6
Los sueños acaramelados de Ada desaparecieron en cuanto un crujido irrumpió en su pacífica noche. Dio un manotazo al vacío, se reincorporó de inmediato y miró a su alrededor, confundida. Tal vez era la vieja costumbre de la ciudad, aquella paranoica reacción que la forzaba a levantarse y dar voces a los guardianes, pero este no era el caso.
Había caído la noche hace mucho tiempo. El viento soplaba, sacudiendo las cortinas de su habitación y permitiendo que diminutos filamentos de luz lunar se colaran en su cuarto. Convencida de su paranoia, ella intentó engañar a su mente y persuadirse de que solo se trataba de un animal salvaje. Pero aquella tentativa se volvió inútil.
Aquel ruido se repitió una vez más. Ella pudo escucharlo con más atención. Era como un repiqueteo, mezclado con el crujido de la madera y el inconfundible sonido de una suela revestida de plástico. Alguien estaba caminando por los pasillos.
«Seguro es Andrew, con su aburrida caminata nocturna», pensó para sí misma, antes de sumergirse entre algunas sábanas y cerrar sus ojos.
Pero el ruido no se detuvo, esta vez más fuerte y cercano. Parecía provenir desde el pasillo y se volvía más sonoro y crepitante. Una risa se oyó y se extinguió con lentitud. Luego, el tenebroso silencio se hizo presente de nuevo.
El frío recorrió por su cuerpo y sintió como si alguien hubiera inyectado hielo en sus venas. Sus piernas temblaban, y un deseo imperioso estremeció su mente: salir corriendo. Las cálidas memorias de su llegada al pueblo parecían un sueño sin sentido, una fantasía engañosa que pregonaba paz y seguridad. Su pacífica estadía ya no significaba nada, pues alguien le acechaba desde el pasillo. Sintió un resoplido, acompañado por una carrasposa carcajada.
¿Y si era un sonido engañoso? ¿Y si no había nadie frente a su puerta? Ada intentó razonar y no tardó en llegar a la conclusión de que, en toda su casa, el único lugar tan vacío como para generar eco era el sótano. Desesperada, echó un manotazo a una vieja lámpara a su diestra, un regalo de un exnovio que conservó tras el viaje por la frontera. Era un objeto sin valor, no le importaba destrozarlo en pos de abatir al criminal que se atrevió a invadir su casa.
Aquella pequeña, pero fiel lámpara, iluminaba como una fogata. No deseaba encender las luces, prefería mantener el sigilo que el silencio mentiroso le proporcionaba. Ada se acercó con lentitud a la puerta y, tras un leve temblor, decidió salir con dirección al pasillo central.
Una sombra colosal se alzó frente a sus ojos. Se trataba de una figura imponente, un hombre descomunal que observaba en dirección al pasillo con resquemor y no se había percatado de su repentina intromisión. Su ominosa presencia la rodeó y un sentimiento sobrecogedor la paralizó. Un pensamiento se fijó en su mente: no debería estar viendo eso.
Atemorizada, la muchacha dejó escapar un pequeño quejido, uno que buscaba reprimir un grito desesperado. Dirigió su lámpara contra la cabeza del intruso, dispuesta a destrozarla de un golpe. Aquel hombre giró de inmediato y un haz de luz lunar reveló su identidad. Los brazos de Ada se relajaron tras reconocer la mueca estupefacta de su hermano, quien alzó ambas manos con intenciones de repeler el implacable golpe que se dirigía hacia su rostro.
—¡Tú! ¡¿Qué haces frente a mi cuarto a estas...?!
—Shh...—le interrumpió—, tú también lo escuchaste. Yo lo sé.
El ímpetu de Ada se desvaneció en cuanto su hermano confirmó sus sospechas: ruidos extraños provenían del pasillo y no era la única que los había percibido. Ella guardó silencio mientras él encendía las luces. Se lo veía sudoroso, preocupado y atento ante cualquier sonido que pudiera presentarse.
