El diablo en la gran ciudad Ep 4
Al caer la medianoche, Lalo detuvo su carrera frente a cierta gasolinera que quedaba a las afueras de Royal Woods; lugar a donde llegó después de haber estado corriendo montones de kilómetros arrastrando tras de si en sus patinetas a Ronnie Anne y su grupo de amigos que iban agarrados por el otro extremo de una correa que cada uno dio sujetando a su collar.
Luego de que Laird cayera sobre los matorrales y Casey fuera a auxiliarlo, la joven hispana ingresó al local en compañía de Nikki y Sameer en busca de información.
–¡Flip! –se anunció al entrar a la tienda e ir a depositar un billete de diez sobre el mostrador, en tanto los otros dos iban a servirse unos Flippies para rehidratrarse y tomaban un par de botellas de agua natural sin congelar de los estantes para ayudar a rehidratar al pobre perro que estaría agotado de tanto correr–. Escucha, esto te sonará algo raro, ¿pero has visto a una carroza que echaba fuego pasar por aquí?
–Oye, yo te conozco –dijo el dependiente de la gasolinera sin contestar a su pregunta–. Tú eres esa niña que solía andar en patineta por este vecindario.
–Si, soy yo, Ronnie Anne. Pero no me contestaste. ¿Viste o no pasar a la carroza?
–Claro que pasó por aquí –rió el viejo–. Siempre pasa, por lo menos unas cinco veces cada noche.
–¿Por dónde se fue?, dime –indagó Ronnie Anne–. Tengo que encontrarla. Unos diablos se llevaron ahí a la descerebrada de mi mejor amiga, y todo por un estúpido Hot-Dog.
–Entonces ya lo sabes, ¿eh? Descubriste que tu novio, el chico ese de cabello blanco, es en realidad el príncipe de las tinieblas.
–¡Que no es mi novio!
≪Y menos lo será después de lo que le hizo a Sid≫, pensó.
–Así es –aseguró Flip–. Aunque Royal Woods parece un pueblo común y corriente, de hecho es en realidad algo así como el patio trasero del infierno.
–Si, ya sé, pero no respondiste a mi pregunta.
–Un momento –intervino el parcialmente malherido Laird que entró en compañía de Casey–. ¿Cómo sabemos que usted no es otro demonio y que intentará sabotearnos en nuestro plan de rescate?
–Cierto –secundó Ronnie Anne echándose para atrás–. Chicos, no beban los Flippies, pueden contener veneno o drogas o algún maleficio que nos convierta en cerdos.
–Nha, no se preocupen –los tranquilizó el viejo después de que Nikki y Sameer escupiesen sus bebidas–. Yo soy un humano común y corriente.
Para demostrar su punto, Flip desabrochó una navaja de muelles y se pasó la hoja por la palma para que los niños pudiesen observar la herida que se formó ahí.
–¿Ven? Yo sangró al igual que ustedes. Los demonios no sangran porque no son humanos. Por eso exigen sangre en los sacrificios que se rinden en su honor.
–Si, eso tiene sentido –se tranquilizó un poco Casey.
–¿Pero si eres humano y sabes que este lugar es una extension del infierno, por qué sigues viviendo aquí? –preguntó Ronnie Anne.
–Es que habemos unos pocos que nos acostumbramos aun después de descubrir la verdad –se explicó–. Incluso ayudamos a seguir adelante con la farsa a cambio de nuestra seguridad. No es tan difícil, sólo es cosa de pretender que no sabemos nada y seguir con nuestras vidas de antes. Ademas de que a los demonios les encanta el queso de nachos en el que suelo remojarme los pies y eso si que deja grandes ganancias.
–¡Asco!
Los niños expresaron una mueca de total repudio.
–Y después de todo no le hacen mal a nadie... –continuó Flip con su explicación–. O bueno, no a nadie antes de llevarse a sus víctimas... Ustedes saben, ahí abajo.
–Espere –tomó la palabra Nikki–. Dijo que el pueblo es como el patio trasero del infierno. Eso significa que la carroza ha de entrar y salir por algún lado, como un túnel subterráneo, imagino.
–Seguro que Sid ha de estar ahí –dedujo Casey.
–Flip –prosiguió Ronnie Anne con su interrogatorio–, ¿tu sabes dónde está esa entrada al infierno?
Antes el viejo le hizo un gesto indicándole que la información no le iba salir gratis, por lo que Ronnie Anne puso otro billete de diez sobre la barra.
–Vayan al parque Árboles Altos y encontrarán una cueva sellada con una roca –respondió entonces–. Sólo tienen que mover una rama que hallarán incrustada a un lado a modo de palanca y podrán entrar... Ah, y toma esto. Estoy seguro de que lo necesitarán más adelante.
