El diablo en la gran ciudad Ep 2

Cuando el humo se disipó todo y hubo extinguido las llamas de las velas rojas, el grupo de niños pudo abrir sus ojos nuevamente y respirar con normalidad.

Entonces todos ahí se sobresaltaron; pero no tanto como lo hizo Ronnie Anne cuando vio a quienes estaban parados arriba de la mesa, allí en medio del pentagrama dibujado con tiza donde antes había visto a la criatura de los grandes cuernos en espiral y al ser amorfo con tentáculos.

–... ¿Lincoln?... ¿Clyde?...

–Hola, Ronnie –la saludó su amigo de blancos cabellos, y le guiñó un ojo–. ¿Cómo van las cosas en la gran ciudad?

En lugar de sus ropas de siempre, Lincoln lucía el mismo smoking negro con corbatín de color naranja que usó la ultima vez que la vino a visitar (el mismo que llegó a usar esa vez que creyó erróneamente que había pretendido declarársele cuando solamente le quería mostrar su acto de magia). Aparte de esto, llevaba puesto un elegante sombrero de copa y en su mano empuñaba un bastón negro con empuñadura de oro.

–Oye, tranquilo, viejo –apaciguó el otro chico oriundo de Royal Woods a Justin Bieber, que seguía echado en el piso cuál perro regañado temblando de miedo.

En cambio Clyde vestía un elegante saco color azul oscuro y llevaba consigo un portafolios que lo hacía verse como todo un empresario.

–Sólo queríamos felicitarte por esa magnifica entrada. Relájate, amigo, necesitas descansar.

–Oh, gracias, sus bajezas –dijo el disque cantante que se puso en pie otra vez–. Son ustedes muy generosos. Si me lo permiten, con su permiso me retiro ahora. A no ser que necesiten algo más.

–No, puedes marcharte –concedió Lincoln, para mayor desconcierto de los chicos de Great Lake City.

–Pero recuerda que aun tienes que pagar tu cuota de extensión –advirtió Clyde–. Siete años más de fama y fortuna para ti a cambio de el alma de una inocente.

Ronnie Anne no daba crédito a lo que veía y escuchaba. Un famoso les estaba rindiendo cuentas a Lincoln Loud y a Clyde McBride, los dos chicos más gentiles, inofensivos y, tenía que admitir, algo pusilánimes que conoció en su antiguo pueblo del que se mudó.

–Como ustedes manden, sus bajezas –asintió Justin Bieber con humildad. ¡Uno de los famosos más odiados e influyentes de la actualidad les estaba rindiendo cuentas a esos dos como si fuesen sus jefes, por no decir sus dueños! ¡¿Qué rayos estaba pasando, doctor garcía?!–. Ya tengo a una de mis fans, lista y sedada, esperándome en un escondite que nadie más que yo sabe donde está. En cuanto ustedes lo ordenen, sacaré su pequeño corazón y lo comeré.

–Me parece bien –dijo Lincoln.

–No hay nada más inocente que las fans descerebradas de esta mariquita –secundó Clyde.

–Ahora lárgate, Bieber, antes de que cambie de opinión.

–Si, señor.

Antes de salir por donde vino, Justin se quitó su sombrero de rapero y se aproximó a darles unas palabras de aliento a las protagonistas de esta historia.

–Oigan, Ronnie Anne, Sid, me tengo que ir. Ustedes pueden.

–Ni se te ocurra tocarnos, pervertido –advirtió la achinada, quien se echó para atrás cubriéndose con ambas manos los pechos que no tenía–. Vete de aquí, nadie te quiere.

Después que Justin Bieber abandonase el edificio cabizbajo, Lincoln Loud apoyó un pie en la banca para bajar de la mesa y Clyde McBride le siguió el paso.

–Lincoln... Clyde... –balbuceó nuevamente Ronnie Anne, que todavía no cabía en si de asombro por haberlos visto aparecerse allí, aparte de todos los demás sucesos extravagantes que acababa de presenciar–. ¿Qué están haciendo aquí?... ¿Y que rayos fue todo eso?... ¿Uno de tus trucos de magia?... ¿O acaso estaré soñando?

–No... –le sonrió el albino con picardía, al tiempo que elevaba su mano libre hacia su cabeza y agarraba el ala del sombrero–. Eso no fue ningún truco, ni tampoco un sueño. Lo que viste fue tan real como el protagonismo de mi serie.

–Vinimos a hacer negocios con uno de ustedes, chicos –aclaró seguidamente Clyde–. ¿No fue para eso que nos invocaron?

–¿Negocios? –repitió la hispana que al igual que sus amigos no acababa de entender a que se referían... Al menos hasta que Lincoln se quitó el sombrero.

