir por la puerta que daba entrada de la azotea al edificio que vino con ellos por efecto de la magia de la parca Lucy.

***

Al cabo de una hora, la señora Rosa bajó a su apartamento y llamó a la puerta del baño.

–Señor Luna...

Al no oír respuesta, la mujer abrió la puerta con la llave maestra que tenía en su posesión como administradora del edificio, sólo para encontrarse con que el baño estaba vacío y la ventana abierta de par en par; lo que significaba que el abogado defensor de las niñas había huido como todo un cobarde. 

Oh, que la chinga...

***

De vuelta en el tribunal, la parca Lucy golpeó su mazo para dictar sentencia.

Toc, toc.

–Sid Chan, Ronnie Anne Santiago –anunció desde el estrado, al tiempo que ambas chicas se abrazaban temblando de miedo y observaban de reojo las expresiones de triunfo de Clyde, quien se puso a hojear las paginas de un libro de cocina titulado: El placer de cocinar niñas, y del diablo Lincoln que se calzó un babero con las caras impresas de ambas y también sacó un cuchillo y un tenedor de debajo de sus mangas–, no tengo más alternativa que sentenciarlas a una eternidad de...

–¡Esperen! –interrumpió de pronto Becca Chang–. Antes de que las envíen al infierno, tienen que ver algo.

Como tal, su esposo supo que ese era el momento en que debía sacar su billetera y buscar una de las muchas fotos en especifico que guardaba ahí.

–Vean esto, por favor –dijo Stanley entregando la fotografía a los integrantes del jurado.

–¿Qué es? –preguntó el zombi de Ted Bundy.

–Es la foto del día en que mi hija Adelaide nació.

Tal como dijo, la imagen mostraba a la señora Chang recostada sobre una cama de hospital con una bebé recién nacida en brazos. A su derecha se encontraba su esposo saludando a la cámara y a su izquierda una versión de Sid la mitad de joven a la actual.

–¿Y qué con esto? –exigió saber el zombi de John Gacy.

–El reverso –explicó el señor Chang–. Ahí hay una nota que mi otra hija escribió para conmemorar la ocasión.

–¿En serio? –preguntó Sid a su madre–. Yo no recuerdo nada de eso.

–Es que eras muy pequeña, cariño –se apresuró a aclarar la mujer–. Pero si, tu lo escribiste. Lean atrás, atrás.

–A ver... –el zombi de Charles Manson recibió la foto, se puso sus gafas de lectura y leyó el reverso, con algo de dificultad dado lo difícil que era entender aquello escrito por una niña pequeña que en aquel entonces recién había aprendido a escribir.

Corrigiendo los errores ortográficos y los garabatos hechos con crayón rojo y amarillo, la nota se traducía de la siguiente forma:

Bienvenida al mundo, hermanita.
Estoy muy contenta de que estés con nosotros.
No tengo dinero para comprarte un regalo de bienvenida.
Pero si puedo prometerte desde hoy que siempre te cuidaré,
te querré, jugaré contigo y para esto he de entregarte...

Mi alma para toda la eternidad –acabó de leer el zombi de Andrei Chikatilo que se asomó por el hombro del zombi de Charles Manson.

–¿Es en serio? –protestó el diablo Lincoln–. ¿No les parece que es muy absurdamente conveniente?

No obstante, Dan y los muertos vivientes del jurado exclamaron un aaaawh enternecidos para expresar lo mucho que les conmovió el mensaje escrito por la pequeña Sid de seis años, a la vez que la pequeña Adelaide corría a brindarle un tierno abrazo a su hermana mayor.

–Se le salen a uno las lagrimas –dijo el zombie del Barón Gilles de Rais, quien se pasó el dorso de la mano por su único ojo bueno, el cual se desprendió de la cuenca y cayó al piso.

–Inmersos en tanta matanza, canibalismo y necrofilia, nos olvidamos del amor –comentó igual de conmovido el zombi de Jeffrey Dahmer.

–Si, uno se vuelve loco con el canibalismo y la necrofilia –secundó el zombi de Ed Gein.