De ahí Flip le entregó una tarjeta de presentación a Ronnie Anne quien se la guardó bajo el bolsillo sin prestarle mayor importancia antes de salir del local en compañía de Casey, Sameer, Nikki y Laird.
–Suerte en su misión de rescate, chicos –los despidió Flip desde el mostrador–. La necesitarán.
***
Mientras tanto, en el interior de una calurosa caverna subterránea, las diablillas gemelas encadenaron a Sid de manos y la obligaron a ponerse hasta el frente de una larga fila de más personas a las que inmediatamente obligaron a marchar a punta de piquetes en los glúteos mediante el uso de tridentes.
A donde quiera que mirara, la aterrada chica se topaba únicamente con abismos llameantes, incandescentes ríos de azufre fundido, hordas de muertos en vida retorciéndose de dolor, flamas inacabables y a las versiones demoniacas de los habitantes de Royal Woods bailando ballet; pero en especial a los demonios bailando ballet.
–¡Hay, esto es el infierno! –se aquejó mientras la obligaban a avanzar.
–Así es –afirmó un chico pelirrojo que iba detrás de ella en la fila–. Muy cierto, muñeca. Este es el infierno. Osea a donde venimos a parar las almas de todos los pecadores.
–Cállense y muévanse –los apuró la versión demoniaca de Lola con otro pinchazo de su tridente a cada uno.
–¡Ay!
–¡Auch!
–No hagan esperar al jefe –agregó la versión demoniaca de Lana haciendo exactamente lo mismo.
Así, después de un largo recorrido sin descanso, no hasta que los pobres pies de todos no daban para más de tanto caminar, a todas esas personas desdichadas se les permitió romper la fila y detenerse para poder aglomerarse frente a la orilla de un inmenso río de magma en la que se situaba un muelle con una tarima montada encima.
Y sobre la tarima estaban el diablo Lincoln y Clyde McBride esperando felizmente a sus próximas víctimas.
¿Dónde estoy?, ¿qué es todo esto?, oyó Sid que preguntaban asustadas algunas de las personas de la multitud.
–Ok, saludos y bienvenidos –primero Clyde se acercó con una tabla portapapeles en mano a hablarle a un micrófono que tenían instalado en la tarima–. ¿Me prestan su atención por favor?... ¿Me están oyendo todos?... ¿Hola?... ¿Pueden oírme?... ¿Si?... Bien. Soy el director del infierno. Tenemos unas... A ver... Ocho mil seiscientas quince almas recién llegadas; y, para los que estén confundidos, pues murieron y este es el infierno. Así que... Ya dejen de hablar tanta mierda y daremos comienzo al proceso de orientación que durará...
–Momento –interrumpió un anciano de entre la multitud–, yo no debería estar aquí. Soy un protestante muy devoto. Debería ir al cielo.
–Pues me temo que no es así –hizo saber Clyde quien tuvo la atención con el anciano de volver a revisar lo que tenía anotado en sus papeles.
–Yo soy testigo de Jehová practicante –mencionó otra de las personas de la multitud: una mujer de vestir muy formal.
–Pues se equivocó de religión –aclaró Clyde también.
–Pero creí que todas las religiones eran un camino a Dios –protestó un monje tibetano.
–¿Y quien hizo bien? –preguntó angustiado un pastor evangelista–, ¿quién fue al cielo?
–Me temo que fueron los mormones –informó Clyde para desagrado de todos en la multitud que se pusieron a alegar y soltar puros abucheos y reclamos–. Si, los mormones, esa es la respuesta. Y ahora les presento a su nuevo amo y señor para toda la eternidad: Satán.
–¡Silencio todos! –clamó el diablo Lincoln con un tono de voz tan amenazador que hizo callar hasta el ultimo integrante de la gran muchedumbre–. ¡Arrepiéntanse pecadores, que no tienen escapatoria! ¡Yo soy Satán y ahora yo soy su dios!
Sid y las demás personas de la multitud gritaron aterradas como nunca.
–¡Arrodíllense ante mi, y prepárense para sentir el placer del dolor...! Oh, Sid, si viniste.
Cambiando su expresión de maldad por una simpática sonrisa, el cornudo albino interrumpió su discurso y saltó de la tarima para ir a saludar a la achinada con una cínica palmada en la espalda.
–Llegas en buen momento –comentó rodeándole los hombros con el brazo en que sostenía su bastón–. Normalmente los recién llegados tienen que esperar en la fila como por un siglo o dos para que se los atienda; pero justo hoy hice acelerar todo ese tramite y papeleo aburrido sólo para ti. Lo que significa que irás directamente a recibir tu castigo eterno. ¿No es genial?
