13
La noche había caído y cinco jóvenes marchaban hacia una luz lejana, rodeados por una densa neblina que apenas les permitía ver a sus alrededores. Jules avanzaba rápido, emocionado, como un niño a las puertas de un parque de diversiones. Andrew se mostraba distraído y absorto en sus pensamientos, como si estuviera formulando a detalle un elaborado plan con fines desconocidos. Su hermana, por su parte, mantenía su atención fija en él, fascinada ante su tranquilidad mientras marchaba rumbo a la iglesia a pedido de él.
Ada no podía entenderlo. Andrew no era un fan acérrimo de la religión, por lo cual, sus acciones no tenían mucho sentido para su gusto, pero aquello no era lo más irracional, tampoco lo más irónico. Ella los estaba acompañando, a pesar de que odiaba reunirse con desconocidos.
Su problema no era con las iglesias, sino con las personas. Prefería la soledad o, en su defecto, estar acompañada solo por amigos acérrimos, no por desconocidos.
—Ah, quien me manda a seguirlos—masculló, impotente al ver el resultado de sus propias decisiones.
El doctor no respondió, pues se halaba tan perdido en sus pensamientos que ni siquiera lo escuchó. Jules charlaba con Jacob y Alessa, quienes se habían unido a ellos minutos antes de comenzar la caminata. Parloteaban frases sin sentido, chismes y rumores sobre personas que los Cameron no conocían.
Ellos mencionaron un nombre que llamó la atención del doctor. Sorprendido, miró de reojo al entusiasta Jules, quien se había adelantado varios metros para despotricar junto al silencioso Jacob, que no hacía más que asentir con la cabeza o comentar algún que otro detalle muy puntual.
—¿Lo supiste? Dicen que Walter sigue por ahí, menudo disparate. La guardia militar ha ido por Melissa, temen por su seguridad, le asignaron un escolta hasta concluir las investigaciones.
—¿Walter? ¿Con vida? Suena al típico cuento de terror que repiten los viejos—se burló el pelirrojo—, ya sabes, si te portas mal, vendrá el monstruo y te comerá, un clásico. Por cierto, había olvidado que seguía entre nosotros, ¿oíste algo de ella?
—Le han prohibido la entrada a la Merán, los viejos la siguen odiando, lo usual. Supongo que es por lo que pasó con Walter, deben pensar que tiene algo que ver.
—Escuché que perdió su trabajo, la gente es demasiado crédula—acotó Jacob.
—Espero que su amante tenga dinero, alguien debe hacerse cargo de ella—comentó Alessa, quien apresuró el paso para unirse a la conversación—. Si en verdad le hizo algo a Walter...
—No saques conclusiones aún, Aless, yo creo en su inocencia—le interrumpió Jules—. Por desgracia, desde lo de Walter que no se la ve, no he tenido la oportunidad de hablar con ella.
—Bueno, sabes donde vive. Si te importa tanto, ¿por qué no vas a visitarla? —le preguntó Jacob.
Jules desvió su atención en dirección al pelirrojo y, pensativo, suspendió su mirada sobre su rostro por unos segundos.
—No sé, supongo que le tengo algo de miedo—se defendió de inmediato—. Además, ninguno de nosotros se despidió de ella en buenos términos, ¿o sí?
—Yo intenté hablar con ella—dijo Alessa—, pero Melissa no lo tomó muy bien.
Jacob guardó silencio y prefirió llevar su mirada en dirección al sendero empedrado. Andrew centró su atención en un edificio elegante que se alzaba frente a sus ojos: una iglesia, conocida como Merán por los pueblerinos, con amplias torres en cada extremo y un portal floreado. Jules, emocionado, volteó hacia los hermanos Cameron para presentarles el gran edificio que se alzaba a sus espaldas.
—¡Ante ustedes se halla la majestuosa Merán, damas y...!
—¡Por el amor de Morgana! —le interrumpió una mujer— ¡Jules, estuve esperándote por horas! ¡¿Se puede saber dónde estabas?!
Andrew, a pesar de la pequeña presentación que su compañero ofreció, no se había percatado de que su destino final yacía frente a sus ojos. Ada se vio estupefacta, no por la impetuosidad de la chica, sino por lo diminuta que se sentía ante aquella obra arquitectónica. El templo poseía una fachada hermosa y magnificente, con un portal de marfil rodeado por enredaderas de mimosa púrpura, una planta caracterizada por sus bellas flores, dotadas con seis pétalos largos y cuatro estambres amarillentos y delgados. Una torre cilíndrica se alzaba en cada esquina de la edificación y, sobre ellas, unos seres alados se desplegaban con trompetas en sus manos.
Junto al portal principal, dos estatuas se lucían con ilustre apariencia. Por un lado, se alzaba una mujer con un vestido largo, la luna bajo sus pies y el sol sobre su cabeza, con doce estrellas alrededor de su cuerpo y una paloma en su mano derecha.
A su diestra, reposaba un ser sombrío, envuelto con una capa y encapuchado; llevaba una espada en su mano izquierda y un par de alas esqueléticas a sus espaldas. De su boca salía una serpiente, con su lengua apoyada en dirección a la entrada de la catedral.
Entre ambas estatuas, dos muchachos discutían como niños. Jules intentaba responder, pero sólo lograba balbucear ante la abrumadora personalidad de aquella muchacha. Ella llevaba un vestido de mangas cortas que se extendía hasta sus rodillas, donde concluía con un elegante doblez.
La mirada de aquella mujer era firme y familiar a su vez, al menos para Andrew, quien la observaba maravillado mientras Jules temblaba ante el timbre de su voz.
—¡La junta, imbécil, la junta! ¡¿Cómo pudiste dejarme sola con esos viejos decrépitos?!
—Eh, eh, calma. ¿No ves que tenemos invit...?
—¡No me importa! —le respondió, antes de echar un vistazo a los confundidos hermanos Cameron y esbozar una sonrisa amable— ¡Hola, forasteros! Espero que me perdonen, necesito solucionar... unos cuantos problemas con este señor—sentenció, antes de tomar a Jules de su corbata para arrastrarlo al interior del templo—. Tú vienes conmigo.
Los cuatro se quedaron atónitos ante las acciones de aquella mujer, y observaron a Jules ser arrastrado hasta perderse entre los pasillos del templo. Tanto Andrew como Ada voltearon en dirección a Jacob y Alessa, quienes lucían burlonas sonrisas ante el vergonzoso acto que habían protagonizado aquellos jóvenes.
—Ella es Astrid. Lo sé, es algo... intensa—señaló Jacob, mientras daba pasos cortos y decididos en dirección a la iglesia.
—Es un poco explosiva, pero es buena persona, no se asusten—señaló Alessa, antes de seguir a su hermano con pasos cortos y lentos—. ¡Suele ser dulce y alegre! Claro, hasta que Jules mete la pata.
A pesar de su entusiasmo no era insigne, Ada estaba intrigada por conocer el interior de la Merán, pero Andrew, por su parte, no se mostraba muy interesado. Ella no lo dudaba, él tenía razones ocultas para estar ahí, no era solo curiosidad. Alessa se detuvo un momento y, sonriente, invitó a la curiosa muchacha a seguirla para conocer la catedral en detalle.
Ada volteó en dirección a su hermano, tal vez buscando su aprobación. Andrew le sonrió y le guiñó el ojo.
—Cuídate—dijo.
—Como si alguien pudiera hacerme algo—le respondió ella, con una sonrisa pícara que buscaba esconder su inseguridad.
Sin decir nada más, Ada se alejó y se perdió entre los pasillos.
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