La chica entonces abrió sus ojos como platos y dejó caer su mandíbula como una pala mecánica, a la vez que Nikki, Sameer, Casey y Laird ahogaban una exclamación. Pero Sid, la menos avispada del grupo, ella no mostró sorpresa alguna aun después que Lincoln dejó al descubierto su cabellera blanca... Y el par de cuernos que asomaban de su frente.

Acto seguido, Ronnie Anne bajó su vista, sólo lo suficiente para darse cuenta que por detrás de sus piernas colgaba un rabo largo y puntiagudo.

–Lincoln... –dijo mirándolo a los ojos tras tragar una poca de saliva.

–Santa cachucha –exclamó Sameer al ser de los primeros en darse cuenta de lo obvio–. Ronnie Anne, no sé como decirte esto, pero...

–¡Tu novio es el diablo! –acabó de señalar Nikki, a la evidencia mostrada ante sus ojos que era clara como el agua.

–Siempre es el que menos esperan... –rió el demonio peliblanco en tono afirmativo–. Hay, Ronnie, temo que esto marca el inevitable fin de nuestra relación.

–¡¿Qué?! –reaccionó la ya de por si desconcertada latina–. ¡Oigan, ya les dije que el no es mi novio! ¡Y tampoco tenemos ninguna relación!

–Si, como no, Santiago –rió burlón el diablo Lincoln–. Podrás engañarte a ti misma y podrás toda culpa negar, pero nunca podrás esconderme la verdad a mi, el maestro de los engaños. Y si eso te dejó sorprendida, creo que se te caerán los pantalones cuando te diga que el chico que conoces como Clyde, aquí presente, es mi mano derecha y mi socio en el mal.

–Puedes seguir llamándome Clyde, si así gustas, pequeña –dijo el muchacho de lentes efectuando una cordial reverencia frente a todos–. Aunque tengo muchos otros nombres por los que pueden llamarme: El aberrante, Loki, Beeatlejuice, Biggie Smalls, Necromuncula, Rey Dado, Lilith...

–Pero, Lilith es nombre de mujer –señaló Laird–. ¿Lo sabías?

–Pero el nombre que más me gusta –siguió Clyde sin hacer caso a esto ultimo–, es: El rey y la reina del queso.

–Y yo sería tu princesa del cuento –bromeó el cornudo albino–. Pero dejemos de lado las presentaciones y siéntense a mi mesa con la mente en paz, que si se relajan ahondaré en su alma y corazón y enloquecerán sin mas.

Con tres toques de la punta de su bastón contra el suelo, el diablo Lincoln hizo que una mesa redonda cubierta con un mantel negro se materializase en el estallido de otra llamarada roja.

Al mismo tiempo, dos sillas se materializaron de igual forma atrás de Sid y Ronnie Anne e inmediatamente se arrastraron velozmente hacia ellas obligándolas a sentarse de un empujón y las llevaron hasta la mesa esa que apareció mágicamente.

Ahí mismo el diablo Lincoln golpeó el suelo con su bastón otras dos veces con las que hizo aparecer una percha en la que colgó su sombrero y una silla elegante y más alta para el.

Luego dio a detener su bastón a Clyde, quien antes puso el maletín sobre la mesa.

Al tiempo que todo esto ocurría, poco a poco la demás gente en la cafetería fue recobrando la consciencia y en eso, al advertir la presencia del par de intrusos, el entrenador Crawford se cacheteó así mismo un par de veces para despertarse bien y estúpidamente se decidió ir a interrumpir tan extraña reunión.

–Oigan –reclamó al acercarse en cuanto el diablo Lincoln tomó asiento en la silla alta–, ustedes no pueden estar aquí...

Mas, antes de que pudiese continuar, el diablo Lincoln bufó con fastidio e hizo como que pinzaba algo con sus dedos, a lo que inmediatamente el entrenador sintió que su cabeza fue atenazada por una gigantesca mano invisible que descendió de lo alto y lo levantó a varios metros de tierra firme.

–¡Eh! ¡¿Pero que rayos está pasando?!

A continuación, con su mano libre, el diablo Lincoln ejecutó un suave movimiento que asemejaba a como si estuviese bajando el zíper de una cremallera inexistente y de igual modo una especie de portal al inframundo se abrió delante del entrenador que pataleaba y agitaba sus brazos estando suspendido en el aire.

–Oye, ¿qué es lo que...? ¡WAAAAAAAHH...!

Finalmente, el diablo Lincoln hizo como si arrojara aquello que tenía agarrado hacia el agujero imaginario que acababa de abrir, con lo que de igual forma el pobre señor Crawford fue lanzado al interior de aquel portal infernal, por donde fue a caer hacia un infinito abismo llameante en el que lo rodeaban diversas imágenes de pesadilla.

–¡Oigan!, ¡¿qué es esto?! ¡¿Acaso algún acto de magia...?!

–Bien –clamó el diablo Lincoln cerrando nuevamente el portal infernal, ante las espantadas caras de Ronnie Anne, su grupo de amigos y todos los demás testigos que recién acababan de despertar–, ¿puedo seguir sin que me interrumpan, o a alguien más aquí le gustaría entrar al vuelo de la desesperación?

