8
Aunque fuera repetitivo, ella amaba ese paisaje. Disfrutaba de la soledad, del frío, el viento y la extraña sensación de sentirse en paz.
Una hormiga trepó con rapidez hacia su pierna desde el césped; Ada se sorprendió, pero luego se limitó a observarla. Avanzó sobre su rodilla y, sin interactuar más con ella, siguió su camino entre la hierba. Ada sonrió, en Terrasylva ese pequeño instante hubiera significado la muerte. Los insectos del pueblo eran inofensivos, pero no podía opinar lo mismo de las personas. Le resultaba extraña la conducta de los pueblerinos; algunos rezaban, también había visto a otros escupiendo en su jardín. ¿La estaban castigando por ser forastera? ¿O se trataba de una compensación por entrada triunfal?
No sabía la respuesta, pero sí con la solución: desaparecer de la casa. También podía preguntar, no obstante, ella no deseaba conocer sus motivaciones.
La sombra del gran árbol la protegía del abrasador sol matinal y el viento fresco le inspiró tranquilidad. Apenas llevaba un par de días allí, ya se sentía en casa.
Una sombra se alzó junto al árbol. Era Jacob, se estaba agachando, con sus manos extendidas hacia el cuello de Ada. En un arrebato de autopreservación, ella se reincoporó enseguida y enfrentó al muchacho. Jacob trastabilló y tropezó con una raíz que sobresalía del suelo. Ada lo vigiló de cerca con duda y temor, sintió que debía correr, pero algo le decía que no era necesario. El muchacho que la observaba desde el suelo no cargaba consigo la malicia de los hombres en Terrasylva. De hecho, este parecía conservar algo de inocencia.
—¡Eh, eh! Tranquila, quería asustarte, pero creo que me salió mal.
Ada suspiró y, haciendo caso omiso al muchacho, caminó en dirección al tronco del gran árbol, sobre el cual se recostó para observar las bellas vistas que el paisaje ofrecía. Jacob se sorprendió ante su indiferencia, pero decidió guardar silencio.
—Ese tipo de bromas no tienen ninguna gracia, ¿sabes? En Terrasylva es legal matar en defensa propia. Entiendo que la ley que se aplica aquí es la internacional, ¿no? En fin, no vuelvas a hacerlo.
Jacob se dejó caer a su lado, con indiferencia ante sus palabras.
Ada fingió no haberlo visto y dirigió un desinteresado vistazo al muchacho que yacía paralizado frente a sus ojos, concentrado en su cabello como si estuviera viendo algo proveniente de otro mundo.
—¿Estas bien? —le preguntó Ada.
—¿Eh? Ah, sí. Perdón, ¿te incomodé?
—No, sólo me hiciste regresar a Terrasylva, y eso que odio estar allí.
—¿Por qué, pasó algo?
Ada se dio cuenta de que, en realidad, no había pensado mucho en sus palabras. No detestaba su tierra natal, lo que odiaba era la actitud de las personas, algo bastante distinto.
—No, me expresé mal. No importa, no me gusta mucho hablar de eso—se excusó—Ah, por cierto, ¿es normal que los pueblerinos actúen extraño? No llevo ni dos días y ya me comienza a molestar—masculló, mientras vigilaba a Jacob quien, de forma súbita, había dejado de verla con fascinación—. ¿Por qué diablos se detienen a rezar frente a mi puerta?
Ella esperó una respuesta, pero solo obtuvo una falsa mirada que pretendía mentirle.
—Ni idea, no conozco ningún rezo dedicado a los forasteros. Quizá les caes mal, tienen motivos de sobra, llegaste en una máquina del viejo mundo y con música mundana.
—No veo el problema—mintió, ella entendía el disgusto de los pueblerinos.
—Nuestra tranquilidad es todo lo que tenemos. Además, las tecnologías del viejo mundo son... Exóticas.
—Como mínimo.
—Sí, bueno. Tengo entendido que son un bien de lujo, ¿no es así? Acá hay ancianos que no les gusta mucho la vanidad, lo ven como una ofensa a nuestra mortalidad. Es difícil de explicar, pero... En un mundo donde la mano del hombre lo ha roto todo, lo único puro y digno de adoración, es la propia humanidad, no las máquinas.
—Entonces están locos. ¿Ves por qué no me gusta al religión? Yo puedo hacer lo que quiera con mi vida, sin limitaciones, ni viejos que me digan lo que debo o no hacer. ¿No morimos todos al final? No me privaré de nada, tengo suerte de estar viva.
Jacob guardó silencio y esbozó una sonrisa, dejó escapar una breve carcajada infestada y centró su mirada en la lejana iglesia frente al lago. Ada no pretendía caerle bien, pero tampoco quería ser grosera. Deseaba pedirle que se vaya, aunque algo en su interior lo evitaba.