Después los once asesinos muertos en vida y el ex productor de Nickelodeon debatieron entre si brevemente hasta llegar a una decisión unánime.

Al final Dan Schneider dio a saber su veredicto definitivo.

–Ya escuchamos suficiente, su señoría. Declaramos que el alma de Sid Chang es legalmente propiedad de Adelaide Chang y no del diablo.

Al oír esto, la parca Lucy asintió y azotó el mazo contra la base nuevamente.

Toc, toc.

–Tome nota, secretaria, que voy a dictar sentencia.

–¡Pues que venga la sentencia...! –clamó Maggie a lo alto.

Tras lo cual se oyó a un fiero relámpago azotando los cielos como indicativo de que todos debían guardar silencio en la sala para escuchar la decisión final de la juez que fue la siguiente:

Ya escucharon al jurado. La disputa está resuelta. Que la acusada quede absuelta y el contrato sea anulado. Y de más hablo para alertar a los niños, y decirles: cariños míos, no hagan tratos con el diablo... He dicho, ¡caso cerrado!

–¡Cosa más grande chico! –rugió el diablo Lincoln del puro coraje.

Toc, toc

Con un ultimo par de martillazos arriba del estrado, la parca Lucy y todo el tribunal a su alrededor desaparecieron junto con su espeluznante publico y los integrantes del jurado en una espesa nube de humo que se extendió y cubrió todo.

Al disiparse, los Chang, los Casagrande y el grupo de amigos de Ronnie Anne se hallaban nuevamente en la azotea de su edificio lanzando vitoreos a lo alto para celebrar su victoria.

–¡Bravo, hurra, ganamos...!

–Bueno, no gané –dijo Flip quien seguidamente ingresó a la azotea con una caja plana y cuadrada de color blanco–, aquí está su pizza.

–Pero si ganamos –avisó la pequeña Adelaide radiante de alegría.

–Perfecto –sonrió el viejo que abrió la caja para develar que estaba vacía–, no había pizza.

Sin embargo, a Ronnie Anne se le pasó el jubilo tan pronto advirtió que en una esquina aun se encontraba Clyde con la cabeza gacha a a causa de su reciente derrota, y el diablo Lincoln que en cambio mostraba una expresión de furia total en su rostro enrojecido como un tomate, cuyos candentes ojos anaranjados literalmente echaban chispas.

–Esto no se va a quedar así –bramó con una resonante voz demoniaca–. Tal vez no me haya quedado con sus almas, pero a cambio haré que sufran por esto... Ronnie Anne Santiago, Sid Chang, yo las maldigo a ustedes dos... Con humanidad.

–¡¿Qué?!

Los demás dejaron de festejar y prestaron atención completamente asustados al cornudo albino en lo que este terminaba de conjurar su maldición de venganza.

Yo las privo de sus dotes de personajes de dibujos animados, y las destierro de esta caricatura para caminar por el mundo real durante el resto de sus días.

–¡No! –gritó Ronnie Anne.

–¡Todo menos eso! –suplicó Sid.

Las dos embellecerán –conjuró el diablo Lincoln conforme unas brillantes chispas purpúreas se formaban en sus manos que adquirieron forma de garras–, se debilitarán y envejecerán eventualmente, como las personas de carne y hueso que nos ven lo hacen. Conocerán los conflictos, conocerán la enfermedad genuina, la dolencia, el dolor y ¡el mal de tener cinco dedos en lugar de cuatro!

–¡No! –chillaron las dos.

–¡Basta! –gritó la señora Rosa.

–¡Piedad, por favor! –imploró la tía Frida.

Se retorcerán, por la culpa y el remordimiento de haber querido engañarme este día, y desearán desesperadamente que los dibujantes las borren de una vez y para siempre, para aliviarse, pero eso nunca sucederá ¡JAMAS!

–Ah, no –lo interrumpió Clyde–, nada de maldiciones complicadas. Dijiste que dejarías de trabajar por hoy después del caso e iríamos a pasar una velada en familia con las chicas. ¿O qué, quieres quedarle mal a tu hija y a tu nuera otra vez?