De pronto la tierra se sacudió estrepitosamente y una barca de pasajeros de cuatro pisos emergió del río de magma quedando aparcada justo junto al muelle.
–De acuerdo –indicó Clyde a la demás gente, en tanto las diablillas gemelas daban instalando una escalera para que pudiesen subir a bordo–, formen una sola fila y no empujen.
–Ven, sube a bordo –invitó el diablo Lincoln a Sid, a quien condujo personalmente a la escalera–. Tú irás en primera fila ya que eres mi invitada de honor.
–No quiero estar aquí –imploró la niña por piedad–. No me gustan las cosas que asustan y duelen.
–Lo siento, Sid, esta no es esa clase de infierno, donde hacemos las cosas que tú quieres.
–Hay, diablos... Quise decir rayos.
–Descuida, aquí puedes decirlo.
–Además –añadió Clyde–, accediste a esto cuando firmaste el contrato que te dimos a cambio de tu Hot-Dog.
–Pero no todo es tan malo, amiga mía. Espera a probar el buffet.
Sid esnifó el aire y detectó un agradable aroma viniendo del interior de la barca.
–¿Huelo a barbacoa?
El diablo Lincoln asintió esbozando una grata sonrisa.
–Todo lo que puedas comer y gratis.
Emocionada de recibir tan tentadora oferta, la glotona de Sid no se hizo esperar para subir a la barca ante lo cual el diablo Lincoln y Clyde McBride intercambiaron un par de malévolas miradas de complicidad.
–¡WAAAAHH...! – se la oyó gritar devastada al rato una vez estuvo a bordo–. ¡NO!... ¡AH, QUE TERRIBLE!... ¡Se les acabaron los Hot-Dogs!... ¡Y la ensalada tiene piña!... ¿Ensalada de papas a la alemana? ¡GUÁCALA!
***
–Mi corazón dice que Sid me necesita –exclamó angustiada Ronnie Anne cuando ella, sus amigos y su perro entraron a los limites del pueblo de Royal Woods.
Luego paseó su mirada por la zona cubierta de neblina a su alrededor. Contrario a cuando vivía en ese pueblo, las casas ahora daban la impresión de estar deshabitadas desde hacia décadas. Su pintura se mostraba desgastada, sus entablados putrefactos y sus jardines descuidados. Era como si estuviesen varados en medio de un pueblo fantasma.
–Cielos, Lincoln no mentía –comentó pasando una mano por su frente sudorosa–. Este lugar es más aterrador de lo que recordaba ahora que sé lo que realmente sucede aquí.
–¿Tú estás sorprendida? –señaló Nikki–. Yo sigo sin poder creer que todo este tiempo estuviste enamorada del diablo.
–¡Ah, que la canción! ¡Que no estaba enamorada de el!
–Si, como no –rió Casey–. Y yo soy Blancanieves.
–Ya, dejen eso –intervino Laird–. Después se burlan de Ronnie Anne. Ahora tenemos que rescatar a Sid.
–¡Oigan, ustedes! –reclamó un anciano que se asomó por la ventana de la única vivienda que no tenía el mismo mal aspecto que el de las demás–. Dejen de hacer tanto escándalo. Hay quienes tratamos de dormir.
–Señor Quejón –lo llamó Ronnie Anne–. ¿Acaso usted también es un alma en pena que espera entrar al infierno?
–Que alma en pena ni que ocho cuartos –respondió el anciano gruñón–. Demonios o no, esta es mi propiedad. Yo he estado aquí desde mucho antes que llegaran ellos. Aquí es donde yo nací y aquí es donde me voy a morir.
–Disculpe si lo despertamos –se excusó Casey–. Nosotros soló estamos buscando a nuestra amiga que vendió su alma por un Hot-Dog.
–Ya me imagino que Loud hizo de las suyas otra vez. Sólo doblen en la siguiente esquina y sigan derecho por la próxima vía secundaria hasta llegar al parqué Árboles Altos. Seguro que Flip les habrá dicho que ahí encontrarán la entrada al infierno. Y ya dejen de estar molestando, chiquillos del demonio.
–Ok, gracias –se despidió Sammer–. No lo molestaremos más.
Y siguieron adelante.
***
De vuelta en la calurosa cueva subterránea, Clyde subió a la barca después de contar a doscientos pasajeros y dejó que los otros ocho mil cuatrocientos quince se quedaran esperando en la orilla al cuidado de la musculosa demonio de tres ojos que estaba ansiosa por darles una repasada de golpes a todos y cada uno de ellos.
