27

El vehículo se detuvo frente al pórtico de la casa y, tan pronto como el motor se apagó, un soldado echó a correr en dirección al desolado portal.

Los dos vigías estaban muertos, pero aún quedaba un superviviente: Alessa. Ella yacía tendida sobre la vereda, con una herida incapacitante en su rodilla izquierda que, por suerte, ya no sangraba con abundancia.

George se aproximó con temor y dudas en su mente, consciente de que lo más conveniente era no intervenir en el asunto, pero Ada salió tan rápido que no se percató de lo que su amiga seguía con vida. Tan pronto se topó con los cadáveres, ella echó a correr en dirección uno de los soldados que, por desgracia, murió intentando subsanar las heridas de su malherido compañero.

—Es él—masculló Alessa—. ¿Por qué nos hizo esto?

—¿Walter está dentro de la casa? —preguntó el oficial, sin despegar su mirada del pasillo que descendía hasta el sótano.

—Sí... Mi hermano está con él—se lamentó—. Por favor, haz algo, creo haberlo escuchado gritar.

Ada se petrificó frente al desastre acontecido junto a su casa. Ella desvió su mirada en dirección a los soldados. El primero cayó a causa de precisas puñaladas en el cuello. Su compañer, lucía una laceración profunda en su espalda, lo cual le permitió sobrevivir por más tiempo que su desafortunado camarada.

La señorita Cameron se postró junto a uno de los cuerpos y, sin perder de vista al periodista, tomó la pistola del fallecido y la escondió bajo su ropa. Ella pretendió entrar a la casa, sin embargo, el soldado que la escoltaba le indicó que esperara en el auto.

El oficial había decidido ocuparse de la misión: detener a Walter. Ada desobedeció la orden del soldado, se apresuró y entró detrás de él. Le temblaban las manos de solo pensar que debería utilizar su arma, sin embargo, la vida de su hermano estaba en juego. No había tiempo para titubear. Un disparo, era todo lo que tenía y todo lo que necesitaba para finalizar con la vida de Walter.

Ada se detuvo frente a las escaleras. La nostalgia la frenó por un momento y la vieja sensación de seguridad se tornó en una tortura lenta que, lejos de entristecerla, la llenó de ira. Su partida de Terrasylva debió ser un nuevo comienzo, sin embargo, todo apuntaba a que las tragedias la perseguirían sin importar a donde huyera.

—Piensa bien en lo que vas a hacer—la detuvo George—. Aún podemos esperar aquí.

—No me quedaré quieta mientras un loco está ahí abajo con mi hermano—rebatió ella.

—Esto, quizá, es más grande de lo que crees—insistió—. Piénsalo, arriesgas demasiado.

Ada volteó hacia él y, con desdén, le dio la espalda antes de continuar con su camino.

—No tengo nada que perder. Vine sin esperanzas a este lugar, no dejaré que nadie me arrebate lo poco que me queda.

Ella procuró seguir al oficial, pero un detalle extraño llamó su atención. El cuadro en la entrada de la casa había cambiado. El niño que antes sonreía junto a sus padres lucía en posición fetal, con sus palmas apoyadas sobre sus ojos y con dos horribles demonios acechándolo a diestra y siniestra. La casa estaba envuelta en llamas y el jardín a sus espaldas se había transformado en un desierto árido y oscuro.

Aquel niño levantó su mirada y apartó sus manos hasta posarlas sobre el piso. Su triste expresión mutó y esbozó una confusa mueca que rozaba la felicidad mientras todo a su alrededor desaparecía bajo la blancura del lienzo, como si nadie lo hubiera pintado jamás.

Ada titubeó y retrocedió ante la metamorfosis del cuadro, hipnotizada por la misteriosa mirada de aquel niño mientras una voz rezaba a la distancia.

—De-debo estar loca...

Una puerta se abrió y una voz extraña se oyó a lo lejos.

—La codicia... es el mal que corrompe hasta el alma más pura. Un corazón poseído por la envidia es como una manzana que ha sido invadida por un gusano. Yo... yo he liberado a una víctima de la corrupción, destruyendo aquello que la llevó a la perdición, su corazón.

—¡Alto ahí, no des ni un paso más!

Atraída por la voz, Ada echó a correr hacia el sótano, donde el uniformado había encarado al asesino. El soldado apuntó su arma en dirección al Walter, un hombre alto, de barba tupida, cabello voluminoso y ondulado. Su cuerpo lucía los restos escarlata de sus víctimas, y su rostro se mostraba opacado por una confusa maldad apenas descifrable a causa de su extraña tristeza.

Un cuerpo sin vida yacía frente a él, perteneciente a quien alguna vez juró amarlo hasta el final. Melissa yacía muerta en medio de un círculo ritual, con sus ojos suspendidos en el rostro de Walter, mientras él temblaba ante la inesperada presencia del uniformado.

Algunas lágrimas se asomaban desde aquellos orbes oscuros, pero estas no tardaron en mezclarse con la suciedad que impregnaba su rostro. Andrew yacía inconsciente a sus espaldas, golpeado y malherido a causa de un corte en una de sus piernas.

Era evidente, sólo faltaba una víctima: él.

—¿Por qué hacen esto? —preguntó Walter—Ustedes... También podrían beneficiarse de esto, ¿acaso no somos todos parte de un círculo de odio? ¡Esto es para librarnos del destino! 

—Baja el cuchillo, Walter—dijo el soldado—, es el fin, estás detenido.

—No evitarás que alcance la paz... ¡No me condenarás a repetir esta vida! —gritó Walter, mientras retrocedía con lentos pasos en dirección a su próxima presa—Los libraré de Morgana... ¡Los libraré a todos!