En respuesta a su pregunta, el resto de alumnado, los profesores y el personal salió huyendo despavorido por toda ruta de escape existente –algunos saliendo por las puertas y otros lanzándose por las ventanas–, dejando así a los seis niños del grupo a su suerte en compañía del demonio encarnado y su malévolo secuaz.

–Perfecto –sonrío el diablo Lincoln, e hizo chasquear sus dedos–. Ahora, chicos, tengo algo para ustedes.

¡Snap!

–Saluden a mi amiguita –dijo Clyde que procedió a buscar algo bajo su saco.

Por un momento, habiendo quedado claro lo malvados que realmente era el duo Clincoln McCloud, Ronnie Anne, Nikki, Sameer, Casey y Laird se asustaron pensando que el chico de color iba a sacar una mini metralleta para acribillarlos a balazos... Mas rápidamente se sintieron aliviados cuando lo único que hizo fue sacar un pañuelo con el que se sonó suavemente la nariz.

Lo que si vino fue el estallido de otra llamarada más junto a la mesa redonda. Una de flamas de un tono rosa brillante y que tomó casi por sorpresa al diablo Lincoln dada su reacción.

Las llamas rosa se dispersaron y ahí a medio metro de la silla ocupada por el demonio albino apareció una chica alta y delgada, de cabello rubio y ondulado con reflejos de melocotón. Su piel era toda blanca, salvo por sus mejillas rojas como manzanas y sus labios negros como el ébano. Por ultimo, su atuendo consistía en una camisa blanca que usaba por debajo de un smoking rosado adornado con una pajarita negra en conjunto con unos jeans gris oscuro y un par de zapatillas color negras con blanco.

–Miren, chicos –sonrió el diablo Lincoln, procediendo entonces a presentarles a la recién llegada aunque tampoco esperó que se apareciera así de repente–, esta es mi hija, Charlie, la futura heredera de mi trono. ¿No es linda?

–¿Ella es tu amiguita? –preguntó Nikki a Clyde entre susurros.

–Si –respondió este volviendo a guardar su pañuelo.

–Hola, que tal... –saludó la rubia de piel blanca a todos con desanimo, y después se acercó a saludar con un beso en la mejilla al diablo Lincoln–. Papi, siento molestarte mientras trabajas, pero es que tengo graves problemas con el Hotel Feliz y necesito tu ayuda. Tenías razón desde el principio, la redención no existe para las almas de los mortales y está fue una terrible idea. Hay, deberías verlo, todo allá está hecho un desastre y... y yo ya no sé que hacer y estoy desesperada.

–Oh, siento oír eso, tesoro –dijo el diablo Lincoln con voz compasiva–; pero ahora papi está un poco ocupado reclutando almas para su ejercito de las tinieblas.

–Si –dijo la tal Charlie, quien se aproximó a hacerle entrega de un sobre amarillo con el sello de un pentagrama rojo–, sólo vine a dejarte esta carta de la oficina central, y que creo tiene algo que te va a interesar mucho.

–A ver... Disculpen, en un segundo estoy con ustedes, chicas.

El diablo Lincoln recibió el sobre, lo abrió con un abrecartas de bronce que materializó mágicamente en su mano, desenvolvió con cuidado la hoja que venía adentro, examinó detenidamente el contenido con un monóculo prendido a una cadenita de plata que sacó del bolsillo delantero de su smoking... Y cuando acabó de leer todo se le escapó una lagrima de felicidad.

–Este es el día más feliz de mi vida –dijo levantando su vista de la carta–. Mi pequeña hija quiere entrar al consejo demoniaco.

–¡Si! –rugió con voz resonante Charlie, a quien por un momento breve se le vio un par de cuernos rojizos asomando sobre su cabeza y la esclerótica de sus ojos tornándose de un rojo brillante con el iris blanco y las pupilas rajadas–. ¡Todo con tal de destruir al demonio de la radio por hacer de las suyas!

Ouh, pero que belleza –suspiró Clyde, extrañamente conmovido por el arrebato de furia de la embravecida chica demonio–. ¿Cómo no traje la cámara?

–Pues ya conoces el trato, nena –dijo el diablo Lincoln, que a su vez sacó un contrato que entregó a la demonio que decía ser su hija–, trabaja para mi y considéralo echo.

Sin dar lugar a dudas, Charlie mordisqueó la punta del indice de su mano derecha con tal tenacidad que se arrancó la carne dejando el hueso expuesto, y con la sangre que brotó de ahí firmó con su nombre en la linea punteada del contrato.

–Estás irán directo a la puerta del refrigerador –sonrió el diablo Lincoln cuando tuvo en sus manos el contrato con la firma ensangrentada y la otra carta que le dio Charlie–. Miren esto, Ronnie, Sid, la primera orden de ejecución de mi pequeñita. Estoy tan orgulloso...