Ambos contemplaron el gigantesco paisaje ante ellos, cubierto por verdes hojas que poblaban la lejanía. En medio de la arboleda, se hallaba el inmaculado lago de la iglesia. Ada sonrió, se imaginó allí, nadando en el agua mientras los pueblerinos murmuraban con solemnidad, rezando ruegos al cielo para mantener lejos al demonio que la había traído.
No obstante, tras salir de aquel trance, logró ver a Jacob observando la iglesia lejana.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó Ada, sin reservar su desprecio en el proceso—¿Necesitas azúcar?
Él guardó silencio y se limitó a sonreír.
—Nada en especial, solo paseaba por mi jardín y te vi por aquí.¿De verdad no extrañas Terrasylva?
Ada se molestó. Imitó su gesto y regresó su mirada en dirección al lago. Él sonrió y, sin obtener una respuesta, se dejó caer por completo en el verde césped, con su vista suspendida en el fragante atardecer. Ella ya lo había dicho, no hablaría de su tierra natal.
—Yo también extraño algunas cosas—admitió el chico—. Amigos, familia, pronto será mi turno para irme.
—¿Amigos, eh? —inquirió Ada, intrigada por las palabras de aquel muchacho— ¿Qué ocurrió con todos? ¿Acaso han muerto?
—Espero que no—respondió entre carcajadas—. Fueron al norte, a trabajar en las minas para perseguir la gran vida.
—El norte, interesante, dicen que pagan bien—murmuró Ada—¿Por qué no pasaron por Terrasylva? Al menos allá no convives con gente que no se baña.
Jacob soltó una carcajada frente al comentario de la muchacha, quien hacía su mayor esfuerzo por actuar con naturalidad ante su incómoda presencia.
—Los salarios, niña, los salarios—hizo énfasis con una sonrisa—. No puedes sobrevivir sin un buen sueldo.
—Tampoco se paga tan mal en Terrasylva, ¿acaso lo averiguaste antes?—preguntó, con cierta curiosidad en su voz.
Él guardó silencio y negó con la cabeza.
—Solo decidieron hacerlo, no se molestaron en investigar mucho. La propaganda, ya sabes.
Ada intentó reírse de sus palabras, pero algo la retuvo de cuajo.
Aquel muchacho se acercó con lentitud, lo suficiente como para que Ada pudiera percibir su respiración y parte de su interés. Ella sacudió sus brazos, tironeó del pasto y procuró ponerse de pie, pero algo la detuvo. El aire se volvió liviano de golpe, el frío desapareció y una calidez inexplicable rodeó su cuerpo. Un extraño perfume se abrió paso y una brisa reconfortante pareció llevarse consigo todo su miedo.
De golpe había algo especial en Jacob. Ya no era un simplón muchacho de pueblo, era diferente. Sus labios, no podía dejar de mirarlos, delgados y rosados, demasiado perfectos para ser de un humano. Su cabello, rojizo y ondulado, le resultaba peculiar, distinto y especial. Su figura no era la de un atleta, pero una irracional necesidad de conocerlo en profundidad invadió su mente.
El aire se perfumaba, su piel tomaba temperatura, su estómago se revolvía en su interior y su corazón latía con descontrol. Algo no estaba bien. Los pensamientos de Ada eran lineales y continuos, no podía percatarse del peligro, a pesar de que antes lo había identificado y experimentado. Jacob sonrió, acarició su pómulo derecho y tomó distancia mientras suspiraba, victorioso y algo aliviado.
Una sonrisa confusa se dibujó en el rostro de Ada.
«Qué me pasa?», pensó, incrédula ante las decisiones que su cuerpo tomaba por ella.
No podía entender lo que sentía, tampoco controlar lo que pensaba. Su único deseo era aferrarse a él, rodear su cuerpo con un abrazo y disfrutar su dulce aroma por más tiempo.
—¿Estás bien? Te ves... extraña—preguntó él.
Ada no podía pronunciar palabra, deseaba mandarlo a su casa con una bofetada, pero estaba inmóvil y presa de sensaciones que no podía controlar. Su voluntad se contraponía con su cuerpo. Su lengua temblaba, tartamudeaba y mascullaba palabras sin sentido en el afán por responder su pregunta. Atrapada por la paranoia, creyó que podría estar drogada.
—Yo...yo... —murmuró sin parar, mientras aferraba sus brazos a su cuerpo, con sus puños ardiendo de ira al ser dueña de sus propias acciones—Mientras estés aquí... estaré bien.
«¡¿Pero por qué mierda dije eso?!»
Jacob sonrió y, confundido, se alejó con discreción de la errática muchacha que, nerviosa, permanecía con su mirada perdida en el suelo.