Walter soltó el cuchillo, pero desenfundó un arma que llevaba escondida detrás de su cinturón. Retrocedió y el soldado se reposicionó para cubrir a la observadora en caso de que hubiera un tiroteo.

—¡No intentes ninguna estupidez! ¡Suelta el arma y arrójate al suelo! —le ordenó el oficial.

—¡Esta vida está condenada por las mentiras de Morgana y sus seguidores! ¡Yo libraré a los condenados del ciclo eterno del odio y para ello ofrezco la sangre de un sufriente, como testimonio y prueba de la maldición para que otros sean libres de la condena que les fue impuesta! —rezó a gritos, mientras apuntaba su arma con dirección a Andrew.

—¡NO, NO LO HAGAS! —gritó Ada, mientras levantaba su arma en dirección al asesino.

—¡TODOS SEREMOS LIBRES! ¡CON ESTE SACRIFICIO, YO TRAIGO LA FELICIDAD A...!

Un estruendo hizo retumbar la habitación. El cuerpo de Walter se sacudió ante el impacto. El oficial disparó al fugitivo sin piedad.

Un orificio se abrió en su pecho y la confusión entró en la consciencia del asesino, quien soltó el arma y cayó de rodillas  junto a su última víctima. Extendió su mano hacia Melissa, cuyo rostro yacía pálido y carente de vida, con una mueca que reflejaba el más profundo de los dolores.

—Y así... la oscuridad se deshace del alma humana, el héroe será recompensado con la felicidad y los pecadores serán librados de su destino, pues no tuvieron... elección.

Walter apoyó una de sus manos sobre el suelo, intentaba oponerse a la violenta fuerza de la muerte. No podía detenerla, pero necesitaba resistirla por un instante.

El moribundo alzó sus enrojecidos ojos en dirección a la muchacha que lo vigilaba desde las escaleras y, tras propinarle una sonrisa, sentenció:

—Al final... verás que yo tenía razón.

Y dichas aquellas palabras, Walter cayó junto a Melissa.

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Un disparo se oyó desde la planta baja de aquella casa y, preocupado, el periodista se asomó en dirección al sótano, pero no pudo ver nada. Una oscuridad abrumadora se apoderó del sendero que conducía al piso inferior, como si la noche se hubiera estacionado ahí abajo. Los focos incandescentes explotaron en simultáneo y densas tinieblas asentaron sobre los peldaños que conducían a una puerta distante.

Atemorizado, George retrocedió al exterior y buscó la campana de la casa, pero enseguida se percató de que se hallaba en lo más alto de una torre. Pensó en llamar al servicio militar local, pero una voz burlona lo detuvo en ese instante.

—No lo hagas, no si quieres seguir vivo.

Él giró en dirección a la muchacha que, malherida, sonreía con una crueldad que nunca, en todos sus años de experiencia, había podido contemplar. Sus colmillos eran similares a los de un vampiro y su sonrisa tan filosa como la de un niño que cometió una travesura. Lucía feliz, incluso tranquila a pesar de que todo indicaba que había ocurrido lo peor.

George suspiró con lástima. La jovencita le apuntaba con un arma, misma que había obtenido del cadáver de uno de los soldados.

—¿Tú también? —inquirió el investigador—Cuando Astrid mencionó que el pueblo estaba perdido, no imaginé que los jovencitos pudieran tener algo que ver.

—Solo tú te has podrido—se burló—. Das asco, deberías bañarte. ¿Son todos los norteños así de asquerosos?

—Por suerte no—respondió él—. Habla, estás herida y yo también tengo un arma, no dudaré en usarla si te considero peligrosa.

—¿Ah sí? Muéstrala.

—Créeme, si la saco, morirás enseguida.

Ella dejó escapar una sádica carcajada, consciente de que aquello era imposible.

—No tienes el valor. Pero... Me da curiosidad, llegaron a este lugar, hasta tuvieron la oportunidad de venir con un soldado, ¿qué tanto sabes?

—Lo necesario—aseguró—, aunque supongo que los ancianos han sido más inteligentes que yo, ¿no es así? No creo que Walter haya llegado a esto por sí solo.

Malherida, aquella muchacha caminó hacia él y, sin tapujos, sacó un cuchillo de uno de sus bolsillos. Su hoja aún estaba manchada con sangre, sin embargo, esta se había secado hace mucho tiempo. Atemorizado, el periodista retrocedió al comprender lo que había ocurrido. Ella había matado a la guardia.

—No necesito mancharme las manos con tu sangre, no perderé mi santidad solo por callarte—se burló ella, mientras lanzaba la pistola en dirección al jardín de la casa—, después de todo todo terminará, muy pronto.

—¿Crées que tu hermano vendrá por ti?

—Él no me abandonaría jamás.

—Pero... ¿Y Walter? Los ancianos manipularon las amistades, los padres y la pareja de Walter para enloquecerlo. No creo que sea tan dócil con ustedes.

—No tienes idea, viejo. Somos la solución al infierno de Walter, o eso piensa.

—¿Qué clase de mentira le dijeron? ¿Cómo lo convencieron de hacer esto?

—Eso no te importa—le respondió, mientras trastabillaba en dirección a su casa—. El ritual se ha completado, Walter se ha ido y, con él, se ha terminado para siempre la maldición del odio. Ese ritual era peligroso... ¿Sabes? Ahora... Mi hermano regresará y podremos vivir en paz, una vez más.

De pronto, un estruendo sacudió el ambiente. Y, abatida, Alessa se desvaneció sin oponer ningún tipo de resistencia.


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