Después guardó las cartas bajo su smoking y sacó una tarjeta de crédito de platino de su billetera que felizmente cedió a su supuesta hija.

–Toma, cariño. Tu y Vaggie vayan a darse un día de relajación en el Spa a mi cuenta mientras yo me ocupo de lo demás.

–Gracias, papi –se despidió Charlie del diablo Lincoln con otro beso en la mejilla–. Sabía que podía contar contigo.

Para cuando la pálida demonio de cabello rubio se esfumó en otra llamarada rosa, Clyde –literalmente– ya había sacado una charola con tapa metálica de debajo de su manga que descubrió, dejando ver que encima había un intercomunicador inalámbrico de oficina que acercó al cornudo albino, quien oprimió un botón del dispositivo y se acercó al micrófono para ordenar con una resonante y ensordecedora voz demoniaca:

–¡TRÁIGANME EL CADÁVER DE ALASTOR, AHORA!

Enseguida, señor –contestó una gangosa voz femenina que vino del parlante del aparatejo–. ¿Quiere que se lo llevemos a su escritorio?

–Por favor, si eres tan amable, Cheryl –pidió el diablo Lincoln, ahora con voz calma, tras lo cual quitó su dedo del intercomunicador que Clyde hizo desaparecer en una nube de humo gris–. Hay, mi bebé creció tan rápido que no me di cuenta.

–Si –secundó su ayudante con un aire de nostalgia–. Pareciera que fue ayer cuando apenas le estaban saliendo sus cuernitos de leche y ahora es toda una demonio asesina dispuesta a aplastar cabezas.

–¡Basta ya! –gritó de pronto Ronnie Anne, que simplemente no acababa de aceptar las cosas locas que estaban pasando delante de ella–. Esto tiene que ser una broma. A ver, ¿dónde están las cámaras ocultas? ¿O qué hay una fuga de gas por aquí y nos atontamos? ¡Nada de esto tiene sentido! ¡Lincoln, tú no puedes tener una hija!

–¿Por qué no? –repuso el otro–. Es de lo más natural que cuando un papá demonio y una mamá súcubo que se quieren mucho... Ah, ya entiendo. Mira, Ronnie, sé que nos divertimos mucho antes y que te resulto más atrayente ahora que sabes a que me dedico, pero creo que lo mejor será que sigamos siendo amigos solamente.

–¡No me refiero a eso, cabeza de alcornoque! ¡Me refiero a que no puedes tener una hija porque sólo tienes once años!

Por el cielo. ¿Pero que no entendiste nada?... –el diablo Lincoln suspiró con fastidio nuevamente–. Deja que te lo explique una vez más. Ronnie, amiga, soy el diablo, Lucifer, Satanás, el señor oscuro, el príncipe de las tinieblas, el chamuco, el patas, como sea que me quieras llamar según tus creencias. No tengo once años, parezco de once años, pero en realidad soy un ángel que fue expulsado del paraíso por Dios mucho antes de que el crease al hombre a partir de un montón de barro. ¿Entendiste?

–No, no –se negó a creer–. Tú no eres el diablo.

–Ronnie Anne –intervino Nikki–, acaban de arrojar a un ser humano por un portal a un abismo de pesadillas.

–Si, ¿cómo no vas a creer que este sujeto es el diablo de verdad? –señaló Casey.

–¡¿Qué acaso no ves la cola y los cuernos?! –terció Sameer.

–Yo tampoco quería creer que existiera –dijo además el intelectualoide de Laird–. Pero, rayos, míralo, lo tienes en tus narices.

–No –insistió la muchacha en seguir negándolo todo–. El no es el diablo, el es mi amigo Lincoln Loud de Royal Woods y... y este debe ser un mal sueño que estoy teniendo por comer demasiados taquitos con salsa picante.

Y sin decir más se pellizcó a si misma en el brazo con todas sus fuerzas esperando que con eso bastara para despertar, y sin embargo no obtuvo algún resultado satisfactorio aparte de haberse provocado un notorio moretón.

¡Auch!

–Si, temo que esto no es un sueño, querida niña –sonrió con malicia el diablo Lincoln–. Muchos me ven en esta forma, porque la misma biblia dice que suelo presentarme como un ángel de luz en el mundo de los hombres. Pero lo cierto es que Lincoln Loud jamás existió. De hecho, todo lo que crees saber de Royal Woods es falso. No es más que una ilusión creada por mi para pasar desapercibido ante los mortales.

–No es cierto, no es verdad, me niego a creerlo...

–Royal Woods es donde está la puerta al infierno y una extensión de este mismo en la tierra –continuó con su explicación–. La mitad de sus habitantes son almas traídas del purgatorio esperando a ser juzgadas. La otra mitad son mis sirvientes del mal encargados de vigilarlas hasta que les llega el momento de ser lanzadas a los nueve círculos, en donde sufrirán en agonía hasta el día del juicio final... Pero esa es una historia para otro día.

