22

 Jacob había desaparecido, al igual que su hermana, de quien solo se pudo recuperar un par de zapatos.

La chica ya estaba en su casa, sin embargo, las malas lenguas y el prejuicio local aumentaron. Se quedaría con la pueblerina, Astrid, la misma que, a fin de cuentas, le resultó una mujer de lo más interesante. El servicio de investigación militar averiguaría lo acontecido.

A George le parecía risible la ingenuidad del doctor Cameron, dueño de la casa maldita y un hombre, de antemano, inútil en su investigación. Le había parecido notarlo conmocionado, mientras que su hermana continuaba muy afectada por lo acontecido, capaz de moverse y actuar con naturalidad, pero imposibilitada de pronunciar palabra alguna.

En ese pueblo, los asesinatos y las desapariciones no eran algo extraño. George sabía que Andrew Cameron era un ignorante, un hombre afligido por alguna pena que desconocía o frustrado a causa de sus propias acciones. Le resultaba imposible que nadie supiera nada sobre el estudiante desaparecido, no obstante, él era la punta del iceberg, su excusa para inmiscuirse en una investigación mucho más profunda.

Lakechapel era un pueblo que databa de los años previos al cataclismo, anteriores a la caída de la vieja civilización. Los pueblerinos eran, en sus orígenes, cristianos, pero el quiebre de la sociedad conocida les hizo replantearse sus creencias. Ellos observaron, desde el abrazo natural, la destrucción del mundo moderno. Vieron continentes siendo arrasados por el mar, las tierras del norte ser anegadas por aguas ácidas, a los insectos mutar hasta volverse criaturas abominables, como lo eran los Arklays o las arañas gigantes. La naturaleza los había protegido, evento que los llevó a venerarla.

El culto a Morgana surgió tras la inmigración de un grupo de personas de credo desconocido. Para George, se trató de ocultistas del viejo mundo que, tras huir del gran cataclismo y al encontrarse con un pueblo tan aislado como Lakechapel, decidieron apoderarse del mismo. Mezclaron sus creencias con la superstición de los primeros pobladores, dando origen a un culto que fusionaba el amor por la naturaleza con el esoterismo. De esta forma, Morgana, diosa del mar y la vida, se alzó como entidad de adoración.

Los viajeros reformaron la capilla del pueblo, misma que alguna vez perteneció a la tradición católica, para convertirla en un gran templo dedicado a Morgana. En teoría, por supuesto. George había notado que la iglesia tenía algo más que estatuas de aquella diosa.

El nuevo mundo, conformado por bastiones y ciudades-estado con supervivientes al cataclismo, no tardó en prohibir numerosas religiones. ¿El motivo? En algunos casos, ciertos cultos fueron presas de acusaciones políticas, atribuyéndoles disturbios y la incipiente inestabilidad social. En otros, las prácticas de ciertas sectas atemorizaron a las poblaciones, decantando en su eventual prohibición.

George, más que periodista, era un agente de los magistrados que había llegado a Lakechapel con el objetivo de catalogar al culto local. No tardó en ponerse al tanto de lo extraño en el poblado: desapariciones, prácticas esotéricas y, lo más intrigante, la existencia de una logia elitista dentro del templo. Por suerte, había conseguido un contacto en la organización.

Por esos tiempos se hizo notoria la noticia de un pueblerino que reportó gritos en su barriada de forma reciente, creía que venía de una casa abandonada, pero las evidencias señalaron lo contrario. La guardia militar identificó la fuente de los alaridos.

Se creía que Melissa vivía en aquella casa desde su separación con Walter, pues era una de las muchas propiedades de su padre, un empresario que residía en las lejanas islas del sur. Se trataba de una noticia reciente: ella había desaparecido. No existían pistas acerca de quien pudiera ser el culpable.

