14

Tan pronto como Ada se infiltró entre los pasillos del templo, un extraño aroma invadió sus fosas nasales. Lo identificó enseguida, pues era idéntico al perfume usado por Jacob en aquel sueño bajo el árbol, con el mismo efecto embriagador que lo caracterizó en su momento. No obstante, pocos minutos bastaron para que su mente se acostumbrara al dulzor del ambiente y, sobre todo, al efecto de embriaguez ilusoria.

El mármol que recubría el suelo de la Merán reflejaba la luz de los candelabros con intensidad, lo cual reproducía a la perfección la fuerza natural de los rayos solares. El pasillo de entrada circunscribía una rotonda espaciosa, donde los clérigos charlaban sin ningún tipo de reverencia, sin embargo, ambos caminos terminaban en la entrada al recinto principal, misma donde el silencio era sepulcral y el respeto obligatorio.

Las puertas que separaban el salón sagrado de la rotonda poseían un par de cristales que permitían ver hacia dentro, donde un grupo de personas yacían postradas, tomadas de las manos en un círculo perfecto. Llevaban túnicas blancas y capuchas que ocultaban sus rostros, sin embargo, en medio de ellos se hallaba un niño. Él yacía tendido en el suelo, con sus ojos suspendidos en el candelabro superior del recinto, mientras los clérigos proferían un rezo sacro y misterioso, pues su idioma era un enigma para la señorita Cameron. Dos figuras angelicales protegían la entrada, con sus alas extendidas en dirección a los pasillos y sus espadas cruzadas delante del portal, lo cual era un impedimento para cualquier curioso que deseara contemplar aquel ritual extraño. Un mal presentimiento se apoderó del pecho de Ada, quien sintió lástima por el pequeño.

—¿Qué hacen esos... viejos? —preguntó Ada.

Pero Jacob no le respondió, sino que siguió de largo por aquella rotonda.

—Ancianos, están bendiciendo al niño—aclaró Alessa—. Es un ritual que se realiza cada vez que un infante alcanza los seis años, se reza por él para que la oscuridad nunca lo alcance.

—Es algo común por aquí, no tienes por qué preocuparte—sentenció el pelirrojo, mientras se aproximaba a una puerta junto a la edificación de querubines.

Ada le siguió el paso y no tardó en salir a un patio, donde un camino empedrado y rodeado de árboles florales le dio la bienvenida. Un grupo de niños pasó corriendo junto al sendero, donde algunos jóvenes leían o charlaban con total naturalidad.

El camino terminaba en una nueva rotonda, con un jardín de lilas en su centro y varios asientos de madera a la periferia. Jacob se dejó caer sobre una silla y, extasiado, suspiró ante el bello paisaje que se alzaba frente a sus ojos. Alessa se distrajo con una de las niñas que corría por el sendero y, distraída, comenzó a charlar con ella.

Mientras tanto, Jules se abría paso desde el lejano pasillo que conectaba el recinto con el patio de la iglesia, apresurado frente a la presencia de su nueva invitada. Por su parte, Ada no podía evitar percatarse de que, a diferencia de lo que ocurría en las calles del pueblo, ahí todos la ignoraban. Nadie parecía notar que una forastera transitaba en la Merán y, a decir verdad, eso era todo lo que la señorita Cameron deseaba en ese instante.

—¿Y? ¿Qué opina de nuestro hogar? —preguntó Jules, con cierto aire de fascinación.

—Te veo demasiado... entusiasmado, Jules—dijo Jacob.

—Es mejor que la mayoría de los templos que aún funcionan en Terrasylva—admitió Ada.

Él sonrió, complacido ante la noticia que su invitada había revelado y, satisfecho, se dejó caer junto a su compañero.

—No crean que una bonita fachada es suficiente, no tengo intenciones de venir seguido. Esto es como un viaje turístico para mí—aclaró la señorita Cameron.