–No, imposible... Yo... Si yo viví allí casi toda mi vida y siempre me pareció un pueblo normal, incluso algo aburrido.

–Porque yo permití que así fuera desde el principio. ¿Sabes?, también hay unas pocas personas comunes y corrientes que tienen el infortunio de caer en ese sitio maligno por cuestiones del azar y nunca llegan a enterarse de lo que pasa, tal como sucedió contigo y tu pequeña familia de tres. Si, normalmente dejo que esas pobres almas en desgracia habiten en mis dominios, con la ilusión de que viven en un sitio completamente normal, rodeados de personas normales, hasta que con el paso del tiempo terminan corrompiéndose por la maldad que irradia la zona y sucumben al pecado; de modo que tarde o temprano terminan perteneciendo: a mí... Sin embargo, por la estima que te tengo fue que contigo y tu familia hice una excepción.

–¿Ah?

–Si, confieso que soy el responsable de que se mudaran a Great Lake City porque, digo, no iban a terminar bien quedándose allá. Pero primero tuve que purificar tu alma para que fueras buena niña, ya que por el camino que ibas corrías peligro de corromperte y convertirte en una pandillera.

–¿Purificarme, dices?

El diablo Lincoln señaló sus labios con la punta de sus dedos índice y corazón y Ronnie Anne soltó una exclamación de asombro al entender a que se refería.

–Luego todo fue cosa de decirle a tu mamá que se mudaran. Dime, ¿no estás mejor aquí con tus tíos, abuelos, todos tus primos, un perro, un loro y amigos?

–Espera, tú no le dijiste nada a mi mamá, fue su idea mudarnos aquí.

–Se dice gracias, cerda malagradecida. Y, para que sepas, la gente escucha mi voz todo el tiempo como si fuese sus propios pensamientos o sus sueños. Ahora, que si eso no te convence de quien soy yo en realidad, también tengo conocimiento de tus más oscuros secretos, incluso aquellos que ni siquiera te atreves a escribir en tu diario.

–¿Eh?

Ampliando aun más su maliciosa sonrisa hasta tenerla agarrada de cada oreja, el diablo Lincoln se irguió de la silla alta y se inclinó frente a Ronnie Anne para brevemente susurrarle algo al oído que la dejó pálida y en shock.

Con esto ultimo ya no le cabía ninguna duda de quien era realmente aquel chico entre comillas "patético" al que solía intimidar para llamar su atención.

–¿Co...Cómo supiste? –apenas pudo preguntar luego de haber reaccionado del espanto.

–Recuerda que yo sé más por viejo que por ser yo –rió triunfante el diablo Lincoln.

Ay, virgencita... –exclamó Ronnie Anne tal como había escuchado pronunciar varias veces a la abuela Rosa en su idioma natal y hasta se persignó igual como solía hacer esta misma–. Si eres el diablo y existes... Eso quiere decir... No puede ser... Dejé que un anciano me besara.

–Oye, tampoco. Seré viejo, ¿pero anciano? No, los terrores dimensionales que han existido desde mucho antes que la existencia misma y que seguirán existiendo después de que todo desaparezca en la nada, esos si son mucho más ancianos que yo. A su lado yo soy solamente un niño. Lo que pasa es que no estoy bien conservado.

–Oigan, ya perdimos mucho tiempo en charlas y aun tenemos muchos asuntos importantes que atender el día de hoy –mencionó algo impaciente Clyde, quien pasó a hojear el contenido de una pequeña agenda con un encuadernado que parecía estar hecho de remiendos de piel humana–. A las tres: Campaña de concientización contra la venta de drogas a menores de edad. A las cuatro: supervisión de la colecta de latas para los niños desahuciados de Venezuela. A las seis: reunión con el consejo para discutir nuestros planes de aniquilación de la raza humana.

–¡¿Aniquilación de la raza humana?! –repitió una muy escandalizada Ronnie Anne.

–Rayos, la secretaria se equivocó –se excusó McBride, quien rápidamente pretendió tachar eso ultimo en su agenda; aunque en realidad lo que hizo fue escribir al pie de la pagina:

Nota importante: la ex del jefe sabe demasiado.

–Clyde tiene razón –concordó el diablo Lincoln–. Hagamos lo que vinimos a hacer que como mandamás del infierno tengo mi agenda repleta. A ver, niñas, díganme que puedo hacer por ustedes.

–Nada –se opuso Ronnie Anne de inmediato, al ser lo suficientemente perspicaz para darse cuenta de a que llevaba tal propuesta–. Lo que sea que nos tengas que ofrecer, yo paso.

–¿Segura? Lo que quieran, sólo tienen que pedírmelo y con un solo chasquido de mis dedos haré que se haga realidad aquí y ahora.

