5

La entrevista había terminado. Él comenzaría a trabajar a partir de la próxima semana. Su jornada era simple: de lunes a viernes de 8:00 a 16:00. Su nuevo empleo le prestaba numerosas facilidades y bastante libertad. Andrew se desperezó y sonrió victorioso, al fin podría vivir como una persona normal, con el trabajo que deseaba y amaba, con la posibilidad de salir con sus amistades a pasar el rato, dormir tanto como quisiera y, sobre todo, tener una familia. Ya casi estaba a sus treinta y, aunque no se sentía listo para una responsabilidad de tal calibre, deseaba poder disfrutar de la vida en compañía de otros. Después de todo, tener una familia no implicaba engendrar o vivir en pareja.

Dicho entusiasmo se desvaneció en cuanto Andrew caminó por la plaza y cruzó su mirada, una vez más, con el semblante oscurecido de una muchacha, la misma que había visto durante la mañana. Yacía recostada sobre el tronco de un árbol, contemplando el lago con una mueca sumida en una cruel amargura. Andrew titubeó por un momento. No sabía si acercarse y cumplir con la promesa que se había autoimpuesto aquella mañana o, por el contrario, seguir de largo como si nada hubiera pasado. La segunda opción era más normal, quizá más compatible con él, con su personalidad y los planes que había proyectado, para ese día.

Nervioso, se acercó con cortos y lentos pasos, con la lejana esperanza de que la muchacha de ojos pardos lo viera y huyera ante su presencia. Tal vez, hablar con una joven melancólica no era la mejor idea, pero por algo debía comenzar.

Cuando por fin estuvo a pocos metros de aquella persona, una extraña sensación lo invadió. Ella era diminuta y él un coloso. La muchacha estaba recostada sobre un tronco en el suelo, mientras que él, con su imponente altura, la cubría casi por completo con la sombra de su cuerpo. Sin embargo, algo en su presencia lo perturbó y le hizo detenerse en seco mientras un escalofrío recorría su piel.

Ella volteó en aquel instante, lo miró de reojo y sonrió con una burlona mueca.

—¿Vienes a disfrutar del paisaje? —preguntó.

—Ah...no, creo que no —le respondió Andrew, sorprendido por la espontaneidad de aquella muchacha.

—Lo imaginé. ¿Necesitas algo?

—No, nada en especial—dijo Andrew—. ¿Estás bien?

—No quiero tu ayuda, gracias—le interrumpió de forma tajante.

Él se paralizó ante el crudo rechazo de la muchacha y, mientras procuraba escapar con lentos pasos, intentó disculparse, pero las palabras no brotaron de su garganta.

Abrumado, sintió vergüenza y desesperación, emociones que se fusionaron con aquel sentimiento sobrecogedor que le invadió al ver a la muchacha. Sonrió por compromiso, e intentó retirarse sin mediar palabra. No obstante, la voz de aquella mujer lo detuvo junto antes de girar rumbo a su casa.

—¡Eh, tú! —exclamó con un grito exasperado—Lo siento, no quería ofenderte—se disculpó—, pero es de mal gusto meterse en problemas ajenos.

—Sí, lo sé—respondió, sin intenciones de continuar con la charla.

Andrew quería irse, no obstante, había capturado la atención de aquella muchacha, quien no lo dejaría ir con facilidad.

—¿No es de por aquí, verdad? Pensé que era un pueblerino que no había visto, pero su tonada lo delató. ¿Viene de visita o se quedará a vivir?

Su repentino interés despertó la curiosidad del doctor y, aunque temía elegir las palabras equivocadas, decidió quedarse y sonreír con cierto temor a ser rechazado una vez más. Irónico, él vivía de hablar con las personas, pero siempre eran las mismas preguntas de rutina, no había nada de humanidad en sus robóticos quehaceres.

—No se preocupe. Acabo de mudarme, vengo de Terrasylva—aclaró, con orgullo al mencionar su tierra natal.

—¡Ah, viene del sur! —exclamó impresionada—Creo que te vi saliendo de la universidad, ¿no? ¿Es profesor? Oí que los mejores profesionales son del sur, ¿es cierto que su gente lucha contra monstruos y arañas gigantes?

Aunque recordarlo no le producía una sensación agradable, el entusiasmo de aquella muchacha le resultó irrisorio. Parecía impresionada, como si estuviera ante un superhéroe.

A decir verdad, él no deseaba presumir de aquello, no era algo por lo que debiera sentirse orgulloso, pero tampoco quería eliminar de cuajo su emoción con su triste pesimismo.

—Sí, sí. Tal vez—afirmó enseguida, procurando evadir aquel tema—. Disculpe, ¿puedo sentarme? —se atrevió a preguntar, señalando un pedregal junto al árbol.

—Por supuesto. Y no me trates de usted, por favor, todos en este maldito pueblo son demasiado formales. Tráteme como si fuera alguien de su ciudad, si quieres que nos llevemos bien.

—Si tú lo dices—dijo, con una sonrisa.

Andrew se dejó caer junto a ella y observó con más precisión el paisaje que contemplaba, hermoso y particular. Tal vez las vistas en Terrasylva eran mejores, pero todo en ese pueblo tenía un toque especial. Aquel lago brillaba con el fulgor de la plata, y la iglesia a su diestra relucía con magnificencia. Era hipnótico, por lo cual se sintió abstraído, como si el espacio entre él y la chica fuera parte de un mundo aparte.

