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Las aves cantaban, cómodas en sus nidos mientras algunos insectos rondaban alrededor de los árboles. Aquella planta era el hogar de numerosas criaturas, unas más bellas que otras, pero en su mayoría pequeñas e inofensivas.

Ada se maravilló con la naturaleza, tan distinta a la hostil y salvaje contracara que había conocido en su ciudad natal. Terrasylva, la urbe oculta en el interior de una densa selva, plagada de arañas gigantes, merodeadores de los humedales, hormigas sangrientas y Arklays. Nadie viajaba a Terrasylva por temor a ellos, no obstante, la guardia fronteriza los mantenía a raya para que no pudieran acercarse a las ciudades.

Aquella muchacha disfrutó del aroma campestre, muy distinto al húmedo olor selvático, y se sintió agradecida por el giro que su vida había tomado. Terrasylva no era una prisión, pero podía funcionar como una sin problema. Escapar era casi imposible, la gran arboleda, los animales salvajes y las horribles enfermedades que transmitían los insectos dificultaban el traslado. Por supuesto, escapar era posible con los contactos correctos y, en especial, con dinero.

Observaba desde una colina no muy elevada y a sus espaldas se alzaba un bosque frondoso y abundante, en el cual cantaban numerosas aves que acaparaban el interés de Ada. Un lago cristalino y resplandeciente se alzaba a la distancia y junto a él se imponía una catedral colosal y hermosa, muy distinta a cualquiera que hubiera visto antes. No lucía el estilo gótico típico de las iglesias cristianas, ni la repetitiva estructura triangular de las religiones protestantes, tampoco parecía asemejarse a los templos en ruinas del oriente. Aquella edificación se alzaba con imponente, aislada del poblado, separada por una distancia que equivaldría a una o dos cuadras.

A pocos metros se hallaba la plaza central, con numerosos negocios y una gran universidad en la que, con toda seguridad, su hermano trabajaría de ahí en adelante.

—¿Hermoso, no? —presumió Alessa, la hermana pequeña del muchacho pelirrojo.

Ada se limitó a asentir con la cabeza, pues su atención estaba embargada por completo. Su mente, maravillada, se negaba a dejar de contemplar aquel paisaje, mismo que difería de todo lo que conocía.

Alessa no debía tener más de diecisiete años, era pequeña, de tez oliva y pecosa. Lucía una larga cabellera que siempre llevaba ataviada con sujetadores metálicos y algunas sogas con detalles que asemejaban los pétalos de una flor.

—¿En Terrasylva no hay paisajes como este? —preguntó Jacob, con sincera curiosidad—Nunca estuve allá, pero según dicen, es una ciudad rodeada por la naturaleza.

Sus palabras le causaron gracia. Ada era muy mala para disimular; debía lucir maravillada, como una niña a la que ofrecen un dulce. Era cierto, muchos veían a Terrasylva como el auténtico paraíso natural, por sus paisajes, su variedad de árboles y cultivos, su abundante fauna y sus grandes jardines, pero nada se comparaba con aquel paisaje. Aquello era muy difícil de explicar, la muchacha sentía que no tenía las palabras necesarias para que Jacob pudiera entenderla, por lo que optó por dedicarle una sonrisa y regresar su mirada al bello lago que se alzaba a la distancia.

—Si y no—aseguró Ada—, la naturaleza allá es... diferente, no tan pacífica.

—Lo entiendo—elogió Jacob, entre burlonas y sinceras carcajadas—, ¿qué hará? Imagino que no se limitará a vivir con vuestro hermano.

—Ay, por favor, nada de vuestro. De dónde vengo, la formalidad es sólo para los soldados y los guardias fronterizos—le respondió Ada, con una sonrisa que ya comenzaba a provocarle dolor en sus mejillas.

—Perdón, lo tendré en cuenta—dijo sonriente—. Quiero que me saques una duda, ¿es cierto que los insectos son colosales?

—No son tan grandes, las trepadoras deben llegarme a las rodillas—explicó Ada, mientras rememoraba sus poco agradables encuentros con aquellas criaturas—. Así las llamamos, les gusta esconderse en los techos de algunas casas. Viven en los áticos y, cuando crecen lo suficiente, salen y atacan a las personas para comerlas.