–Lo que quieran, ¿eh?... –asintió Casey, que por su lado se rascó la barbilla pensativo y se aproximó a secretear algo con Nikki y Sameer–. Oigan...

–¿Tú no querías algo?... –se dirigió Clyde a Sid, que juraría quedó medio hechizada por la mirada entre maligna e hipnótica que le lanzó a través de los cristales e sus anteojos–. ¿Algo de comer, quizá? Intuyo que de lo que más estás antojada en este momento es de un delicioso bocadillo, ¿no es así?. ¿Acaso no será un sabroso y exquisito... Hot-Dog con chili con carne?

–Si... –admitió sin pensarlo demasiado; hora porque su glotonería la traicionó, hora por efecto de las cualidades hipnóticas del ayudante del diablo–. Me dormí y me quedé sin el mío... Pero...

–Pues no se diga más –le sonrió el diablo Lincoln–, que tu amigo el demonio está aquí para ayudarte. Oh, sirviente...

¡Clap, clap!

Entonces el chico de cabello blanco con cuernos y cola aplaudió dos veces y otra llamarada más grande estalló a la derecha de la pequeña mesa redonda.

Ahí mismo apareció un carrito de venta de salchichas, junto al que estaba parado un sujeto que Ronnie Anne rápidamente reconoció como quien se suponía había creído antes se trataba del papá de quien antes creyó era un niño igual a ella; a pesar de que su aspecto era algo diferente, pues tenía la misma piel enrojecida, los mismos ojos amarillos, las mismas orejas puntiagudas, la misma sonrisa de dientes afilados, el mismo par de cuernos brotando de su frente y el mismo rabo de demonio que tenían los otros cinco diablillos del numero musical de hacía un rato.

La versión demoniaca del señor Lynn Loud tenía sujeto un plato en una mano y unas pinzas de cocina en la otra. En su cornuda cabeza lucia un gorro de chef amarillento al igual que un delantal con un estampado de letras rojas y mayúsculas que escribían las palabras: Cocinero del Infierno.

–Ahora, Sid –prosiguió el diablo Lincoln entrelazando sus manos y mirándola seriamente a los ojos–. Escucha y escucha con atención. Mucha gente ofrece su alma sin detenerse a reflexionar en las graves consecuencias de...

–Oye, ¿le vas a dar el Hot-Dog o no? –lo interrumpió Casey antes de que la otra chica pudiera dar su opinión al respecto; a la vez que Nikki y Sameer intercambiaban miradas de complicidad atrás de el.

–Oigan, ¿pero qué es lo que están...? –quiso protestar Ronnie Anne.

–Como no –asintió el diablo Lincoln, y con un gesto le indicó al demonio cocinero que empezara a preparar la deliciosa botana para la hambrienta muchachita.

Empezó por colocar un bollo de pan recién horneado en el plato; siguió integrándole una jugosa salchicha caliente en medio del pan; añadió una generosa porción de chili con carne calentito con un cucharón; le puso unas cuantas rodajas de jalapeño fresco y finalizó espolvoreándole un poco de tres tipos diferentes de queso rallado.

–Huele delicioso... –dijo Sid, cautivada ciertamente por el sabroso aroma cuando el demonio cocinero pasó el plato con elegancia por delante de ella. Era el olor más exquisito que jamás en su vida había percibido, tanto que incluso inconscientemente se le escurrió un hilo de baba–. Pero no creo que sea buena idea...

–Por supuesto –le sonrió ahora Clyde McBride–. Sólo lo mejor de lo mejor para nuestros clientes.

–La salchicha es de un animal exótico que ya está extinto –continuó el diablo Lincoln, procediendo el a sacar un papel de color marrón amarillento de su portafolios–, una verdadera delicia culinaria, y será todo tuyo en cuanto firmes este contrato.

–Gracias, pero no gracias –intervino Ronnie Anne–. Después de clases yo misma le compraré su Hot-Dog a Sid. Así que ustedes dos ya pueden marcharse si no les importa.

–Ja, debí suponer que querrías entrometerte en mis negocios, Ronnie.

–Tu no puedes... ¡WAAAAAAHH...!

Con un efusivo movimiento de su mano, el diablo Lincoln hizo que la silla en la que estaba sentada la hispana saliera impulsada hacia atrás velozmente y fuera caer de espaldas contra la pared, cuya superficie se cuarteó en varias partes tomando la forma de media docena de manos de piedra vivientes que la agarraron entre todas y la retuvieron ahí.

–Si tu no quieres hacer tratos conmigo hoy, está bien –la amenazó el diablo Lincoln irguiéndose de su silla alta y apuntándola con su dedo–. Pero tampoco intentes abusar de mi generosidad hacia ti, Santiago. Deja que tu amiga decida lo que quiere y tú mientras quédate ahí sentadita y en silencio como niña buena.

