20
El suelo estaba limpio de nuevo, el cuerpo dentro de una bolsa y toda la habitación registrada con minuciosa pulcritud. El cadáver reveló signos inconfundibles de hacinamiento; su cabello y su abundante barba estaban infestados de piojos y recubiertas por una densa capa de grasa semisólida. Yacía maniatado y una cinta de cuero cerca de la escena del crimen parecía indicar que también estuvo amordazado.
Debido a su inexperiencia, George exigió al doctor que determinara la causa de muerte, pero, este alegó no tener experiencia en el campo forense, posición que no pudo defender por mucho tiempo, dado que su mentira era demasiado evidente. Si bien no era posible determinar la hora de su deceso, si era cierto que llevaba poco tiempo fallecido; de hecho, la causa de muerte era muy evidente: una puñalada en el abdomen que lo desangró de forma fatal.
Su lengua le había sido arrebatada, las características de la hemorragia evidenciaban que aquella lesión se trataba, sin lugar a duda, de un acto perpetrado minutos después de su muerte. Era un asesinato alevoso, bien planificado y, sobre todo, cruel.
El doctor Cameron no tardó en vislumbrar un hecho que resultaba obvio: el asesino, Walter, lo había estado vigilando.
—¿Quién era él? —preguntó, mientras el periodista tironeaba del saco donde se hallaba el cadáver.
—Uno de los hijos de los viejos dueños de tu casa—aseguró Astrid—, pensábamos que estaba muerto.
—Por lo visto no lo está, ¿qué piensas hacer ahora que tu teoría se ha confirmado? —preguntó el periodista, justo antes de cargar el saco sobre sus hombros.
Astrid guardó silencio y, con esto, le propinó al periodista la respuesta que no podía pronunciar: no sabía qué hacer.
George subió las escaleras y salió rumbo a la calle, donde el vehículo del doctor lo esperaba para partir en dirección a su apartamento. El plan era simple: él encomendaría a sus ayudantes la tarea de transportar el informe del caso y el cadáver de regreso a las ciudades del norte, donde la corte marcial tomaría una decisión al respecto. Hasta entonces, él debería mantenerse de incógnito, para no llamar la atención del clero.
El periodista se fue y, con él, el hedor pútrido del cadáver. Astrid y el doctor Cameron regresaron con dirección al comedor, con la intención de relajarse y pensar en su siguiente paso. No obstante, el saber que un cadáver se hallaba en su sótano le hacía repudiar su hogar. Andrew no deseaba estar allí.
—Astrid...
—Tuvimos suerte de que nos encontrara ese soldado—le respondió de inmediato—. Si él no hubiera estado ahí, quizá no estaríamos aquí.
Astrid guardó silencio y deslizó su lengua sobre sus labios. Andrew trajo una jarra de agua fresca que tenía en su alacena, ella aceptó un vaso con una sonrisa.
—Gracias, todo esto... me pone demasiado nerviosa—le agradeció, justo después de recibir un vaso con agua.
—Al menos tú no dormiste con un cadáver en tu sótano—respondió de inmediato—. Mira, lamento haber olvidado que vendrías hoy, logré que mi hermana se fuera a un campamento y... Bueno, dormí toda la tarde, fueron días duros.
—No importa, ya pasó.
Aquella negativa generó dudas en curioso doctor que, sin pensarlo dos veces, decidió resolver tal inseguridad con una simple pregunta:
—¿Por qué huimos de la milicia? Había un muerto en mi sótano y, por lo visto, su asesino más famoso sigue vivo.
Astrid sonrió y bebió un sorbo de su vaso con agua, consciente de que la respuesta no le gustaría al doctor.
—Todos en este pueblo tienen alguna relación con la iglesia, pocos se llevan mal con el clero, harían lo que fuera con tal de no ocultar sus platos sucios.
—¿En serio?
—Prefiero no ponerlos a prueba.
Andrew desvió la mirada, pensativo.
—Ya... ¿Qué tiene que ver eso con Walter? —inquirió—¿No lo consideran un hereje? Es un asesino, incluso dijeron que habia muerto.
—Se supone que había muerto—aseguró—, eso nos dijeron los militares a cargo.
—¿Pero no es un hereje?
—Tengo la impresión de que los ancianos son muy conscientes de lo que Walter había hecho—dijo ella, con dudas en su mirada—, todo lo acontecido con él fue muy confuso, pero el alto clero nunca se sorprendió por sus actos. No lo sé, quizá tengan algo que ver.
—¿Unos viejos locos? Espera, espera. En Terrasylva, se dice que algunos cultos tienen la molesta costumbre de usar muertos en sus rituales, ¿crees que tenga algo que ver?
—Puede ser, pero nunca había oído de algo así—sentenció Astrid, mientras mecía el líquido de su vaso de un lado al otro—, los secretos del culto lo manejan los más devotos y viejos. Ellos convirtieron a Walter en el monstruo que es hoy, le llenaron la cabeza con sus enseñanzas e intentaron deshacerse de él y... ahora está aquí.
—¿Sus enseñanzas? ¿En qué consiste el culto? ¿A qué adoran?
Astrid guardó silencio.
—Llegaste en el peor momento, debiste quedarte en tu hermosa ciudad.
—Tenía cosas mejores que hacer—le respondió de inmediato—. Oye, que yo sepa este pueblo tiene unas... no sé, ¿diez mil personas? ¿A nadie le preocupa un fanático loco?
—La mayoría ya se ha acostumbrado y... Es por eso que no dicen nada.
—¿En serio? ¿A qué? —preguntó el doctor, movido por la curiosidad producida por el silencio de los pueblerinos.
—¿Has oído de la reencarnación?
—Sí, menudo disparate—alardeó.
—Más allá de lo que usted crea, doctor, la realidad es que la reencarnación es parte del ciclo del odio de Anagrom que los ancianos profesan. Aquellas personas que están condenadas a sufrir nacen y crecen con un ciclo que se debe repetir. Los ancianos pensaban que Walter era una de esas almas condenadas al dolor eterno, razón por la cual planeaban enseñarle a librarse de su maldición. Estaban convencidos de que podían alterar su destino o transferírselo a otra persona.
—Claro, supongo que sus padres no hicieron nada para evitarlo.
—No, de hecho, ellos obligaban a Walter a participar de los exorcismos y rituales. El ciclo del odio determina que toda persona dentro de ese círculo está condenada a ser un monstruo. Es todo lo que sé, luego Walter asesinó a sus padres y el clero determinó que las fuerzas militares lo habían abatido por sus actos.
—Por lo visto no está muerto, pero... ¿Por qué quiere matarnos?
Astrid guardó silencio y, con un último sorbo, agotó todo el contenido del vaso entre sus manos.
—Quizá, el círculo del odio sí es real y Walter estaba destinado a ser un monstruo.
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