Entre los muchos pasajeros se encontraban el chico pelirrojo de hacía un rato que respondía al nombre de Chandler, a quien sentaron a la derecha de Sid en los asientos de la primera fila; también estaba un anciano millonario apellidado Tetherby, que se sentó a su izquierda, y los dos presentadores de American Next Hitmaker: Doug Rockwell y Michelle Lewis. A estos dos últimos los hicieron sentar justo atrás de ella.
–¿Y tú por qué estás aquí? –le preguntó Chandler a la chica en tanto la barca empezaba a navegar por el gran río de magma.
–Por glotona –respondió con un suspiro lastimero–. ¿Y tú?
–Este tonto se apareció afuera de mi casa un día a ofrecerme cigarrillos y yo, que soy más tonto, acepté. Mi mamá siempre me advirtió que me mantuviese alejado de sujetos con pinta de pervertidos, pero yo no le hice caso y heme aquí... ¡Ay!
–¡Respeta a tu amo y señor! –lo reprendió el diablo Lincoln soltándole un buen golpe en la cabeza con la empuñadura de oro de su bastón–. Si creen que van a ser castigados, están en lo correcto. Así soy yo, disfruto con la maldad, adoro la maldad. ¿No es cierto, Clyde? ¡Diles!
–Así es, jefe –asintió su ayudante, el muchacho de color–. Sólo te gustan las cosas malas, por supuesto, esa son las cosas que te gustan, la maldad.
–No hay lugar decente para quejarse –se dirigió nuevamente el diablo Lincoln a Sid y los demás pasajeros de la barca–. Después de todo soy el encargado de que las cosas malas sucedan en la tierra. Conozco todos sus pecados y por cada uno hemos preparado un cruel e irónico castigo. ¡Música maestra!
En la parte de atrás de la barca, un cuarteto de jazz integrado por las versiones demoniacas de la banda de Luna empezó a tocar una pegajosa tonada que serviría para dar pie al numero musical que vendría a continuación.
La demonio Mazzy tocaba la batería, el demonio Sully el teclado, la demonio Sam el saxofón y por ultimo la demonio Luna un contrabajo.
–Hay, rayos, una canción –refunfuñó Chandler, quien como pudo se las arregló para sacar la cajetilla de cigarrillos y el encendedor de su bolsillo a pesar de estar esposado–. ¿Les importa si fumo?
Pero antes el diablo Lincoln se acercó arrebatarle el cigarrillo ya encendido y apagárselo directamente en su roja cabellera para reafirmar su autoridad como el mandamás del infierno.
–Fumar es malo, ya no fumes
–canturreó al hacer esto–.
Nunca extrañarás aquí ese olor.
Eres un idiota envuelto en el humo como habano.
Has llegado ya al primer nivel...
Y con una efusiva patada arrojó de la barca al pelirrojo que fue a caer en el magma y se arrastró quemándose hasta la otra orilla, donde las versiones demoniacas de Liam, Zach y Rusty lo agarraron entre los tres, lo envolvieron en una gigantesca hoja de tabaco, le prendieron fuego a su cabeza y se fueron turnando para inhalar del lado en que tenía envueltos sus pies tal cual fuese un cigarro tamaño familiar.
A partir de ahí, la barca siguió su curso por el río de magma y descendió velozmente por una cascada hacia la boca de una segunda caverna subterránea que vendría a ser la entrada a un nivel inferior al que ya estaban. Lo que significaba que el infierno estaba formado por una estructura dantesca en donde, como dictaba la canción, en cada uno de sus niveles se proporcionarían castigos irónicos de acuerdo al pecado cometido.
El segundo nivel tenía una ambientación semejante a las Vegas, con toda clase de casinos temáticos, luces, ruidos, letreros con la letra X aquí y allá y demás cosas para inflamar los sentidos y sobrestimular a quien se aventurara a pasar por esos lares.
–Jugar es malo, y hacer trampa
–canturreó seguidamente Clyde quien agarró al viejo apellidado Tetherby y lo lanzó de la barca hacia el extremo de una mesa de juegos ubicada en otra orilla–,
y falsificar los pagarés.
¿Qué tortura tocará?, la suerte lo decidirá.
Yo mando aquí en el nivel dos...
Entonces, las versiones demoníacas de Hank y Hawk agarraron al viejo infeliz, lo ataron de pies y manos en una enorme ruleta que tenía escritos varios métodos de tortura a su alrededor y la hicieron girar con todas sus fuerzas.
–(Uy, "avaro a la francesa")
–canturreó Clyde quien apareció en una llamarada de azufre junto a la ruleta cuando esta dejó de girar y la cabeza de Tetherby apuntó a uno de los castigos a escoger.
–Dime, ¿por qué?...
–imploró el viejo millonario, mientras que los demonios Hank y Hawk lo desataban, lo arrojaban a la canasta de una freidora de papas gigante y lo sumergían en un mar de aceite hirviendo.