–No –contestó avergonzado el diablo Lincoln, cuya cara perdió aquel candente tono de color rojo y su voz volvió a sonar como la de un niño preadolescente. Sus manos también volvieron a ser humanas y las chispas purpúreas que brotaban de estas se extinguieron–. Claro que no.

–Bien, entonces ya que no pudimos preparar la cena favorita de Charlie, sugiero que los cuatro vayamos a ver el musical de La ruidosa casa de los horrores que me dijeron está buenísimo.

–Si, amorcito, lo que tú digas.

Mas, antes de retirarse, el diablo Lincoln posó su malévola mirada en Sid y la señaló directamente con el dedo de una mano que se transformo en otra garra escamosa.

–Muy bien, Chang –clamó, conforme su voz volvía resonar de aquel modo tan horrible y sus ojos recobraban ese candente brillo anaranjado–, te devuelvo tu alma; pero ese Hot-Dog mal habido lo llevarás contigo por siempre y para siempre, ¡por los siglos de los siglos! ¡AMÉN!

Entonces, antes de que nadie más pudiese hacer o decir algo para evitarlo, unos relámpagos anaranjados salieron disparados de los ojos del cornudo albino e impactaron contra el pecho de la niña achinada quien por los siguientes cinco minutos se retorció adolorida al recibir lo que sería una genuina maldición infernal.

–¡WAAAAAAHH!

Ahora si, antes de que el y su ayudante del mal desaparecieran en el estallido de otra llamarada roja, el diablo Lincoln se despidió pronunciando las siguientes dos palabras:

–Satanás fuera.

***

A la mañana siguiente todo volvió a ser como antes... Más o menos.

Ahora que el diablo Lincoln y su horda de ruidosos demonios al fin la habían dejado en paz a ella y a su mejor amiga, Sid desayunaba tranquilamente con su familia en el comedor de su apartamento.

–¡Ya no te arranques trozos! –reprendió la señora Chang a su hija mayor con un efusivo manotazo.

–Pero es que estoy muy sabrosa y jugosita... –se excusó Sid, quien a partir de la noche anterior se había convertido en un Hot-Dog andante de tamaño familiar con brazos y piernas hechos de pepinillos, una cara formada a base  de una plasta de chili con carne con frijoles como ojos y dos tiras de tocineta a modo de labios, y dos corbatas adornando su cuello: la una de mostaza y la otra de salsa de tomate–. Bueno, será mejor que me vaya a la escuela.

En ese momento tocaron a la puerta y, cuando la pequeña Adelaide fue a abrir, Ronnie Anne entró rápidamente a la residencia Chang para advertir de un nuevo peligro a la niña Hot-Dog que tenía parte de su cabeza carcomida.

–Sid, yo no saldría si fuera tú.

Y tenía mucha razón en decir esto ya que afuera, parados sobre los cables de los postes de Luz, Sergio y su pandilla de palomas esperaban pacientemente con su vista fija en la entrada del edificio.

–Tranquilos, muchachos –parloteó el perico que sostenía un frasco de ensalada de col en una de sus alas–, tiene que salir de ahí algún día.

FIN

***

De vuelta en la tienda de los misterios y encantamientos, Haiku disfrutaba de un sabroso Hot-Dog con chili con carne en el mostrador, cuando en eso se percató de la presencia del lector por lo que tragó su ultimo bocado y retomó su papel de narradora para ya dar por finalizado este relato.

–Perdón, un momento... –dijo antes de limpiarse una poca de chili de la comisura de sus labios y guardar lo que quedaba de su Hot-Dog bajo el mostrador–. Ahora si... Ejem... Hasta el día de hoy me sigo preguntando si realmente Sid le regaló su alma a Adelaide, o si los Chang se inventaron todo eso a ultimo momento para salvar a su hija. Pero lo cierto es que al final del día Sid aprendió una valiosa lección: no importa que creas haber ganado, el diablo siempre te va jugar sucio y te vas a llevar la peor parte. Consideren esto por si alguna vez deciden ponerle precio a su alma... Y bueno, mis estimados engendros del infierno, eso ha sido todo por ahora. Buenas noches a todos y que tengan dulces pesadillas... Ah, y si la historia no les pareció lo suficientemente larga, eh aquí un pequeño epílogo con algo de Ronniecoln...