—No te imagino matando arañas colosales—se burló Jacob.

—¡No le digas eso! —le reprendió Alessa—Que tú seas un cobarde no significa que ella también lo sea.

—Eh, ¿a quién llamas cobarde? —le respondió, desafiante.

Ambos se miraron a los ojos por un breve instante. Pero no tardaron en disuadir la tensión con suaves carcajadas.

—Él tiene razón—confesó Ada—, esas arañas son un dolor de cabeza, por suerte nunca me atacaron en soledad, casi siempre fue en casa de amigas o durante la escuela. Buenos tiempos.

Ada estuvo tentada a regresar su mirada en dirección al pueblo y, de este modo, cortar con la charla de cuajo. No obstante, esta idea le desagradó. Sus vecinos eran amistosos y cariñosos, no podía desperdiciar aquel momento, debía formar lazos y ese instante era perfecto. Ya tendría tiempo para observar el pueblo más adelante.

—¿Cómo es vivir aquí? —inquirió Ada.

—¿Eh? —murmuró Alessa, confundida e intrigada por la pregunta de la forastera—¿A qué te refieres?

—¿Hay algo que te preocupe? —dijo Jacob—No creo que sea muy distinto a otros lugares, quizá un poco más quieto.

—Bueno... Pero no me juzgues, eh—dijo Ada—. Podrías comenzar por hablarme de las fiestas.

Jacob sonrió y Ada decidió reformular su pregunta. Después de todo, no quería dar una mala impresión.

—M-me refiero a las ceremonias. Ya sabes, costumbres, comidas, la rutina.

Los hermanos suspiraron con torpeza tras su aclaración. La pregunta era muy simple y, tal vez por eso, no sabían cómo empezar. Al menos, ahora tenían una base para comenzar.

—Las fiestas aquí son las mismas que en Terrasylva. Ya sabes, cosas de la liga de las naciones. Festejamos el fin de año con una expedición al bosque. En la parte más profunda no llega el sol y hay una humedad terrible, está lleno de hongos brillantes y Vatres, son parecidas a cabras, pero mucho más grandes.

—¡No nos mires así! No matamos a los Vatres—le interrumpió Alessa, con una sonrisa inocente—, no los cazamos. Debemos ir en grupo para no perdernos y asegurarnos de que nadie toque los hongos.

—Son setas venenosas, simbiontes con los árboles, se dice que la porción profunda del bosque es así gracias a los hongos.

—De algún modo, esos hongos ayudan a crecer a los árboles, tanto que el sol nunca pasa de sus copas. ¡La naturaleza es hermosa! Tan sabia e ingeniosa... —balbuceó Alessa con desbordante emoción, pues sus palabras resonaban con fuerza a causa de sus sentimientos.

Ada la miró con una expresión confusa, de pronto, ella se había vuelto muy expresiva. Le agradaba, aquello solo podía significar que se estaba ganando su confianza.

—Dile eso a los Arklays, dicen que son producto de la naturaleza—le corrigió Ada.

—Ah, los Arklays... ¡Son una abominación, obra de la diablesa! —maldijo Alessa, con ira solemne en su voz. Ada reprimió una carcajada al escuchar sus palabras, pero por el momento decidió fingir seriedad, para recordarles que ella no era de su misma calaña.

—Ay, aquí vamos con esto. A ver, ¿pueden explicarme a qué le llaman diablesa? —masculló Ada, fingiendo disconformidad—Hasta donde sé, los Arklays existen por nuestra culpa.

Alessa se avergonzó, dirigió su mirada con dirección a los pastizales y trató de disculparse, pero las palabras no brotaron de sus labios. Jacob se sonrojó, tanto o más que un tomate, un rasgo que no podía pasar desapercibido gracias a su rojizo cabello. Él debía lidiar con las palabras de su hermana.