–Consta en esta acta de mil paginas
–explicó el diablo Lincoln que apareció en otra llamarada de azufre en el borde de la freidora para mostrarle personalmente un libro de reglas sobre como funcionaban las cosas en el infierno.
–Personas peores ha de haber...
–insistió Tetherby en pedir clemencia, en lo que se arrastraba nadando por el aceite caliente en carne viva en afán de salir de la freidora.
–Sabemos que aquí tu eres el peor
–lo acusó Clyde que llegó a asomarse junto con el diablo Lincoln.
–Hay una explicación,
sólo eran negocios, nada más...
–Robaste a niños y monjitas.
–La culpa fue de mi familia.
–¡Ya no peques mientras cantamos!
–reclamó el diablo Lincoln cuando lo sorprendió tratando de sustraer la billetera del bolsillo trasero de Clyde aprovechando que este le estaba dando la espalda tras salir trabajosamente de la freidora; por lo que ambos chicos lo resumergieron en el aceite de un puntapié y volvieron a desaparecer en una llamarada de azufre para volver a aparecer en la barca.
***
Y mientras continuaba la secuencia musical en el infierno, los otros niños de la gran ciudad por fin llegaron a la cueva en el parque Árboles Altos de la que les había hablado Flip, afuera de la que Lalo se quedó montando guardia.
Adentró habían un par de bolsas de dormir en una esquina, una radio de pilas, unos tres posters de Ace Savvy y Rip Hardcore pegados a las paredes rocosas y dos repisas atestadas con bolsas de frituras, botellas de bebida gaseosa y algunas revistas de cómics tal cual como se vería la guarida secreta de unos niños de once años. Pero de puerta al infierno no hallaron nada.
–Aquí es –dijo Ronnie Anne–. Pero no veo algún lugar por donde podamos bajar.
–Debe haber alguna trampilla secreta o algo así –sugirió Laird–. Tal vez se active con un interruptor.
–Si, tal vez, empiecen a buscar.
–Miren –señaló Nikki con su linterna a una roca saliente en la parte más alta de la caverna.
La roca tenía la peculiaridad de distinguirse de las otras por tener grabada en medio un pentagrama invertido con tres 6 distribuidos entre sus espacios.
–A ver, oprímelo, Nikki –indicó Ronnie Anne.
Su amiga alta asintió con la cabeza y apretó la roca con el grabado.
Hubo un leve clic, tras el cual una trampilla se abrió bajo los pies de Sameer que cayó a deslizarse por un extenso tobogán de metal que iba en descenso por toda la caverna subterránea que consistía en los abismos llameantes del infierno.
–¡WAAAAAAAHHH...!
Después de asomarse a la trampilla abierta y confirmar que esa era la entrada que estaban buscando, los demás se lanzaron a deslizarse por el mismo tobogán a sabiendas de que este los conduciría directo a Sid.
Primero fue Ronnie Anne, después Casey, luego Nikki y por ultimo Laird.
–¡Alla voy...!
–¡Al infinito, y más allá...!
–¡Cuidado abajo...!
–¡Abran cancha...!
***
De regreso en el recorrido por los nueve círculos del infierno, la barca siguió avanzando por los demás niveles a los que sus pasajeros eran arrojados para que se les proporcionaran sus respectivos castigos.
En el tercer nivel, por ejemplo, una chica filipina de gran altura llamada Stella fue desnudada y atada a una mesa de operaciones para que allí la versión demoniaca de Lisa pudiera realizarle una bidisección al igual que a las ranas en clase de biología.
–¡¿Por qué dediqué mi vida a la ciencia y la tecnología?! –oyó Sid gritar a esta pobre chica, al tiempo que la versión demoniaca de Darcy le arrancaba el suéter de un tirón y procedía a trazarle unas lineas en el vientre desnudo con un marcador negro para indicar donde hacer el primer corte, mientras la demonio Lisa terminaba de sacarle filo a un bisturí del tamaño de un hacha para incendios.
En el cuarto nivel, cuyo ambiente se asemejaba al de un bar nudista, Sid observó como un chico llamado Miguel era atado a una silla por dos súcubos que usaban únicamente lencería –las versiones demoniacas de Leni y Thicc– quienes, para su total desagrado, procedían inmediatamente a hacerle un baile erótico.
–¡No, no! ¡¿Por qué elegí ser gay?! –chillaba asqueado el pobre muchacho en tanto la demonio Leni meneaba sus pechos cerca de su cara y la demonio Thicc frotaba su voluminoso trasero contra su entrepierna–. ¡Basta!... No... Asco... ¡Dios!