—No te ves bien, ¿necesitas ayuda?
—Yo...quiero...
«¡Necesito ayuda! ¡Haz algo!»
Pero esas palabras no salieron de su boca.
Su lengua se adormeció y su mente se nubló bajo extraños y dudosos pensamientos. Confundido, Jacob se despidió y se alejó a la distancia con apresuradas zancadas hasta dejarla desamparada bajo aquel árbol.
—Oye... ¿todo bien por ahí?
Una voz familiar emergió en la cercanía y, asustada, volteó en dirección a ella para encontrarse con la nada misma.
Se alzaban árboles a sus espaldas, gigantes y repletos de verdes hojas que tapizaban los cielos. De pronto, aquella voz resonó desde un lugar desconocido.
—Ada, no me hagas llamar a la ambulancia, sería muy cómico.
Ella no pudo responderle, pues su lengua se adormeció por completo. Ada giró a su alrededor, y procuró correr en busca del hombre que hablaba con ella, pero, aun cuando cruzó la ruta, no pudo hallar nada más que soledad e incertidumbre. Nerviosa, sintió pasos a su derecha, pero ,una vez más, no había nadie. Alguien tocaba su mejilla, podía sentir un frío especial, un trozo de metal colgaba en la muñeca de aquella persona, tal vez un reloj.
Él resopló y se alejó un par de metros antes de dejarse caer junto a ella.
—Bueno, no quería hacerlo, pero es lo que hay.
Un frío aterrador envolvió su rostro, un líquido invisible se coló por sus fosas nasales y su boca; su garganta se anegó, no podía hablar, tampoco gritar; intentó moverse ante la inexorable asfixia.
Ada despertó y tomó una bocanada de aire antes de arrastrarse en dirección al tronco del árbol que la cubría. Frente a ella estaba su hermano, quien reía a gran voz mientras tapaba una pequeña botella de agua que traía en su mano derecha.
«¿Fue un sueño? ¿En verdad todo esto fue un producto de mi mente?»
Aquella pregunta parecía tener una respuesta obvia, reflejada en el rostro burlón de su hermano.
Atardecía, y ella no recordaba nada sobre las cosas que había hecho antes.
Ada se reincorporó con torpeza y se tranquilizó al ver que su hermano actuaba con naturalidad. Aún guardaba preocupaciones, pero su presencia le inspiró tranquilidad.
—Pensé que te había picado un insecto, estaba por llevarte al hospital—respondió entre carcajadas—, lo del agua es un clásico. ¿No te duele nada? Por las dudas date una baño, así nos aseguramos de que ningún animal te picó, ya sabes, mejor prevenir que lamentar.
Ada se puso de pie y echó un vistazo hacia la casa de Jacob. No había nadie en el jardín, las ventanas estaban cerradas y unas cortinas oscuras impedían ver hacia el interior. El viento sopló y trajo la calma con él. Ella pensó en decirle a su hermano sobre aquel pequeño síncope, pero decidió no preocuparlo. Después de todo, de seguro se había tratado de un sueño.
—¿Estás bien? Te veo bastante nerviosa—se apresuró Andrew, mientras observaba con resquemor a su hermana.
Ada suspiró, tragó saliva e intentó hablar, pero aquella extraña sensación regresó a su mente. Se sintió incapaz, abrumada por la confusión y lo repentino del acto. Andrew se preocupó y, tras acercarse un par de pasos, olfateó a su hermana.
—¿Rosas? Es raro, aquí no hay nada más que un triste árbol.
No obstante, ella lo negó de inmediato.
—Debe ser el perfume que me puse hoy, pensé que vendrían los vecinos —mintió, pues no había notado tal detalle.
—No lo sé, ¿tú, con perfume? Te veo extraña, me huele a mentira... Es eso o que te gustó el vecino—se burló— ¿Tuviste una pesadilla?
Ada sonrió tras oír la pregunta de su hermano y, recién ahí, pudo sentirse más relajada.
—Bueno, cada uno tiene sus miedos raros, ¿no? Soñé que se me terminaba la ruta y, de golpe, caía al mar. Menuda delicadeza la tuya, hermano.
Andrew se volvió a reír y, con un ademán delicado, le indicó que la siguiera. Caminó cuesta abajo en dirección a su casa, pues faltaba poco para el anochecer.
Ya estaba segura, nada podría lastimarla, pero aún quedaba algo del sueño en su mente: aquel sentimiento irracional que la ligaba al muchacho pelirrojo que vivía en la casa de al lado. Todavía podía sentirlo, tan real como toda pesadilla.
Ada caminó detrás de su hermano mientras un par de ojos cafés la vigilaban desde un ventanal a pocos metros de su casa.
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