***

Al cabo de unas tres semanas después de todo lo acontecido, Ronnie Anne reservó la habitación secreta del edificio por el resto de la tarde puesto que se iba a ocupar en algo muy, pero muy importante a decir verdad.

Una vez llegaron Casey, Nikki, Sameer y Laird para la urgente reunión que convocaron –y para la cual se equiparon con mascaras de gas, pinzas para la nariz de natación, mascarillas cubre bocas y cosas así–, el grupo procedió a pintar un circulo con un pentagrama invertido en el suelo con tiza, lo suficientemente grande para que una persona pudiese entrar.

Después, Casey colocó una vela roja en cada una de las puntas del pentagrama y Sameer las fue encendiendo una por una, mientras que Nikki hojeaba las paginas de un libro de ritos satánicos que compraron por internet.

–Aquí está –dijo la chica alta del grupo una vez dio con la pagina que buscaba.

Al instante Nikki, Casey, Sameer, Laird y Ronnie Anne se posicionaron alrededor del circulo y dieron inicio a su ritual.

Ven, Satanás –oró Nikki, acorde a lo que decía la pagina del libro–, ministro de lo siniestro, tipo rudo con mala actitud...

Ven, Satanás –oraron los demás a lo alto, a lo que las llamas de las velas se elevaron hasta el techo y una llamarada roja estalló en medio del pentagrama.

Soy Satanás –oró el diablo Lincoln quien apareció dentro del circulo en compañía de su malévolo ayudante tras disiparse el humo con peste a azufre–,  príncipe de las tinieblas, rey de los infiernos, amo y señor de... ¿Pero que rayos? ¿Y ahora que quieren ustedes?... ¡Puaj! ¿Pero que es esa peste?

–Hey, Linc –lo saludó Ronnie Anne sonriendo algo apenada por debajo del cubre bocas que llevaba puesto–. Queríamos hablar contigo.

–Hay que ser sinvergüenzas para haberme invocado después de que pretendieron verme la cara –reclamó cubriéndose la nariz al igual que Clyde a causa del horrible hedor que se percibía en el aire–. Dame una razón para no achicharrarlos ahora mismo.

–Mira, sé que estás enojado porque no pudiste quedarte con nuestras almas... Ni comernos... –se explicó la hispana–. Pero queríamos ver si habría algún modo de que revirtieras eso que hiciste.

Y en el acto señaló a una esquina en la que permanecía Sid en su forma de Hot-Dog andante; nada más que ya no lucía para nada apetitosa como al principio, todo lo contrario; el dorado bollo de pan que tenía por vestimenta ahora era de color verde con manchas blancas por el moho y la salchicha que tenía por cabeza y torso presentaba un tono amarillo lechoso con puntos azules dispersos por doquier. Los pepinillos que tenía por brazos y piernas se mostraban negros y arrugados por la falta de salmuera para conservarlos adecuadamente. Su cara de plasta de chili con carne también se mostraba en un avanzado estado de putrefacción ahora que el color marrón de la carne cocida se había blanqueado totalmente y montones de gusanos nadaban en su superficie. Largas y prolongadas raíces asomaban por rudimentarias aberturas en los frijoles que tenía por ojos; las tiras de tocino de su boca se mostraban resecas y ennegrecidas, y en lugar de las corbatas de mostaza y salsa de tomate una alfombra de felpudo blanco cubría su pecho de salchicha. Ademas de que su cuerpo mostraba montones de marcas de mordidas de gatos callejeros a donde quiera que uno mirara junto con bastantes salpicaduras de excremento de pájaros. Y, como tedioso detalle final, un enjambre de moscas revoloteaba por encima de su cabeza.