–La pirateria es terrible
–siguió cantando el diablo Lincoln en el nivel siguiente, donde Doug y Michelle fueron arrojados de la barca y obligados a sentarse en la primera fila de un gran escenario–,
músicos no sobrevivirán.
–Hey, Doug, Michelle,
–cantaron los integrantes de una banda de chicos ya pasada de moda que se presentó en dicho escenario–.
orgulloso estoy,
de rayar un nuevo disco,
con los Bastrick Boys.
Eso es, eso es lo que merecen en el quinto nivel...
***
–Me siento mal...
–canturreó entretanto Casey mientras el y los demás amigos de Sid se deslizaban por el tobogán camino al fondo del infierno.
–Debemos rescatarla ya...
–siguió cantando Ronnie Anne.
–A lo mejor está feliz...
–canturreó Nikki.
–Nosotros la hicimos pecar...
–volvió a cantar Casey para lamentarse.
–Seguro ya se acomodó...
–continuó Sameer con la canción.
–No tengas miedo y respira
–canturreó Ronnie Anne para alentar a sus amigos–.
Uno de nosotros salvará la vida.
Deslicense y piensen en un plan...
–Ampollas tengo al resbalar...
–se aquejó Laird al ir deslizándose por el tobogán con mayor rapidez.
***
–Los diamantes y los gallos
–continuó cantando el diablo Lincoln conforme la barca se aproximaba al final del río de magma y los pecadores eran arrojados a las zonas donde recibirían sus castigos asignados–,
publicar pornografía también.
Todo lo pagarán...
En el fango sufrirán...
Pero nunca morirán...
Y rimas malas recitarán...
Para siempre aquí, en este, un infierno muy Loud...
El numero musical finalizó con el diablo Lincoln arrojando su sombrero de copa al aire, haciendo que girara alrededor de lo ancho de toda la caverna, y volviéndolo a recibir con un ágil movimiento de su mano.
–¡Ay, mamá! –gritó Sid, que fue la ultima en ser arrojada de la barca a un charco de cieno nuclear situado cerca de la orilla del río de magma.
–Por supuesto es sólo el inicio –rió maliciosamente el diablo Lincoln al acercarse a ella en compañía de Clyde.
Seguidamente, las diablillas gemelas aparecieron junto a ella en otro par de llamaradas de azufre y nuevamente se valieron de sus tridentes para obligarla a levantarse y seguir a los dirigentes del infierno a las puertas de una de las oficinas principales.
Al ingresar se encontraron con la versión demoniaca de Luan sentada ante un gran tablero de control con una pantalla gigante, en la que se mostraba la toma de unos niños argentinos filmándose arriba de una frágil estructura de tablas con la cámara de un celular.
–Hola, amigos –saludó el chico del video que sostenía el bastón para selfies–, estamos acá arriba en el segundo piso de la casita... ¡Y esto se va a descontrolaaaarr!!
Acto seguido, la demonio Luan oprimió un botón rojo, el más grande del tablero de mando, y en el video la estructura de tablas cedió bajo los pies de los niños quienes cayeron de un segundo piso de la manera más trágica y graciosa al mismo tiempo.
–¡Mmm... Ju ju ju ju ju ju ju...! –río divertida la demonio Luan al ver lo sucedido en el video, con lo que Sid entendió que fue ella la que causó el accidente al oprimir dicho botón. Lo que significaba que ese tipo de accidentes en el mundo sucedían por obra y gracia del tablero de mando aquel.
–¡Sáquese de aquí!
Después de esto, el diablo Lincoln ahuyentó a la demonio Luan del tablero rociándola con un shooter, que evidentemente estaría lleno de agua bendita genuina por el modo que la demonio salió huyendo despavorida, tal como si la estuviesen rociando con ácido.
–¿Cuántas veces les he dicho que no jueguen con la tierra ni que se sienten en mi maldita silla? –reclamó el diablo Lincoln que fue a ocupar su lugar en la silla giratoria tras el tablero de mando–. Ahora, sólo por eso, serás castigada, y en vez de fuego ardiente comerás helado de chocolate.
–No, no, Lucifer –imploró la demonio Luan–, gran señor de los infiernos. Eso no. Por los cuernos de tu abuelo Luzbel te lo pido. Sin fuego moriría. El frío me hace mucho mal, y sobre todo el chocolate que no lo soporto por mi hígado que lo tengo tan delicado.
El diablo Lincoln se irguió de su silla y cuando habló de nuevo lo hizo con una voz que hizo que a Sid se le helara la sangre; a ella, a Clyde y a las diablillas gemelas.
–Una demonio que así me contesta, debe helarse de los pies a la cabeza –oró.
–¡No, no! –suplicó la traviesa diabla otra vez.
–Una demonio con tan poco seso debe enfriase hasta el ultimo hueso.