—Entonces... ¿De verdad te preocupaste por mí? —preguntó—No soy más que una desconocida.

—Me pareció raro que todavía estuvieras aquí.

Aquella muchacha decidió ignorar sus palabras y fijó su mirada en un grupo de adolescentes que jugaban a unos cuantos metros en aquella plaza. Fue notorio para el doctor que uno de los muchachos no podía despegar su vista de una joven y ella, a su vez, no dejaba de hablar con sus compañeras.

Andrew sonrió al ver los celos en la mirada del muchacho, sabía que aquella tensión no llegaría a buen puerto, pero la paz existiría mientras ella estuviera allí.

La mujer junto a él también sonrió, ese detalle no pasó desapercibido para su atenta mirada.

—Se ven felices, ¿verdad? —dijo, con tristeza en su voz.

—Puede ser—respondió Andrew, sin despegar su atención de aquel grupo—, ¿por qué preguntas?

—Por nada en especial—se apresuró a comentar—, ¿pudiste disfrutar como ellos?

—En Terrasylva no hay mucho lugar para divertirse—aseguró Andrew.

—Eso es imposible, la adolescencia siempre es disfrutada por unos, ¿o me estás diciendo que Terrasylva es un infierno para todos?

—Bueno, no todos la pasan tan mal—admitió el doctor.

—Esa es la gracia, no todos la pasan tan mal. Unos pocos pueden disfrutar, mientras otros observan.

—¿Y eso a qué viene? —preguntó Andrew.

—A nada en especial, sólo estoy divagando. No siempre un forastero llega y se preocupa por una pobre alma solitaria. Además, me interesaba un poco saber cómo se vivía en Terrasylva.

—Podías preguntarlo y te ahorrabas el testamento—reprendió Andrew.

Pero ella sonrió y tomó aquellas palabras como una sugerencia sin importancia.

—Puede que sí, puede que no—se burló enseguida.

—Bueno, ya que estamos, ¿cómo es la vida por aquí? Llevo apenas un día y siento que todos me tienen miedo, como si fuera el diablo en persona.

—Eres el diablo en persona y esa mujer que te acompañaba sin duda es una diablesa, o eso piensan todos—aseguró, con una sonrisa que apenas lograba asomarse desde sus labios—. Sí, sí, todos saben de ti. Eres el hombre que llegó en un automóvil del viejo mundo, con música a todo volumen y acompañado por una mujer temeraria. Los ancianos deben pensar que eres un libertino de la metrópolis, de esos que hacen orgías ruidosas por las noches y no dejan dormir a medio vecindario.

—Debes estar bromeando—respondió Andrew entre carcajadas.

Pero ella no estaba mintiendo.

—¿De verdad opinan eso de mí? —preguntó él, con una mueca horrorizada en su rostro.

Aquella muchacha volteó en dirección al doctor y, con una sonrisa, reafirmó los temores que había logrado construir en él. Incrédulo, Andrew suspiró y se dejó caer sobre el pasto, impresionado por la mala imagen que ahora debía cambiar.

—Sí, bueno, diría que te prepares y te sumes a los cultos vespertinos cuanto antes, aunque sea para estar presente y luego irte. Quizá logres que cambien de opinión, es fácil convencer a los viejos.

—Lo pensaré. Por ahora, no pienso moverme de mi casa.

—Interesante, eres un tipo muy obstinado—se burló.

—Bueno, no puedo negarlo, pero tampoco darte la razón—intentó bromear Andrew.

—No lo sé, ¿me darás motivos para pensar lo contrario? ¿Cuál es su historia, forastero? —dijo ella, con una mueca que intentaba imitar una sonrisa.

Andrew sintió aquella pregunta como el primer paso antes de una interrogación. Su corazón latía con fuerza, pero él estaba confundido acerca de su motivo. ¿Era por lo inusual de la charla o por lo aterrador de su presencia? Sintió que, quizá, era muy temprano para responder aquella pregunta, no obstante, no quería dejarla ir con tanta facilidad, deseaba conservar su amistad.

—Es una historia muy larga, tal vez quieras posponerla.

La joven levantó su ceja, pero comprendió su pedido enseguida.

—Tienes razón, mis mascotas me esperan en casa y escaparán si no regreso pronto.

Decidida, la muchacha volteó y rumbeó en dirección a la barriada. Antes de sumergirse entre los árboles de la plaza, ella giró hacia él con una sonrisa en su rostro.

—Sabes, te confesaré algo. Creo que tu presencia aquí es una señal, quizá la respuesta a mis oraciones.

Confundido, Andrew tragó saliva y decidió negar aquella idea frase, mientras procuraba no delatar su propio nerviosismo.

—No te preocupes, te entiendo—dijo él—. ¿Mañana estarás aquí?

Su sonrisa sincera lo reconfortó y, al desviar su mirada con timidez, escuchó su fervorosa afirmación. Por un breve instante, sintió que su presencia dejaba de ser aterradora, no obstante, cuando alzó su mirada, ella ya no estaba allí.

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