Ada no deseaba parecer intolerante, pero sentía curiosidad. Al mismo tiempo, quería dejarles en claro que había una diferencia sustancial entre ella y ellos dos. No se ataría a ninguna religión, a ningún dios; podían ser amigos y llevarse bien, pero no por eso los acompañaría a sus ceremonias y se uniría a su credo, a no ser que hubiera buena comida y mucha diversión. Jacob parecía comprenderlo a la perfección, no obstante, temía echar todo a perder por algo tan simple como un relato antiguo.

—Eh... tranquila. Vivimos en un pueblo, estamos aquí porque no somos bienvenidos en las ciudades. Perdona a mi hermana, por favor, no acostumbramos ver gente que... ya sabes, no entienda nuestra religión.

—Disculpas aceptadas, más bien, perdónenme a mí, no quería ser tan brusca, pero me dio curiosidad ver que dijeron que los Arklay eran cosa de una diablesa. ¿Se llama Eva su diablesa?

—¿Qué? N-no, por supuesto que no—aclaró Jacob—. No somos cristianos, un cristiano no debe huir de las ciudades para escapar de la gente.

—Por ahora—le corrigió Ada—. Los protestantes llevan años en los pantanos y selva, viviendo como nómadas y fugitivos de la ley. Es cuestión de tiempo que todos terminen igual.

—Bueno, acá no hay fugitivos. Somos un pueblo bajo la protección de la liga—dijo Jacob.

—Vivimos aquí porque nuestros antepasados lo hicieron, por eso y porque pisar una ciudad, para gente como nosotros, es muy peligroso. Pueden negarnos el alojamiento, comida, incluso prohibirnos comprar—añadió Alessa.

—Bueno, los entiendo, pero ahora siento curiosidad. ¿A quién adoran? Me sorprende que su culto no esté prohibido.

—A Morgana, que bendito sea su nombre—pronunció Jacob con solemnidad, y acto seguido bajo la mirada al suelo y cerró sus ojos.

—Y que la gloria sea con sus seguidores—añadió Alessa, y de inmediato imitó la acción de su hermano.

—Diablos, esto es interesante—carcajeó Ada—¿Y ella es una diosa? ¿Cómo el innombrable o como Zeus?

—Como ninguno—respondió Alessa con emoción—. Morgana, que bendito sea su nombre y la gloria sea con sus seguidores, no es una deidad, no es una diosa, no existe.

Ada miró a la niña con incredulidad y, de inmediato, echó a reír a carcajadas sin poder controlarse. Ella cayó de rodillas al suelo mientras lágrimas risueñas discurrían por sus ojos, su abdomen se contraía y el aire comenzaba a faltarle.

—¡Yo pensaba que ya lo había visto todo! No hay mejor religioso que aquel que admite que su dios no existe—se burló ella.

—Oye, eso duele—se quejó Alessa, entristecida por la reacción de su vecina.

—No, no. Tranquila, es que no lo esperaba. Ahora me interesa más su religión, pero aclara una cosa. Si Morgana no existe, ¿por qué la adoran?

—Morgana existe en su significado, en su simbolismo para nosotros, pero es muy difícil de explicar. Tenemos héroes y figuras que pueden ser consideradas "deidades", pero son relatos, cada uno decide creer o no. Además, no somos expertos en el tema—alegó Jacob, pero se trataba de una excusa, pues su hermana lo miró con una mueca decepcionada y hasta enojada.

—¡Hermano! ¿Cómo osas negarle a nuestra vecina la santa palabra de nuestra guía, Morgana? —aclaró con aquel ritual que siempre repetían—¡Si te niegas a enseñarle sobre ella, entonces yo le mostraré la palabra divina!

—Eh, eh, no peleen. Soy toda oídos, perdonen si los ofendí, pero en verdad me intriga, no había escuchado nada así antes.

Ambos voltearon en dirección a ella, pues se oía interesada, pero, aunque Alessa deseaba enseñarle todo lo que sabía, Jacob no parecía tener intenciones de hablar. Por lo visto, la charla religiosa debería esperar para otro día.

Juro que los convertiré a la santa verdad de nuestra madre, Morgana, que bendito sea su nombre y la gloria sea con sus seguidores. 

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