–Perdonadme –chilló la desgraciada demonio Luan.
Pero el diablo Lincoln no le hizo caso.
–Una demonio tan boba, tan boba que toca mis cosas, se congelará como un whisky en las rocas.
–Perdonadme, alteza –sollozó la desdichada–. No lo vuelvo a hacer.
–Una demonio que en mi silla toma asiento, morirá, morirá como un perro atropellado en el teleférico –continuó el diablo Lincoln con su siniestra oración.
Un momento después, un chorro de chispas azules salió disparado de los ojos del demonio peliblanco y volaron hacia la demonio Luan, que ya se sentía arrepentida como nunca de haberse puesto a jugar con el tablero de mando.
Horrorizada, Sid vio como las chispas la golpeaban y penetraban en su carne y la oyó lanzar un horrible alarido. Una gélida ventisca la envolvió y un olor a carne refrigerada llenó la sala. Nadie se movió.
Al igual que Sid, Clyde y las diablillas gemelas observaron la ventisca, y cuando esta se disipó la demonio Luan quedó apresada en un gran bloque de hielo.
–Espero que nadie más me enfurezca hoy... –comentó el diablo Lincoln recorriendo la estancia con una mirada fulminante–. Y en cuanto a ti, Sid Chang, bienvenida al noveno circulo del...
–... ¡AAAAAHH!
En ese preciso momento, los chicos de la gran ciudad aterrizaron violentamente en el fondo del tobogán que se situaba en un esquina de la sala.
–Sid –habló Ronnie Anne que fue la primera en levantarse–, ¿te encuentras bien?
–No –contestó su aterrada amiga–, me han estado atormentando con sus cantos y bailes.
–Oye, diablo cabeza de chele –encaró Nikki al cornudo albino–, ya devuélvenos a nuestra amiga.
–Lo siento –contestó este cruzándose de piernas en su silla y entrelazando sus manos–, pero yo tengo todas las cartas aquí.
–¿No hay nada que podamos hacer? –insistió en preguntar Ronnie Anne.
–... Aguarden –intervino Laird después de pensarlo un poco–, ¿que Sid no tiene derecho a un juicio justo?
El diablo Lincoln y Clyde guardaron silencio tras oír la propuesta de Laird, se miraron mutuamente de reojo y al final fruncieron el entrecejo.
–Hay, siempre salen con eso de las reglas y el procedimiento –protestó el demonio peliblanco de mala gana.
–Pero si –admitió seguidamente el chico de color–. La ley de justicia en el infierno de 1941 requiere que les informe que pueden apelar su caso ante la corte de asuntos infernales.
–Está bien, Santiago –el diablo Lincoln dirigió su atención a la muchacha hispana–. Por respeto a nuestra antigua amistad te daré una oportunidad de recuperar el alma de tu amiga; pero debo advertirte que si pierdes también me quedaré con la tuya como compensación. Y también... Creo que mataré a uno de ustedes.
–A Sameer –sugirió Nikki.
–¿Que yo qué?
–De acuerdo –aceptó el diablo Lincoln ante la cara desconcertada del otro chico, y nuevamente fijó su mirada en Ronnie Anne–. ¿Estás dispuesta a arriesgarte aun sabiendo esto, amiga mía?
Por primera vez en su existencia, Ronnie Anne Santiago, la que en su tiempo cargó con la reputación de ser la chica más ruda de la escuela primaria de Royal Woods, ella fue quien se sintió indefensa ante la presencia del patético Lincoln Loud, en especial por su sonrisa siniestra y el modo en que sus ojos se encendieron tomando un candente brillo anaranjado.
Pero a su vez tampoco pudo soportar ver a su mejor amiga esposada a merced del diabólico duo, ni mucho menos atenerse a la idea de dejar que la torturaran por el resto de la eternidad.
–... Si, lo haré –acabó por aceptar a las condiciones impuestas por el diablo–. Haré lo que sea necesario para salvar a Sid.
–Ronnie, ¿estás segura de hacer esto? –preguntó entre sollozos la condenada al infierno–. No te gustará nada estar aquí. No es nada bonito.
–Si, por supuesto que si –contestó con firmeza, pero sin dejar de sentir pánico ante el riesgo que estaba por tomar–. No permitiré que te torturen sin haber peleado.
–Muy bien, tú lo quisiste.
Para dar por cerrado el trato, el diablo Lincoln se levantó de su silla y se aproximó a tender su mano frente a la muchacha de la gran ciudad.
En breve, mientras meditaba si seguir adelante a sabiendas de lo mucho que arriesgaba, Ronnie Anne advirtió que lo que asomaba por debajo de la manga del traje del diablo Lincoln era una escamosa garra roja repleta de costras ennegrecidas y dotada de uñas cortantes, y no una mano humana con piel tersa, rosada y suave.