–Tienes que volver a Sid a la normalidad, no puede seguir viviendo así –le suplicó Ronnie Anne al diablo Lincoln–. Como ves, se está echando a perder toda. Ya no la dejan entrar a la escuela y tuvimos que hacer que se mudara aquí abajo porque estaba apestando el edificio; pero ya ni siquiera eso a servido para repeler este horrible olor. Ya hemos intentado todo: aromatizantes, repelentes, pinzas para la nariz y se nos están acabando las ideas.

–¿Y por qué habría de ayudarles? –repuso el cornudo albino–. Se supone que esto es un castigo y por ende tiene que sufrir.

–Por favor, Linc, estamos desesperados –insistió en implorar la hispana–. Aunque ahora sé que tu eres el diablo, que tienes miles de años de edad más que yo, que tu familia de locos son en realidad tus sirvientes del mal, que lo que creí conocer de Royal Woods no era tal y como lo imagine y todo eso; también sé que, de algún modo retorcido, tu igual sigues siendo aquel chico gentil con el que me gustaba pasar el rato. Seguro debe haber algún otro trato que puedas aceptar.

El diablo Lincoln intercambió miradas con Clyde McBride y se rascó la barbilla pensativo.

–Si –concordó mirando nuevamente a la pobre niña Hot-Dog en avanzado estado de putrefacción–, esto ya no es divertido como lo pensé, es triste. De acuerdo, Ronnie, tenemos un trato.

Dicho esto, el demonio peliblanco golpeó el suelo con la punta de su bastón haciendo que estallase otra chispa y así Sid volvió a su forma humana. Y como agregado extra, el apestoso aroma que invadía el edificio desapareció por completo y en su lugar todo quedó oliendo a un agradable aroma a perfume de rosas con lo que todos se pudieron descubrir la nariz nuevamente.

–Al fin podemos respirar –suspiró Casey aliviado tras arrancarse su cubre bocas.

–Que bien –exclamó Sid muy contenta de volver a ser la de antes, incluso oliendo como si se hubiese acabado de duchar–. Ya no apesto.

–Gracias, Linc, sabía que podía contar contigo –sonrió Ronnie Anne, quien seguidamente sacó un cuchillo de cortar carne y una lata de sardinas de su mochila–. Espera aquí, ahora vuelvo.

Con estas dos cosas en mano, la muchacha salió del cuarto secreto de la lavandería camino a la entrada del edificio. Ahí abrió la lata y la puso ante las puertas esperando que esto sirviese para atraer a cierta pandilla que aterrorizaba al vecindario.

–Gatitos... –los llamó, procurando mantener el cuchillo oculto tras su espalda.

–Oye, ¿qué estás haciendo? –le preguntó confuso el diablo Lincoln quien la siguió hasta allí en compañía de Clyde, Sid y el resto de su grupo de amigos.

–Cumplo con mi parte del trato –se explicó.

–Lo dice aquí –aclaró Nikki mostrando la pagina a la que recurrieron en el libro de ritos satánicos.

–Oh, no, ni crean que será así de fácil... –en respuesta, el diablo Lincoln clavó su mirada en Ronnie Anne y sonrió con malicia–. Quiero un trío.

La latina dejó caer el cuchillo, como si la hubiese fulminado un rayo. Aunque era una muchacha de once años apenas, ella entendió de buenas a primeras a que se refería el diablo Lincoln dado que su generación se educaba de más gracias a la magia del internet.

Por lo que lo único que pudo hacer en ese momento fue señalarse a si misma para indagar si la petición la involucraba a ella también. Cosa ante la cual obviamente el diablo Lincoln asintió en respuesta afirmativa.

–... Eh... ¿Tú, yo y Sid? –se atrevió a preguntar después de esto, a sabiendas de que ya no había marcha a atrás y tenía que cumplir con su parte del trato.

Pero, esta vez, el diablo Lincoln sacudió su cabeza de lado a lado.

–¿Tú, yo y Carlota?... –volvió a preguntar obteniendo la misma respuesta anterior–. ¿Tú, yo y Nikki?... ¿Tú, yo y mi mamá?... ¿Tú, yo y mi tía Frida?... Ay, Diosito, ¡¿Tú, yo y mi abuela?!