—Tampoco me interesa convertirte—le respondió—. ¿Deseas conocer el centro de adoración?

—Está ocupado por los ancianos, Jules—interrumpió Jacob.

—¡No importa! Estamos muy bien así—comentó Alessa, mientras se aproximaba a su invitada—. ¿Te gusta? Lo llaman "el patio de los gentiles", aquí podemos venir a leer, comer o solo reunirnos.

—Es un espacio común, lo usamos para lo que deseamos, siempre que no hagamos ninguna estupidez, claro está—determinó Jules.

—Puedes venir cuando quieras, este lugar es de todos. Por cierto, ¿qué hace el señor Andrew ahí fuera? —preguntó Jacob.

—Quería hablar con un anciano, Astrid está tratando con él.

—¿Pasó algo, Ada? —inquirió el pelirrojo—Me preocupa que el doctor no se sienta cómodo entre nuestra hermandad.

Confundida, ella intentó pensar en un motivo por el cual su hermano se vería disgustado con aquella gente, sin embargo, la única razón que acudía a su memoria era la más evidente: los rezos y los escupitajos.

—Debe ser por los difuntos dueños—argumentó Jacob— y los escupitajos...

—No sabemos qué podría ser, no es algo esté dentro de nuestras costumbres, menos a un forastero—comentó Alessa.

—¿No se les ocurrió preguntarles? —añadió Jules, aún pensativo tras las palabras de su invitada.

—Ellos escapan si los llamo—se justificó Ada—, nunca puedo preguntar nada.

—¿Ni siquiera a los ancianos? —insistió Jules.

Jules y Jacob se miraron de reojo y, sin intercambiar palabra, el primero decidió ponerse de pie frente a ella.

—Bueno, supongo que el doctor lo resolverá—admitió Jules.

—Deberíamos pensar en algo para integrarte con los hermanos, quizá si te vuelves más conocida... —sugirió Alessa.

—Es un disparate, deja que las cosas se den con naturalidad—le recriminó Jules, sin esperar a que pudiera terminar su frase.

—No seas duro con ella. De hecho, tiene razón. Mire, hemos planificado una salida al bosque esmeralda para la próxima semana. Sería un gusto contar con su presencia, señorita Cameron.

Ada guardó silencio y, aunque su primera respuesta fue una negación rotunda, no pudo llegar a pronunciarla. Aún mantenía una preocupación para sí, le molestaba pensar que, quizá, el comportamiento de los pueblerinos se debía a su extraña forma de actuar. Los rumores indicaban que su sospecha era cierta, pues muchas personas pensaron, en primera instancia, que ella era la esposa del doctor Cameron. No solo eso, sino que la mencionaron como una compensación negativa al gran carisma de su hermano.

Aunque no deseaba involucrarse en las actividades de aquella iglesia, ella lo sintió necesario, ya que, quizá, con las amistades correctas podría resolver esa situación.

—Claro, luego puedes comentarme los detalles, soy de olvidarme todo con facilidad.

—Señorita, ¿está usted segura? —inquirió Jules—Mire, si lo hace por lo que dicen los demás...

—Es mi decisión, ¿o acaso tiene algo de malo conocer gente nueva?

Él guardó silencio y, disgustado, mordió su lengua mientras deslizaba su vista en dirección al jardín frente a sus ojos.

—¡Perfecto! Le daré los detalles a su hermano en cuanto sea el día. Me alegra poder contar con usted, señorita Cameron.

—¡Los campamentos son geniales! Además, el bosque esmeralda es hermoso, ¡estoy segura de que ni siquiera en Terrasylva hay una vista como la que ofrece nuestro mirador!

Jacob y Alessa se veían emocionados, sin embargo, Jules se mantuvo en silencio, incluso parecía disgustado. Su comportamiento era extraño para la forastera, pero eso no la detuvo. A pesar de su negativa, tenía dos grandes amigos que, con suerte, podrían ayudarla a limpiar su reputación.

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