≪Y pensar que dejé que este engendro me besara en publico≫, se lamentó para sus adentros.
Mas, igual y si estrechó la garra del demonio de blancos cabellos, decidida a ir hasta las ultimas consecuencias con tal de salvar a su amiga.
En ese corto lapso de tiempo que duró el apretón de manos, Ronnie Anne sintió que un terrible ardor le penetraba la carne, brindándole la más horrible sensación física que jamás abría experimentado, a tal grado que sintió que su brazo se chamuscaba desde la punta de los dedos al codo, tanto como para quedar enteramente reducido a carbón fósil.
No fue hasta que el diablo Lincoln la soltó que reparó que su mano había quedado intacta pese al ardor de hacia un momento... Salvo por una marca que le quedó grabada en la palma. La misma marca del pentagrama y el triple 6 que había visto en el botón que accionaba la entrada secreta al infierno en la cueva del parque Árboles Altos. La marca de la bestia.
–Si, eso te dejará una cicatriz –se disculpó el diablo Lincoln, cuya mano volvió a tomar forma humana–. Pero es necesario para que sepas que ya no hay marcha atrás. Ahora que para esto necesitamos un poco de tiempo, pues para aportar pruebas, seleccionar testigos y todas esas cosas. ¿Que les parece dos semanas?
–A mi me parece muy bien –dijo McBride.
–Yo opino... –habló Laird.
–¡Tú cállate la boca, nerd! –lo silenció el diablo Lincoln con un grito.
–Está hecho, Santiago –declaró Clyde–. De hoy en dos semanas, al ponerse el sol, nos reuniremos en la azotea de tu edificio para celebrar el juicio en que se decidirá el destino de Sid.
–Pero hasta entonces –el diablo Lincoln se acercó al tablero de mando y agarró el mango de una palanca situada junto al enorme botón rojo–, ella se quedará aquí en el infierno.
Clic.
Y con un solo accionar de la palanca, una trampilla se abrió por debajo de los pies de Sid quien cayó por un prolongado abismo que la condujo a otra caverna llameante.
–¡AAAAAAHH...!
Abajo, en el fondo del abismo, la pobre chica cayó encima de una mesa de madera junto a la que esperaba la versión demoniaca del señor Loud con su gorro de chef y su delantal puestos.
–Oiga, ¿qué va a hacer con...? –trató de preguntar, momentos antes de que el demonio cocinero agarrara un par de cuchillos de cortar carne con los que procedió a rebanarla en cachitos–. ¡Ay! ¡Uy! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!...
Luego de trocearla, el cocinero del infierno repartió sus pedazos en varios barriles repletos de carne que serían destinados a usarse en fabricación de salchichas, hamburguesas y nuggets de pollo.
Lo único que dejó fue la cabeza de Sid, la cual agarró y lanzó a una cancha de football soccer en donde precisamente las versiones demoniacas del equipo de soccer de Lynn se pusieron a echar cascaritas con ella.
Cabe mencionar que la niña no se moría con nada de lo que le hicieran, porque estaban en el infierno y así es como funcionaban las torturas para todos. Por ende Sid sufriría todo esto y más hasta llegada la hora del juicio.
–¡Auxilio! –gritó la cabeza viviente de la chica con la que los demonios jugaban usándola como pelota de soccer–. ¡Ayúdenme!
–¡Resiste, Sid! –gritó Ronnie Anne asomándose a la trampilla abierta por la que cayó–. Te sacaremos de aquí muy pronto.
–Si, bueno, se acabaron las horas de visitas –dijo Clyde quien accionó la palanca para hacer que la trampilla volviese a cerrarse–. Ahora síganme a la salida, niños. Nuestra carroza personal los llevará a ustedes y a su perro de regreso a sus casas. Deben saber que a esta hora sus padres ya se enteraron de su escapada y están tan preocupados como furiosos.
–Recuerden que nos veremos dentro de dos semanas –avisó el diablo Lincoln.
E inmediatamente se regresó a mirar directo al lector.
–Y con ustedes también –se dirigió a todo aquel que esté leyendo esto–. ¿Será declarada inocente y quedará en libertad? ¿O será declarada culpable y condenada a retorcerse eternamente en agonía?
–¿Con quien habla? –preguntó Nikki a Ronnie Anne entre susurros.
–No sé –respondió–. Siempre hace eso.
–No dejen de leer, la próxima actualización de esta sección –continuó hablándole el diablo Lincoln al lector–, en este mismo perfil, en esta misma plataforma: el juicio por el alma del personaje más querido del spin off de mi serie que nadie quiere ver, la tan amada Sid Chang.
Continuará...
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