–En cuanto a ti, Sid –Clyde deslizó suavemente el contrato por la superficie de la mesa hacía la achinada; que por su parte luchaba contra un tremendo impulso de abalanzarse vorazmente sobre el Chili-Dog en el plato que el demonio cocinero hacía pasar indeliberadamente por delante de sus narices con intención de incrementar sus ganas–. Lee bien los términos y condiciones que están escritos aquí antes de firmar... Pero yo que tú, me daría prisa... Se está enfriando.

–Oye, no estarás pensando firmar eso, ¿verdad? –le dijo Laird, en un claro intento por apelar a su razón–. Si el infierno existe tal como dicen los creyentes entonces no querrás acabar allí, créeme.

–No, claro que no –respondió ella. Su mente gritaba: ≪¡No, tienes que resistir a la tentación!≫. Mas, en cambio su estomago le decía: ≪Nha, olvídalo, ríndete ya. Ese Hot-Dog se ve muy apetitoso≫–. Pero es que... Rayos, es tan tentador.

–Si no lo quieres, me lo como yo –sugirió descaradamente el diablo Lincoln.

–Un momento –intervino esta vez Nikki–. Disculpe usted, señor diablo, no quiero faltarle al respeto como mi amiga.

Señaló a Ronnie Anne que seguía siendo retenida por las manos de piedra contra la pared.

–Pero concuerdo con ella cuando digo que no se puede aprovechar de alguien tan ingenuo e inocente como Sid –continuó, a lo que la hispana sonrió porque alguien más aparte de ella mostraba sensatez–. Digo, no puede engañarla para que le venda su alma por un Hot-Dog así nada más y que nosotros sus amigos nos quedemos de brazos cruzados.

–Exacto –prosiguió Casey–. Añada un millón de dólares a la oferta para cada uno de nosotros y otros dos para las familias de Ronnie Anne y Sid y cerramos el trato.

–¡¿Que qué?! –se escandalizó aun más la hispana que estaba siendo retenida contra la pared por la pared misma.

–Si, claro –accedió el diablo Lincoln encogiéndose de hombros–. Clyde, por favor hazles un cheque y tú, Sid, sólo tienes que firmar y estará hecho.

–Un segundo –pidió Nikki–. Antes de que firme nada, ¿nos da cinco minutos para explicarle la situación?

–Me parece razonable. Adelante.

Casey, Nikki y Sameer se llevaron a Sid a una esquina apartada y empezaron a cuchichear entre los cuatro, todo ante la mirada de confusión de Laird y la de total espanto de Ronnie Anne, en tanto el diablo Lincoln chequeaba la hora en su reloj y Clyde se tomaba un momento para limpiar los cristales de sus gafas.

Después de oír todo lo que tuvieron que decirle, la achinada soltó una risilla, asintió con la cabeza y volvió a la mesa del mantel negro.

–¿Tienes pluma? –preguntó al diablo Lincoln.

–Usa la mía –ofreció Clyde a prestarle: una extravagante pluma fuente trasparente como el cristal, en cuyo interior había una especie de liquido anaranjado en el que nadaban pequeñas cabezas fantasmagóricas que soltaban puros quejidos lastimeros.

–¡Sid, no! –gritó Ronnie Anne al ver que su mejor amiga estaba por cometer la mayor de las estupideces, a lo que una de las manos de piedra le tapó la boca–. ¡Mmm...!

–¡Sid, si! –la animó Casey por el contrario–. Firma el contrato y seremos ricos.

Entre constantes forcejeos contra las manos de piedra que la tenían retenida, Ronnie Anne observó horrorizada como, ni corta ni perezosa, su mejor amiga, primero se regresaba a verla y le guiñaba un ojo como indicándole que todo estaría bien, para luego firmar su nombre con toda la tranquilidad del mundo en el contrato que después devolvió al malvado ser con cara de niño angelical junto con la extraña plumafuente, a la que por cierto se vio en necesidad de agarrar cubriéndose la mano con la manga del suéter ya que estaba terriblemente caliente al tacto.

–Un placer hacer negocios contigo –agradeció el diablo Lincoln en cuanto tuvo el contrato con la firma de Sid en mano–. Sirviente...

Y con un gesto de su cabeza indicó al demonio cocinero que depositase el plato sobre la mesa para que la glotona chica se pudiese servir a gusto su Hot-Dog.

Todo esto ante Ronnie Anne que tenía su cara petrificada en una mueca de horror absoluto con su boca abierta y desencajada y sus ojos desorbitados; a la vez que Nikki y Casey se cubrían la boca suya con una mano tratando de contener la risa.

–Recuerda, Sid –dijo el diablo Lincoln en lo que volvía a guardar el contrato recién firmado en su portafolios–, en cuanto te lo termines tu alma es mía por... Vaya, eso fue rápido.