Andrew y Ada estaban bajo custodia militar. Otra división llevaba a cabo un rastrillaje en los bosques, donde, hasta ese momento, no se habían hallado los cuerpos de las personas que, según los testimonios de la superviviente, fueron víctimas del asesino del bosque esmeralda.

Aquella tarde el sol brillaba con un fulgor especial, el viento traía un perfume que le incomodaba, quizá porque le hacía recordar su pútrido hedor. Las incesantes lluvias ácidas del norte habían producido un cambio evolutivo en los habitantes de dichas tierras: una cáscara que actuaba como una segunda piel, misma que, de hecho, tenía un olor bastante particular, insoportable. Pero él se había acostumbrado, al igual que sus compatriotas. Para él, era normal.

Astrid llegó al lugar acordado, a la hora concertada.

—Señorita, es un gusto verla.

Al fin, podía reunirse con su contacto dentro de la logia. Necesitaba información, la justa y necesaria para intervenir el pueblo lo antes posible.

—Señor George, no puedo decir que me alegra verlo, pero al menos tengo la oportunidad de hablar con usted. ¿Quiere un poco?

Astrid llevaba consigo una pequeña bolsa de tela con dibujos florales. En ella, se lucían apetitosas galletas de chocolate y avena, todavía calientes.

George aceptó sin duda.

—¿Son caceras?

—Podría decirse.

—Supongo que los Cameron son afortunados, ¿cómo va la convivencia?

Por lo visto, aquella pregunta tomó por sorpresa a la muchacha.

—Bien—concluyó de forma tajante.

—¿No le representan ningún problema?

—Son bastante autosuficientes—dijo sonriente.

—Escuché que Andrew no se tomó la semana de licencia que le ofrecieron en la universidad, debe ser alguien bastante apasionado.

—En realidad, no quiere pensar en lo que pasó. No lo culpo, está muy preocupado.

—¿Le contaste sobre Walter? —preguntó.

Astrid, pensativa, mordió una de sus galletas. Las saboreó con una sonrisa.

—No hay que decir más de lo necesario. Sabe lo justo.

Walter era, por mucho, el individuo más extraño en ese pueblo. George no hubiera sospechado de él en primera instancia, pues era una leyenda urbana, el muchacho que había inmolado a sus padres en un extraño evento y que, al poco tiempo, terminó muerto en manos de la policía militar. Algunos lo describían como un muchacho simpático, otros como un estudioso incomprendido, unos pocos como un chico retraído y silencioso.

El reporte de lo acontecido con los Garland indicaba que los cuerpos estaban incompletos. Alguien los había cercenado y desfigurado.

—Entonces... ¿Qué busca Walter?

—¿No esperas nada, verdad?

—Si un hombre que debería estar muerto es el responsable de las desapariciones, entonces permíteme sospechar del capitán del destacamento.

Astrid desvió su mirada.

—¿Nada se te escapa, no?

—No es la primera vez—confesó.

—¿Persigues religiosos? No quiero colaborar con la purga de mi gente.

—No matamos inocentes, solo sectarios asesinos.

Ella guardó silencio. Miró a los ojos de George, quien era consciente de que su preocupación era legítima.

—¿Lo prometes? —dijo ella.

Él no podía asegurarle nada. Los destacamentos de la inquisición no destacaban por ser organizados. No obstante, era necesario, no podía quedar ni uno con vida. Nadie que fuera capaz de continuar con esos cultos tenía espacio en la nueva sociedad.

—Lo prometo.

Mintió. George sabía que Astrid ignoraba el verdadero peligro que yacía detrás de la logia, así como el posible objetivo de Walter. Él sabía que el asesino del bosque esmeralda era otra persona, quizá un fanático, tal vez alguien asociado al antes mencionado. Era imposible que Walter hubiera estado en el sótano de los Cameron y en el Bosque Esmeralda al mismo tiempo.

Una suave brisa acarició el rostro del investigador. Él no creía en Dios, pero rezó por estar equivocado.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top