Con cada intento por adivinar, Ronnie Anne sólo obtenía puras negativas por parte del diablo Lincoln, hasta que este mismo decidió dejarle en claro quien sería la tercera persona involucrada.

–Tu, yo y Clyde.

–Bueno... –suspiró la muchacha con resignación–. Supongo que hay cosas que una chica tiene que hacer.

***

Al cabo de unas dos horas, Ronnie Anne salió de la habitación de Carlota luego de que esta la ayudase a arreglarse acorde a las indicaciones dadas por el diablo Lincoln.

Para la ocasión se vistió con aquel mismo atrevido traje negro de motorista que Carlota aseguró le ayudaría a atraer la atención de los chicos, con todo y la misma joyería y el mismo atrevido maquillaje; aparte de que llevaba consigo una fusta de cuero que también fue pedida por el cornudo albino.

–¿Estás segura de hacer esto? –le preguntó su prima al salir de la habitación tras ella.

–Si... –asintió Ronnie Anne, aunque no acababa de gustarle la idea de entregarse carnalmente a tan tierna edad y mucho menos al mismito diablo y a su mano derecha–. Si con esto termina todo... Además, aun se sigue viendo como el chico que me gustaba y eso ya es ganancia, ¿verdad?... ¿Verdad?

Carlota sólo se encogió de hombros y Ronnie Anne decidió ya no seguir aplazando lo inevitable. Por lo que arrancó de la entrada a esa habitación y se encaminó por el pasillo pasando junto al resto de los Casagrande quienes la miraban con una mezcla de angustia y lastima.

Ve con Dios, M'ja –la bendijo la abuela Rosa al pasar junto a ella.

Al final del pasillo la esperaban el diablo Lincoln y Clyde McBride en ropa interior junto a la puerta de su recamara. Los dos seguían pareciendo un par de niños tontos en calzoncillos, salvo por los cuernos que asomaban en la frente del demonio peliblanco y el rabo puntiagudo que colgaba por atrás de sus piernas.

–¿Estás lista? –le preguntó el cornudo albino sonriendo ansioso.

–Si –contestó la hispana en voz baja–. Al mal paso...

–Espero que te guste el Hentai de tentáculos... –dijo Clyde quien se relamió los labios lascivamente, dejando ver para total horror de Ronnie Anne que en la parte de abajo de su lengua poseía ventosas iguales a las de un cefalópodo–. Porque vas a vivir uno en tiempo real.

–Vamos –el diablo Lincoln la agarró firmemente de la muñeca y la trajo hacia el–, que el viagra cuesta como diez dólares la píldora y mi dinero no crece en los árboles.

–Si, vamos –la chica tragó saliva.

Así, los tres entraron a la recamara y aseguraron la puerta, con lo que al resto de los Casagrande sólo les quedaba esperar.

–Muy bien –se oyó hablar a Ronnie Anne adentro de su recamara–. Antes de empezar, ¿hay alguna palabra de seguridad?

Canela –se oyó responder al diablo Lincoln.

–Ok, entonces empecemos, pues... Oigan, me gustaría probar algo nuevo que vi en una serie de Netflix, si no les importa...

–...

–...

–¡WAAAAHH...!

–¡Espera, eso duele!

Al poco rato se oyeron gritos y golpes dentro de la habitación de Ronnie Anne... Por cuya ventana Clyde salió disparado atravesando el cristal para luego deslizarse velozmente por la escalera de incendios y echar a correr despavorido por la calle completamente desnudo. El diablo Lincoln quiso ir tras el pero, para su desgracia, la una mano de Ronnie Anne se aferró a su rabo puntiagudo, lo enrolló alrededor de la palma, haló con tanta fuerza que lo hizo regresar adentro de un tirón y aseguró el agarre atenazando su otra mano contra uno de sus cuernos.

–Ven acá, que esto me está gustando...

–¡No, espérate, Ronnie, tiempo fuera!

–¡Bájate los calzones y dale cariño a tu novia, patético!

–¡Pero si tú no eres mi...!

–¡Que te bajes los calzones y le des cariño a tu novia he dicho!

Canela. ¡Canela! ¡Canela! ¡CANELA...!

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