Sid se limpió el chili de sus labios con la manga, tragó el último bocado que acababa de dar y agarró el minúsculo pedazo de salchicha que quedaba en el plato; pero no se lo llevó a la boca tal como le dieron indicando sus otros amigos hacía unos momentos.

–Oye –preguntó al diablo Lincoln, mostrándole el pedazo de salchicha para que lo pudiese ver con claridad–, si no me como este cachito de salchicha no me quitarás mi alma, ¿verdad?

El diablo Lincoln y Clyde se miraron mutuamente sin decir nada y después volvieron a mirar a Sid.

–Eh... Técnicamente no –aseguró el cornudo albino.

–Y nos podemos quedar con todo este dinero de todas formas –preguntó Casey mostrando el cheque del que el malévolo ayudante del diablo le había hecho entrega–, ¿cierto?

–Si –aseguró este ultimo igualmente–, el cheque ya esta expedido acorde a lo que dice el contrato y pueden cobrarlo sin ningún cargo adicional.

–Y tu te quedas sin nada –se le mofó Sameer al diablo Lincoln que sólo frunció el entrecejo, con lo que Casey y Nikki se soltaron en sonoras carcajadas a las que eventualmente se les unió Laird que no pudo evitar reír de la tremenda jugarreta que acababan de hacerles al par de entes malignos.

–¡Ja ja! ¡Comete eso, diablo! –se burló Nikki apuntando al demonio peliblanco con el indice de su mano izquierda, mientras que con la derecha le mostró el dedo medio.

Lero, lero –se burló también Sid sacándole la lengua al duo Clincoln McCloud –. Somos más listos que el diablo, somos más listos que el diablo...

Somos más listos que el diablo –se unieron los demás chicos a las burlas–, somos más listos que el diablo...

Por su parte, Ronnie Anne exhaló un suspiro de alivio de que Sid si hubiese conseguido salvarse, al menos por los pelos.

Pero, mientras los demás festejaban anticipadamente, lo que era ella ni tan aliviada llegó a sentirse cuando notó que Clyde y el demonio cocinero retrocedieron atemorizados dado que la normalmente tranquila expresión del peliblanco había cambiado a una de furia total. Y eso no fue todo.

En menos de una décima de segundo, al tiempo que una nube roja se arremolinaba por arriba de su canosa cabeza y el aire se viciaba de un más penetrante olor a azufre, su piel enrojeció toda y sus ojos se tornaron en las mismas chispas de la cosa de grandes cuernos en espiral que vio antes, y con el mismo anaranjado, tan brillante que podría cegar a cualquiera que se atreviera a mirar directamente. Sus elegantes ropas comenzaron a desgarrarse conforme iba incrementando su tono muscular; su diente astillado se deformó en un enorme colmillo de doble punta; sus manos se alargaron dotándose de enormes garras; los ollares de su nariz exhalaron grandes bocanadas de humo y unos fieros relámpagos salieron disparados de las puntas de sus cuernos.

Por ultimo, para cuando el demonio cocinero había agarrado su carrito y echado a correr con el hacia la puerta a toda velocidad, y Clyde se había arrojado por una de las ventanas al igual que hicieron previamente los demás testigos, la tierra entera se sacudió, con tanta braveza que las manos de piedra que sujetaban a Ronnie Anne se desmoronaron y ella quedó libre; justo a tiempo para observar que toda la cafetería se prendía en llamas, a su alrededor y de todos sus amigos que dejaron de celebrar en el momento exacto que quedaron a merced del enfurecido diablo que había incrementado su tamaño hasta ocupar casi toda la mitad de la estancia, únicamente con la mitad superior de su cuerpo.

Su aspecto ya no era el de ese niño amigable que decía tener diez hermanas con las que vivía en una casa de locos. Si seguía siendo un aspecto más amigable a la cosa de ojos brillantes y grandes cuernos de carnero que Ronnie Anne vio emerger de las llamas en principio cuando hizo acto de aparición, pero no menos aterradora a la vista.

Se había convertido en una manifestación similar al tétrico demonio Chernabog visto en el filme de Disney Fantasía de 1940, con todo y sus dos gigantescas alas demoniacas y un par de cuernos imponentes.

En medio del circulo de fuego de infierno, los seis niños se abrazaron temblando muertos de miedo, sin ninguna vía de escape a su alcance.

Laird se desmayó a causa del pánico y Sameer se orinó en los pantalones. Casey sin querer soltó el cheque por varios millones que fue arrastrado por la corriente de un repentino ventarrón que sopló adentro del lugar y fue a caer sobre las llamas infernales que acabaron consumiéndolo hasta dejar puras cenizas.

Pero eso no le importó, ni a el ni a los otros en absoluto. No en ese momento que el diablo gigante alzó una de sus tremendas manazas y cerró el puño por arriba de sus cabezas.

–¡Nos va a aplastar! –gritó Ronnie Anne quien cerró sus ojos preparándose a esperar lo inevitable.

Continuará...

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