El campanario en la torre central de la casa era su única salvación. Debían llamar a los guardianes o al destacamento militar, ambos lo sabían, no obstante, aún tenían sus dudas. Era un pueblo muy tranquilo, les parecía extraño que alguien intentara asaltarlos, pero Andrew se mantenía escéptico ante las posibilidades, pues ya era la segunda vez que ocurría.
—Dame esa lámpara, iré a investigar—le ordenó su hermano.
—¿No es mejor llamar a los guardianes? —preguntó ella.
—Ayer sentí lo mismo y era un mapache, no los haré venir para lidiar con una plaga.
—Pero... yo lo escuché reír—murmuró Ada—, ¿ese animal puede imitar una risa?
Él regresó su atención sobre su hermana y, con un gesto impertérrito en su rostro, propició la respuesta.
—No.
Andrew no le temía a un maleante, pero no quería poner a su hermana en riesgo y, aunque autoritario, le ordenó esperar en el lugar mientras él bajaba rumbo al sótano.
Frente al portón, el doctor decidió que lo mejor era sorprender al maleante, por lo cual se abrió paso de un empujón que terminó con un eco atronador y la fría imagen de una habitación vacía. Una rata salió corriendo desde una esquina y se deslizó entre las piernas de Andrew para escapar en busca de la libertad.
Se trataba de un pequeño Capirí, un ratón de pelaje blanco cuyo gruñido era similar a una carcajada. No obstante, aquel sonido no era idéntico al que había escuchado desde su habitación. Contempló el cuarto por un tiempo más, incrédulo por el extraño comportamiento de los animales. Casi le causó risa que una rata lo hubiera desvelado, pero él sabía que tales ruidos no eran típicos de un animal, ni siquiera de un Capirí.
La imagen del sótano vacío estaba plasmada en su mente, con aquella puerta misteriosa sellada a cal y canto en el fondo del recinto. Le atemorizaba pensar que alguien podía estar del otro lado, no obstante, aquello le resultó improbable.
—No me vas a creer, pero era una rata—masculló, justo antes de bostezar.
—La vi, ¿estás seguro de que no debemos traer a los guardianes? No tiene sentido, fue una risa—insistió Ada.
—Te creo, también lo escuché. Mañana llamaré a la inmobiliaria, ahí abajo hay una puerta y no tengo la llave. Me da mala espina, ya sabes, mejor prevenir que lamentar.
—¿No puedes llamar al destacamento militar para que registren ese cuarto?
Resignado, Andrew negó aquella propuesta enseguida.
—Lleva sellado desde que llegamos, los militares me tomarán por paranoico. Además, no hay un alma ahí, no hay signos de nada más que animales entrando a sabotear la poca basura que sobra en algunos rincones.
Ada estaba convencida de que debía hacer algo, pero Andrew no quería seguir debatiendo.
Ada tomó aire y procuró relajarse. Sus acciones eran erráticas, estaba atemorizada, se sentía como una niña que apenas sabía vivir sola. Ella decidió salir un momento para tomar aire y se topó con un cuadro que no había visto antes. En dicho lienzo se lucía un muchacho frente a una casa, con una mujer hermosa y un hombre destrozado por el tiempo. Los rostros de sus acompañantes apenas eran nítidos, pero el suyo se lucía con una perfección fidedigna. El retrato era tan perfecto que, de algún modo, sintió la fascinación en la mirada del muchacho. Una carcajada resonó a sus espaldas, fría y cruda, como aquella que había escuchado desde su cama. Su cuerpo se paralizó, una presencia aterradora hizo que sus piernas temblaran y, sin poder mantener la postura, cayó de rodillas. Las risas se intensificaron hasta quedar en contacto con la piel de sus oídos. Un aliento frío y fétido se precipitó sobre su hombro, acompañado por una respiración lenta y profunda.
Ada volteó con lentitud, pero, cuando pudo enfocar su mirada, no encontró nada más que unas escaleras oscuras y una rata que se reía de ella.
Este capítulo es corto para compensar que los demás son largos, reglas del ONC :v (no debo exceder 40k palabras y ya voy más de 10k jaja).
¡Nos leemos en el próximo cap!
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